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El Boomerang de la Ira

En los últimos posts, hemos hablado sobre que es la inteligencia emocional, las emociones y los sentimientos (Las emociones: ¿Aliados o enemigos?, ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana, LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES). Y justo en el inmediatamente anterior (Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje), de las diferentes técnicas para acabar gestionando los unos y las otras. Ahora toca aplicar las cuatro habilidades de la inteligencia emocional (Reconocer, Utilizar, Comprender y Gestionar: RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje, DESCONEXIÓN EMOCIONAL: razones, sinrazones… y precios, Utilizar y Conocer tus emociones) a cada una de las ocho emociones universales que, a caballo de las teorías de Paul Ekman y Daniel Goleman, son la base del resto de nuestro inabarcable repertorio emocional.

Hace meses ya analizamos en profundidad una de ellas: el Amor (AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, MÁSTILES III: El Amor según los demásDesamor: manual de instrucciones, DEL EROS AL ÁGAPE: el amor y el tiempo). Nos quedan la tristeza, el miedo, la vergüenza, la Aversión, la Sorpresa, la Alegría y la Ira. Y por esta última empezaremos.

¿Qué es realmente la Ira? ¿En qué nos ayuda y en qué nos complica la vida? ¿Para qué sirve y para qué no? ¿Cómo nos la fabricamos? Y lo más importante: ¿Podemos aprender a gestionarla? Si te interesa saberlo…

1. RECONOCIENDO LA IRA

Mi idolatrado J.A. Marina define la Ira en su Diccionario de Emociones como la “percepción de un obstáculo, una ofensa o una amenaza que dificultan el desarrollo de una acción o la consecución de los deseos y provoca un sentimiento de irritación, acompañado de un movimiento contra el causante y el deseo de apartarlo y destruirlo”.

Si recuerdas el termómetro emocional y sus cuatro cuadrantes, la ira se situaba en el que se definía por unas sensaciones desagradables que nos activaban fisiológicamente movilizando todas nuestras energías. La ira, como el odio, el resentimiento o la rabia, es una emoción extrovertida, activa y agresiva que activa nuestros mecanismos de defensa más ancestrales.

En cuanto campa a sus anchas por nuestro torrente sanguíneo la ira activa hasta el último rincón de nuestro cuerpo, acelerando el ritmo cardiaco y respiratorio para llevar el oxígeno necesario a unos músculos ya tensos y prestos a la acción explosiva e inmediata. Al mismo tiempo, nos hace fruncir el ceño y mejillas para achinar los ojos (y así focalizar la mirada monopolizándola con la fuente del agravio) y abrir la boca (para intimidar enseñando los dientes y chillando). Como resultado, nuestra posición corporal se yergue viniéndose arriba y volcando nuestro eje hacia adelante. Todo ello para predisponer y preparar óptimamente nuestro cuerpo y mente para el curso de acción que el cerebro ha determinado como más adaptativo (el ataque). La ira moviliza hasta la última de nuestras reservas de energía con el fin de lanzarnos contra el objeto a eliminar o reducir.

Así, siempre que sintamos este conjunto de fisiologías y sensaciones estaremos en estado de ira o alguna de sus hermanas o primas que podremos trabajar con las mismas herramientas (rabia, cólera, rencor, furia, indignación, resentimiento, irritabilidad, odio, enojo, etc.).

La ira, al ser una emoción explosiva por su alta carga energizante, resulta relativamente sencilla de reconocer fisiológicamente. Pero ojo, que también puede confundirse fácilmente con algunas otras emociones (la euforia o el miedo) que requerirán, como veremos en próximos post, de tratamientos diferentes para ser efectivos. También conviene aprender a reconocer si la ira brota espontánea como una emoción directa o es un sentimiento que deriva de la elaboración de otras emociones (principalmente, el miedo y las diferentes formas de tristeza pueden fácilmente desembocar en ella). Pero las dificultades de reciclaje de la ira no derivan de su reconocimiento, sino principalmente de su comprensión y gestión. Y en menor medida de su utilización.

