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AMOR Y PASIONES: sus Verdades más Falsas

Probablemente, el amor es la emoción más sentida y más anhelada del repertorio sentimental humano, y supongo que por ello ha sido la más banalizada, tergiversada, sublimada y ninguneada por los más atroces topicazos y lugares comunes. Pasto de clichés, grandilocuencias rimbombantes, mamarrachadas sexistas y todo tipo de pastiches acaramelados, el amor es la emoción más decisiva, vibrante, y significativa de nuestra existencia. Y siendo la más importante para nuestra felicidad, ergo la más necesaria de entender y gestionar… es sin duda alguna la más malinterpretada. Clichés como “Sin ti no soy nada”, “Te quiero más que a mi vida”; “No se puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad”, “Mi mástil en la tormenta”… nos llevan a una imagen distorsionada y limitante que, al haberse convertido en paradigma cultural, ha parasitado hasta desfigurar nuestro concepto del amor. Y lo peor: nos han provocado toneladas de sufrimiento innecesario, falsificando amores rotundamente ciertos y autentificando pasiones nefastamente apócrifas.

Porque… ¿Qué es realmente el amor? ¿Cómo se construye y se destruye? ¿Por qué y de qué manera nos hace sufrir y disfrutar tanto? Y lo más importante, ¿Se puede incidir sobre él para que juegue a favor de nuestra felicidad en vez de atentar contra ella? Si te interesa saberlo…

1. ¿QUÉ ES EL AMOR? ¿AMOR O AMORES?
Según José Antonio Marina, el Amor es la “Percepción de algo o alguien que despierta en el espectador un sentimiento de agrado, interés, armonía, deleite, arrobo, éxtasis, enajenación y que se continúa con un movimiento de atracción y deseo. Se puede sentir por cosas, ideas o personas, y despierta deseos de unión, posesión, compañía, disfrute, bien del otro y cuidado”.

Toda emoción consta de los dos ingredientes principales que nos permiten reconocerlas y diferenciarlas entre ellas: sensaciones (agradables o desagradables) e intensidad (activación o desactivación física). La tristeza, el aburrimiento o la desidia son emociones desagradables de sentir y desactivadoras físicamente; el odio, la rabia o la ira son igualmente desagradables, pero nos ponen las pilas. Por el contrario, la relajación o la tranquilidad son agradables y desactivadoras, mientras la euforia o el entusiasmo son tan agradables como activadoras.

Pero amamos tanto a mascotas, ideas, padres e hijos como a amantes a los que deseamos desde la pulsión sexual y sus emociones adyacentes. ¿En qué se parece y en qué se diferencia un amor del otro?

Simplificándolo mucho, los griegos hablaban de dos tipos de amor: el Eros (amor sexuado, pareja y amantes colaterales) y el Ágape o Filos (amistad, familia, ideas…). Evidentemente, toda forma de amor es agradable (tal vez no sus consecuencias, tal vez no nuestras evaluaciones, tal vez no las situaciones que creemos a partir de él), por lo que tanto el Eros como el Ágape –Filos se sitúan claramente en la banda de las emociones placenteras. ¿Qué los diferencia? La carga de activación o desactivación física que comportan: mientras que el Eros conlleva necesariamente tensión muscular y aumento del ritmo cardíaco y del patrón de respiración, el Ágape – Filos comporta relajación muscular y descenso del ritmo cardíaco y respiratorio. Por ello, no sólo su naturaleza sino las acciones a las que nos predisponen serán necesariamente diferentes. Y sus finalidades, amenazas y oportunidades.

2. ¿PARA QUÉ SIRVE Y CÓMO NOS AFECTA?

Ya sabemos de post anteriores que las emociones, principalmente, sirven para preparar cabeza y cuerpo para un determinado curso de pensamiento y acción. Las emociones agradables y desactivadoras donde se circunscribe el amor – ágape (como la tranquilidad) nos preparan para la reflexión pausada, el cuidado, la paciencia o el consenso.

