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Atajos al Flow II: tus Creencias al Servicio del Flujo

En el post anterior Atajos al Flow: aprendiendo a construir experiencias pico, vimos como los momentos de flujo pueden transformar el esfuerzo que conlleva todo objetivo en una fuente intrínseca de placer. También vimos los beneficios estratosféricos de hacerlo (más hacer, más eficiente, más placentero), e incluso una manera de conseguirlo: a través del alineamiento de tus niveles neurológicos. Pero existen otras maneras de transformar las obligaciones en deliciosas experiencias pico y que, también, dependen exclusivamente de ti. Hoy os hablaré, concretamente, sobre cómo gestionar tus creencias en relación a las expectativas, la dificultad – competencia y el sentido de lo que haces, y como esa gestión puede impedir o facilitar tus momentos de flujo. Si te interesa saberlo…

I. LAS CREENCIAS COMO ATAJOS AL FLUJO.

 “Un mapa no es el territorio que éste representa pero, si es correcto, tiene una estructur similar a la del territorio; de ahí su utilidad”, Alfred Korzybski

Una vez más, permíteme recordarte que el ser humano no se relaciona directamente con la realidad, sino con las creencias que se forma respecto a ella. Como ya vimos en Si no lo creo, no lo veo y La invención de la realidad, el mundo exterior que nos rodea es demasiado grande, complejo y multidimensional como para que podamos abarcarlo en su totalidad con nuestro más que humilde cerebrín, por lo que nuestro pensamiento necesita simplificar y esquematizar ese mundo en forma de creencias genéricas que nos permitan orientar nuestras conductas en él. Estas creencias reducen el mundo a unas dimensiones operativas y accesibles a base de tamizar nuestras percepciones y experiencias a través de tres filtros:

Generalización: Transformar la percepción de las experiencias a base de escoger elementos o piezas concretas de un modelo y convertirlas en EL modelo, elevando las anécdotas seleccionadas a categorías que representan a todo el grupo al que las adscribimos.

Eliminación: Atender selectivamente determinados aspectos de nuestras experiencias, excluyendo todo aquello que quede fuera de las mismas. Tendemos a eliminar todas aquellas informaciones concretas que contradigan los modelos mentales ya formados mediante las generalizaciones.

Distorsión: Reelaborar los datos sensoriales que recibimos para que encajen y no cuestionen el modelo de mundo que nos hemos creado generalizando y eliminando, pues todo cambio de modelo nos hace sentir inseguros e incómodos. Para nuestro cerebro más primitivo (el que manda con el piloto automático) más vale una mala certeza que una buena incertidumbre.

Mediante estos tres procesos, nuestro cerebro confecciona mapas, del mundo en general y nuestra vida en particular, que nos permitan orientarnos en él. Todo mapa es un esquema simplificado del territorio que intenta representar y, como tal, su utilidad no se mide por la exactitud literal de la realidad representada, sino por su utilidad para guiarnos eficientemente a través de ella. Un mapa escala 1:1 de una ciudad no sólo es imposible: ¡Es que sería absolutamente inútil para guiarnos!

Así, tanto la idea que tengamos acerca de todo lo que determina las condiciones para el flujo (las expectativas, el equilibrio entre dificultad y competencia y el sentido de lo que hacemos) no son más que creencias y, como tales, meros mapas necesariamente inexactos de la realidad que simplifican a base de generalizar, eliminar y distorsionar. El rehacer estos mapas nos permitirá transformar los laberintos de la alienación en atajos al flujo. ¿Cómo?

II. GESTIONANDO EXPECTATIVAS

Satisfacción = Resultados -Expectativas. Una de las barreras más infranqueables para el flujo es la insatisfacción, una emoción que nos fabricamos de dos maneras muy sencillas: minimizando los resultados conseguidos o exagerando las expectativas (generalmente, las dos cosas a la vez). No hay flujo sin Satisfacción, y no puede haber satisfacción sin un equilibrio ponderado entre Resultados y Expectativas. Por suerte, y como ya vimos anteriormente, la satisfacción no sólo depende de los resultados (que, casi nunca, están bajo nuestro entero control), sino de cómo enmarcamos esos resultados en las expectativas internas que nos habíamos forjado previamente.