2. UTILIZAR Y COMPRENDENDER LA IRA

Ya lo sabemos: la ira sirve para preparar cuerpo y mente para activarnos óptimamente en pos de un ataque que creemos que salvaguardará nuestra integridad física, moral o emocional. Para facilitar este curso de acción la ira, a su vez, facilita todo un conjunto de cambios fisiológicos: focalizar la mirada, colapsar la atención en la fuente de agravio y tensar al máximo los músculos (principalmente, las extremidades).

Pero tan importante como conocer que acciones facilita cada emoción resulta saber que acciones dificulta. La ira, al escatimarle oxígeno al cerebro al desviar la sangre hacia las extremidades, dificulta enormemente el razonamiento, las habilidades comunicativas y la empatía. Desde la ira el otro es un enemigo, demonizado hasta la caricatura, al que destruir (y para qué empatizar con lo que se quiere eliminar). La ira es una de las emociones más obsesivas, ya que la focalización de los sentidos en la afrenta impide atender a ninguna otra información que no esté directamente relacionada con ella. Así prepara la ira a la mente para seguir fabricando más y más argumentos que refuercen su determinación de demonizar al otro y atacar. Cuanto más convencidos de la amenaza injusta recibida, más ira; cuanta más ira, mejor preparados para atacar. Así se activa y retroalimenta el círculo vicioso y autoreferencial de la ira. Igual que el de cualquier otra emoción.

Amén del físico, fijaos en el panorama de la ira: reduce la información a aquella que corrobore el agravio sufrido e hiperactiva las áreas del cerebro especializadas en detectar peligros y agravios. Con la mirada afilada, el cerebro neurótico y los músculos crispados… ¿Qué haremos, ponernos a hacer ganchillo? Evidentemente, estar predispuesto a soltar hostias como panes. Con el martillo de la ira en la mano, absolutamente todo nos parecerá un clavo. Cualquier contratiempo, por muy insignificante que pudiera ser en otro momento, desde la ira nos enervará; toda mirada será desconfiada, todo descuido ajeno un insulto personal. Desde la ira, la vida, los demás y el planeta tierra en su conjunto sólo tienen un cometido: tocarnos las narices. Y de una manera tan inaceptable que, obviamente, requiere de un ataque para vengar las afrentas que se sucederán una tras otra. Tengámoslo en cuenta la próxima vez que entremos a casa enrabiados desde el trabajo (o viceversa): tal vez no sean los agravios los que provoquen nuestra ira, sino nuestra ira… los agravios.

Para su comprensión práctica, podemos definir la ira como el producto de una información sensorial significada como una ofensa e injusticia; un obstáculo inmerecido e ilegítimo ante objetivos importantes que requieren para su solución de respuestas agresivas, enérgicas y urgentes. De desafiar esta definición podremos generar los reencuadres cognitivos que os expondré a continuación para gestionar la ira.

3. APRENDIENDO A GESTIONARLA

Tres son las herramientas que podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestros ataques de ira:

FISIOLÓGICAMENTE
Si conocemos los patrones fisiológicos de la ira, confabularnos para alterarlos voluntariamente cambiará su intensidad

a) RASGOS FACIALES

Mejillas tensas → Relajadas

Ceño fruncido → Alisado

Boca abierta → Entreabierta

 Mandíbulas apretadas → Sueltas

b) CORAZÓN

Latido rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo)

c) RESPIRACIÓN

Superficial, rápida, pectoral →Profunda, lenta, abdominal

d) TENDENCIA CORPORAL

Arriba, adelante, musculatura tensa → Abajo, atrás, musculatura laxa

PERCEPTIVAMENTE

Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello.

