Gracias por la acogida: más de 2.000 personas han leído la serie de cuatro artículos precedentes sobre el amor (lo cual vivo como un exitazo, dadas las temáticas que trato, mis nulas concesiones al marketing y en épocas en las que todo lo que se extienda más allá de 140 caracteres es excesivo y lo que no se bombardee de fotitos o emoticonos, aburre). Y de esos miles, algunas decenas hasta han invertido algo de su tiempo en hacerme llegar mensajes con su opinión personal sobre su contenido (mil gracias por ello). Así que como guinda final, y ante las dificultades de contestar personalmente a todos ellos, he escrito un compendio de clarificaciones a sus dudas, discrepancias y matices, que intuyo que en mayor o menor medida muchos compartiremos.
En la serie de artículos AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, MÁSTILES III: El Amor según los demás y DEL EROS AL ÁGAPE: el amor y el tiempo, ¿Dónde queda el romanticismo? ¿Hasta qué punto la visión presentada del amor no le hace perder toda su magia? ¿Y no desvaloriza el propio sentimiento, al ser amado y hasta al propio amante? Si te interesa saberlo…
ENTRE ROMÁNTICO Y ROMANTICOIDE
Yo diferencio entre romántico (sentimental, generoso y soñador, según la RAE) y romanticoide (romanticismo + clichés). Romántico viene del francés roman (novela), ¿Y qué es una novela? Una historia inventada, una creación del autor, una fantasía que no es real. Así que no soy yo, sino la propia etimología de la palabra la que aclara desde el principio la naturaleza de ensueño, irrealidad y elucubración personal del romanticismo y el amor. Mis artículos subrayan la naturaleza romantique (novelesca) del amor, y es por ello que creo que esos artículos son muy románticos, en el sentido literal de la palabra.
Para mí lo verdaderamente romántico es entender el amor sin patrañas, y aún así amarlo y considerarlo la experiencia más sublime y significativa de toda la existencia. Por el contrario, los lugares comunes del romanticoideo más estereotipado (todos ellos perfectamente alineados con los reality shows, la prensa rosa de más baja estopa y las estrategias comerciales del Corte Inglés) no me resultan más que un totum revolutum de clichés consumistas, impotencias personales barnizadas de pseudotranscendencia, mucho machismo parafeminoide y bastante poca reflexión.
2. MAGIA DE QUITA… O DE PON.
Reitero la analogía de la magia ya compartida en AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas. Sé que Macondo no existe tal y como lo describe García Márquez, pero es que no necesito creérmelo para disfrutarlo. El amor, como todo arte, ni es literalmente cierto ni necesita serlo. Es más… ¡ES QUE NO DEBE! o no sería arte, sería mera copia, reportaje o reflejo puro. Que, además, es imposible, pues ni el artista es un espejo pasivo ni la realidad algo que se pueda reflejar objetivamente con la nitidez unívoca de una imagen real.
Entender la cruda, material, bioquímica y evolutiva raíz del amor y aún así idolatrar las experiencias sublimes que nos permite vivir: ¿Qué puede haber más mágico que transformar a conciencia el mero instinto reproductivo en gloria pura, poesía arrebatada, paraíso suprahumano y razón que basta para vivir ilusionado? Me ocurre con la naturaleza bioquímica del amor como con mi edad, que tiendo no a minimizarla, sino a exagerarla. ¿Para qué? ¡Pues para revalorizar como me conservo, que tendrá más mérito cuantos más años tenga! Conocí una mujer algo mayor que yo de turgencias posadolescentes y elegancia innata, de una vertiginosa verticalidad gótica, sensualidad espontánea y una mirada de fuego helado derritiendo las esmeraldas turquesa de sus ojos… y que guardaba su edad bajo siete llaves, como el secreto más vergonzante de su vida. Todo lo contrario: intuyo que tendría sobre los 50, pero si me hubiera dicho que tenía 55 o 60 todavía la habría admirado más que si bordeara la cuarentena. Cualquiera es bello con 20 años, pero quien sea capaz de serlo a los 60… eso si que tiene mérito.
3. EL VALOR DE LOS AMADOS.
Ninguna de mis reflexiones tiene la menor intención de quitarle valor alguno al ser amado. Al revés: entender los factores contextuales del amor, más allá del valor individual del amado, prueba que ese amor es lo suficientemente fuerte para no necesitar toda esa poesía de saldo que mucha gente precisa para convencerse que están enamorados. La perfección objetiva del otro, universos y dioses conspirando a favor o en contra de los amantes, destinos y méritos, medias naranjas y confabulaciones telúricas… para mí, esta poesía barata es el doping del amor, las ilícitas substancias artificiales que necesitan los que no atinan a competir en el amor con la mera fuerza de sus sentimientos desnudos. Para mí, los verdaderos amores sólidos no necesitan creerse estribillos de canción edulcorada, tramas de culebrón ni coelhadas altisonantes para justificarse. Para qué inventarse astracanadas grandilocuentes cuando con la mera y humilde realidad del otro ya sobra.