Por ello, ante la insatisfacción o la frustración impidiéndonos el flujo, podemos replantearnos:

¿Hasta qué punto son realistas esas expectativas? ¿Se basan más en datos objetivos y análisis ponderados… o son fruto de meras necesidades e impaciencias? ¿No emanará nuestra insatisfacción de pedirle peras al olmo?

Contestarnos estas cuestiones, honesta e inquisitivamente, puede llevarnos a reconsiderar nuestros resultados, ergo dotarnos de una paciencia y satisfacción que desbroce nuevos atajos a esos momentos de flujo que, consciente o inconscientemente, todos queremos vivir.

III. DIFICULTAD Y COMPENTENCIA: entre la angustia y el aburrimiento

El psicólogo M. Csikszentmihalyi (juro que no es broma, se llama así) basa sus teorías en explicar cómo llegamos a las experiencias pico si alcanzamos un equilibrio perfecto entra la dificultad que entraña una actividad y nuestro nivel de competencia para afrontarla. Opina que si la dificultad de la actividad excede nuestras competencias, nos veremos presos de la angustia al no sentirnos capacitados para acometerla con éxito. Por el contrario, si nuestras competencias sobrepasan de largo la dificultad requerida, nos abocaremos a un aburrimiento cómodo pero que, más tarde o más temprano, se tornará exasperante.

Tanto la angustia como el aburrimiento constituyen un obstáculo infranqueable para alcanzar el placer y la eficiencia del fluir. La buena noticia, como siempre, es que toda emoción emana insoslayablemente de nuestro pensamiento, y nuestras ideas sobre dificultades y competencias son creencias, no realidades (y como tales subjetivas, arbitrarias, incompletas y argumentables en función de su utilidad).

Así, frente a la angustia que nos provoca una actividad que se nos estima muy por encima de nuestras capacidades, podemos replantearnos:

¿Esta tarea entraña tantas dificultades como yo ahora percibo? Realmente, y aunque así fuera, ¿Yo tengo tan pocas competencias para acometerla? ¿Tantos recursos me faltan para afrontarla?

También podemos auditar las creencias que nos abocan al aburrimiento ante tareas que consideramos sencillas hasta el hastío, sin aliciente alguno para acometerlas con el entusiasmo que requiere la genialidad:

¿Esta tarea es tan fácil como parece? ¿Tan sobrado voy de competencias? ¿No podría plantearme mejoras, objetivos más ambiciosos, retos más motivadores que requieran más y mejores competencias de las que ya dispongo?

Si el aburrimiento y la angustia son los dos bromuros del fluir, la confianza y la pasión son los dos afrodisíacos. Y la fábrica de estas cuatro emociones es la misma: nuestras creencias. Y también el fabricante: nosotros. Es cuestión de decidir qué queremos empezar a producir en serie para nuestra vida.

IV. DEL QUÉ Y EL CÓMO AL PORQUÉ Y AL PARA QUÉ

“Quien tiene un porqué, acabará encontrando un cómo”, Viktor Frankl

Como vimos al hablar de los niveles neurológicos, el más profundo y determinante factor de nuestra satisfacción personal estriba en el sentido de identidad y misión de nuestra vida. Si conseguimos alinear nuestras conductas con nuestro sentido de quiénes somos y para qué queremos vivir, cualquier actividad es susceptible de transformarse en materia prima del flujo. Por muy nimia, aburrida, insignificante o penosa que pudiera parecer a priori.

Una anécdota atribuida a Miguel Ángel cuenta como el artista se sorprendió una mañana, durante la construcción de la catedral de Milán, al ver la expresión y la eficiencia de tres albañiles que participaban en su construcción. Los tres realizaban la misma tarea: colocar piedras una encima de otra uniéndolas con argamasa, pero los diferenciaba tanto la expresión de sus caras (uno triste y enfurruñado, otro narcóticamente ausente, otro embelesado y feliz) como su ritmo y calidad de trabajo (desde el más lento y estrictamente cumplidor al más rápido y perfeccionista). Acercándose a ellos, les formuló a los tres la misma pregunta: “¿Qué estáis haciendo?”, pero recibió tres respuestas diferentes. El más cariacontecido contestó levantando los hombros: “Coloco piedras y las uno para que no se caigan”; el ausente, sin inmutarse, dijo: “Levanto un muro”. El que parecía más feliz no dudó un segundo y contestó: “Ayudo a erigir las paredes de la casa de dios en la tierra”. Su tarea objetiva era idéntica; su manera de significarla subjetivamente, no. Y era ésta la que determinaba su satisfacción. Una satisfacción que ya sabemos que no depende de lo que hacemos, sino de como lo significamos.

