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AMOR Y PASIONES II: … y sus Mentiras más Ciertas

En el post anterior AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, hablamos de verdades científicas sobre el amor que, muy a menudo, se viven como falsas. Para completar, hoy me toca escribir sobre aquellas mentiras (en el sentido de opiniones indemostrables empíricamente) que se sienten verdades como losas. Y que por muy falsas que sean, canciones, películas, telenovelas y reality shows de la más baja estopa han ido validando como certezas absolutas. Si hasta mi idolatrado Pablo Neruda me hace mirar para otro lado de sonrojo en una de sus maravillosos 20 canciones de amor donde llega a decir “Para mi corazón basta tu pecho, para TU libertad MIS alas”. Nadie es perfecto: ni los más grandes.

¿Qué no es el amor? ¿Se parece más a un flechazo externo a una concienzuda hormiguita interna? ¿Nos llega o lo construimos? Y lo más importante: ¿Podemos aprender a convertirlo en nuestro principal aliado, independientemente de las circunstancias? Si te interesa saberlo…

I. FRONTERAS AMBIGUAS: top ten del papanateo romanticoide más contraproducente.

1. El amor NO es etéreo, sino bien real, físico y químico. Como hemos visto, el amor es como cualquier otra emoción: el resultado tangible y material de los cócteles químicos que produce el cerebro para responder a su propia evaluación de la realidad, así como el conjunto de consecuencias y sensaciones físicas que desencadenan en nuestro cuerpo. De dónde provenga ese cóctel y porqué nos lo fabricamos a partir de una persona concreta y no de otra es harina de otro costal (éste sí, mucho más inmaterial, simbólico o abstracto). Pero desde las mariposas en el estómago hasta los vértigos ante meros recuerdos pasando por los vuelcos del corazón, los suspiros hiperventilados o las carnes deshaciéndose de placer o dolor son un fenómeno bien material, meras derivadas físicas de un proceso exclusivamente químico. Saberlo no le quita el más mínimo mérito al Sr. o Sra. que nos despierte este vendaval químico; sencillamente, nos vacuna contra papanateces dignas de diario de adolescentes… que fácilmente pueden volverse en nuestra contra cuando los amores se tuercen (mientras se mantengan bie rectos, ni caso).

2. El Amor NO es Dependencia. Algo de subordinación siempre conllevará, pues al amar profundamente sentimos que una parte de nuestra felicidad depende de la del ser amado. El tema estriba en ser conscientes de ello y luchar por poner límites aceptables, decorosos, íntegros y basados en el autorespeto. Si amamos febrilmente (como febrilmente recomiendo) a amantes o hijos y dejamos que todo el campo se convierta en orégano confundiremos amor con sumisión y necesidad… y acabaremos amando fatal (para el otro pero, sobre todo, para uno mismo). Lo contrario de la independencia (que desde el amor profundo no es ni posible ni recomendable) es la interdependencia de los amantes unidos por sus sentimientos, nunca la dependencia desvalida del que se subordina sumisamente a los humores y reacciones del otro.

La emoción amor erótico conlleva una sensación de necesidad compulsiva de acercarnos y compartir nuestro tiempo con el ser amado. Con el amor ágape más intenso que se conoce (hijos, que de tan intenso puede activarnos como el erótico, de ahí que sea tan obsesivo y tan obnubilarador del sentido crítico como el amor erótico), la necesidad de proximidad física es idénticamente compulsiva. Sólo los diferencia que el objetivo pasa de la pulsión sexual al cuidado del otro. Por mucho que uno y otro amor difieran en sus objetivos, coinciden en todos y cada uno de sus peligros.

3. El Amor NO es un Burladero. Demasiado a menudo, convertimos al amor en la panacea de nuestras vidas más por lo que tapa que por lo que enseña, por los déficits que equilibra que por los superávits que aporta. El amor como camuflaje a existencias que sentimos sin demasiado sentido per se acostumbra a tener los días –y las alegrías- contadas. Las huidas hacia adelante serán siempre rápidas, pero casi nunca certeras en el rumbo. Y acostumbran a dejarnos perdidos y lejos de nosotros mismos. El amor es la mejor guinda, pero el peor bizcocho del pastel de nuestra vida, y a la hora de amar bien conviene diferenciar entre el amor que corona, como su cúpula más bella, un edificio bien construido… del que intenta apuntalar una arquitectura carcomida de aluminosis. Parece lo mismo, pero no tiene absolutamente nada que ver. Y el amor sano se puede parecer tanto al enfermo que necesita, para diferenciarse de él, de matices tan sutiles como éste. Porque este es el principal problema del amor enfermo, que se parece al sano como dos copos de nieve: tan diferentes al verlos al microscopio como idénticos a simple vista. Y reconocer el amor sano requiere de microscopios, no de vistazos a brocha gorda.