A su vez, las agradables que nos aceleran con las que se emparenta el amor- eros (como la euforia) tienen como función desactivar las partes del cerebro que se dedican al pensamiento crítico en cargado de encontrar fallos y disonancias en busca de cosas que no funcionan. ¿Nos suena el discurso transido de un enamorado sobre la perfección absoluta del amante? Pues a veces puede referirse a virtudes presuntamente reales del ser amado, pero siempre se deberá en mayor o menor medida a la desactivación química del propio pensamiento crítico. En la cúspide del amor – eros, encontrarle fallos al amante o a la vida en general es como intentar ver… sin ojos. ¿También nos suena la utilidad de intentar razonar con alguien enamorado de algún indeseable? Pues eso… Además, a menor sentido crítico, mayores posibilidades de saltarnos a la torera las manías que acompañan zonas tan llenas de tabús culturales y bactereológicamente complicadas como los genitales que, tarde o temprano, el amor erótico acaba llamando a escena.

El amor erótico también nos predispone fisiológicamente al sexo tensando músculos y acelerando ritmo cardíaco y respiración para enviar la sangre allá donde más se necesite (miembros y extremidades). Y si la sangre está en cualquier miembro del cuerpo no está en el cerebro… y los cerebros pobremente oxigenados no piensan con eficiencia. Como la sangre es un bien limitado, Perogrullo diría que sí está en un sitio no está en otro. De ahí que la calidad de los pensamientos frenéticos y obsesivos del amor apasionado acostumbra a dejar mucho que desear. A la inversa, pero por razones idénticas, darle muchas vueltas al coco (para las que el cerebro necesita consumir oxígeno) no facilita precisamente que la sangre fluya hasta según qué miembros que la precisan para sus cometidos y que, de comernos mucho la cabeza, pueden verse faltos de ella.

Así que la evolución nos ha moldeado la bioquímica para que el aminoácido que segregamos al amar eróticamente nos anule el sentido crítico y active muscularmente el cuerpo, y todo ello para facilitar que el instinto de reproducción doblegue la voluntad en caso de duda. El amor erótico nos obsesiona, monopoliza e idealiza al ser amado para poner nuestro mente al servicio de la propagación de los genes, objetivo primordial –junto con la supervivencia- de nuestro cerebro reptiliano. El amor erótico –como el orgasmo- es la zanahoria con la que el instinto nos incita al sexo como súmmum de comunión última con el ser amado.

3. LA CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA DEL AMOR COMO SENTIMIENTO

Ya vimos en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana. que, como cualquier otra emoción, el amor es un conjunto de sensaciones físicas provocadas por sustancias químicas que el cerebro destila como respuesta a la información externa que recibe y, sobre todo, a las significaciones y evaluaciones internas que sobre ella realiza. La información influye en cualquier emoción, y mucho, pero lo que la determina es nuestra propia evaluación de esa información, más o menos neutra hasta que nuestra subjetividad la significa.

El amor es tanto una emoción (cuando brota automático, involuntario e inconscientemente) como un sentimiento (cuando elaboramos cognitivamente la emoción instintiva). Sobre la primera, poco control llegamos a tener a la corta; sobre el segundo, todo el que aprendamos a ejercer. De eso parece ir la Inteligencia Emocional.

El amor como emoción espontánea brota; como sentimiento, se construye voluntariamente (aunque no necesariamente consciente de qué hacemos y cómo pensamos para construirlo). La emoción es materia prima; el sentimiento su transformación en producto elaborado; la emoción puede entrar desde fuera, el sentimiento sale de dentro; la emoción puede venir del otro; el sentimiento, de uno mismo.

