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La Proeza de la Ilusión: Construyendo el Optimismo contra Viento, Marea y Evidencias

Con la que está cayendo a nivel mundial, la indecente precariedad social de más del 20% de la presuntamente opulenta Europa, con las zancadillas de la biología y las irresolubles contradicciones del mero hecho de ser humano… ¿Es posible sentirse ilusionado por el futuro, satisfecho en el presente y feliz por el mero milagro de estar -todavía- vivo? ¿Es la ilusión un hallazgo fortuito o un logro personal contra viento, marea y evidencias? ¿Un inocente brindis al sol a base de ignorar la realidad o un acto de puro y radical realismo inteligente? ¿Se puede construir la ilusión y el optimismo sin por ello dejar de atender y entender los grandes dramas y limitaciones del ser humano y de la sociedad actual? ¿Se puede vivir feliz sin por ello tener que basarse en cantamañaneos positivistas de una insolvencia intelectual sonrojante por naïf y simploide?

Los que me conocéis en persona bien sabéis que nunca fui, precisamente, un optimista antropológico. Una vez analizado el mundo que entre todos estamos creando, me cuesta reprimir una cierta aversión al ser humano en general y la cultura occidental en particular. Por suerte cuento, como contrapeso a mis reticencias antropológicas, con mi amor por los individuos concretos en los que se encarna la especie, así como con una especie de sobrempatitis compulsiva por el sufrimiento ajeno que me ha salvado de las garras de una misantropía tan profunda que me hubiera dejado más cerca de metralletas y hamburgueserías que de libros y clases. Y si nunca fui un optimista antropológico, menos aún lo fui existencialmente. Mi curiosidad intelectual nunca me permitió según que alardes de superficialidad positivoide basada en mirar para otro lado al enfrentarme a los grandes dilemas y dramas de la existencia y la sociedad

Ser humano dista mucho de ser fácil. A poco que analicemos al ser humano con un mínimo de propiedad y amplitud de miras, el pesimismo parece tenerlo fácil para bombardearnos el ánimo desde múltiples ámbitos. ¿Cuáles son estos ámbitos, y de qué razones se arman para empujarnos al desánimo?

1. LAS OBVIEDADES DEL PESIMISMO

NEUROBIOLÓGICAS. Tal y como vimos en “De Animales a Dioses”, el cerebro humano actual no dista mucho del de nuestros antepasados más paleohomínidos. Así que con un cerebrito biológicamente constituido para poco más que cazar y no ser cazado, tenemos que manejar los trillones de bites de información compleja que conllevan las exigencias de la sociedad actual. ¿Cómo no caer en la confusión, si el órgano que debería evitarla no da en principio para ello?

También vimos que la principal función del cerebro es detectar potenciales amenazas a la superviviencia. Y mientras en el medio natural estas amenazas siempre eran reales y conllevaban intensos pero muy puntuales repuntes de estrés (entre un ataque de un depredador o una manada rival y el siguiente podían mediar semanas o meses), la sociedad actual propicia incertidumbres económicas, sociales y vitales a cada segundo. ¿Cómo no sentirnos estresados y angustiados, cuándo significamos como peligros mortales cualquiera de los millones de inquietudes modernas que nos asaetan a cada segundo? Presentes, futuras, futuribles, reales, inventadas, seguras o posibles… la lista es interminable si nos dedicamos a alargarla sin fin.

EXISTENCIALES. Cada cultura se ha inventado sus propios dioses, rituales adivinatorios de futuro, cosmogonías vitales y sistemas de creencias supranaturales: Dioses, Alás, Jehovás, Pachamamas, Ganeshas… la lista tira a infinita. Pero entre la miríada de deidades de las que el ser humano se ha dotado -todas formalmente muy diferentes-, subyacen tres elementos comunes: los dioses acostumbran a ser inmortales, omnipotentes y omnipresentes. Lo que me lleva a sospechar que al ser humano le repatea especialmente el hecho de ser mortal, de potencia limitada y tan sólo poder estar en un lugar a la vez. A los humanos nos jode enormemente el saber que moriremos (no sólo nosotros, sino todos los seres conocidos y queridos que nos rodean) y que ni el mundo ni los demás ni serán ni actuarán como yo considero justo, ético o lógico que sean o actúen (que, sospechosamente, acostumbra a coincidir con lo que a uno mismo le conviene, qué curioso). Y, como guinda del pastel, por cada elección vital que realizamos… ¡Estamos descartando millones de posibilidades que nunca sabremos si nos habrían hecho tanto o más felices que la elegida! Con todo ello, ¿Cómo no sucumbir al desánimo, la impotencia o a la desesperanza?

