Todos tenemos tropiezos, contratiempos, decepciones… ¿Por qué unas personas se deprimen y otras no? ¿O porqué la misma persona lo hace unas veces y otras no? ¿Es la depresión una consecuencia irrevocable de los hechos, o precisan de nuestra colaboración? ¿Hacemos algo para deprimirnos? Y saber lo que hacemos, ¿Nos puede ayudar a evitarlas… siempre?
Estas son algunas de las preguntas por cuyas respuestas llevo una vida entera leyendo, pensando y hablando. Pero a estas preguntas eternas quiero añadir algunas de nuevo cuño: ¿Y porqué no puedo deprimirme? ¿Qué narices es esto de ser feliz? ¿Por qué puñetas TENGO que serlo? ¿No estará sobredimensionada la realización personal? ¿No será todo esto de la felicidad una nueva trampa del sistema para hacerme producir más y convertirnos en bobos acríticos más fácilmente manipulables? Si alguno de vosotros está hasta la coronilla de tanto pensamiento positivo, tanta poesía de saldo, tanto blog de pelirrojo iluminado exhortándonos a sentirnos realizados, os aconsejo seguir leyendo. Tras el siguiente enlace se esconden los arcanos más secretos y eficientes de la plena infelicidad, las justificaciones definitivas del estrés, el mosqueo y la decepción eterna. En este primer artículo sobre las arquitecturas de la depresión, me planteo una serie de estrategias poderosas (primero) y consejos sencillos (después) para que, definitivamente, mandéis al carajo (y con renacido orgullo) esa manía contemporánea de intentar ser feliz a toda costa.
Es un hecho contrastado desde la neurobiología hasta todas las ciencias sociales: las personas felices son más productivas, piensan menos y consumen más (¿Y no será por ello por lo que nos intentan adoctrinar en la obligación de ser felices?). En próximas semanas continuaré desgranando consejos sencillos y prácticos de cómo rebelaros contra la pérfida dictadura de la felicidad, pero dejadme empezar por el disco duro, el meollo de la infelicidad. Me propongo enseñaros a convertir todo contratiempo en un casus belli que nos impida disfrutar de la vida y nos justifique (ante propios y ajenos) el sentirnos profunda y constantemente desdichados e impotentes. Recordadlo, camaradas: ¡A la revolución por la amargura! ¡El optimismo es reaccionario! ¡En pie, depresiva legión! ¡La desilusión os hará libres! Si queréis libraos, para siempre, de las tentaciones insidiosas con las que algún apóstol de la superación personal os intentará embelesar, aquí tenéis un primer método infalible para rebatir sus falacias simplistas.
REINTERPRETANDO EL FRACASO como lo que es: una catástrofe eterna y absoluta
La vida está llena de posibles contratiempos potencialmente descorazonadores: algún problema de salud o molestia física, una dificultad laboral o una discusión de pareja, unos hijos que no actúan como yo necesito que hagan para sentirme buen padre, un puntual bajón anímico, un árbitro paraborbónico profundizando a golpe de silbato los Decretos de Nueva Planta… Todas estas dificultades (que coincidiremos que tienen entre poco y absolutamente nada de agradables) per se no pasarían de incomodidades puntuales. Todo aquello no deseado que nos sucede puede provocarnos un grado de tristeza mayor o menor en función de su impacto en nuestra vida… a menos que nosotros lo pasemos por el tamiz de nuestra (todavía por estrenar) maestría en amargarnos la vida. Para que una sola una de estas contrariedades consiga arruinarnos el ánimo y convertir la tristeza más o menos marcada en una rotunda depresión (bien profunda y bien larga, que una leve y cortita se la provoca cualquier aficionado), debemos hacer este sencillo, ameno y amargante ejercicio en tres fases:
