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Joan Pahisa: Cuando el Tamaño SI Importa

1. TAMAÑO y ESTATURA
Si habéis visto el documental Glance Up o alguna de sus entrevistas, no necesitaréis mis palabras para saber que a Joan Pahisa le han bastado 98 cm de estatura para ser un gigante. Es una de esas personas que parecen haber venido al mundo a cargarse esquemas, destrozar clichés y desmontar preconcepciones. Y mucho más importante: a masacrar hasta la última de nuestras excusas para no construirnos la vida significativa, a la altura de nuestros anhelos, con la que siempre soñamos. Él, con los materiales que le han tocado, está haciendo de su vida una auténtica obra de arte y supongo que es por ello por lo que, a pesar de su tamaño, me sentí tan pequeño a su lado desde que lo conocí.

Joan me cautivó desde su irrupción en Escoles Velles. Por un falso sentido de la moralina más caritativoide o un automatismo piadoso infestado de misericordia mal entendida, mi primera impresión al enfrentarme al vértigo de sus escasos centímetros fue de una cierta compasión compulsiva. Por suerte, pronto se encargó de que esa primera impresión no tuviera nada que ver con la última. Al comprobar su fortaleza, autoestima, firmeza y entusiasmo por la vida, no tardé en trocar la compasión por la envidia más inapelable.
A los minutos de conocerle, ya me preguntaba: ¿Cómo una persona puede mirar tan alto desde tan abajo? ¿Cómo puede alguien con un andar tan vacilante moverse con tanta determinación hacia su destino? ¿Cómo puede caber una sonrisa tan ancha en una cara tan estrecha? Pero la verdadera lección existencial empezó una vez en el aula, cuando abrió la boca para resumir, en 1 hora escasa, más de lo que yo he aprendido en décadas de experiencia, años de reflexión y miles de horas de lecturas y cursos. Y consiguió algo todavía más insólito: no sólo sintetizó en 45’ lo que yo llevo un año entero tratando de enseñar a mis alumnos adolescentes… ¡Es que a él lo escucharon boquiabiertos! Imposible no hacerlo, pues Joan encarna en su conducta todos los valores y actitud de superación, esfuerzo y optimismo que han convertido en grandes hombres a todos aquellos que admiramos. O que deberíamos admirar…

Pero sea por deformación personal, sea porque la cabra que soy tira al monte en el que siempre pasto, como Coach y Formador mis emociones respecto a Joan pronto oscilaron de la admiración fascinada a la curiosidad analítica. Más allá de la impresión por su testimonio y biografía, pronto centré mi atención en cartografiar su manera de pensar. Exactamente, ¿Qué hace para sentir ilusión dónde la mayoría sentiríamos desánimo? ¿Cómo se motiva para vivir acorde a sus objetivos y no a sus limitaciones? ¿Desde qué creencias invoca sus inmensas fuerzas? Mi objetivo respecto a él era descubrir sus estrategias cognitivas (cómo y qué piensa, en qué cree, cuáles son sus valores y paradigmas vitales, cómo se motiva para que su conducta los encarne a pesar de sus dificultades) y explicitarlas para que todos, absolutamente todos (empezando por mí), aprendamos a copiarla. Joan no es admirable por haber nacido tocado por los dioses de la constancia, la voluntad o el optimismo, sino porque él se ha confabulado para construirse así. Y se ha erigido en el referente vital que es a base de pensar, creer, sentir y actuar de unas determinadas maneras que todos (absolutamente todos) podemos modelar para aplicar a nuestras vidas. ¿Qué -y cómo- ha aprendido a pensar Joan para vivir una vida envidiable y pasarse por el forro las supuestas limitaciones a la que su estatura presuntamente condenaba? ¿Desde qué paradigmas ha decidido interpretar su realidad y modelar sus actitudes y conductas para convertir su vida en una envidiable sucesión de retos e ilusiones?

2. APRENDIENDO A CRECER

RESPONSABILIDAD. “El destino mezcla las cartas, pero nosotros las jugamos” (A. Schopenhauer).

