Tanto en DEL TEMPERAMENTO AL CARÁCTER: la soledad como anécdota como en EL ANTÍDOTO DE LA SOLEDAD compartimos las oportunidades peligros, contradicciones y paradojas de la soledad humana. También vimos que la soledad siempre llega (antes o después, feliz o amargamente, dejando caricias o heridas), y que disfrutar profundamente de amigos, parejas, hijos o padres requiere aprender a no necesitarlos desesperadamente. Pero… ¿Se puede no depender de los que tanto se ama? ¿Qué hace que disfrutemos o suframos la soledad? ¿Qué transforma la soledad en privilegio enriquecedor en vez de una condena a sufrir? Si te interesa saberlo…
SOLEDAD Y AUTOESTIMA
Mi experiencia personal y profesional me ha mostrado que la clave de la soledad satisfecha es la construcción de la propia autoestima, y hacerlo requerirá de conocer y aprender a erigir sus pilares. La autoestima no es flor de un día ni fruto aleatorio de cualquier semilla plantada al azar, sino el resultado de cimentar lo que permite sostenerla. Y, como cualquier otra construcción, la autoestima sucumbirá bajo el peso de su propia inconsistencia de no asentarla sobre unos pilares firmes y bien enraizados en nuestra realidad.
Desde objetivos desmotivadores, creencias limitantes, desconocimiento profundo de quienes somos, conductas contrarias a nuestros valores y valores que no se reflejan por ningún lado en nuestro día a día, convertiremos la autoestima en una quimera. Y la baja autoestima provoca dependencias, y nada resquebraja más la autoestima que las dependencias explícitas o de facto. Bienvenidos al círculo vicioso de la baja autoestima y la alergia a la soledad, el causante de tantas relaciones tóxicas y conductas interpersonales de una torpeza impropia de nuestro talento.
Aunque tendamos a considerarla como un rasgo fijo del carácter, la autoestima no es un plato precocinado que ya nos encontramos hecho, sino fruto de toda una preparación de alta –o baja- cocina. ¿Cómo se preparan y cuáles son los principales ingredientes de la autoestima?
I. LOS PILARES DE LA AUTOESTIMA
1. OBJETIVOS MOTIVADORES. No hay mejores cimientos para la autoestima que la ilusión por conseguir sueños largamente deseados. Una vida plagada de retos y metas entusiasmantes no tiene porqué devaluar la presencia de los seres amados pero matiza los rigores de su ausencia, pues evita que utilicemos a esos demás, precisamente, para camuflar o hacer soportable la escasez de ilusiones en primera persona. Las penas con pan son menos, ¿Verdad? Pues los periodos de soledad, desde la autoestima colmada por la ilusión ante los propios retos, también…
2. PREPARACIÓN PARA CONSEGUIRLOS. Todos tenemos sueños ilusionantes. Cada uno los suyos, en función de sus creencias, valores, educación o temperamento: desde comprarse una casa o tener un hijo pasando por aprender un idioma, ganar peso, vivir no sé dónde o trabajar en que sé yo qué. ¿Qué hace que a veces sintamos que nada nos ilusiona? A menudo, no es que carezcamos de sueños, sino que los descartamos a priori al catalogarlos de inaccesibles. Pero la mayoría de objetivos descartados por irreales no “son” imposibles: en el peor de los escenarios, tal vez lo sean ahora… desde el nivel actual de habilidades y competencias. ¿Es imposible para mí hablar chino, empatizar con homófobos o parásitos clasistas, conducir globos, trabajar un día a la semana o preparar un tataki de atún? Ahora, si; cuándo haya aprendido sintaxis y fonética china, mejore mi escucha activa y mis planes de acción, las reglas aeroestáticas y los ingredientes del plato, estaré perfectamente capacitado para todo ello. Y lo mejor de estos aprendizajes necesarios para poder acometer nuestros objetivos más golosos es que pueden ser, per se, una fuente inagotable para esa autoestima que acota los malestares potenciales de la soledad. El aprendizaje conlleva curiosidad, sorpresa e ilusión, todas ellas emociones incompatibles con la tristeza que destila el cóctel baja autoestima-soledad.
3. HACER LO QUE NOS MOTIVA… Y MOTIVARNOS CON LO QUE HACEMOS. Ya mencioné los dos caminos de Tolstoi a la felicidad: hacer lo que se quiere, o querer lo que se hace. Así que una de las claves de acceso a la felicidad en singular es cambiar lo que tengamos que cambiar en nuestra vida personal y profesional para hacer más lo que más nos motiva. La otra, el aprender a disfrutar más de lo que ya hacemos, que seguro que estrujándonos las meninges podremos encontrar modos y maneras que multipliquen por 100 los aspectos más amables de nuestra vida actual y dividan por 100 los más agrestes. Y, muy a menudo, el secreto estriba en hacer las dos cosas a la vez, pues la satisfacción presente es el mejor trampolín del talento y confianza para deshacernos de lo que nos sobra y conseguir lo que nos falta.
Cuanto más vibre con lo que hago y cuanto más haga lo que me hace vibrar, mejor opinión me mereceré y más a gusto estaré conmigo. Y cuanto mejor nos llevemos con nosotros mismos, mejor estaremos sin la presencia obligatoria de los demás para sentirnos bien. Voilà el círculo virtuoso de la motivación y la soledad fértil.
