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La Carcoma de la Edad y la Tozudería del Carpintero

En DE SERPIENTES Y ESCALERAS: las contracorrientes de la edad, vimos como la edad es un tema espinoso que, superficialmente, aparenta sólo tener desventajas. ¿Pero es realmente así? Más allá de sus obvios inconvenientes, ¿Qué ventajas puede llegar a albergar la edad? ¿Está en nuestra mano poder dividir esos inconvenientes y multiplicar sus ventajas? ¿Qué hacer para ello? También en el post anterior leímos que aprender a aprovechar la edad enseña a cultivar la ambición y la paz y desterrar el resentimiento y la resignación, pero ¿Podemos aprender lecciones todavía más valiosas y que vayan más allá de la mera convivencia con la edad? Si te interesa saberlo….

Como todo lo demás en la vida, aprender a disfrutar y aprovechar la edad cronológica tiene su método y su arquitectura propia, que podemos aprender, practicar y perfeccionar progresivamente. ¿Verdad que sería extremadamente fácil explayarnos sobre qué hacer para acelerar exponencialmente las desventajas de la edad? Come lo primero que te apetezca, no hagas ejercicio, resígnate ante todo lo que no vaya como tú quieras, cabréate contra los insoslayables del paso de los años, convéncete ante cualquier conato de ilusión que ya es demasiado tarde, focalízate en todo aquello que tu edad tenga más difícil ofrecer… Pues si tan sencillo es multiplicar los inconvenientes, tal vez hacer exactamente lo contrario nos permita dividirlos. ¿Qué hacer, exactamente, para que el paso de los años juegue mucho más a nuestro favor y mucho menos en nuestra contra?

RELATIVIZAR LO NEGATIVO: aceptar los hechos. A priori, la entropía que rige el universo entero (tendencia a la disgregación y al caos al que el tiempo aboca a toda entidad u objeto, más los biológicos) no juega a favor ni de los superficiales estándares de belleza contemporáneos ni del perfecto funcionamiento del cuerpo. Una vez nos adentramos en la madurez, conviene aprender a relativizar todo lo que por imperativo biológico esta edad tiende a escatimar, así como su impacto en nuestra calidad de vida. Porque… ¿Siempre que nos hemos sentido en la plenitud de nuestro atractivo, hemos sido felices? ¿No hemos sufrido episodios de tristeza o desánimo estando libres de dolor y sin limitación física alguna? ¿Qué hay tan o más importante que la apariencia o el estado físico? No es cuestión de intentar tergiversar lo obvio (la salud es lo primero, nos gusta gustar al resto de la manada); sencillamente, de reencuadrar la edad de manera que no añada malestar extra al que ya venga de fábrica con según qué imperativos de la edad. Lo que nos merma o envejece no sólo son los años, sino cómo los vivamos y signifiquemos y, como consecuencia, lo que hagamos con ellos.
REVALORIZAR LO POSITIVO: abrirse a las posibilidades. Así, aunque la edad reste salud y atractivo meramente físico, también ayuda a florecer una experiencia, sabiduría, madurez, perspectiva y saber estar totalmente inaccesibles a nuestra juventud. Además, los años bien utilizados formativa y laboralmente facilitan una especialización profesional que se traduzca en una mayor satisfacción laboral y/o mejores ingresos. Y fruto de ello, la edad tiende a liberar progresivamente franjas de tiempo que dedicar a nuestra realización personal, a nuestros seres queridos y a disfrutar y sentirnos realizados al devolver a la sociedad unas migajas de las toneladas que nos ha aportado a lo largo de la vida. ¿Sabéis lo poquito bueno que le veo a mi tan criticada esencia gregaria del ser humano? Que por la misma razón evolutiva que el instinto tiende a penalizar la soledad con emociones desagradables, ese mismo instinto genera endorfinas espontáneamente ante toda actividad dedicada al bienestar de la manada (voluntariado, ayuda mutua, colaboración altruista, etc.). Cuestión de aprovecharlas…
VIVIR ACORDE CON LO QUE OFRECE. En esta sociedad de la inmediatez irreflexiva, el famoseo garruloide, el papanatismo superficial, la imagen y la inmadurez perpetua, la edad tiene una prensa pésima. La apología de la postadolescencia descerebrada en la que culturalmente vivimos inmersos dificulta, pero no imposibilita, revalorizar las ventajas de la edad ya descritas. Esa es nuestra faena, reflexionar en primera persona hasta convencernos de lo que, conceptualmente, sabemos que es cierto: que la madurez también ofrece muchísimas ventajas (otra cosa es que la sabiduría, la experiencia o la madurez tengan poca cuota de mercado frente a vocingleros de papel couché, nuevos ricos, pateadores de balones y pasarelas o famosoides polioperados de tres al cuarto).
Si queremos aprender a vivir bien la edad, hemos de llegar a creernos lo que racionalmente es obvio: que cada edad tiene sus inconvenientes y sus ventajas, y que el secreto de la satisfacción estriba en vivir acorde con ellos. Así, de la misma manera que una adolescencia pretenciosa intentando basar su autoestima en la madurez y la sabiduría está condenada a un estrepitoso revolcón emocional (doy fe de ello), una madurez que base su autoestima en turgencias físicas y el bienestar gratuito del cuerpo tiene muchos números de abocarnos a la decepción y el resentimiento.

