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Transformando Nuestras Emociones: del Control al Reciclaje

En RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje y DESCONEXIÓN EMOCIONAL: razones, sinrazones… y precios., aprendimos a llamar las emociones por su nombre y a clasificarlas en función del bienestar y la energía que producen (y porqué hacerlo cuesta mucho más de lo que parecería a simple vista).

En Utilizar y Conocer tus emociones, a qué acciones y pensamientos nos predisponen y cómo nos las fabricamos cognitivamente.

Ahora ya estamos en disposición de aprender a usar las herramientas concretas que nos permitirán deshacernos –o reducir- las emociones más limitantes y crearnos o ampliar aquellas más potenciadoras para nuestro bienestar, eficiencia y felicidad propia y ajena.

Pero, ¿En qué consiste, exactamente, esto de gestionar las emociones? ¿Qué nos permitirá conseguir… y qué no? ¿A través de qué herramientas podemos darle la forma deseada a nuestros estados emocionales? Si te interesa saberlo…

GESTIONAR: de controlar a reciclar
Aprender a gestionar nuestras emociones consiste en dotarnos de un conjunto de técnicas y herramientas que nos permitirá transformar las más desagradables y limitantes en aquellas más placenteras y potenciadoras de nuestras conductas y talentos.

¿Se pueden controlar las emociones? A menudo, esta pregunta despierta suspicacias, dudas y reticencias. Como siempre, entender el meollo de la gestión emocional precisa de hilar fino y tomarse la molestia de clarificar cuatro cositas clave para su comprensión más allá de la confusión del topicazo superficial:

1) EMOCIÓN o SENTIMIENTO. Como ya vimos en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana., la mayoría de emociones son demasiado rápidas y primarias como para tener un dominio absoluto y automática sobre ellas. También sabemos que los sentimientos son la elaboración racional, consciente y voluntaria de las emociones, por lo que desde ellos tendremos todos los recursos –de aprenderlos, claro- para incidir en nuestros estados emocionales. Recuerda: nadie es culpable de las emociones que sienta a bote pronto y fruto de mil automatismos más allá de nuestra incidencia directa, pero sí responsable de darles la forma sentimental que considere más inteligente, sana y conveniente para uno mismo y para los suyos. Sobre las emociones, poca incidencia a la corta; sobre los sentimientos, toda la que aprendamos a ejercer a la larga.

2) RECICLAJE. Más que de control, me gusta hablar de Reciclaje emocional. Análogamente a cualquier producto de desecho, el reciclaje no sólo permite neutralizar el potencial dañino de los materiales contaminantes si se tiran de cualquier manera en cualquier sitio, sino que nos permite convertirlo en algo intrínsecamente beneficioso al evitar tener que producir uno nuevo. Igual que el plástico, el cristal, la basura orgánica o el papel una vez usado, todas las emociones (incluso las menos agradables) nos aportan una energía valiosísima de la que no tenemos porqué prescindir. Es cuestión de aprender a aprovecharla, y aprovecharla conlleva, como con el reciclaje, un tiempito y esfuerzo para aprender a identificar, utilizar y separar los diferentes materiales a reciclar. Claro que es más cómodo tirarlo todo junto y deshacernos de ello de cualquier manera, pero… ¿Mejor? ¿Más ecológico? ¿Más responsable y respetuoso con uno mismo y los demás? Por supuesto que no.

3) PROGRESIVIDAD DEL APRENDIZAJE. La Gestión Emocional no es más que una habilidad o competencia personal que, como cualquier otra (desde hablar inglés hasta bailar salsa pasando por hacer calceta o conducir), precisa para dar sus frutos de aprendizaje y práctica reiterada hasta su automatización. Por desgracia –o por suerte-, no es ni una pastilla ni una varita mágica. Mucho más eficiente y humilde: la gestión Emocional nos permite ir aprendiendo progresivamente a matizar nuestras emociones, minimizando poco a poco las más desadaptativas y maximizando las más deseables.