SOCIOGEOPOLÍTICAS. Con un mínimo de información crítica y sensibilidad, no invitan al optimismo ciertos datos vergonzantemente ciertos: 82% del planeta bajo el umbral de la pobreza, gastos en armamento miles de veces mayores que en educación, millones de seres humanos asesinados por inanición o enfermedades fácilmente curables… En el Occidente dominador de este mundo, las cosas están infinitamente mejor que en el resto del planeta (sería insultante comparar nuestras injusticias con las del resto del planeta), pero no por ello estamos para tirar cohetes ni dar lecciones a nadie. También aquí sufre cada día gente por eternas listas de espera, muchos tratamientos dependen del poder económico de quien los necesita, hay gente viviendo en la calle y miles de niños padecen malnutrición y su formación académica depende más del dinerito de los papás para extraescolares que de su propio talento y dedicación. Con todo ello, ¿Cómo no sucumbir a la rabia, al odio o a la violencia más visceral e ineficiente?

INDIVIDUALES. Si no tengo mal entendido, el día tiene 24 horas. De ellas, 8 trabajamos (¡Dios, y en el mejor de los casos!), 8 dormimos (¡Dios, quien se lo pueda permitir!) y de las restantes 8, gran parte las consumimos en ir y volver del trabajo, ponernos y quitarnos el pijama y atender prosaicas labores de mera subsistencia como la higiene, la alimentación, compras, pagos de facturas, etc. Así que, sacando cuentas, invertimos un tercio de nuestra vida en (sobre)vivir; otro tercio lo pasamos sin conciencia y el restante, copados por cotidianidades sin alcance alguno más allá de cubrir las necesidades mínimas para continuar vivito y coleando. Con todo ello, ¿Cómo no sucumbir a la rutina, la desidia y la desilusión?

Además, desde una visión individual de la biología humana, se dan algunas paradojas no demasiado cómodas. Si nos fijamos, de jóvenes contamos con cuerpos y caras que, tanto estética como médicamente, nos permiten disfrutar de salud y ciertas simetrías de rasgos y turgencias de miembros que, convencionalmente, vivimos como belleza o atractivo físico. Pero de jovencitos también acostumbramos a ir más que cortitos de dinero, y la falta de experiencia y sabiduría nos impele a soltar tonterías como panes y actuar con una inmadurez sonrojante. Por suerte. y si nos lo curramos mínimamente, con los años maduramos (?) y nos hacemos más responsables (??), racionales (???) y coherentes (????) y, si hacemos que el acierto personal limite los posibles caprichos adversos de la suerte, a partir de los ventitantos vamos adquiriendo un progresivo dominio de nuestros recursos económicos. Total: que cuando reboso salud y belleza, me falta dinero y sabiduría; y cuando reúno algo de sabiduría y dinero… empiezan a aparecer progresivamente arrugas, flacideces, especialistas e incontinencias varias. Con todo ello, ¿Cómo no sentirse con ganas de pedir el libro de reclamaciones?

2. LOS PARAPETOS DE LA ILUSIÓN
“Contra el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”, A. Gramsci

Tal vez por todo ello, pasé gran parte de mi preadolescencia, pubertad y premadurez sumido en un cierto pesimismo de fondo, generalmente discreto, que recorría mi alma subterráneamente como contrapunto clandestino a mi vitalismo, compulsividad intelectual y bulimia vital. Aunque de natural vitalista e hiperactivo, hasta mi presunta madurez actual sucumbía a puntuales -pero virulentos- arrebatos de profundo desaliento. Y creo que razones –tal y como hemos visto- no me faltaban. Todo lo expuesto anteriormente sigue vigente en mi mente como paradigmas objetivos, realistas y algunos hasta empíricamente contrastables, y me niego a negar lo que objetivamente me resulta obvio en aras de la fabricación artificial de un optimismo de pies de barro basado en mirar para otro lado más que en afinar la mirada.