El ser humano necesita un sentido más o menos trascendente a lo que hace, y el encontrarlo o no determina su grado de identificación o desapego respecto a la tarea que acometa. No hay mayor fuente de alienación que sentir como ajena la dedicación propia, y otro de los obstáculos infranqueables al flujo es la enajenación subyacente a la ausencia de sentido alguno de aquello que hacemos en y con nuestra vida personal y profesional. Viktor Frankl explica una técnica utilizada en los campos de concentración nazi para destruir la personalidad de los prisioneros más díscolos: llevar a cabo tareas, día tras día, sin el más mínimo propósito ni atisbo de finalidad (acarrear piedras de un punto A a un punto B durante la mitad de la jornada, para dedicar la otra mitad a devolverlas del punto B al A, por ejemplo). Según él, este suplicio era igual o más efectivo que el hambre o la tortura.

De todos los impedimentos al flujo ya mencionados, el más insalvable es la alienación, cuando sentimos que lo que hacemos y vivimos no tiene la más mínima relación con quiénes queremos ser ni para lo que queremos vivir. Pero, una vez más, toca resaltar que el alineamiento fruto de la incoherencia entre conductas, identidad y misión se basa en el conjunto de creencias que alberguemos sobre lo que hacemos y lo que somos, no sobre la actividad en sí. Exactamente igual que los tres albañiles de Miguel Ángel.

Ya dije que Tolstoi dijo que “hay dos maneras de ser feliz: o haciendo lo que uno quiere, o queriendo lo que uno hace”. Si las experiencias pico no aparecen ni por asomo por tu vida, tienes dos soluciones.

¿La más contundente? Reunir la determinación, el entusiasmo y el coraje para construirte una vida en la que mayoritariamente hagas lo que quieras. Para ello, dispones de todas las herramientas y métodos descritos en Qué es el Coaching y La vida como obra de arte.

¿La más rápida? Aprender a amar lo que vives, para lo que tal vez necesites replantearte tus creencias sobre el valor y trascendencia ontológica de lo que haces. Para ello puedes utilizar el siguiente set de preguntas a contestar con toda la honestidad, valentía e imaginación que sepas reunir:

¿Cuál es el sentido último de lo que hago? ¿Qué de crucial en mi vida me permite conseguir el hacerlo? ¿Para qué y quiénes lo hago? ¿Cómo serían sus vidas y la mía si yo no lo hiciera? ¿Qué dice de mí el dedicar tanto tiempo y esfuerzo a hacer lo que hago? ¿En qué clase de persona /madre / profesional me convierte? ¿Qué pienso de mí por hacerlo?

V. LA ELECCIÓN PERSONAL DE LA SATISFACCIÓN.

Todos conocemos gente que es más feliz con la mitad que otros con el doble. Yo no soy quién para decirte si debes conformarte con esa mitad o lanzarte desbocado a por el doble. Eso sí: si quieres que tu vida sea digna de ser vivida, o te lanzas a por todo lo que creas que te haga falta para vivir a la altura de quién eres y para qué vives, o reencuadras tus creencias hasta encontrar razones para disfrutar de lo que haces y por lo que lo haces. Vivas lo que vivas, tienes la capacidad de transformarlo en una sucesión interminable de experiencias pico si aprendes a gestionar tus creencias sobre resultados y expectativas, dificultad y capacidad y sobre cómo contribuye eso que haces con tu sentido de identidad y misión personal. Hasta la existencia más ardua y complicada puede convertirse en una experiencia única y memorable si aprendemos a aprovecharla como se merece.

Como siempre, de la lucidez de tus creencias depende. Y recuerda que son ellas las que te pertenecen a ti, no tú a ellas. Si decides aprender a ponerlas a tu servicio –no tú al suyo-, estarás desbrozando el atajo más directo a una vida desbordada de experiencias pico.

Los atajos al flujo están todos ahí, a tu entera disposición, a poco que te atrevas a desbrozarlos. Anímate: merece la pena el esfuerzo de recorrerlos.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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