En DE SERPIENTES Y ESCALERAS: las contracorrientes de la edad, vimos como la edad es un tema espinoso que, superficialmente, aparenta sólo tener desventajas. ¿Pero es realmente así? Más allá de sus obvios inconvenientes, ¿Qué ventajas puede llegar a albergar la edad? ¿Está en nuestra mano poder dividir esos inconvenientes y multiplicar sus ventajas? ¿Qué hacer para ello? También en el post anterior leímos que aprender a aprovechar la edad enseña a cultivar la ambición y la paz y desterrar el resentimiento y la resignación, pero ¿Podemos aprender lecciones todavía más valiosas y que vayan más allá de la mera convivencia con la edad? Si te interesa saberlo….
Como todo lo demás en la vida, aprender a disfrutar y aprovechar la edad cronológica tiene su método y su arquitectura propia, que podemos aprender, practicar y perfeccionar progresivamente. ¿Verdad que sería extremadamente fácil explayarnos sobre qué hacer para acelerar exponencialmente las desventajas de la edad? Come lo primero que te apetezca, no hagas ejercicio, resígnate ante todo lo que no vaya como tú quieras, cabréate contra los insoslayables del paso de los años, convéncete ante cualquier conato de ilusión que ya es demasiado tarde, focalízate en todo aquello que tu edad tenga más difícil ofrecer… Pues si tan sencillo es multiplicar los inconvenientes, tal vez hacer exactamente lo contrario nos permita dividirlos. ¿Qué hacer, exactamente, para que el paso de los años juegue mucho más a nuestro favor y mucho menos en nuestra contra?
RELATIVIZAR LO NEGATIVO: aceptar los hechos. A priori, la entropía que rige el universo entero (tendencia a la disgregación y al caos al que el tiempo aboca a toda entidad u objeto, más los biológicos) no juega a favor ni de los superficiales estándares de belleza contemporáneos ni del perfecto funcionamiento del cuerpo. Una vez nos adentramos en la madurez, conviene aprender a relativizar todo lo que por imperativo biológico esta edad tiende a escatimar, así como su impacto en nuestra calidad de vida. Porque… ¿Siempre que nos hemos sentido en la plenitud de nuestro atractivo, hemos sido felices? ¿No hemos sufrido episodios de tristeza o desánimo estando libres de dolor y sin limitación física alguna? ¿Qué hay tan o más importante que la apariencia o el estado físico? No es cuestión de intentar tergiversar lo obvio (la salud es lo primero, nos gusta gustar al resto de la manada); sencillamente, de reencuadrar la edad de manera que no añada malestar extra al que ya venga de fábrica con según qué imperativos de la edad. Lo que nos merma o envejece no sólo son los años, sino cómo los vivamos y signifiquemos y, como consecuencia, lo que hagamos con ellos.
REVALORIZAR LO POSITIVO: abrirse a las posibilidades. Así, aunque la edad reste salud y atractivo meramente físico, también ayuda a florecer una experiencia, sabiduría, madurez, perspectiva y saber estar totalmente inaccesibles a nuestra juventud. Además, los años bien utilizados formativa y laboralmente facilitan una especialización profesional que se traduzca en una mayor satisfacción laboral y/o mejores ingresos. Y fruto de ello, la edad tiende a liberar progresivamente franjas de tiempo que dedicar a nuestra realización personal, a nuestros seres queridos y a disfrutar y sentirnos realizados al devolver a la sociedad unas migajas de las toneladas que nos ha aportado a lo largo de la vida. ¿Sabéis lo poquito bueno que le veo a mi tan criticada esencia gregaria del ser humano? Que por la misma razón evolutiva que el instinto tiende a penalizar la soledad con emociones desagradables, ese mismo instinto genera endorfinas espontáneamente ante toda actividad dedicada al bienestar de la manada (voluntariado, ayuda mutua, colaboración altruista, etc.). Cuestión de aprovecharlas…
VIVIR ACORDE CON LO QUE OFRECE. En esta sociedad de la inmediatez irreflexiva, el famoseo garruloide, el papanatismo superficial, la imagen y la inmadurez perpetua, la edad tiene una prensa pésima. La apología de la postadolescencia descerebrada en la que culturalmente vivimos inmersos dificulta, pero no imposibilita, revalorizar las ventajas de la edad ya descritas. Esa es nuestra faena, reflexionar en primera persona hasta convencernos de lo que, conceptualmente, sabemos que es cierto: que la madurez también ofrece muchísimas ventajas (otra cosa es que la sabiduría, la experiencia o la madurez tengan poca cuota de mercado frente a vocingleros de papel couché, nuevos ricos, pateadores de balones y pasarelas o famosoides polioperados de tres al cuarto).