4. No es un cheque en blanco que justifique absolutamente nada. Como mucho, conocer la magnitud de un amor ayudará a comprender el contexto, pero no absuelve de responsabilidad alguna sobre las acciones que nos permitamos implementar con la excusa o acicate de la emoción del amor. Amar a una pareja desaforadamente explica el porqué de ciertas obsesiones monotemáticas o concesiones excesivas, pero no por ello dejaremos de flirtear con sus consecuencias (hartar a la pareja con nuestras demandas constantes y omnipresencia cansina, desdibujar nuestra identidad o apostatar de la propia libertad, etc.).

Como padres, entender la desmesura del amor paterno-filial nos vacuna contra la descalificación, el juicio sumarísimo y la culpa, pero la inocencia no exime de cosechar lo que se siembra. Por mucho que el amor hipertrofiado ayude a explicar las dificultades de poner límites, contrariar a los hijos o disimular una cierta dependencia emocional de ellos (que no les conviene saber, pues les otorga un poder para el que no están preparados), ello no nos releva de nuestra obligación de hacerlo más allá de que nos haga felices o infelices. Porque cuidado: el amor puede convertirse con una facilidad pasmosa en la más egoísta de las formas de entrega. Tanto el Eros como el Ágape si es muy intenso. Uno y otro serán muy diferentes, pero su intensidad hace que los riesgos de dependencia, irresponsabilidad e incoherencia sean idénticos.

5. No es espontáneo, ni automático, ni impersonal . La emoción explosiva, corta y automática tal vez sí (que tampoco, pero aquí se puede aceptar pulpo como animal de compañía), pero el sentimiento amoroso es fruto de una serie de pensamientos, creencias y conexiones neuronales con recuerdos pasados, deseos y proyecciones futuras, experiencias anteriores, simbologías personales, valores individuales… que multiplican o dividen exponencialmente el impulso espontáneo del amor. En-amorarse: proceso por el que nos producimos amor por alguien. En este caso, el Castellano o el Catalán son lenguas más fidedignas que el Inglés o el francés (fall in love/ tomber amoreux: “caerse en el amor”) para describir con precisión el proceso mediante el que nos acabamos en-amorando (literalmente, construyendo internamente nuestra pasión por alguien).

II. CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA DEL AMOR.

EMOCIÓN: las cartas que nos han tocado…

El brote espontáneo de la emoción acostumbra a tener que ver con uno o muchísimos de los siguientes aspectos:

1. Atractivo Físico: parámetros de belleza tanto de la época como los individuales.

2. Congruencia no verbal: coherencia y armonía entre paramensajes no verbales. Ese tan presuntamente etéreo buen/mal feeling no es más que la compatibilidad inconsciente de nuestra fisiología, tono de voz o gestualidad facial con la de otra persona.

3. Conexión física automática con momentos o personas del pasado. Muchos enamoramientos ocurren, curiosamente, en contextos simbólicamente parecidos, como viajando, viviendo fuera, según qué meses del año, etc. Y que pueden tener poco que ver con la persona concreta y mucho con nuestra predisposición inconsciente.

4. Momento Peliculero. ¿Qué es lo peor que le puede pasar a alguien con manía persecutoria? Claro, que lo persigan. Pues ese momento mágico de la primera impresión nos impresiona tanto, entre otras muchas razones… porque siempre hemos soñado con que sucediera, o añoramos de por vida cuando lo ha hecho. Y nada es más fácil de ver que lo que se está deseando hacer.

… Y SENTIMIENTO: cómo y para qué las jugamos

Tras la emoción, el en-amorado elabora cognitivamente sus sensaciones hasta convertirlas en el producto de su pasión que llamamos amor pasional. ¿Con qué ingredientes lo cocinamos? Entre otros, con:

1. Magnificación masiva de aspectos positivos. Sobre identificar los reales, inferir los verosímiles. Y porqué no: hasta inventarse abiertamente los menos probables en intrincadas elaboraciones simbólicas, inferencias obvias o cogidas con pinzas que, curiosamente, acaban probándonos lo que estábamos deseando crear como objetivamente cierto.

2. Minimización masiva de aspectos negativos. O no los vemos o contextualizamos o incluso convertimos en virtudes o atractivos. Los defectos del amado son como los pedos o los hijos: los de los demás molestan, pero los propios hasta nos hacen gracia…

3. Proyecciones futuras positivas (Piscinas de perfume y mierda). Inferencias eufóricas para regalarnos compulsivamente con todo lo bueno que –bola de cristal infalible en mano- ya sabemos con certeza absoluta que va a llegar de la mano del /la superhéroe en que poco a poco vamos convirtiendo al ser amado. Acostumbra a ir acompañado de un regodeo compulsivo en el maravilloso futuro –que, por supuesto, ya está escrito con total seguridad- al lado de esa persona.

4. Proyecciones presentes en primera persona: deseos propios proyectados como atributos inherentes, únicos y fascinantes del otro. Con qué facilidad los amados, al principio, encajan exactamente en nuestras carencias y con qué exactitud encarnan lo que siempre necesitamos. ¡Curioso!… hasta la sospecha.