4. DOMESTICAR EL CEREBRO. Pero de nada sirve conseguir hasta el último de nuestros sueños si dejamos que el cerebro campe a sus anchas y decida prestar atención a lo primero que le venga en gana. ¿Por qué? Pues porque, como ya vimos en El milagro de la cordura y Las emociones: ¿Aliados o enemigos?, el cerebro tiende a focalizar su atención en la detección de peligros, disonancias e imperfecciones. Y si además de la propia función del cerebro, nosotros como individuos tenemos tendencias temperamentales al miedo, el catastrofismo, la culpabilidad o la búsqueda incansable de potenciales amenazas que prevenir… de nada servirá disfrutar de todo lo deseado. Si tengo el 99’9% de mi casa limpia como una patena, pero sucumbo a la tentación de focalizar el 100% de mi atención en el 0’01% que esté sucio… ¿Cómo me voy a sentir? Obviamente insatisfecho, defraudado, triste… emociones todas ellas que a la larga minan la autoestima. Y desde la baja autoestima aniquilamos el placer de estar con uno mismo, ergo multiplicamos exponencialmente la clandestina necesidad de delegar la propia felicidad en los demás.
5. AUDITORÍA DE CREENCIAS. No sé dónde leí que lo importante no son las respuestas a las que lleguemos, sino el tipo de preguntas que nos formulemos. Como vimos en Si no lo creo, no lo veo, las creencias determinan tanto lo que sentimos como lo que hacemos. Por ello, para no dejarnos arrastrar por aquellos automatismos primarios que nos hagan sufrir, debemos explicitar nuestras creencias, hacerlas conscientes y refutar, con información bien fundamentada, aquellas que nos saboteen la autoestima. ¿Qué pienso realmente de mí mismo? ¿Qué necesitaría tener / sentir / disfrutar / conseguir para mejorar mi auto opinión? ¿Cómo evalúo y significo el tener lo que tengo y carecer de lo que carezco? ¿Qué me cuento para sentir más dolor por carecer de ello que ilusión por conseguirlo? ¿Qué me digo inconsciente y espontáneamente de mí y mi situación vital? ¿Me permito mis errores pero me comprometo a corregirlos o me culpabilizo por cometerlos y no hago nada por dejar de incurrir en ellos?
También conviene auditar nuestras creencias respecto a la propia soledad, si ésta nos socaba la autoestima. ¿Qué pienso realmente que es la soledad? ¿Cómo evalúo y significo el hecho de estarlo puntualmente? ¿Qué me digo inconsciente y espontáneamente ante la ausencia de según quiénes? ¿En qué pienso cuándo estoy solo? ¿Qué hago con mi tiempo en singular?
Las respuestas a estas preguntas serán creencias potenciadoras o limitantes que marcarán nuestra autoestima, emociones y conductas. Desde según qué creencias limitantes, resultará imposible esa autoestima ponderada que permite disfrutar la soledad.
III. AUTOESTIMA Y LIBERTAD.
El ingrediente básico de la felicidad es la libertad, y no somos libres de elegir lo que necesitamos para sobrevivir. Libertad es lo contrario de adicción, de exigencia, de requisito sine qua non más allá de nuestro poder de decisión voluntaria. No somos libres de respirar, y si necesitamos a alguien en concreto -o los demás en general- como al aire, no lo estamos eligiendo: nos lo estamos autoimponiendo, pervirtiendo una deliciosa elección soberana en una obligación apabullante que nos somete en vez de liberarnos. Por eso es tan importante aprender a construirnos una sólida autoestima, pues sólo desde ella podremos elegir -y no depender- de esos demás amados que tanto sentido, placer y felicidad nos aportan con su compañía. Y no nos engañemos: la propia naturaleza bulímica del amor hará que, en mayor o menor medida, algo siempre los necesitemos. Si encima no hacemos nada por aminorar esa necesidad, o lo hacemos todo por incrementarla… El deseo de los seres queridos es como conducir cuesta abajo: mejor frenar, ya que la propia gravedad e inercia de su peso nos hará descender a velocidades de vértigo. Si encima ponemos punto muerto, o incluso aceleramos, las probabilidades de hostiazo emocional se multiplicarán exponencialmente. Hostia que siempre será muy verosímil y socorrido achacar a la pendiente, pero que se deberá exclusivamente a nuestra manera de conducir.
La principal fuente de felicidad del gregarísimo humano son las relaciones interpersonales de calidad, y pocas podrán construirse desde la dependencia desamparada en la que tanto influye la baja autoestima. Nada hay más bello en la vida que el amor a amigos, familiares, compañeros y amantes y ese amor, obviamente, sólo se vive plenamente en su compañía. Pero es precisamente la necesidad imperiosa de esos seres amados lo que devalúa su presencia y nos impide exprimirle hasta la última gota de su placer. Nada degrada más una relación que la desesperación de alguien que se siente naufrago aferrándose a alguien como del único mástil para no ahogarse en la tormenta de sus necesidades afectivas.
Vindicar la soledad es vindicar las relaciones de calidad, tan sólo accesibles desde una autoestima equilibrada y lúcida. Me niego a aceptar que el miedo a la soledad convierta la principal fuente de felicidad -las relaciones humanas- en su principal fuente de sufrimiento, como demasiado a menudo acaba sucediendo desde las grietas de la autoestima.
Una vez más, la mejor inversión en los demás es la inversión en uno mismo. Nunca darás mejor que cuando no necesites que el otro reciba, agradezca y valore lo recibido. Tal vez ésta sea la verdadera generosidad del amor autosuficiente, ese al que uno sólo puede optar desde la soledad fértil y su pilar básico: la autoestima.