Entonces, ¿Qué ha cambiado en mí para, aún con todo ello presente, poderme declarar satisfactoriamente feliz y en paz conmigo, la vida y los demás? Sencillamente, que no he basado mi felicidad en fabricar razones para negar todo lo arduo, sino que me he centrado en encontrar, perfilar y pulir una batería de otras verdades (antagónicas o complementarias) tan ciertas como éstas… sólo que en vez de demolerme el ánimo, me lo apuntalan. Dejadme compartirlas con vosotros…

NEUROBIOLÓGICAS: de la Confusión a la Claridad. El día a día contemporáneo puede abrumarnos con toneladas de información, pero hoy en día tenemos recursos que antes ni soñábamos para poder afinar la cacofonía de demandas de la cotidianidad. Desde artilugios externos (agendas, móviles, ordenadores…) hasta habilidades y competencias personales (meditación, clarificación de valores, auditorías de creencias) que pueden ayudarnos a actuar en función de nuestras prioridades y no de los vaivenes caprichosos de una cotidianidad siempre apresurada, excesiva y arrolladora si no aprendemos a domesticarla.

Y del estrés y la angustia a la tranquilidad y la confianza. Por mucho que nuestro cerebro esté diseñado para encontrar (o inventarse) peligros, disponemos de herramientas clave (como la Inteligencia Emocional) para aprender a gestionar nuestras emociones. Tan sólo con saber que nuestro cerebro se inventará amenazas si no las encuentra, hacer listas de cuantos temores son presentes o sólo futuribles, cuantos reales y cuantos imaginados y cuantos (y cuan bien fundamentados) están la mayoría de nuestros miedos, éstos disminuyen progresivamente, a medida que mejoramos nuestra capacidad para no dejarnos secuestrar emocionalmente.

EXISTENCIALES: del desánimo, la impotencia y la desesperanza al orgullo, la motivación y la satisfacción. Cierto es, como decía Sartre, que nacemos muriendo. Es un hecho que cada segundo más lejos del principio es un segundo más cerca del final, pero la actitud y significación que demos a este hecho es una prerrogativa de nuestra libertad. Precisamente la conciencia de nuestra mortalidad puede ser el acicate definitivo para relativizar nuestras dificultades presentes, tan insignificantes ante la inmensidad de la muerte. La muerte puede ser, perfectamente, el revulsivo definitivo para vivir cada segundo como el milagro –único, irrepetible…efímero- que es. Con lo que me jode la muerte… me niego a desperdiciar mi vida, aún con todas las vicisitudes que comporte, incluidas las que no desearía vivir. Sócrates ya me lo chivó ahce muchos años: “A la muerte no se le puede tener miedo, porque cuando yo esté, ella no está. Y cuando ella venga, yo ya me habré ido”.

Así mismo, el hecho de que los demás no hayan nacido para actuar, pensar y sentir como yo crea que debieran, y de que la vida no esté ahí para otorgarme lo que yo considere justo, también es un acicate para aprender a llevarme mejor conmigo mismo (el único ser que siempre hará lo que yo le diga) y a relativizar tanto los premios como los castigos de la existencia. Los días que me levanto sin otro objetivo, siempre tengo uno: seguir aprendiendo a fortalecerme como para que mi felicidad no dependa de lo que hagan o digan los demás ni de los caprichos favorables o adversos del azar. Influir, no puedo evitar que lo uno y lo otro me influyan a la corta (y mucho), pero me niego en redondo a que determinen mi ánimo a la larga.

GEOPOLÍTICAS: de la Rabia, el Odio y la Violencia a la Esperanza, la Participación y el Cambio. La situación del mundo en su conjunto es, desde un punto de vista de decencia humanística, absolutamente inaceptable. Pero a pesar del monopolio informativo de los lobbies económicos, Internet, la globalización de la información y la progresiva conciencia como seres humanos nos llevan a conocer y no aceptar según qué crímenes (hambrunas en países que exportan alimentos, tráfico de personas, guerras por materias primas, explotación de menores, guerras creadas por lobbies armamentísticos, etc.) que antes la mayoría de la población ni llegábamos a conocer. La dimensión de los retos humanos a escala planetaria (empezando el planeta en el Banco de Alimentos de la esquina) es mastodóntica (para mí, hasta intimidante), pero nunca antes como hoy tantas personas hemos dispuesto de tantas herramientas (y tantas ansias por utilizarlas) para, como mínimo, forzar la hipocresía de los grandes poderes fácticos que hasta no hace tanto podían masacrar sin rubor alguno economías y personas y adueñarse impunemente de los bienes de todos.