Tal y como vimos en el post anterior, Joan no es culpable de la situación que le ha tocado vivir, pero es el principal – sino único- responsable de dotar su vida de sentido y satisfacción. A Joan tal vez no le tocaron buenas cartas en la partida, pero ha aprendido a jugarlas mejor que la mayoría de nosotros. El resultado final de una partida tiene mucho más que ver con la destreza del jugador que con el azar del reparto, y Joan es una prueba viviente de ello. El tiempo que la mayoría dedicamos a quejarnos de las cartas, él lo ha dedicado a inventarse nuevas estrategias para sacarle provecho a las que le han tocado al barajar. Y los resultados hablan por sí solos: a pesar de sus dificultades extra, hoy Joan disfruta de sus deportes favoritos, está acabando su doctorado, vive en pareja, viaja y da charlas, se ha independizado y es autónomo económicamente. Y lo más importante: se lleva divinamente consigo mismo.

PROTAGONISMO. “En vez del héroe de su propia historia, escogió ser el espectador de su propia tragedia“, Oscar Wilde. Al contrario, Joan es un especialista en hacer dos radiografías a la realidad: En una, determina qué está dentro de su círculo de influencia (aquello sobre lo que su conducta y actitud pueden incidir) y qué no; en la segunda, focaliza TODA SU ATENCIÓN Y ESFUERZO en aquello qué puede cambiar, obviando hasta el olvido aquello sobre lo que él no puede incidir. Joan es el protagonista de sus logros, no la víctima de sus limitaciones.

LIBERTAD. “No siempre está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, pero siempre podrás escoger la actitud con la que lo afrontes“, V. Frankl. Joan sabe que está “condenado a ser libre”, y que su libertad estriba no en elegir su estatura (ni las complicaciones que de ella se deriven), sino en elegir la actitud, los valores y las conductas desde las que la afrontará. Él no puede decidir sobre la biología que le haya tocado, y concentra todo su talento e ilusión en exprimir al máximo todas sus posibilidades de satisfacción y realización personal. Que son infinitas, igual que para todos nosotros. Pero él cuenta con una ventaja: mientras nosotros tendemos a olvidarlo, el tiende a recordarlo.

ÍNTEGRIDAD. “Haz lo que debes… y deja los resultados al Dharma”, Sidharta Gautama. Como ya sabéis, la integridad es la coherencia entre valores, discursos y conductas (opuesta al éxito, entendido como la consecución de un resultado deseado). Joan responde de sus actos y de la paciencia, constancia e ilusión con los que los implementa hasta conseguir el máximo resultado posible, aunque a veces ese resultado sea inferior al esperado. Para Joan, el mayor éxito es sentirse orgulloso por haber dado el máximo de sí mismo.

RESULTADO = DIFICULTAD AMBIENTAL – CAPACIDAD DE RESPUESTA. “Com més difícil, més ganes em venen d’entrenar”, Joan Pahisa. Una de las mentiras más socorridas tras las que nos parapetamos para justificar vidas que no nos satisfacen es achacarlas a dificultades heredadas. Resulta tan cómodo como inexacto pensar que el peso de los obstáculos a afrontar es la única variable que determina si los levantaremos o no, y por ello tendemos a soslayar la segunda variable: la fuerza de nuestros brazos. Joan sabe muy bien que, demasiado a menudo, no elegimos los kilos que tendremos que levantar para que la vida no nos aplaste bajo su peso… pero también sabe que lo único útil que podemos hacer es FORTALECER NUESTROS BRAZOS ENTRENÁNDOLOS CADA DÍA. Todo el tiempo que yo he dedicado a quejarme (amarga y cómodamente sentado) de los pesados obstáculos de mi vida, él los ha pasado en el gimnasio haciendo pesas.

