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La Invención  de la Realidad

“El destino mezcla las cartas, pero soy yo quien las juega” Arthur Schopenhauer

1. EL OBJETIVISMO DETERMINISTA… y sus consecuencias

De las infinitas creencias con las que el ser humano tiende a limitar su existencia, tal vez la más nociva y extendida sea la que nos convence que el bienestar, la satisfacción y la felicidad personal dependen de factores externos a nosotros. Qué trabajo tengo, cuánto gano, como me tratan los demás, cómo es mi familia, sucesos azarosos sobre los que no tengo influencia, qué números me han tocado en la rifa genética, etc. parecen condenarnos sin alternativa alguna a uno u otro estado emocional sobre el que, según esta creencia, no tenemos ni incidencia ni responsabilidad alguna.

¿Qué conlleva albergar esta creencia y seguirla como un dogma incuestionable por incuestionado? Varias de las conclusiones más viciadas de nuestra manera de pensar y que condicionan – a la baja- nuestra manera de actuar y sentir:

1. La felicidad está ahí afuera y depende exclusivamente de factores externos sobre los que no siempre tengo mucha influencia y nunca la tengo total

2. Como la realidad es una y yo la capto tal y como es objetivamente, si yo no veo solución alguna es que no la hay

3. Como sólo hay una realidad objetiva que yo capto a la perfección, quien capte otras versiones de la realidad o se equivoca o miente

4. La felicidad personal depende en gran medida del azar: que la persona que quiero me quiera, que los demás me vean y traten como yo deseo, que la biología no me dé un disgusto, que la suerte sea benevolente, que todo ruede –y por si sólo- en la dirección exacta que yo he decidido que debía hacerlo…

Frente a esta creencia tan arraigada de que es la supuesta realidad (y tal y como yo la percibo) la que determina mi calidad de vida, se alzan no sólo todas las filosofías, religiones y psicoterapias inventadas hasta hoy, sino incluso las últimas certezas científicas aportadas por la neurobiología. No sólo es castrante considerar que nuestro estado de ánimo está determinado por las circunstancias externas: es que, científicamente hablando, es radical y empíricamente falso

2. CIENTÍFICAMENTE HABLANDO: ¿Cómo afecta la “realidad” al ser humano?

El ser humano no se relaciona directamente con la “realidad”, pues entre la persona y su contexto se interponen, inevitablemente, sus interpretaciones subjetivas, arbitrarias y perfectibles. Al reflexionar, evaluar y llegar a conclusiones (que éstas si impactan directamente sobre nuestro estado emocional), el ser humano toma como materia prima datos de esa supuesta realidad exterior (presuntamente objetiva e unívoca), pero tamizados progresivamente por varios filtros que, en el mejor de los casos, sólo seleccionan y matizan los hechos, mientras que en el peor (la inmensa mayoría) los manipulan hasta desfigurarlos.

¿Cuáles son estos filtros mediante los que, inevitablemente, el ser humano manipula subjetivamente la realidad?

SENTIDOS. Oído, vista, tacto, olfato y gusto son una primera barrera que se interpone entre la persona y el mundo exterior, amoldando los datos externos en función de sus características (cualquier miope sin gafas puede atestiguar la diferencia abismal entre lo que sus ojos captan y cualquier paisaje).
ATENCIÓN: Selección Inconsciente. La capacidad de atención del ser humana es reducidísima en comparación a los trillones de bits de información disponibles y que, de llegar al cerebro, lo colapsarían. Por ello, y de manera automática, prestamos atención a aquello que estimemos –a priori- prioritario, por lo que ya de entrada descartamos el 99’9% de datos de esa realidad externa que, por definición, siempre será inabarcable por el minilocuente cerebrito humano.
PRIORIZACIÓN: Selección consciente. Una vez nuestros sentidos y la atención han reducido la realidad a su mínima expresión manejable, el cerebro humano ha de priorizar qué atiende con máxima urgencia. Nueva “mordida” a la ya exigua imagen de la realidad que teníamos. No podemos atender a todo al mismo tiempo, y por ello hemos de obviar el 99’9% del exiguo 0’01% de realidad que llega a nuestra consciencia.
EMOCIONES. Las emociones sirven, entre otras muchas cosas, para dirigir la atención y significar por adelantado lo que sucederá. Como veremos en próximos post sobre Inteligencia Emocional, desde la ira nuestros sentidos sólo captarán y nuestro cerebro sólo significará datos que representen agravios; desde el miedo peligros; desde la tristeza errores, etc. Aquí ya nuestro mapa imperfecto de la realidad ya comienza a parecerse a una caricatura grotesca de la misma.
Cada uno de estos filtros diluye y transforma los datos de esa realidad exterior. La idea que acabamos teniendo de una realidad concreta es fruto de 4 procesos de jibarización, eliminación y distorsión de datos objetivos. ¿Habéis tenido la desgracia que algún camarero os haya hecho un cortado con la misma borra de café del anterior? ¿A que más que café era un “aguachirri” infumable que ni se parecía al café? Pues imaginaos que nos lo sirve tras CUATRO cafés anteriores. Ese caldichi infumable es la materia prima sobre las que tomamos decisiones “objetivas”