Como todo en la vida, es una cuestión de no pedirle peras al olmo. Mi edad es la más maravillosa que hasta ahora he vivido intelectual, profesional, existencial y sentimentalmente, pero lo que me hace sentirme feliz no es lo que vivo, sino el basar mi felicidad en estas dimensiones de mi existencia. Eso sí: arruinaré mi satisfacción en cuanto le pida a mi edad actual la bulimia interpersonal, la desinhibición compulsiva, la tersura facial o el erotismo desordenado de los 20 años. De hacerlo, la insatisfacción a la que me condenaría no sería culpa de la edad, sino de mi torpeza al vivirla.

R = Capacidad de Respuesta – Dificultades Ambientales
¿Recordáis mi tendencia a inventarme una pseudociencia llamada matemática existencial? Pues he aquí otra de mis fórmulas: la que marca los Resultados a conseguir. A la hora de calcular lo que podemos obtener de una situación dada, tendemos a focalizar la atención en la segunda parte de la ecuación: las Dificultades Ambientales (lo cual es acertado: cuanto más complejas y enrevesadas sean las dificultades extrínsecas de una situación, más dificultades para conseguir grandes resultados. Además, recordad que no dependen de nosotros). Al mismo tiempo, tendemos a soslayar la primera parte de la ecuación: la propia Capacidad de Respuesta (y el aumentarla sí depende exclusivamente de nosotros).

Yo no me engaño, ni pretendo engañar a nadie: por mucho que nos confabulemos por desacatar los imperativos cronológicos, la edad tiende a poner la vida cuesta arriba. Arrugas, tiranteces musculares, entradas como eco de futuras calvicies, molestias varias… El cuerpo va sucumbiendo poco a poco a los rigores del tiempo.

La cabeza, tres cuartos de lo mismo: testarudeces más propias de la obsesión que de la asertividad, mayor tendencia a la dispersión mental, al ensimismamiento desnortado y a focalizarnos en lo ya hecho y aquello por hacer, dejando tan sólo las migajas de la atención para lo que se está haciendo en el momento. Además, la pereza toma a menudo el relevo de la iniciativa en el ocio y las relaciones interpersonales, y donde antes éramos compulsivamente sociales, cada vez nos volvemos más inmisericordemente selectivos.

