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Arquitecturas de la Depresión I: la Profesionalización de la Amargura

Todos tenemos tropiezos, contratiempos, decepciones… ¿Por qué unas personas se deprimen y otras no? ¿O porqué la misma persona lo hace unas veces y otras no? ¿Es la depresión una consecuencia irrevocable de los hechos, o precisan de nuestra colaboración? ¿Hacemos algo para deprimirnos? Y saber lo que hacemos, ¿Nos puede ayudar a evitarlas… siempre?

Estas son algunas de las preguntas por cuyas respuestas llevo una vida entera leyendo, pensando y hablando. Pero a estas preguntas eternas quiero añadir algunas de nuevo cuño: ¿Y porqué no puedo deprimirme? ¿Qué narices es esto de ser feliz? ¿Por qué puñetas TENGO que serlo? ¿No estará sobredimensionada la realización personal? ¿No será todo esto de la felicidad una nueva trampa del sistema para hacerme producir más y convertirnos en bobos acríticos más fácilmente manipulables? Si alguno de vosotros está hasta la coronilla de tanto pensamiento positivo, tanta poesía de saldo, tanto blog de pelirrojo iluminado exhortándonos a sentirnos realizados, os aconsejo seguir leyendo. Tras el siguiente enlace se esconden los arcanos más secretos y eficientes de la plena infelicidad, las justificaciones definitivas del estrés, el mosqueo y la decepción eterna. En este primer artículo sobre las arquitecturas de la depresión, me planteo una serie de estrategias poderosas (primero) y consejos sencillos (después) para que, definitivamente, mandéis al carajo (y con renacido orgullo) esa manía contemporánea de intentar ser feliz a toda costa.
Es un hecho contrastado desde la neurobiología hasta todas las ciencias sociales: las personas felices son más productivas, piensan menos y consumen más (¿Y no será por ello por lo que nos intentan adoctrinar en la obligación de ser felices?). En próximas semanas continuaré desgranando consejos sencillos y prácticos de cómo rebelaros contra la pérfida dictadura de la felicidad, pero dejadme empezar por el disco duro, el meollo de la infelicidad. Me propongo enseñaros a convertir todo contratiempo en un casus belli que nos impida disfrutar de la vida y nos justifique (ante propios y ajenos) el sentirnos profunda y constantemente desdichados e impotentes. Recordadlo, camaradas: ¡A la revolución por la amargura! ¡El optimismo es reaccionario! ¡En pie, depresiva legión! ¡La desilusión os hará libres! Si queréis libraos, para siempre, de las tentaciones insidiosas con las que algún apóstol de la superación personal os intentará embelesar, aquí tenéis un primer método infalible para rebatir sus falacias simplistas.

REINTERPRETANDO EL FRACASO como lo que es: una catástrofe eterna y absoluta

La vida está llena de posibles contratiempos potencialmente descorazonadores: algún problema de salud o molestia física, una dificultad laboral o una discusión de pareja, unos hijos que no actúan como yo necesito que hagan para sentirme buen padre, un puntual bajón anímico, un árbitro paraborbónico profundizando a golpe de silbato los Decretos de Nueva Planta… Todas estas dificultades (que coincidiremos que tienen entre poco y absolutamente nada de agradables) per se no pasarían de incomodidades puntuales. Todo aquello no deseado que nos sucede puede provocarnos un grado de tristeza mayor o menor en función de su impacto en nuestra vida… a menos que nosotros lo pasemos por el tamiz de nuestra (todavía por estrenar) maestría en amargarnos la vida. Para que una sola una de estas contrariedades consiga arruinarnos el ánimo y convertir la tristeza más o menos marcada en una rotunda depresión (bien profunda y bien larga, que una leve y cortita se la provoca cualquier aficionado), debemos hacer este sencillo, ameno y amargante ejercicio en tres fases:

