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Entre el Sentimiento y la Razón: el Arte de Decidir... con Valor

¿Os habéis encontrado alguna vez ante dilemas presuntamente irresolubles? ¿Habéis dudado alguna vez entre dos caminos a priori antagónicos? ¿Os habéis reprochado alguna vez el haber tomado una decisión y no otra? Tal vez recordéis QUÉ decidisteis, pero… ¿Recordáis CÓMO lo decidisteis? ¿Qué estrategia utilizasteis? ¿En base a qué elegisteis una opción y otra? Y una vez elegido, ¿Hiciste algo para sentiros satisfechos frente a vuestra elección, o lo dejasteis al azar ajeno de los resultados?

Nos pasamos la vida decidiendo. Cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nuestra existencia es una larga sucesión de decisiones que van marcando los derroteros de nuestra cotidianidad. La inmensa mayoría de ellas, minilocuentes y rutinarias, las tomamos de manera automática, casi inconsciente, imperceptiblemente marcadas por los hábitos.

Pero de tanto en tanto, la rutina se resquebraja y el azar o la tozuda coherencia de las consecuencias de actos pasados nos enfrenta a disyuntivas que, por su carga emocional, nos obligan a replantearnos cuestiones esenciales. ¿Tomar ese trabajo o dejar aquel otro? ¿Cambiar de barrio, de ciudad, de país? ¿Estudiar esto o aquello? Cualquiera de estas cuestiones puede hacernos aflorar dudas, tal vez alguna que otra contradicción, que precisan de una clarificación y una decisión al respecto. ¿Y basarnos en qué nos permitirá tomar una decisión con un mínimo de propiedad, más allá de los caprichos y vaivenes de la inseguridad? Según mi experiencia, tanto profesional como personal, a partir de clarificar nuestros valores y nuestras emociones.

VALORES
Cualquier duda o presunta contradicción no es más que un conflicto de valores que, en una situación dada, sentimos que están enfrentados (comodidad o aventura; seguridad o realización personal; ir a más y mejor o asegurar lo que ya se tiene; disfrute o dinero; satisfacción o aceptación, etc.). Por debajo de cada duda transcurren, subterráneamente, dos o más valores que sentimos que entran en colisión y están en juego al tomar una decisión u otra. Sea la comodidad o el riesgo, sea la estabilidad o la superación… si dudamos es que sentimos que está en juego algo realmente importante para nosotros. Como veremos más adelante, resultará crucial saber QUÉ está en juego en nuestra decisión, y de todo ello qué es PRIORITARIO para nosotros.

EMOCIONES
Mientras más trascendencia tenga la cuestión sobre la que decidir, más carga emocional conllevará.; cuánta más carga emocional, más difícil nos resultará pensar con la claridad y rigor que requieren todas las decisiones importantes. Y no hay decisiones con mayor calado emocional que aquellas relacionadas con iniciar o terminar una relación sentimental, la pareja, los padres y los hijos. Precisamente por su apabullante carga emocional requieren del contrapeso de una estrategia racional que nos permita decidir con claridad lo que más redunde en nuestra felicidad.

Recordad que (tal y como vimos, entre otros, en el post El lujo del Pesimismo) las emociones determinan la eficiencia de nuestras acciones y pensamientos y que, según qué emociones (ira, ansiedad, miedo, euforia, etc.), nos hacen actuar mal y reflexionar todavía peor. Acostumbramos a cometer las mayores estupideces desde la ira o la euforia desbocadas; acostumbramos a desperdiciar las mejores oportunidades que la vida nos brinda desde la tristeza, el miedo o la ansiedad.

Guiados por la ira o la euforia, tomaremos decisiones precipitadas escasamente críticas y basadas en el rush del momento. La bioquímica cerebral de ambas emociones desconectan aquellas áreas del cerebro dedicadas a pensar críticamente y calcular consecuencias a largo plazo, por lo que desde ellas tendremos muchos números para tomar decisiones pobremente reflexionadas y peor fundamentadas, precipitarnos y tomar decisiones… de las que con seguridad nos arrepentiremos. Desde estas emociones, conquistar el mundo es una mera cuestión de cerrar los ojos, apretar los dientes y saltar al vacío, sin haberle dedicado excesiva atención a establecer si abajo nos espera algún tipo de colchón que permita que el tocar de nuevo de pies a tierra se llame aterrizaje y no castañazo.

Maniatados por el miedo, la tristeza o la ansiedad, muy probablemente pecaremos de timoratos, fabricaremos compulsivamente razones y excusas para no hacer nada y quedarnos tal y como estamos, por muy incómoda o poco apetecible que la situación actual resulte. La bioquímica de estas emociones vuelve al cerebro una verdadera máquina de encontrar fallos a toda opción de avance, de inventarse o magnificar peligros reales, futuribles o febrilmente desquiciados… y hacernos sentir auténtica aversión a la más mínima excursioncita fuera de nuestra más -presuntamente- segura área de confort absolutísimo.

Ante situaciones cruciales de nuestra existencia (aquellas que sabemos que marcarán un antes y un después en nuestras vidas), acostumbramos a bailar de las primeras emociones a las segundas, en función de por dónde nos venga la rebolera hormonal ese día: si tristes o angustiados, reflexión sin decisión; si desde la ira o la euforia, decisión sin reflexión… en situaciones donde necesitamos pensar tanto como actuar.