En conjunto, la edad incrementa la segunda variable de la fórmula de los resultados: la dificultad de los Desafíos Ambientales. Pero la edad también incrementa la primera variable de la ecuación: la propia Capacidad de Respuesta a esos desafíos que están más allá de nuestra voluntad o incidencia. Por mucho que el tiempo conspire sin respiro contra el bienestar del cuerpo y el equilibrio mental, al mismo tiempo ofrece herramientas para luchar contra ello inaccesibles antes de la madurez. La principal: la conciencia de ello. Comprender que el bienestar y el equilibrio son un lujo, un auténtico privilegio sólo al alcance de quienes se lo ganen a pulso, es probablemente el mejor regalo de la madurez. De postadolescentes, bienestar, belleza y equilibrio se consideran derechos adquiridos, eternos y obvios que llegan solos y se mantienen sin esfuerzo. Ya de adulto, conviene aprender a valorarlos como el auténtico milagro que son (a poder ser, antes de perderlos definitivamente… por no haber tomado medidas para conservarlos). Como todo en la vida, cabeza y cuerpo tienden a esa entropía que la edad acelera, y que sólo puede frenar hábitos del tipo yoga, meditación, autoconocimiento y ejercicio físico. Y el más importante: el de buscar, encontrar y construir sin descanso retos motivadores que despierten una ilusión que, de más jóvenes, parecía brotar a borbotones espontáneamente y que ahora hay que picar piedra para esculpir en nuestro ánimo.

CICLISMO, CARCOMAS, CARPINTEROS, SERPIENTES Y ESCALERAS
Toca fortalecer las piernas, precisamente, porque la edad empina las cuestas de la vida, para qué contarnos milongas. Nada podemos hacer para suavizar las pendientes que la edad inclina, pero sí para triplicar la fuerza, el ritmo y la técnica del propio pedaleo. ¿Qué el coco tiende a dispersarse? Más meditación. ¿Qué aumenta la tendencia a la desidia? Más y mejores deseos. ¿Qué la rigidez aprieta? Más y mejores estiramientos. ¿Qué la fortaleza declina? Más ejercicio. En nuestra mano está incrementar la propia Capacidad de Respuesta ante esos Desafíos Ambientales previos a nuestra voluntad. Recordad que el resultado final depende de la relación entre las dos variables, por lo que aumentar la propia Capacidad de Respuesta equivale directamente a disminuir la incidencia de las Dificultades Ambientales en nuestra vida.

Cuesta abajo rueda bien cualquiera, el verdadero ciclista se demuestra en las rampas más enconadas. Y las de la edad amagan con acabarse convirtiendo en puertos de categoría especial en los que no rodará a gusto, como en plano o cuesta abajo, el que no entrene a conciencia. La edad nos obliga a convertirnos en verdaderos ciclistas profesionales para superar sus cada vez más exigentes desniveles.

Aprender a lidiar con la edad es el mejor meta aprendizaje para encarar satisfactoriamente el resto de dimensiones de nuestra vida (las grandes cuestas tienen eso: que subirlas será esforzado y duro, pero qué piernas nos deja tras hacerlo reiteradamente…). Una vez más, Salman Rushdie nos ilustra al respecto, al escribir: “Todos los juegos tienen su moraleja, y el juego de “serpientes y escalas” encierra, como ningún otro, la verdad eterna de que, por cada escalera que se trepe, hay una serpiente acechando tras la esquina… y por cada serpiente, una escala que compensa. Pero, muy pronto en mi vida, vi que el juego carecía de una dimensión decisiva: la ambigüedad… porque también es posible resbalar por una escala y trepar hasta el triunfo en el veneno de una serpiente…” Y si lo dice Rushdie, quién narices soy yo para contradecirlo.

Yo le haría caso a Rushdie -que de serpientes sabe un rato- y aprendería no sólo a aprovechar las escaleras, sino hasta el veneno de las serpientes para avanzar en la vida. No conviene olvidar que toda medicina no es más que un veneno utilizado en su dosis correcta. Y la edad, con su serpenteante apariencia venenosa, también es la semilla de poderosos medicamentos. Nuestra responsabilidad es aprender a encontrarle su dosis curativa en vez de resignarnos a padecer sus venenos mortales.

 “Si mi desánimo es carcoma, yo soy un carpintero tozudo”, escribí hace siglos. La edad multiplica la carcoma… pero también la tozudez del carpintero. Y su habilidad para mantenerla a raya. Quien más quien menos estamos rondando, como mínimo, el ecuador de nuestras vidas. De nosotros depende sufrir o disfrutar como nunca de esa segunda –y última- mitad de nuestra existencia. ¿Zapatero a tus zapatos? Pues ciclista a tus cuestas, carpintero a tus carcomas, alquimista a tus venenos. De ti depende aprender a disfrutar la edad o resignarte a sufrirla.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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