Y como todo aprendizaje, no es cuestión de absolutos: de la misma manera que no sabemos hablar inglés un día pero al siguiente sí, el aprendizaje de la gestión de nuestras emociones es una cuestión gradual. Entre el negro del descontrol más descerebradamente impulsivo y el blanco de un autocontrol perfecto y absoluto se extiende el gris humilde de la gestión emocional. Aplicar las técnicas que os propondré a continuación no nos convertirá automáticamente en el Dalai Lama ni nos permitirá acceder a capricho a los sentimientos deseados, como si nuestro cerebro límbico fuera una máquina expendedora de emociones que, para conseguirlas, sólo tengamos que introducir una moneda y apretar un botón. Eso sí: nos permitirá disminuir la frecuencia, la intensidad y la duración de las emociones más contraproducentes y aumentar la de las emociones más convenientes (desde El Yoga de la superación cotidiana, ya conocemos los ingredientes indispensables de todo aprendizaje: Paciencia, constancia y humildad)

TRANSFORMACIÓN EMOCIONAL: Técnicas de Gestión
FISIOLÓGICAS
Como también sabemos, la primera consecuencia de las emociones es un cambio casi inmediato de nuestra fisiología que prepara el cuerpo para las conductas con las que el cerebro haya considerado más oportuno afrontar las demandas del contexto exterior. Como veremos en los próximos post, cada emoción conlleva una fisiología asociada que podremos utilizar conscientemente a nuestro favor.

¿Cómo gestionar una emoción desde nuestro cuerpo? Muy sencillo: copiando la fisiología de la emoción que querríamos sentir. Si pretendes desactivar los ribetes más explosivos de la ira, atemperar el desánimo de la tristeza o adecentar la bobería más acrítica del amor erótico, copia y adopta lo siguientes patrones de emociones como la tranquilidad, la satisfacción o la indiferencia:

RESPIRACIÓN: Rápida o lenta, superficial o pectoral, profunda o abdominal, cada emoción tiene su propio patrón. De copiarlo, nos ayudará a gatillar la emoción acorde a ese patrón.

EXPRESIÓN FACIAL. Mirada (focalizada o panorámica); Boca (abierta o cerrada); Labios (sonrientes o hacia abajo); Tensión de las maejillas, Apertura ocular… cualquiera de estos cambios incide en la emoción sentida.

ACTIVACIÓN MUSCULAR. Grado de tensión o relajación del tono de todos los músculos de nuestro cuerpo, en especial los de las extremidades

POSICIÓN CORPORAL. Hacia adelante o hacia a tras, hacia abajo o hacia arriba

En esos próximos post ya prometidos analizaremos una por una la fisiología de cada una de las emociones básicas y aprenderemos a gestionarlas todas ellas. Pero de momento, párate a pensarlo: todas las religiones, escuelas de pensamiento y colectivos sociales tienen sus propios rituales en los que adoptan una fisiología característica. Judíos frente al muro de las lamentaciones oscilando adelante y atrás para entrar en trance y colapsar su atención en el momento; la plegaria musulmana de sumisión a los preceptos libremente aceptados; la posición de meditación budista facilitando la introspección; el rezo cristiano de rodillas y mirando al suelo para analizar las propias culpas; la posición de firmes del ejército (yo es tensar músculos, sacar pecho, focalizar la mirada hacia arriba y fruncir el ceño… y es que me vienen unas ganas de invadir Polonia…). Todos ellos con una idéntica finalidad: que esa fisiología concreta ayude a gatillar inconscientemente la serie de emociones que buscan provocar.