Reconocer que enamorarse es construir castillos en el aire no le quita el menor mérito a la construcción, y mucho menos a la persona que nos la inspira. Toda forma de amor –principalmente, el erótico- es la forma más primaria de imaginación, por lo que todo objeto de nuestro amor es fruto de nuestra propia idealización. Pero nada de todo esto quita la más mínima validez a la persona elegida. ¿Por qué elegimos una persona a idealizar y no otra? Por supuesto, la persona amada tiene todo el mérito personal en que la elijamos como la materia prima con la que elaboramos nuestra pasión… de fabricación casera. Y entenderlo valora más al ser amado, por amarlo por lo que es, sin necesidad de más trampas y artificios que aquellos con los que el amor engalana insoslayablemente al ser amado. Por muy objetivos que pretendamos ser, aún cuando creamos no estarnos haciendo trampas al solitario, nos las estaremos haciendo… Así que imagínate hasta dónde llegaremos si ni nos damos cuenta.
EMPODERAMIENTO Y SENTIDO
En mis artículos arremeto contra algunos de los topicazos más castrantes del romanticoideo imperante en aras de prestigiar el amor, el amante y el amado. Creo firmemente que clichés aceptados como entrega autolaudatoria y amor admirable (Sin ti no soy nada, no puedo vivir sin ti, te quiero más que a mi vida, sin ti nada tiene sentido, eres mi vida entera, tu ausencia me roba el aire, etc.) le quitan toda validez al amor, pues cargarlo de necesidad y dependencia le roba al amante la libertad que legitima toda elección. ¿Realmente me elige quien sin mí no puede vivir, no es nada o se asfixia? Y si se presenta el desamor… ¿Cómo no voy a morir de dolor si creo que sin esa persona la vida no merece la pena ser vivida?
Al confrontar los lugares comunes más atroces del romanticoideo no ataco al amor, sino a las concepciones esclavistas y desvalorizantes con que lo engalanamos creyendo, curiosamente, que lo idealizamos y nos hacemos más dignos de ese amor cuando es necesitado, apocado y obligatorio para subsistir que cuando es una elección íntegra, responsable y asertiva.
EN DEFENSA DE LA FANTASÍA
Lo he repetido hasta el cansancio, aunque yo nunca me cansaré de repetirlo: el ser humano no se relaciona directamente con la realidad, sino con su interpretación subjetiva de la misma tejida con los relatos personales que sobre ella hilvana. Por lo tanto, lejos de mi intención atacar las narraciones y peliculeos de nadie, mucho menos el negar el derecho a fantasear, y todavía menos con el amor. Yo mismo lo hago: ¿Habrá alguien más iluso que yo, empecinado en creerse constructos improbables como la igualdad, la erradicación del hambre y el derecho humano a una sanidad y educación igual para todo dios? ¿O que la formación transforma vidas, personas y colectivos enteros?
Pero, ¿Por qué me creo a pies juntillas estos cuentos? Sencillamente, porque me empujan a convertirme en mejor persona y que esa mejora individual redunde en la sociedad entera, no porque sean más empíricamente ciertos que los del vecino (tan arbitrarios y subjetivos como los míos). Me dejo seducir, arrobar e ilusionar por mis cuentos ideológicos como si fueran impepinablemente ciertos para llenar el depósito de la motivación e ilusión, los mejores combustibles para la acción inteligente y el placer de implementarla. En el momento que esos cuentos –o cualquier otro- me frenarán o me empujaran a convertirme en peor persona, me lanzaría a buscar frenéticamente razones para revocarlos. ¿Por falsos? No: por castrantes.
Fabrícate las fantasías que mejor te cuadren respecto al amor, pero intenta que sean sostenibles y no puedan volverse contra ti si al ser amado se le tuerce el rumbo en el futuro. Mientras se mantenga recto, ni te lo plantees. De torcerse, no lo dudes y empieza a arrancarle los galones apócrifos que la cultura y las convenciones han otorgado a las concepciones más romantiques (en francés, novelescas) del amor erótico.
Recuerda que cualquier tipo de amor es una creación tuya, nunca tú una de él. A los apóstoles anarcocarcas de barra de bar, cuando simplifican hasta la caricatura pontificando “Todos son iguales: a mí no me interesa la política”, acostumbro a recordarles la frase de Yves Montand: “Si no te ocupas de la política, ella se ocupará de ti”. Pues con tus amores, igual: si no te ocupas tú de darles la forma deseada, ya se encargarán ellos de darte a ti la forma que a ellos les dé la gana, te haga ésta disfrutar o sufrir, ayude o castre a tus seres amados.
Para variar, cuestión de adueñarte de tu libertad para elegir.