De todo esto se deriva que:

a) Lo que determina a largo plazo las consecuencias del amor en nuestra vida no es la emoción a bote pronto, sino el sentimiento elaborado a bote tarde. Un flechazo espontáneo, si no lo adobamos con los relatos desaforados, poética mística y exageraciones propias del proceso de enamoramiento, se queda en mero calentón puntual sin mayor trascendencia práctica.

b) El sentimiento lo fabricamos con nuestros pensamiento y creencias, así que podemos aprender a reforzarlas o debilitarlas en función de si nos resultan limitantes o potenciadoras. El sentimiento, al ser fruto de la suma emoción + pensamiento, nos permite incidir sobre él a partir de aprender a pensar de maneras que acoten o amplíen progresivamente la magnitud (y consecuencias conductuales) del sentimiento del amor… en función de si nos endulza o nos desgarra la existencia. Tal vez seamos más o menos marionetas de la emoción amor, pero somos los titiriteros de los hilos del sentimiento amoroso. O podemos aprender a serlo.

4. DOMESTICAR LO SALVAJE, ASALVAJAR LO DOMESTICADO

El objetivo respecto al amor es el propio de toda emoción: utilizarlo nosotros a él en función del contexto y en aras de nuestra felicidad, en vez de que él nos utilice a nosotros para ningunearnos la existencia. Lo mismo ocurre con la tristeza, la rabia, la relajación, la euforia o el asco, sólo que el amor es la más determinante de todas las emociones. Por dos razones principales: primera, porque es la emoción que más sentido y realización otorga a nuestra vida; segunda, porque es, probablemente junto a la ira y el asco, la que conecta más directamente con los instintos más arraigados por la evolución en nuestro cerebro primitivo (y ya sabemos que, cuanto más instintiva y arcaica, más complejo incidir sobre la emoción). El amor es no sólo la emoción más decisiva, sino la más difícil. Por ello, el reto de gestionarla resulta doblemente necesario.

No es sólo que el amor sea un arma de doble filo (fuente de la máxima felicidad o amargura): es que el propio filo también es doble. Con el amor puedes cortarte por, parapetados de supuesto pragmatismo y tirando más del miedo a perder que de la ilusión por ganar, dejar de disfrutar a la persona que realmente amas. Pero también puedes cercenarte la vida, tirando de impulsividad mal entendida y travistiendo de temeridad el mero pánico a la soledad, dejándote llevar a relaciones tóxicas blandiendo el amor como excusa inapelable y cheque en blanco que todo lo justifica. El reto del manejo inteligente del amor es doble y ambiguo, además de complejo: ni domesticar el lado salvaje que nos permite vivir intensamente y con autenticidad con la persona verdaderamente amada ni dejarnos llevar por ese lado salvaje a relaciones dolorosas, desiguales o profundamente denigrantes e insatisfactorias.

He visto gente muy diferente cortarse con uno u otro lado del filo del amor. En lo que todos sí coinciden es en las amputaciones lacerantes que se han provocado de por vida con uno u otro filo.

5. CONCLUYENDO…

Entender la elaboración subjetiva y arbitraria del amor, cómo y qué pensamos para convertir a alguien en objeto de nuestra pasión, así como su base físico química, no le quita la más mínima importancia al amor como el verdadero, principal y prioritario motor del ser humano. Es más, entenderlo más allá de boutades de telenovela previsible, concursito de Tele 5 o estribillo manido de radio fórmula a mí me lo hace admirar y anhelar todavía más. La magia del amor, como cualquier otra, no estriba en creerse el truco, sino en disfrutar de la sorpresa, ilusión y felicidad que nos produce. Para que un mago sea bueno, ¿Hace falta que haga desaparecer realmente a personas, que las despedace físicamente o que saque de su esófago verdaderas barajas o kilómetros de pañuelos? ¿Si realmente no lo hace, eso lo convierte en mal mago? ¡Todo lo contrario! El mago es aquella persona que nos hace creer todo ello sin que sea cierto ni haga falta alguna que lo sea. La magia no es admirable porque sea literalmente cierta (como el cine, o la literatura o cualquier forma arte, todas tan ambiciosamente ciertas como literalmente falsas), sino porque su presencia trastoca la mera, previsible e insípida realidad en un prodigio cotidiano, inverosímil y fascinante. El amor es mágico porque es capaz de transformar la más anodina rutina en la más vertiginosa de las aventuras.