1. DE PUNTUAL A PERMANENTE. Coge ese contratiempo y deja de considerarlo algo acotado al momento y de consecuencias reversibles, y conviértelo en algo permanente e irreversible. No es que ahora te duela la espalda, te falte algún kilo, te sientas abatido o no te entiendas con tu pareja: ¡Es que siempre va a ser así! Un dolor, al saber que tiene una fecha de caducidad, dolerá igual, pero se sobrelleva mucho mejor. Lo que eleva una dolencia de dolorosa a insoportable es imaginarse que SIEMPRE dolerá igual (o peor). ¿Qué la situación es mala AHORA en tu trabajo? Te sentirás más o menos preocupado, pero si te persuades (pues recuerda, tienes una bola de cristal capaz de adivinar el futuro sin margen alguno de error) de que los problemas profesionales durarán SIEMPRE… entonces nada ni nadie podrá arrebatarte tu legítima y bien ganada angustia, ansiedad, estrés y depresión. ¿Qué no te sientes bien AHORA con tu pareja? Convéncete de que no es ahora, sino que así sucederá SIEMPRE. Repite el ejercicio con todos los ámbitos de tu vida (con uno sólo sería de mero amateur, y recuerda que tú estás convirtiéndote en una estrella de la depresión), no sea que aparezca alguno que funcione bien y te chafe la guitarra de la incipiente opera prima de tu tan a pulso ganada amargura.

2. DE ESPECÍFICA A GENERAL. Cuando aparezca cualquier dificultad, no la desperdicies circunscribiéndola únicamente al ámbito de tu vida al que pertenece: ¡Amplíala al resto de dimensiones de tu existencia! ¿Por qué limitar el alcance tóxico de una discusión de pareja al ámbito meramente sentimental, cuándo puedes convertirlo en la prueba irrefutable de que TODA tu vida va mal? ¿Por qué negarle al sentimiento de contrariedad, angustia o tristeza por tu trabajo la oportunidad de contaminar tu ánimo respecto a la pareja, la salud, la sociedad o la familia? Por Dios: ¡Recuerda que eres un profesional de la Amargura! ¿Cómo vas a cometer los mismos errores que esos advenedizos principiantes que sólo se hunden de vez en cuando y cuándo las cosas les salen particularmente mal? Si te duele la espalda, no podrás ser buen padre; si ganas poco o trabajas mucho, como vas a reírte con tu pareja; si no te llevas bien con tu pareja, como vas a ir al cine con tus hijos, jugar con ellos, leer o tomar unas cervezas.

3. DE LA CONDUCTA A LA IDENTIDAD. Last but not least… Si algo sale mal en tu vida, ni se te ocurra pensar que pudiera deberse (en mayor o menor medida) a cómo has atinado a manejar la situación o que el guiso de tu situación es fruto de los ingredientes utilizados y la manera concreta de cocinarlos. Jamás: alecciónate hasta persuadirte de que el guiso ES ASÍ, y que tendrá idéntico gusto independientemente de lo que uses para prepararlo. ¿Qué discutes mucho y mal con tu pareja? No se debe a que no dispongáis de según qué habilidades comunicativas: es que SOIS así (y siempre lo seréis) ¿Qué no disfrutas del trabajo? Es que el trabajo ES y tú ERES así, y nada cambiará hagas lo que hagas. Como bien nos muestra la experiencia, si caminas hacia el sur, vas hacia el sur. Y si caminas hacia el norte… ehhh… ¡También al sur! ¡Y punto! ¡Y no consientas que ningún vendepatrias al servicio del FMI te dé esperanzas de cambio! Será jodido, pero que a gusto está uno regodeándose en su inevitable e irreversible derrota definitiva. ¿Le vas a permitir a cualquiera que te vuelva a inculcar los nervios, la incertidumbre y el vértigo de cuándo todavía sentimos que algo importante está por ganarse o perderse? Venga ya…