1. DE PUNTUAL A PERMANENTE. Coge ese contratiempo y deja de considerarlo algo acotado al momento y de consecuencias reversibles, y conviértelo en algo permanente e irreversible. No es que ahora te duela la espalda, te falte algún kilo, te sientas abatido o no te entiendas con tu pareja: ¡Es que siempre va a ser así! Un dolor, al saber que tiene una fecha de caducidad, dolerá igual, pero se sobrelleva mucho mejor. Lo que eleva una dolencia de dolorosa a insoportable es imaginarse que SIEMPRE dolerá igual (o peor). ¿Qué la situación es mala AHORA en tu trabajo? Te sentirás más o menos preocupado, pero si te persuades (pues recuerda, tienes una bola de cristal capaz de adivinar el futuro sin margen alguno de error) de que los problemas profesionales durarán SIEMPRE… entonces nada ni nadie podrá arrebatarte tu legítima y bien ganada angustia, ansiedad, estrés y depresión. ¿Qué no te sientes bien AHORA con tu pareja? Convéncete de que no es ahora, sino que así sucederá SIEMPRE. Repite el ejercicio con todos los ámbitos de tu vida (con uno sólo sería de mero amateur, y recuerda que tú estás convirtiéndote en una estrella de la depresión), no sea que aparezca alguno que funcione bien y te chafe la guitarra de la incipiente opera prima de tu tan a pulso ganada amargura.
2. DE ESPECÍFICA A GENERAL. Cuando aparezca cualquier dificultad, no la desperdicies circunscribiéndola únicamente al ámbito de tu vida al que pertenece: ¡Amplíala al resto de dimensiones de tu existencia! ¿Por qué limitar el alcance tóxico de una discusión de pareja al ámbito meramente sentimental, cuándo puedes convertirlo en la prueba irrefutable de que TODA tu vida va mal? ¿Por qué negarle al sentimiento de contrariedad, angustia o tristeza por tu trabajo la oportunidad de contaminar tu ánimo respecto a la pareja, la salud, la sociedad o la familia? Por Dios: ¡Recuerda que eres un profesional de la Amargura! ¿Cómo vas a cometer los mismos errores que esos advenedizos principiantes que sólo se hunden de vez en cuando y cuándo las cosas les salen particularmente mal? Si te duele la espalda, no podrás ser buen padre; si ganas poco o trabajas mucho, como vas a reírte con tu pareja; si no te llevas bien con tu pareja, como vas a ir al cine con tus hijos, jugar con ellos, leer o tomar unas cervezas.
3. DE LA CONDUCTA A LA IDENTIDAD. Last but not least… Si algo sale mal en tu vida, ni se te ocurra pensar que pudiera deberse (en mayor o menor medida) a cómo has atinado a manejar la situación o que el guiso de tu situación es fruto de los ingredientes utilizados y la manera concreta de cocinarlos. Jamás: alecciónate hasta persuadirte de que el guiso ES ASÍ, y que tendrá idéntico gusto independientemente de lo que uses para prepararlo. ¿Qué discutes mucho y mal con tu pareja? No se debe a que no dispongáis de según qué habilidades comunicativas: es que SOIS así (y siempre lo seréis) ¿Qué no disfrutas del trabajo? Es que el trabajo ES y tú ERES así, y nada cambiará hagas lo que hagas. Como bien nos muestra la experiencia, si caminas hacia el sur, vas hacia el sur. Y si caminas hacia el norte… ehhh… ¡También al sur! ¡Y punto! ¡Y no consientas que ningún vendepatrias al servicio del FMI te dé esperanzas de cambio! Será jodido, pero que a gusto está uno regodeándose en su inevitable e irreversible derrota definitiva. ¿Le vas a permitir a cualquiera que te vuelva a inculcar los nervios, la incertidumbre y el vértigo de cuándo todavía sentimos que algo importante está por ganarse o perderse? Venga ya…
Que no te quepa la menor duda: todo lo que va a mal ahora lo irá siempre (y a peor); Que algo importante no vaya como tú quieres es la prueba de que toda tu vida va mal; y lo más importante: tu vida va mal porque tú eres así. De albergar siquiera la más mínima sospecha de que cambiando condimentos o procesos un guiso sabría diferente… ¡Te haría sentir culpable, insoportablemente culpable! E incluso algo mucho peor que la culpabilidad: te podría abrir la puerta a hacer algo diferente y llegar a encontrar una solución a esas dificultades (sea por eliminarlas, sea por aprender a convivir con ellas). Y como remate: una vez abierta la puerta a las posibilidades de cambio, se colarían ciertas emociones absolutamente proscritas para el profesional de la desilusión en el que aspiras a convertirte: motivación, curiosidad, esperanza, deseo… ¡Va de retro, Satanás!