COGNITIVAMENTE
Date cuenta y reflexiona críticamente desde qué paradigmas, creencias, inferencias e ideas estás analizando esa situación que te provoca tanta ira. ¿Realmente, es una ofensa… o insulta quién puede y no quien quiere? ¿Es injusto… o meramente indeseado para mis intereses? ¿Injusto…según qué? ¿Realmente, es un obstáculo que no podemos soslayar? ¿Y el objetivo en el que se interpone es verdaderamente prioritario e importante? Y lo más importante: ¿De verdad que lo más útil para arreglarlo es a hostias o bufidos?

Una vez cuestionado todo esto, permítete un último repaso con algunas preguntas más: ¿Cuál es la verdadera gravedad de las consecuencias de este hecho? ¿Qué es factible que consiga al atacar? ¿Qué pretendo conseguir o probarme? ¿Merece la pena el beneficio por el precio a asumir?

4. EL PRECIO DE LA IRA

Relacional y personalmente, como ya vimos, las emociones son gafas que seleccionan y distorsionan las percepciones y sesgan nuestra predisposición a evaluarlas y significarlas. En el caso de la ira, convirtiendo a los demás en enemigos compulsivos y a nosotros mismos en neuróticos egocéntricos convencidos de que el planeta en su conjunto no gira más que para molestarnos intencionadamente.

Como toda emoción, la ira no siempre es negativa y cumple su función adaptativa. ¿Cuándo es inteligente? Cada vez que te encuentres ante un peligro mortal que se tenga que solucionar a hostiazo limpio (físico, verbal o emocional), la ira será la emoción más potenciadora que puedas sentir. Siempre que no… la ira jugará en contra no sólo de tu placer y calidad de vida, sino de tu eficiencia a la hora de conseguir lo que te propongas. Y no sé tú, pero la mayoría de las veces que me muestro iracundo no estuve en peligro mortal, sino que me cabreé como una mona por presuntos agravios simbólicos o temas que, a la larga, no hubieran tenido gran importancia. O como mínimo, frente a los que de nada servía liarme a tortazos.

También la ira puede resultar útil para movilizarnos, sacándonos de la apatía, la resignación o el derrotismo con su chuta de rabia y adrenalina. Su fuerza, energía y determinación nos puede servir como la primera del coche, para arrancarnos de la inmovilidad, pero ni intentes recorrer todo el camino en esa marcha. O empiezas a meter las marchas largas de la ilusión y la motivación, o te quedarás a medio camino con el motor reventado, las ruedas deshechas y el depósito más que vacío. Prueba a recorrer 10 km con el coche en primera y comprobarás los efectos de la ira a largo plazo como única marcha de tu motor.

Pero lo peor de la ira no es el malestar que conlleva ni los conflictos que crea o encona, sino los efectos nocivos que acarrea sobre tu propia salud. Estrés que provoca cortisol que no evacuamos (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago), ritmo cardíaco acelerado e irregular, taquicardias o infartos, úlceras de estómago, órganos pobremente oxigenados por la sangre, digestiones pésimas. Aprender a gestionar la ira no es una mera cuestión de ser más eficiente y vivir mejor hoy, sino de mimar o minar tu salud de mañana. Cada vez que te enfades profundamente frente a una pantalla de ordenador, encerrado en un coche o sentado en una conversación, estarás añadiendo un granito de arena a infinidad de patologías. Que no sufrirá el objeto de tus iras… sino tú mismo.

La ira es como piedra atada a una cuerda elástica: no sé si le atizarás al que se la lances, ni si de hacerlo te resultará de la más mínima utilidad. Eso sí: regresará hacia ti y, de retrueque, te atizará seguro. Como mínimo, a tu bienestar y eficiencia a la corta y a tu salud a la larga.

La ira sirve para atacar, pero la mayoría de las veces es ella quien nos acaba atacando a nosotros. Llámame raro, pero no acabo de verle el qué a esto de pegarle un puñetazo a alguien y que me salga a mí el morado. Y en la mayoría de los casos, es lo único para lo que la ira acaba sirviendo.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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