Que no te quepa la menor duda: todo lo que va a mal ahora lo irá siempre (y a peor); Que algo importante no vaya como tú quieres es la prueba de que toda tu vida va mal; y lo más importante: tu vida va mal porque tú eres así. De albergar siquiera la más mínima sospecha de que cambiando condimentos o procesos un guiso sabría diferente… ¡Te haría sentir culpable, insoportablemente culpable! E incluso algo mucho peor que la culpabilidad: te podría abrir la puerta a hacer algo diferente y llegar a encontrar una solución a esas dificultades (sea por eliminarlas, sea por aprender a convivir con ellas). Y como remate: una vez abierta la puerta a las posibilidades de cambio, se colarían ciertas emociones absolutamente proscritas para el profesional de la desilusión en el que aspiras a convertirte: motivación, curiosidad, esperanza, deseo… ¡Va de retro, Satanás!

Sólo de mencionar la posibilidad de sentirlas, los Benditos Cofrades de la Santa Amargura nos arriesgamos al anatema emocional y a la más que merecida excomunión y destierro a las peligrosas tierras de la responsabilidad y la ilusión (con el potencial de angustia y decepción que ya sabes que conllevan, con lo que duele sentirlas y con lo a salvo de ellas que está en la resignación).

Recuerda los tres mandamientos sagrados ante un contratiempo: 1) No es ahora, será siempre; 2) No es eso, es todo y 3) No es lo que haces, es lo que eres. Y si caes en la tentación de no practicar estos tres mandamientos: ¡Al rincón de pensar! Y a rezar, como penitencia, alguno de nuestros dogmas fundacionales: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”; “Detrás de mí vendrán quienes bueno me harán”, etc.).

Todos estos consejos son el antídoto necesario para una teoría tan falsa como reaccionaria conocida como Indefensión Aprendida (escrita por Martin Selligman, conocido quintacolumnista a sueldo de la CIA, el FMI y la Asociación de Amigos del Perro de Caza para lavarnos el cerebro). Pero, a lo largo de este curso avanzado de amargura profesional, aprenderemos a tergiversar las enseñanzas de colaboracionistas como Sto. Tomás de Aquino, Sartre, Rafael Echeverría, Nietzsche, Watzlawick, Nardone y muchos otros. Toda ayuda es poca para alcanzar las excelsas cotas de desilusión a las que los amargados profesionales firmemente aspiramos.

No lo olvides: la vida per se nunca va a regalarte las dosis de amargura que necesitas para disfrutar de la seguridad que regala la resignación absoluta. ¡La vida necesita de tu manera de pensar para ello! Ella te aportará la materia prima en forma de contratiempos (por suerte, acostumbra a ser generosa con ella) pero necesita de tu expertise para que la signifiques de la manera más descorazonadora, impotente y limitante posible.

Xavier Antich escribió en uno de sus artículos que “No hay nada más confortable que una situación, por precaria que sea, a la que ya nos hemos acostumbrado”. Posibles cambios, aunque apunten a mejor, dan miedo porque generan incertidumbre, y pensar que algo malo será siempre y absolutamente igual resultará doloroso a la corta, pero a la larga actúa como el antídoto definitivo contra la incertidumbre. Recuerda que quien se convence de haber perdido todo ya nunca más siente el miedo a perder nada. ¿Qué paz no? Me recuerda… a la de los cementerios.

De todas las maneras de amargarse la vida, la más eficiente es convencernos de que la felicidad no depende de nosotros. Y caso de que apareciera algún iluminado inconsciente intentando convencernos de lo contrario, revolvernos violentamente contra sus argumentos. ¿Qué oscuras intenciones o qué candideces intelectuales tendrá quien nos plantee no sólo que es posible construirnos una vida a medida sino que, además, tenga la desfachatez de ofrecer estrategias y herramientas para hacerlo?

La catedral de tu resignación precisa de una primera piedra angular: considerar la realización personal un timo y su búsqueda una pérdida de tiempo que sólo nos llevará a grandes decepciones y problemas aún mayores. “Virgencita, que me quede como estoy…” Y así seguirás. Si ya te gusta, ¿Para qué complicarte la vida, verdad?
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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