DE LA CÁRCEL DEL SER…
¿Qué hace que diferentes seres humanos vivan de forma diferente sucesos equiparables? La respuesta a esta pregunta puede conllevar la segunda creencia más castrante en el top ten de creencias limitantes: “los hechos nos afectan de manera diferente… porque “somos” diferentes”.

Al elegir como explicación de nuestras conductas y estados emocionales el “ser” de una determinada manera, nos negamos la posibilidad de cambio. El ser remite a cualidades innatas e inmutables de la naturaleza consubstancial de cosas o personas y, por lo tanto, intentar cambiarlas nos parece una absoluta pérdida de tiempo ¿Puedo dejar de ser pelirrojo? ¿Ser blanco o negro? ¿Ser macho o hembra? ¿Dejar de ser bípedo, RH + o -?

Definitivamente, la manera más eficiente de condenarnos a la impotencia, la pasividad y el victimismo (tríada pórtico a lo que científicamente se conoce como una vida de mierda) estriba en unir estas tres creencias: 1. “Realidad sólo hay una, y es tal y como yo la capto objetivamente”; 2. “Son los hechos externos los que determinan mi calidad de vida” y 3. “Yo soy así”. No puedo imaginarme una receta más eficiente para condenarnos a una vida de sufrimiento, limitaciones y resentimiento. Si quieres convertirte en una persona amargada, resentida, mediocre, de absolutismos talibanescos y de la que todo el mundo huya como de la peste, te recomiendo que defiendas estas creencias a capa y espada, contra viento y marea, evidencias y sentido práctico. Ah! Y que dejes de leer este blog inmediatamente, pues su finalidad es, precisamente, que superes este tipo de creencias limitantes.

… A LA LIBERACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD
Por suerte (y tal y como la neurobiología ha demostrado) estas tres creencias, amén de limitantes de conductas y ponzoñosas emocionalmente, son estrepitosamente falsas. Veamos:

Realidades hay muchas… tantas como seres humanos que las signifiquen. El ser humano vive en sus interpretaciones de la realidad, no sobre la realidad misma. Los hechos son neutros hasta que nuestro pensamiento les atribuye unas causas pasadas, unas consecuencias futuras y una valoración que desemboca en una significación subjetiva u otra (y que siempre diferirá de una persona a otra). Y es esta significación personal la que DETERMINARÁ mi estado de ánimo, no los hechos que presuntamente evalúa.
Hechos idénticos pueden ser vividos de maneras radicalmente opuestas por diferentes personas. De ello puede inferirse fácilmente que los hechos INFLUYEN (y algunos, muchísimo, más cuanto más potencialmente traumáticos) en nuestro estado de ánimo, pero lo que lo DETERMINA son las conclusiones con las que signifiquemos esos hechos y que, aunque a veces razonables y legítimas, siempre serán subjetivas y arbitrarias (ergo argumentables y perfectibles). De idénticas penas de amor, un amigo mío se tiró por el balcón, otra se deprimió durante años y otro ha escrito los más bellos poemas de amor que jamás haya leído.
Desde el refranero castellano (“La vida es según el cristal con el que se mira”) a Nietzsche (quien definía al ser humano como “el animal que emite juicios”) y pasando por la sabiduría popular (“para gustos, colores”), todos afirman que ni la realidad existe como bloque monolítico de lectura unívoca, ni son los hechos externos los que determinan nuestro estado de ánimo. Con la edad, a todos nos salen arrugas, pero ¿Lo vivirá igual una monja budista que un modelo de pasarela? Finiquitar una relación sentimental, ¿Significa lo mismo para todo el mundo? ¿Conocemos gente que, tras la pérdida de un ser querido se han hundido sin remisión? ¿Y otros que, frente a la misma situación, han continuado su vida, con alguna cicatriz pero más fuertes y humanos que antes?