HUMILDAD. “El personaje de Superman no existe, y el actor real que lo encarnaba… acabó en una silla de ruedas”, Jordi Magallón. Sólo los verdaderos gigantes pueden permitirse el lujo de admitir que, de tanto en tanto… encogen. Joan demostró ser un superdotado emocional y ético al no dolerle prendas contarnos como hay momentos de flaqueza humanísima en los que se caga en toda su lucidez, y no para de quejarse de todo y todos y maldice a todo lo que se menea (a él mismo, a los demás, a dios, al diablo y a todo lo que queda en medio). Joan, como todos, cae puntualmente en el torrente del victimismo… sólo que él no se deja arrastrar por él, y pronto vuelve a levantarse. No se ahoga quien se cae al agua, sino quien no bracea para salir de ella. Y sólo los sabios que salen del agua una y otra vez pueden permitirse la humildad de reconocer que de tanto en tanto caen en ella.

GENEROSIDAD. Como todos y cada uno de nosotros, Joan ha venido al mundo con una obligación: dotar de sentido su existencia, su vida concreta y su circunstancia personal. Y en vez de hacerlo a base de intentar despertar penita barata, quejarse de la mala suerte o maldecir todo lo maldecible, él ha elegido hacerlo a través de dos vías existenciales: superarse a sí mismo constantemente y compartir sus experiencias y sabiduría con todos aquellos que tanto necesitamos aprender de la una y la otra. Por suerte, mis alumnos adolescentes pudieron beneficiarse de ello, y estoy convencido que sus palabras aportarán su granazo de arena al proceso de superación personal que iniciaron en este curso.

3. LA FUERZA DE LAS DEBILIDADES

A parte de este recital de coherencia, inteligencia, perseverancia y clarividencia, Joan me tenía reservada una última sorpresa. Las preguntas de los alumnos llevaron los vericuetos de la conversación hasta interesarse por cómo aprendió a aceptar las dificultades físicas con las que nació. Y ahí Joan fue tan sencillo y escueto como contundente: primero, aprendiendo a aceptarlas sin resignarse a ellas; segundo, a verles el lado bueno. Joan no defendió delirantes presuntas bondades de sus dificultades fisiológicas, pero sí argumentó que fue precisamente para enfrentarse a ellas por lo que tuvo que aprender a fortalecer su carácter, amar el esfuerzo y los retos y blindar su autoestima basándola en lo que él piensa de él mismo y no en las opiniones de los demás. En sus propias palabras: “Gràcies a les meves dificultats, he après a ser una persona molt més forta. Les meves dificultats han estat, al final, un avantatge“. Profundizando en el argumento, explicaba que, en un principio, claro que le gustaría haber nacido con otra estatura y sin las dolencias físicas que acarrea la suya. Pero si el precio a pagar por nacer “normal” fuera el de no ser tal y como él es ahora (su fuerza, su voluntad, su empatía y asertividad)… entonces se congratulaba de nacer tal y cómo nació, y no lo cambiaría bajo ningún concepto. Joan es el gigante que es no A PESAR DE su estatura… sino GRACIAS a ella. “Con las piedras que me tira la vida, construyo mi casa”, reza un proverbio budista. Y Joan se ha construido un hogar bello y cómodo a la medida no de sus medidas, sino de sus anhelos.

¿Os imagináis cómo sería vuestra vida si implementarais las estrategias cognitivas de Joan? ¿Qué retos se os resistirían de aplicarle sus paradigmas de responsabilidad, libertad, protagonismo, integridad, humildad y generosidad? ¿Cuántos imposibles no borraríais de vuestra lista de deseos? ¿Cómo os sentiríais? ¿Qué ejemplo seríais para vuestros seres queridos?

Si Joan estuviera tras este teclado, estoy seguro que os convencería para que os lanzarais en pos de todas vuestras ilusiones, aceptando vuestras limitaciones no para resignaros a ellas, sino precisamente para acabar subvirtiéndolas. Lamentablemente, sólo estoy yo. Un yo muy bajito, pero que a la sombra de Joan va a crecer muchísimo en los próximos meses, como mínimo hasta llegar a su altura. Porque el tamaño sí importa. No los centímetros que nos toquen en la rifa genética, sino los que nos hagamos crecer nosotros con nuestra actitud, perseverancia, esfuerzo, optimismo y humildad. Una vez más, os animo a utilizar las creencias, valores, actitudes y conductas del inmenso Joan Pahisa para convertiros, como él ya hace, en la mejor versión de sí mismo.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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