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EL ANTÍDOTO DE LA SOLEDAD II: los Pilares de la Autoestima

Tanto en DEL TEMPERAMENTO AL CARÁCTER: la soledad como anécdota como en EL ANTÍDOTO DE LA SOLEDAD compartimos las oportunidades peligros, contradicciones y paradojas de la soledad humana. También vimos que la soledad siempre llega (antes o después, feliz o amargamente, dejando caricias o heridas), y que disfrutar profundamente de amigos, parejas, hijos o padres requiere aprender a no necesitarlos desesperadamente. Pero… ¿Se puede no depender de los que tanto se ama? ¿Qué hace que disfrutemos o suframos la soledad? ¿Qué transforma la soledad en privilegio enriquecedor en vez de una condena a sufrir? Si te interesa saberlo…

SOLEDAD Y AUTOESTIMA
Mi experiencia personal y profesional me ha mostrado que la clave de la soledad satisfecha es la construcción de la propia autoestima, y hacerlo requerirá de conocer y aprender a erigir sus pilares. La autoestima no es flor de un día ni fruto aleatorio de cualquier semilla plantada al azar, sino el resultado de cimentar lo que permite sostenerla. Y, como cualquier otra construcción, la autoestima sucumbirá bajo el peso de su propia inconsistencia de no asentarla sobre unos pilares firmes y bien enraizados en nuestra realidad.

Desde objetivos desmotivadores, creencias limitantes, desconocimiento profundo de quienes somos, conductas contrarias a nuestros valores y valores que no se reflejan por ningún lado en nuestro día a día, convertiremos la autoestima en una quimera. Y la baja autoestima provoca dependencias, y nada resquebraja más la autoestima que las dependencias explícitas o de facto. Bienvenidos al círculo vicioso de la baja autoestima y la alergia a la soledad, el causante de tantas relaciones tóxicas y conductas interpersonales de una torpeza impropia de nuestro talento.

Aunque tendamos a considerarla como un rasgo fijo del carácter, la autoestima no es un plato precocinado que ya nos encontramos hecho, sino fruto de toda una preparación de alta –o baja- cocina. ¿Cómo se preparan y cuáles son los principales ingredientes de la autoestima?

I. LOS PILARES DE LA AUTOESTIMA

1. OBJETIVOS MOTIVADORES. No hay mejores cimientos para la autoestima que la ilusión por conseguir sueños largamente deseados. Una vida plagada de retos y metas entusiasmantes no tiene porqué devaluar la presencia de los seres amados pero matiza los rigores de su ausencia, pues evita que utilicemos a esos demás, precisamente, para camuflar o hacer soportable la escasez de ilusiones en primera persona. Las penas con pan son menos, ¿Verdad? Pues los periodos de soledad, desde la autoestima colmada por la ilusión ante los propios retos, también…

2. PREPARACIÓN PARA CONSEGUIRLOS. Todos tenemos sueños ilusionantes. Cada uno los suyos, en función de sus creencias, valores, educación o temperamento: desde comprarse una casa o tener un hijo pasando por aprender un idioma, ganar peso, vivir no sé dónde o trabajar en que sé yo qué. ¿Qué hace que a veces sintamos que nada nos ilusiona? A menudo, no es que carezcamos de sueños, sino que los descartamos a priori al catalogarlos de inaccesibles. Pero la mayoría de objetivos descartados por irreales no “son” imposibles: en el peor de los escenarios, tal vez lo sean ahora… desde el nivel actual de habilidades y competencias. ¿Es imposible para mí hablar chino, empatizar con homófobos o parásitos clasistas, conducir globos, trabajar un día a la semana o preparar un tataki de atún? Ahora, si; cuándo haya aprendido sintaxis y fonética china, mejore mi escucha activa y mis planes de acción, las reglas aeroestáticas y los ingredientes del plato, estaré perfectamente capacitado para todo ello. Y lo mejor de estos aprendizajes necesarios para poder acometer nuestros objetivos más golosos es que pueden ser, per se, una fuente inagotable para esa autoestima que acota los malestares potenciales de la soledad. El aprendizaje conlleva curiosidad, sorpresa e ilusión, todas ellas emociones incompatibles con la tristeza que destila el cóctel baja autoestima-soledad.

3. HACER LO QUE NOS MOTIVA… Y MOTIVARNOS CON LO QUE HACEMOS. Ya mencioné los dos caminos de Tolstoi a la felicidad: hacer lo que se quiere, o querer lo que se hace. Así que una de las claves de acceso a la felicidad en singular es cambiar lo que tengamos que cambiar en nuestra vida personal y profesional para hacer más lo que más nos motiva. La otra, el aprender a disfrutar más de lo que ya hacemos, que seguro que estrujándonos las meninges podremos encontrar modos y maneras que multipliquen por 100 los aspectos más amables de nuestra vida actual y dividan por 100 los más agrestes. Y, muy a menudo, el secreto estriba en hacer las dos cosas a la vez, pues la satisfacción presente es el mejor trampolín del talento y confianza para deshacernos de lo que nos sobra y conseguir lo que nos falta.

Cuanto más vibre con lo que hago y cuanto más haga lo que me hace vibrar, mejor opinión me mereceré y más a gusto estaré conmigo. Y cuanto mejor nos llevemos con nosotros mismos, mejor estaremos sin la presencia obligatoria de los demás para sentirnos bien. Voilà el círculo virtuoso de la motivación y la soledad fértil.