Entender el amor por lo que es y cómo funciona no le quita magia alguna (repito, todo lo contrario). Eso sí: nos facilita esa misión imposible, tan insoslayablemente necesaria para vivir una vida plena y feliz, que es ponerle brújulas a nuestros amores para que nos lleven allá dónde queremos ir. Si cualquier emoción puede amargarnos la vida caso de gobernarnos como a marionetas (la Ira puede llevarnos a la cárcel, la tristeza a la depresión, la ansiedad a la taquicardia, el miedo a la angustia, la euforia al atolondramiento), la más potente, mágica y decisiva de las emociones puede destrozárnosla sin miramientos, pues al ser la emoción que más atañe a nuestros instintos más profundos, es la que más sufrimiento espontáneo nos puede producir. Yo no dejaría el botón nuclear en manos de un primate exclusivamente primario e instintivo como el cerebro más primitivo. No sé tú: Yo hilaría algo más fino. Entre someternos sumisos a los instintos más primarios y castrarnos al negarlos de raíz, vete tú a saber si existe un justo medio mucho más interesante.

Me rindo a los pies del amor, la más bella de las experiencias humanas en cualquiera de sus dimensiones y destinatarios. Precisamente por ello, me niego a regalarle un estatus de fuerza ciega, tiránicamente ajena a mi voluntad y dispuesta a zarandearme el alma en la dirección que le dé la gana cuándo y cómo mejor le plazca. El amor como instinto meramente primario y ajeno a la voluntad propia no se diferencia gran cosa del mero celo o el instinto de protección de las crías de cualquier otro animal, por lo que no me parece digno de elogio especial. Me niego a degradarlo así, y por eso os animo en el próximo artículo a continuar entendiéndolo, matizándolo y perfilándolo hasta convertirlo en esa emoción mágica que es el amor humano. Que empieza en el instinto animal de reproducción y conservación de la especie, claro, pero no por ello debemos resignarnos a que termine tan cerca de él. El amor humano es mucho más… a menos que nosotros lo limitemos a furores primarios, sumisiones acríticas e impulsos automatizados por el instinto más antagónico a nuestros valores, creencias y objetivos en la vida.

El amor es la más deliciosa, bella y sublime de las emociones humanas. Intuyo que la verdadera razón para vivir: amar y ser amado, mucho y bien. Sta. Teresa definió el infierno como “El lugar dónde no se ama” y es por ello por lo que me niego a abandonarlo en el limbo simploide del romantiqueo más manido, superficial y castrante del amor como yugo avasallador, panacea para todos los males o cheque en blanco que justifique cualquier acción blandiéndolo como patente de corso que todo lo excusa. Ni como amantes ni como padres.

No le echemos la culpa al amor de lo que nosotros atinemos a hacer con él. Y de eso irá el próximo artículo: de aprender a manejarlo. Con tanto coraje y autenticidad como sentido común y consciencia. Pero, sobre todo, lejos de papanateos de opereta (timoratos o enajenados, cobardones o suicidas) tratando de disfrazar de pasión ajena el desamparo propio ni de madurez responsable lo que no es más que puro pánico a la incertidumbre. Amar como humano conlleva alejarse de ambos extremos letales para el amor sano.

No somos las víctimas del amor, sino sus protagonistas. Eso sí: protagonizar nuestros amores conlleva aprender a hacerlo. ¿Qué podemos hacer para apropiarnos y aprovechar nuestro amor? ¿Cómo, concretamente, podemos matizarlo, construirlo, atemperarlo o reforzarlo? Eso ya se merece otro artículo. El próximo, para ser exactos: el que irá de sus verdades más falsas… hasta sus mentiras más ciertas.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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