Si queremos aprender a vivir bien la edad, hemos de llegar a creernos lo que racionalmente es obvio: que cada edad tiene sus inconvenientes y sus ventajas, y que el secreto de la satisfacción estriba en vivir acorde con ellos. Así, de la misma manera que una adolescencia pretenciosa intentando basar su autoestima en la madurez y la sabiduría está condenada a un estrepitoso revolcón emocional (doy fe de ello), una madurez que base su autoestima en turgencias físicas y el bienestar gratuito del cuerpo tiene muchos números de abocarnos a la decepción y el resentimiento.
Como todo en la vida, es una cuestión de no pedirle peras al olmo. Mi edad es la más maravillosa que hasta ahora he vivido intelectual, profesional, existencial y sentimentalmente, pero lo que me hace sentirme feliz no es lo que vivo, sino el basar mi felicidad en estas dimensiones de mi existencia. Eso sí: arruinaré mi satisfacción en cuanto le pida a mi edad actual la bulimia interpersonal, la desinhibición compulsiva, la tersura facial o el erotismo desordenado de los 20 años. De hacerlo, la insatisfacción a la que me condenaría no sería culpa de la edad, sino de mi torpeza al vivirla.
R = Capacidad de Respuesta – Dificultades Ambientales
¿Recordáis mi tendencia a inventarme una pseudociencia llamada matemática existencial? Pues he aquí otra de mis fórmulas: la que marca los Resultados a conseguir. A la hora de calcular lo que podemos obtener de una situación dada, tendemos a focalizar la atención en la segunda parte de la ecuación: las Dificultades Ambientales (lo cual es acertado: cuanto más complejas y enrevesadas sean las dificultades extrínsecas de una situación, más dificultades para conseguir grandes resultados. Además, recordad que no dependen de nosotros). Al mismo tiempo, tendemos a soslayar la primera parte de la ecuación: la propia Capacidad de Respuesta (y el aumentarla sí depende exclusivamente de nosotros).
Yo no me engaño, ni pretendo engañar a nadie: por mucho que nos confabulemos por desacatar los imperativos cronológicos, la edad tiende a poner la vida cuesta arriba. Arrugas, tiranteces musculares, entradas como eco de futuras calvicies, molestias varias… El cuerpo va sucumbiendo poco a poco a los rigores del tiempo.
La cabeza, tres cuartos de lo mismo: testarudeces más propias de la obsesión que de la asertividad, mayor tendencia a la dispersión mental, al ensimismamiento desnortado y a focalizarnos en lo ya hecho y aquello por hacer, dejando tan sólo las migajas de la atención para lo que se está haciendo en el momento. Además, la pereza toma a menudo el relevo de la iniciativa en el ocio y las relaciones interpersonales, y donde antes éramos compulsivamente sociales, cada vez nos volvemos más inmisericordemente selectivos.