4. DOMESTICAR EL CEREBRO. Pero de nada sirve conseguir hasta el último de nuestros sueños si dejamos que el cerebro campe a sus anchas y decida prestar atención a lo primero que le venga en gana. ¿Por qué? Pues porque, como ya vimos en El milagro de la cordura y Las emociones: ¿Aliados o enemigos?, el cerebro tiende a focalizar su atención en la detección de peligros, disonancias e imperfecciones. Y si además de la propia función del cerebro, nosotros como individuos tenemos tendencias temperamentales al miedo, el catastrofismo, la culpabilidad o la búsqueda incansable de potenciales amenazas que prevenir… de nada servirá disfrutar de todo lo deseado. Si tengo el 99’9% de mi casa limpia como una patena, pero sucumbo a la tentación de focalizar el 100% de mi atención en el 0’01% que esté sucio… ¿Cómo me voy a sentir? Obviamente insatisfecho, defraudado, triste… emociones todas ellas que a la larga minan la autoestima. Y desde la baja autoestima aniquilamos el placer de estar con uno mismo, ergo multiplicamos exponencialmente la clandestina necesidad de delegar la propia felicidad en los demás.

5. AUDITORÍA DE CREENCIAS. No sé dónde leí que lo importante no son las respuestas a las que lleguemos, sino el tipo de preguntas que nos formulemos. Como vimos en Si no lo creo, no lo veo, las creencias determinan tanto lo que sentimos como lo que hacemos. Por ello, para no dejarnos arrastrar por aquellos automatismos primarios que nos hagan sufrir, debemos explicitar nuestras creencias, hacerlas conscientes y refutar, con información bien fundamentada, aquellas que nos saboteen la autoestima. ¿Qué pienso realmente de mí mismo? ¿Qué necesitaría tener / sentir / disfrutar / conseguir para mejorar mi auto opinión? ¿Cómo evalúo y significo el tener lo que tengo y carecer de lo que carezco? ¿Qué me cuento para sentir más dolor por carecer de ello que ilusión por conseguirlo? ¿Qué me digo inconsciente y espontáneamente de mí y mi situación vital? ¿Me permito mis errores pero me comprometo a corregirlos o me culpabilizo por cometerlos y no hago nada por dejar de incurrir en ellos?

También conviene auditar nuestras creencias respecto a la propia soledad, si ésta nos socaba la autoestima. ¿Qué pienso realmente que es la soledad? ¿Cómo evalúo y significo el hecho de estarlo puntualmente? ¿Qué me digo inconsciente y espontáneamente ante la ausencia de según quiénes? ¿En qué pienso cuándo estoy solo? ¿Qué hago con mi tiempo en singular?

Las respuestas a estas preguntas serán creencias potenciadoras o limitantes que marcarán nuestra autoestima, emociones y conductas. Desde según qué creencias limitantes, resultará imposible esa autoestima ponderada que permite disfrutar la soledad.

III. AUTOESTIMA Y LIBERTAD.

El ingrediente básico de la felicidad es la libertad, y no somos libres de elegir lo que necesitamos para sobrevivir. Libertad es lo contrario de adicción, de exigencia, de requisito sine qua non más allá de nuestro poder de decisión voluntaria. No somos libres de respirar, y si necesitamos a alguien en concreto -o los demás en general- como al aire, no lo estamos eligiendo: nos lo estamos autoimponiendo, pervirtiendo una deliciosa elección soberana en una obligación apabullante que nos somete en vez de liberarnos. Por eso es tan importante aprender a construirnos una sólida autoestima, pues sólo desde ella podremos elegir -y no depender- de esos demás amados que tanto sentido, placer y felicidad nos aportan con su compañía. Y no nos engañemos: la propia naturaleza bulímica del amor hará que, en mayor o menor medida, algo siempre los necesitemos. Si encima no hacemos nada por aminorar esa necesidad, o lo hacemos todo por incrementarla… El deseo de los seres queridos es como conducir cuesta abajo: mejor frenar, ya que la propia gravedad e inercia de su peso nos hará descender a velocidades de vértigo. Si encima ponemos punto muerto, o incluso aceleramos, las probabilidades de hostiazo emocional se multiplicarán exponencialmente. Hostia que siempre será muy verosímil y socorrido achacar a la pendiente, pero que se deberá exclusivamente a nuestra manera de conducir.

La principal fuente de felicidad del gregarísimo humano son las relaciones interpersonales de calidad, y pocas podrán construirse desde la dependencia desamparada en la que tanto influye la baja autoestima. Nada hay más bello en la vida que el amor a amigos, familiares, compañeros y amantes y ese amor, obviamente, sólo se vive plenamente en su compañía. Pero es precisamente la necesidad imperiosa de esos seres amados lo que devalúa su presencia y nos impide exprimirle hasta la última gota de su placer. Nada degrada más una relación que la desesperación de alguien que se siente naufrago aferrándose a alguien como del único mástil para no ahogarse en la tormenta de sus necesidades afectivas.

Vindicar la soledad es vindicar las relaciones de calidad, tan sólo accesibles desde una autoestima equilibrada y lúcida. Me niego a aceptar que el miedo a la soledad convierta la principal fuente de felicidad -las relaciones humanas- en su principal fuente de sufrimiento, como demasiado a menudo acaba sucediendo desde las grietas de la autoestima.

Una vez más, la mejor inversión en los demás es la inversión en uno mismo. Nunca darás mejor que cuando no necesites que el otro reciba, agradezca y valore lo recibido. Tal vez ésta sea la verdadera generosidad del amor autosuficiente, ese al que uno sólo puede optar desde la soledad fértil y su pilar básico: la autoestima.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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