5. Proyecciones presentes en tercera persona. ¿Y lo que nos gusta vernos viéndonos? ¿Y la gula con qué paladeamos la imagen que nos inventamos que los demás tendrán de nosotros al sabernos al lado de según qué dioses o diosas –que ya nos hemos encargado nosotros de canonizar previamente, claro-? Y es que el Otro nos puede llegar a quedar tan bien al lado… Desde los momentos de euforia del amor pasional, qué sencillo y obvio inventarnos admiraciones y envidias ajenas, y cómo ayuda todo este sainete ególatra a continuar construyendo el amor.

6. Espejito mágico. No hay mejor doping a la autoestima que sentir la admiración de quienes admiramos, la idolatría de los que idolatramos, la entrega de a quién nos entregamos. No hay mayor chuta de endorfinas en vena que el sentir que nos idealiza quien nosotros, previamente, ya nos hemos encargado de idealizar –y olvidar o no darnos cuenta que hemos idealizado nosotros, claro, que lo suyo es que parezca que la persona ES una diosa, no que yo la he divinizado-. ¿Nos enganchamos a la persona… o a las sensaciones paradisiacas que sentimos –o esperamos llegar a sentir- a partir de ella? Pregunta tal vez incómoda, no sé si pertinente… pero seguro que interesantísima a los que se atrevan a planteársela sin amañar la respuesta a priori.

III. TRAMPAS AL SOLITARIO… para ganar la partida.

Así, sabiendo que…

a) El amor no es más que otro de los millones de sustancias químicas que nuestra biología produce para el funcionamiento de nuestro organismo y la preparación de cuerpo y cerebro para implementar acciones adaptativas (en el caso del amor, reproducción, cuidado de la prole, fortalecer relaciones de manada).

b) Las endorfinas que produce el amor no son más que el chantaje bioquímico del instinto para ponernos al servicio de la propagación de los genes mediante la reproducción sexual y el cuidado compulsivo de los menores (en ambos casos, para prolongar nuestro legado genético).

c) La construcción del amor es arbitraria, subjetiva, e individual, teniendo mucho más que ver con nuestra propia imaginación, necesidades y deseos que con la realidad objetiva del ser amado (“Beauty’s in the eyes of the beholder“, que diría Oscar Wilde).

d) Nunca seremos más felices ni la vida tendrá mayor sentido y plenitud que cuando amamos profundamente a nuestros seres más amados.

… Entonces, ¿Es el amor la más falsa de las verdades o la más cierta de las mentiras?

Pues como siempre, dependiendo del contexto. Los procesos cognitivos que nos llevan a amar con una determinada intensidad y de una determinada manera (que se dan en nuestra mente, sean voluntarios o involuntarios, deseados o indeseados, conscientes o inconscientes… tampoco me doy cuenta del crecimiento del pelo, y no por ello deja de producirse) siempre serán creencias, y ya vimos que las creencias siempre y necesariamente son tan subjetivas y arbitrarias como legítimas (Si no lo creo, no lo veo). La utilidad de una creencia no se mide por su veracidad, sino por su utilidad, por lo que todo el conjunto de creencias que nos lleva a amar más o menos nunca serán válidas o inválidas per se, sino por el conjunto de emociones y acciones que provoquen. Y sus consecuencias prácticas en nuestra vida.

Mientras mi relación sentimental y mi manera de relacionarme con la familia sea una fuente de placer, realización y satisfacción, el Amor siempre será la más cierta de las mentiras (y a disfrutar de sus maravillas, misterios, sorpresas, euforias, idealizaciones hiperbólicas y sobredosis de endorfinas). Por el contrario, si nuestras relaciones amorosas actuales juegan en contra y son fuente de conflicto, dolor y frustración, el Amor será la más falsa de las verdades (y a desenmascarar todos sus tripijuegos y trampitas químicas con las que nos obnubila el sentido común).

Porque el amor, tanto como verdad más falsa como mentira más cierta, no es más que una herramienta al servicio de nuestra felicidad. No nosotros al suyo. Somos los protagonistas de nuestro amor, no sus víctimas sumisas que lo disfrutarán o sufrirán en función de los caprichos del azar y las conductas o preferencias ajenas.

En fechas por determinar, os hablaré de cómo alimentar el amor pasional en momentos que sintamos que flaquea, pero que sigue mereciendo la pena vivir (se titulará Del Eros al Agape: el parejeo a largo plazo… o algo así). De momento, os espero en el próximo artículo Desamor: manual de instrucciones, donde os explicaré como entrenarnos para superar las rupturas sentimentales o los chantajes emocionales de familiares o amigos, ese momento en el que toca desenmascarar todas las sandeces culturales con que relacionamos el amor, y que tanto nos hacen sufrir cuando los amores se complican.

Tus amores te pertenecen, no tú a ellos. Es cuestión de aprender a manejarlos. Te animo a que perseveres en ello.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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