En conjunto, la edad incrementa la segunda variable de la fórmula de los resultados: la dificultad de los Desafíos Ambientales. Pero la edad también incrementa la primera variable de la ecuación: la propia Capacidad de Respuesta a esos desafíos que están más allá de nuestra voluntad o incidencia. Por mucho que el tiempo conspire sin respiro contra el bienestar del cuerpo y el equilibrio mental, al mismo tiempo ofrece herramientas para luchar contra ello inaccesibles antes de la madurez. La principal: la conciencia de ello. Comprender que el bienestar y el equilibrio son un lujo, un auténtico privilegio sólo al alcance de quienes se lo ganen a pulso, es probablemente el mejor regalo de la madurez. De postadolescentes, bienestar, belleza y equilibrio se consideran derechos adquiridos, eternos y obvios que llegan solos y se mantienen sin esfuerzo. Ya de adulto, conviene aprender a valorarlos como el auténtico milagro que son (a poder ser, antes de perderlos definitivamente… por no haber tomado medidas para conservarlos). Como todo en la vida, cabeza y cuerpo tienden a esa entropía que la edad acelera, y que sólo puede frenar hábitos del tipo yoga, meditación, autoconocimiento y ejercicio físico. Y el más importante: el de buscar, encontrar y construir sin descanso retos motivadores que despierten una ilusión que, de más jóvenes, parecía brotar a borbotones espontáneamente y que ahora hay que picar piedra para esculpir en nuestro ánimo.
CICLISMO, CARCOMAS, CARPINTEROS, SERPIENTES Y ESCALERAS
Toca fortalecer las piernas, precisamente, porque la edad empina las cuestas de la vida, para qué contarnos milongas. Nada podemos hacer para suavizar las pendientes que la edad inclina, pero sí para triplicar la fuerza, el ritmo y la técnica del propio pedaleo. ¿Qué el coco tiende a dispersarse? Más meditación. ¿Qué aumenta la tendencia a la desidia? Más y mejores deseos. ¿Qué la rigidez aprieta? Más y mejores estiramientos. ¿Qué la fortaleza declina? Más ejercicio. En nuestra mano está incrementar la propia Capacidad de Respuesta ante esos Desafíos Ambientales previos a nuestra voluntad. Recordad que el resultado final depende de la relación entre las dos variables, por lo que aumentar la propia Capacidad de Respuesta equivale directamente a disminuir la incidencia de las Dificultades Ambientales en nuestra vida.
Cuesta abajo rueda bien cualquiera, el verdadero ciclista se demuestra en las rampas más enconadas. Y las de la edad amagan con acabarse convirtiendo en puertos de categoría especial en los que no rodará a gusto, como en plano o cuesta abajo, el que no entrene a conciencia. La edad nos obliga a convertirnos en verdaderos ciclistas profesionales para superar sus cada vez más exigentes desniveles.
Aprender a lidiar con la edad es el mejor meta aprendizaje para encarar satisfactoriamente el resto de dimensiones de nuestra vida (las grandes cuestas tienen eso: que subirlas será esforzado y duro, pero qué piernas nos deja tras hacerlo reiteradamente…). Una vez más, Salman Rushdie nos ilustra al respecto, al escribir: “Todos los juegos tienen su moraleja, y el juego de “serpientes y escalas” encierra, como ningún otro, la verdad eterna de que, por cada escalera que se trepe, hay una serpiente acechando tras la esquina… y por cada serpiente, una escala que compensa. Pero, muy pronto en mi vida, vi que el juego carecía de una dimensión decisiva: la ambigüedad… porque también es posible resbalar por una escala y trepar hasta el triunfo en el veneno de una serpiente…” Y si lo dice Rushdie, quién narices soy yo para contradecirlo.
Yo le haría caso a Rushdie -que de serpientes sabe un rato- y aprendería no sólo a aprovechar las escaleras, sino hasta el veneno de las serpientes para avanzar en la vida. No conviene olvidar que toda medicina no es más que un veneno utilizado en su dosis correcta. Y la edad, con su serpenteante apariencia venenosa, también es la semilla de poderosos medicamentos. Nuestra responsabilidad es aprender a encontrarle su dosis curativa en vez de resignarnos a padecer sus venenos mortales.
“Si mi desánimo es carcoma, yo soy un carpintero tozudo”, escribí hace siglos. La edad multiplica la carcoma… pero también la tozudez del carpintero. Y su habilidad para mantenerla a raya. Quien más quien menos estamos rondando, como mínimo, el ecuador de nuestras vidas. De nosotros depende sufrir o disfrutar como nunca de esa segunda –y última- mitad de nuestra existencia. ¿Zapatero a tus zapatos? Pues ciclista a tus cuestas, carpintero a tus carcomas, alquimista a tus venenos. De ti depende aprender a disfrutar la edad o resignarte a sufrirla.