La gestión fisiológica de las emociones funciona por tres razones principales

a) Per se, por efectos bioquímicos directos más allá de la consciencia y la razón. Cambiar la fisiología incide en la bioquímica de la que se componen nuestras emociones. Y cambiarle cualquier ingrediente a una receta cambia necesariamente el sabor final de todo plato.

b) Al trasladar la atención al cuerpo, dejamos de pensar obsesivamente de la manera que lo hacíamos para provocarnos dicha emoción. Con la fisiología tal vez no apaguemos el fuego, pero si dejamos de echarle nueva leña, el fuego se irá consumiendo en su propia combustión y acabará por apagarse.

c) Cuerpo y mente forman un bucle informativo de doble dirección: Al principio, el pensamiento activa una emoción que modifica el cuerpo; a su vez, el cuerpo refuerza esa emoción que también potencia los pensamientos que la provocaron. Al variar voluntariamente el patrón fisiológico, de entrada, ya confundimos al cerebro, lo desconcertamos y le provocamos sorpresa (y ya veremos la utilidad de la sorpresa cuando estudiemos esta emoción: paralizarnos, detener el curso de acción y buscar nueva información). Si el cerebro significa una situación como peligro mortal sentiremos miedo y muscularmente nos tensaremos y el cuerpo se nos vendrá automáticamente para abajo y hacia atrás; pero si de vuelta, al cerebro le llega como feedback corporal unos músculos relajados y una corporalidad erguida… empezará a replantearse inconscientemente su juicio de peligro máximo. Ergo sentiremos menos miedo. ¿Tonto? Tal vez. Tanto como eficiente.

PERCEPTIVAS
Todo el que haya pisado una mierda o surfeado sobre una pota sanferminera sabrá que es de auténtico cajón: si son los sentidos los que captan la información externa que propicia una emoción, apartarlos de esas fuentes hará desaparecer –o como mínimo aminorará- dicha emoción. Ojos que no ven… narices que no huelen u oídos que no oyen.

Pero todos los animales tenemos un sexto sentido: la atención. Summerset Moghan definía el dinero como “el sexto sentido: el que permite disfrutar de los otros cinco”. Pues la atención funciona igual: sin ella, obviamos la información que nos llega de los otros cinco sentidos, así que apartar –o acercar- la atención a una fuente de información sensorial matizará las emociones que sentimos. Podremos así aminorar la intensidad de las desagradables y potenciar las agradables si dirigimos voluntariamente nuestra atención, alejándola a conciencia de las fuentes de información de las primeras y acercándola a las de las segundas.

En el caso humano, hasta podríamos estirar el tema y considerar un séptimo y hasta un octavo sentido: el recuerdo y la imaginación. Al humano le basta con imaginar o recordar algo para gatillar todo un conjunto de emociones asociadas a ese recuerdo.

La atención, el recuerdo y la imaginación son los suprasentidos que permiten que la información de los otros cinco acceda a nuestra conciencia y nos impacte emocionalmente. Suprasentidos que podemos aprender a utilizar voluntariamente para crearnos las emociones deseadas.

COGNITIVAS
Tanto las técnicas fisiológicas como las perceptivas son técnicas cortafuegos, pues ayudan a acotar o atemperar a bote pronto… pero no se ocupan de la raíz de los conflictos emocionales: nuestras propias creencias, metaprogramas y maneras automáticas de pensar. La verdadera transformación personal estriba en aplicar con acierto las técnicas de gestión cognitivas.

La herramienta básica de estas técnicas es el reencuadre cognitivo. Consiste en reflexionar consciente y voluntariamente sobre las evaluaciones y significaciones que realizamos sobre los hechos que nos hacen sentir de una determinada manera. Nuestras evaluaciones y significaciones acostumbran a ser apresuradas, superficiales y, muy a menudo, alarmistas hasta el catastrofismo; analizarlas críticamente nos permite darnos cuenta de la calidad y el grado de realismo y objetividad de dichas evaluaciones, así como la pertinencia, calidad y relevancia de la información en la que presuntamente se basan. ¿Qué consecuencias, realmente, tienen esos hechos? ¿Hasta qué punto se corresponde su gravedad objetiva con mis sentimientos al respecto? ¿Qué otras informaciones, que ahora obvio, sería realista tener en cuenta? Si el miedo es inteligente cuándo enfrentamos un peligro de vida o muerte ante el que precisamos de una huída rápida… ¿Hasta qué punto un contratiempo sentimental o una dificultad profesional es un peligro mortal que se solucionaría entrando en pánico y saliendo por patas atribuladamente?