3. La identidad psicológica humana, por suerte, es maleable y siempre está en perpetuo cambio. “Somos” en función de cómo actuamos, actuamos en función de cómo sentimos y sentimos en función de cómo pensamos. Mientras los hechos a menudo no se pueden cambiar a capricho (la temperatura exterior, los sentimientos ajenos, la desaparición de un ser querido, las estructuras macroeconómicas, los imperativos de la biología, etc.), siempre está en nuestra mano el APRENDER A SIGNIFICAR ESOS HECHOS DE UNA MANERA QUE NOS PERMITA ACTUAR PARA CORREGIR EN LO POSIBLE EL RUMBO DE LOS HECHOS, MINIMIZAR EL SUFRIMIENTO Y/O MAXIMIZAR EL PLACER.

Significamos en función de cómo pensamos, y pensamos en base a las creencias que, conscientes o inconscientes, rigen nuestra cognición y conducta (en siguientes post os hablaré de qué son las creencias, como nos rigen y como podemos cambiarlas).

La clave de la libertad humana estriba no en la OMNIPOTENCIA para que todo sea como yo he decidido que debería ser, sino en la RESPONSABILIDAD para implementar los cambios de cognición, conducta y emociones que me permitirán afrontar mejor esa realidad ajena e indiferente a mis exigencias. Los demás serán y sentirán como les dé la gana a ellos (no como yo necesite); el mundo será como le dé la gana a él, y no como yo haya decidido que es justo que sea (que, curiosamente, acostumbra a coincidir con como me conviene que sea); el azar es, eso, azaroso y ajeno a mi existencia; y la biología tiene unas leyes a las que se la repampimflo yo y los centenares de miles de millones de seres humanos que nacieron, murieron, nacerán y morirán antes y después que yo. Bienvenidos de nuevo a la minilocuencia biológica en la que el ser humano se basa y en la que termina. Si, lo sé, demasiada insignificancia para nuestro eguito de pseudo dioses…

Pero hay algo sobre lo que tenemos o podemos aprender a tener pleno control: nuestra manera de significar esa realidad ajena e indiferente a mis deseos y hasta a mi existencia. Viktor Frankl (un psiquiatra vienés que decidió aprender a ser feliz a pesar de sobrevivir a un campo de concentración… para encontrarse al salir con que toda su familia había perecido en otro) escribió que “Todo puede serle arrebatado a un hombre, menos la última de las libertades humanas: el elegir su actitud ante una serie dada de circunstancias”. Ni tú, ni yo ni él somos omnipotentes para decidir las circunstancias, pero siempre seremos absoluta, radical e impepinablemente libres para elegir la actitud con la que las afrontaremos.

Para este nuevo año, no te deseo ni suerte, ni salud, ni amor, ni amantes o rejuvenecimientos mágicos (mucho menos el engañabobos de las loterías). Permíteme ser infinitamente más ambicioso. Te deseo algo mucho mejor, definitivo, eterno y que depende exclusivamente de ti: que aprendas a significar la realidad externa de manera que te permita hacer y vivir excepcionalmente tu vida. Al azar lo que es del azar… y a tu responsabilidad lo que es de tu responsabilidad.

Si te deseo, y de todo corazón, que sepas sonsacarle al nuevo año todo lo que ambiciones, y que ambiciones poco en cantidad y muchísimo en calidad. Y sobre todo: que tus deseos se basen más en tus acciones que no en meros ruegos para que caigan del cielo los resultados con los que sueñas. A dios rogando…
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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