INDIVIDUALES: de la resignación alienada a la ilusión continua. Es precisamente el desproporcionado espacio de tiempo que ocupa el trabajo en nuestras vidas el que me empujó, desde muy joven, a invertir tiempo, esfuerzo, ilusión e imaginación en inventarme maneras en las que el trabajo, lejos de ser una maldición bíblica, fuera una causa más –sino la principal- de realización personal. Precisamente porque nos ocupa, como poco, un tercio de toda nuestra existencia podemos (¿Debemos?) añadir una nueva ilusión que nos acompañe hasta el último de nuestros días: convertir nuestra faceta profesional en mucho más que una mera contraprestación económica para sobrevivir más o menos holgadamente. Me niego a ser una tuerca en un engranaje que sienta ajeno, me niego a que me exploten, me niego a que me alienen. E irlo consiguiendo cada vez un poquito más es una fuente inagotable de ilusión.

Y del resentimiento a la lucidez. El acumular años y el envejecer no tiene nada de malo per se, a menos que nuestros deficientes enfoques lo conviertan en un problema. Si, de adolescentes, apostamos nuestra realización y autoestima a la autonomía económica o a la sabiduría acumulada, sufriremos inútilmente (y lo digo por experiencia). De igual manera, si a medida que cumplimos años, basamos nuestra satisfacción personal en los cánones contemporáneos de belleza, el atractivo meramente estético o en la plenitud física, habremos comprado infinitos números en la lotería del resentimiento. Sabiendo que con los años iremos perdiendo el atractivo superficialmente estético y el bienestar físico, para mí no hay mayor reto lúcido – ni más ilusionante- que el de compensar ambos con cotas cada vez mayores de conocimiento, sensibilidad y curiosidad intelectual, social y vital.

No hay mayor reto que aprender a envejecer y morir sonriendo, y condición imprescindible para ello es aprender a pedirle a cada edad lo que puede ofrecer: a la juventud, vitalidad gratuita, atractivo, inconsciencia y barra libre de endorfinas; a la madurez, sabiduría, conocimiento, criterio y lucidez. Si entras en una pescadería a por filetes de ternera, te garantizo una enorme frustración como consumidor. Y eres libre de elegir hacerlo, y tanto. Eso si: no le eches la culpa al pescadero por vender lo que anuncia y no lo que tú has decidido que debería vender.

3. CONCLUYENDO…

¿Son más ciertas estas verdades que las anteriores? Yo, sinceramente, creo que no: como mucho, igual de inexactas y sobregeneralizadas, como toda conclusión humana. Pero a mí, además de nítidamente razonables, me sirven para vivir mejor. Yo no he venido al mundo a dejarme arrastrar por un pesimismo fácil y malgastar mi existencia por presuntas verdades existenciales. Pero tampoco puedo basar mi optimismo e ilusión en mirar para otro lado frente a según qué facetas incómodas de la existencia humana. Por dos razones principales: primero porque (en el mejor de los casos) obviar toda la información más dura me volverá superficial, bobalicón e intrascendente, carne de manipulación ideológica y/o vital. Y segundo porque (en el peor de los casos), la vida me pillará desprevenido. Tarde o temprano, habremos de enfrentar las cuestiones más espinosas de la existencia, y si antes de su llegada no hemos reflexionado inteligentemente sobre ellas, muy probablemente nos provocarán unas dosis de sufrimiento gratuito todavía mucho mayores de las que per se conllevan.

Ni dramitas de niño consentido, ni optimismo iluso con pies de barro. La mierda, en su lugar adecuado, se llama estiércol y es el más útil de los fertilizantes para hacer crecer abundantes lo mejor de nuestras cosechas. A nosotros corresponde colocarla en el sitio que mejor nos convenga.

Por todo lo expuesto anteriormente, la vida no sé si tiene sentido… más allá del de buscárselo. Y ni la queja pusilánime ni la bobaliconería superficial nos ayudarán a encontrarlo. Una vez más, os animo a construiros un optimismo que, en el mejor de los mundos, nos caería del cielo. En éste, no.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 nov, 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
05 ago, 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
05 ago, 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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