Acostumbramos a pensar fatal: el cerebro no da para más que para sobregeneralizar, exagerar y distorsionar basándonos en automatismos de brocha gorda y apresurados. Las técnicas de gestión cognitivas nos permiten tomar conciencia de qué errores lógicos cometemos al pensar sobre un hecho, y así empezar a desmontar las falacias sobre las que se erigen nuestros propios análisis tremendistas y aprender a pensar mejor. ¿Es objetivamente cierto que TODO me sale mal? ¿Qué SIEMPRE la acabo cagando? ¿Qué ese contratiempo o contrariedad sea un DESASTRE? ¿Que una relación vaya mal es CATASTRÓFICO? Como los malos periodistas, a menudo basamos nuestras conclusiones en unas porciones de información tirando a reducidas y de muy cuestionable rigor, a partir de las cuales realizamos unas inferencias arbitrarias y subjetivas que, incluso, acabamos confundimos con los propios hechos objetivos. El reencuadre cognitivo nos permite buscar más y mejor información en las que basar nuestras inferencias sobre lo que nos sucede, y así generar conclusiones de calidad, más objetivas, realistas y coherentes, más racionales e inteligentemente elaboradas.

Mediante las técnicas cognitivas no buscamos pintarnos la vida de rosa o tergiversar los hechos torticeramente, sino pensar con mayor calidad y precisión objetiva. Dada la tendencia a detectar peligros de nuestro cerebro, el reencuadre cognitivo busca todo lo contrario: el optimismo bien documentado acostumbra a ser una cuestión de realismo mucho más objetivo que el catastrofismo desaforado con el que nos fabricamos nuestros dramas apocalípticos. Aprender a pensar con más objetividad y realismo sobre nosotros mismos, los demás y lo que nos ocurre ya no se limita a controlar fuegos ya declarados, sino que nos permite aprender a prevenir y diseñar los bosques como para que no se produzcan más incendios. Las técnicas de gestión cognitivas nos transforman en personas mejores, más equilibradas, atrayentes y felices que realizan juicios de valor más ponderados, inteligentes, razonables y bien fundamentados en informaciones seleccionados con criterios mejor elegidos. Cuestión de aprenderlas y practicarlas hasta que salgan.

III. DE INTELIGENCIAS Y TONTERÍAS EMOCIONALES

Hemos visto que gestionar no es hacer desaparecer por arte de magia las emociones que nos limitan, mucho menos limitarse a controlarlas reprimiéndolos. Controlar conlleva idea de freno brusco y connotaciones de represión y tragarse el veneno en vez de escupirlo. Y como vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, las emociones se han de liberar una vez sentidas. Eso sí: no de cualquier manera ni en cualquier momento (La misma Ira se puede liberar soltando una hostia ahora… o corriendo, chillando y con una sauna después). La Gestión emocional nos permite aprender a elegir cómo exteriorizarlas y el momento conveniente para hacerlo. Y no para quedar bien o ganarnos el cielo, sino para conseguir lo que nos haga más felices a nosotros mismos. No siempre podremos elegir sentir Ira, pero sí que ella nos lleve a la cárcel o al hospital en una pelea o nos ayude a ponernos en forma sudando como posesos.

Cuestión de estar dispuesto a hacer el esfuerzo de aprender cómo. Como siempre, elige, que para eso eres libre. Los beneficios, créeme, merecen la pena. El esfuerzo, también.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 nov, 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
05 ago, 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
05 ago, 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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