ESTRATEGIA DE DECISIÓN
Os propongo una estrategia de decisión a caballo de ambas, intentando una alquimia inverosímil que extraiga lo mejor tanto de las emociones (fuerza motriz, energía en estado puro, guía de conductas, información visceral que nos ayuda a descubrir quiénes somos realmente y qué nos llena); como de la razón (capacidad crítica, introspección, autoconocimiento, cálculo de consecuencias a largo plazo). Ah! Y eliminar también lo peor de las emociones (precipitación, secuestro amigdalar, acriticismo o impulsividad) y de la razón (búsqueda de absolutos, seguridades a ultranza, parálisis por sobreanálisis). Los catalizadores de esta alquimia serán tanto las emociones como los valores. Trabajando con ambos, podremos optar a generar decisiones infinitamente mejor fundamentadas.

DESDE LOS VALORES

¿Qué está en juego en esta situación? ¿Qué de verdaderamente importante, más allá de los hechos, me hace dudar? ¿Entre qué y qué valor estoy eligiendo realmente?
De todo eso entre lo que estoy eligiendo, ¿Qué es lo más importante para mí? Más allá de miedos, convenciones, apriorismos y costumbres, ¿Qué es prioritario? ¿Cuáles son mis valores esenciales? ¿Qué me define, me satisface, me llena más?
¿Decidiendo qué satisfaría mejor mis valores esenciales? ¿Decidiendo qué los infringiría menos?
DESDE LAS EMOCIONES

¿Desde qué emoción actual estoy tratando de decidir?
Si es desde el ámbito de la ira, la euforia o la pasión erótica: esforcémonos por encontrar contrapesos racionales, ya que hay muchos números de estar poniendo la carreta por delante de los bueyes, estar dejando de lado información crítica o no teniendo en cuenta consecuencias a largo plazo. Desde la ira o la euforia acostumbramos a tomar decisiones… de las que nos arrepentiremos
Si es desde emociones como el miedo, la ansiedad o la tristeza: como contrapeso, analicemos críticamente hasta qué punto son verosímiles y/o probables los supuestos peligros o cataclismos que me impiden lanzarme a tumba abierta a por lo que deseo. Desde la tristeza o la ansiedad, tenemos muchos números de tomar decisiones timoratas que nos dejarán un profundo saber a fraude y cobardía al cabo de los años
¿Y UNA VEZ DECIDIDOS?
Evidentemente, tener en cuenta ni los valores ni las emociones nos garantiza absolutamente nada, pues las consecuencias de toda acción pertenecen al realmo de un futuro que, por muy bien o mal que decidamos o mucho que nos estrujemos las meninges pensando… nadie puede ni determinar ni conocer con seguridad. Lo único que ofrece esta estrategia es la certeza, salgan como salgan las cosas a partir de nuestra decisión, que en el momento de tomarla no hemos escatimado esfuerzos ni sinceridad para recabar toda la información que fuimos capaces y manejarla de la mejor manera que supimos. La conciencia de la absoluta integridad al decidir no es talismán garante para conseguir lo que queremos, pero si antídoto contra los reproches hirientes con los que los quinielistas del lunes acostumbramos a fustigarnos retrospectivamente.

Toda decisión de cambiar o continuar igual conlleva (como ya vimos en los posts Los Motivos de la Motivación y Del Mero Deseo al Firme Propósito) unos beneficios potenciales y un precio a pagar. Antes de decidir, resulta crucial tenerlos en cuenta para tomar una buena decisión. Pero tras decidir, resulta aún más crucial nuestra inteligencia para focalizar nuestra atención en los beneficios (y no en el precio) de la decisión tomada. La satisfacción respecto a la decisión dependerá tanto de los resultados como de la propia capacidad para centrar la atención en todo aquello de bueno que aporte el haber escogido lo escogido y renunciado a lo descartado. El inteligente, si decide comprarse un coche se centrará en los beneficios de hacerlo y si no, en los años de trabajo que se habrá ahorrado; el imbécil, hará lo contrario: si se lo compra, se lamentará del precio y si no, de no tenerlo.

Los que hayáis leído mi nota en Facebook sabréis que sólo he cumplido la mitad de la promesa que le hice a mi amigo respecto a su dilema erótico familiar. Soy consciente, y por ello me comprometo en el próximo post, a hablar sobre las intrincadas sinergias y contradicciones entre el amor pasional y el fraternal, entre el eros y el ágape. Y no sólo eso: también os hablaré del cúmulo de creencias limitantes con las que nuestra cultura judeocristiana nos ha imbuido a engalanar la pareja, la responsabilidad, la paternidad y maternidad y el mismo concepto de egoísmo. Para ello, compartiré con vosotros (ya me ha autorizado a ello) el caso de un cliente de hace años tuvo que enfrentarse a una disyuntiva para él desgarradora. Para solucionarla, no sólo tuvo que aplicar una estrategia de decisión eficiente, sino que antes tuvo que desafiar todo un arsenal de creencias limitantes sobre el egoísmo, la familia y la pareja que le impedían tomar una decisión.

Por todo ello, el post tal vez se llame “Las sandeces más castrantes del egoísmo”. O tal vez no. Espero que os apetezca averiguarlo la semana que viene
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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