Sólo de mencionar la posibilidad de sentirlas, los Benditos Cofrades de la Santa Amargura nos arriesgamos al anatema emocional y a la más que merecida excomunión y destierro a las peligrosas tierras de la responsabilidad y la ilusión (con el potencial de angustia y decepción que ya sabes que conllevan, con lo que duele sentirlas y con lo a salvo de ellas que está en la resignación).
Recuerda los tres mandamientos sagrados ante un contratiempo: 1) No es ahora, será siempre; 2) No es eso, es todo y 3) No es lo que haces, es lo que eres. Y si caes en la tentación de no practicar estos tres mandamientos: ¡Al rincón de pensar! Y a rezar, como penitencia, alguno de nuestros dogmas fundacionales: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”; “Detrás de mí vendrán quienes bueno me harán”, etc.).
Todos estos consejos son el antídoto necesario para una teoría tan falsa como reaccionaria conocida como Indefensión Aprendida (escrita por Martin Selligman, conocido quintacolumnista a sueldo de la CIA, el FMI y la Asociación de Amigos del Perro de Caza para lavarnos el cerebro). Pero, a lo largo de este curso avanzado de amargura profesional, aprenderemos a tergiversar las enseñanzas de colaboracionistas como Sto. Tomás de Aquino, Sartre, Rafael Echeverría, Nietzsche, Watzlawick, Nardone y muchos otros. Toda ayuda es poca para alcanzar las excelsas cotas de desilusión a las que los amargados profesionales firmemente aspiramos.
No lo olvides: la vida per se nunca va a regalarte las dosis de amargura que necesitas para disfrutar de la seguridad que regala la resignación absoluta. ¡La vida necesita de tu manera de pensar para ello! Ella te aportará la materia prima en forma de contratiempos (por suerte, acostumbra a ser generosa con ella) pero necesita de tu expertise para que la signifiques de la manera más descorazonadora, impotente y limitante posible.
Xavier Antich escribió en uno de sus artículos que “No hay nada más confortable que una situación, por precaria que sea, a la que ya nos hemos acostumbrado”. Posibles cambios, aunque apunten a mejor, dan miedo porque generan incertidumbre, y pensar que algo malo será siempre y absolutamente igual resultará doloroso a la corta, pero a la larga actúa como el antídoto definitivo contra la incertidumbre. Recuerda que quien se convence de haber perdido todo ya nunca más siente el miedo a perder nada. ¿Qué paz no? Me recuerda… a la de los cementerios.
De todas las maneras de amargarse la vida, la más eficiente es convencernos de que la felicidad no depende de nosotros. Y caso de que apareciera algún iluminado inconsciente intentando convencernos de lo contrario, revolvernos violentamente contra sus argumentos. ¿Qué oscuras intenciones o qué candideces intelectuales tendrá quien nos plantee no sólo que es posible construirnos una vida a medida sino que, además, tenga la desfachatez de ofrecer estrategias y herramientas para hacerlo?
La catedral de tu resignación precisa de una primera piedra angular: considerar la realización personal un timo y su búsqueda una pérdida de tiempo que sólo nos llevará a grandes decepciones y problemas aún mayores. “Virgencita, que me quede como estoy…” Y así seguirás. Si ya te gusta, ¿Para qué complicarte la vida, verdad?