“Dios, dame coraje para cambiar lo que pueda cambiar, serenidad para aceptar lo que no… y sabiduría para distinguirlo”, Sto. Tomás de Aquino
Cuanta sabiduría en tan pocas palabras. Y qué pérfida, pues tiene la desfachatez de dibujarnos impúdicamente el camino más fácil hacia una plenitud tan humilde como asequible. Así de sencillo: admitir en paz lo inevitable y lanzarse a tumba abierta sobre lo que podemos incidir. Y algo más importante: afinar el criterio como para saber diferenciar qué nos conviene aceptar y contra qué nos conviene rebelarnos.Vamos, un auténtico felón este presunto santo. De hacer caso a sus insidiosas proposiciones, se nos llenará la cabeza de pájaros, motivos y deseos. Y lo más peligroso, ¡De ilusiones! Con los innumerables peligros que conllevan: no olvidemos que, si picamos en el espejismo de la esperanza, tan sólo un mísero prefijo nos separará de la desesperanza y desilusión que debemos evitar a toda costa (incluso de vivir: siempre será mejor no ganar que arriesgarse a perder). Y lo peor: de dejarnos embaucar, borraremos el camino hacia la plenitud de nuestra amargura que tan exitosamente iniciamos la semana pasada con Arquitecturas de la Depresión I.
Por suerte, aunque tan sólo estamos en la segunda semana del curso, ya seremos capaces de tergiversar no sólo las enseñanzas de Tomás de Aquino, sino las de otro lumbreras: Rafael Echeverría. Este marisabidillo chileno, en su pretenciosa Ontología del Lenguaje, escribió que podemos significar y evaluar cualquier situación en la vida mediante tres tipos de juicios: Facticidad (Hechos, todo aquello que sucederá indiferentemente a nuestra voluntad, actos e influencia), Posibilidad (todo aquello sobre lo que podríamos influir en mayor o menor medida) o Duda (cuando no tenemos ni idea si algo es lo uno o lo otro).
¿Ejemplos de Hechos? La muerte, el paso del tiempo y sus efectos positivos y negativos, una separación ya consumada, un despido finiquitado, un veredicto pronunciado.
¿Ejemplos de Posibilidad? Vivir mientras estamos vivos (no, no es una tautología), envejecer bien, sabios y felices, encontrar otra pareja o trabajo
Uniendo a ambos demagogos para tergiversarlos en servicio de nuestra amargura, puedo proponeos el segundo de mis métodos infalibles para atormentarnos inapelablemente la existencia:
1. Niégate en redondo a aceptar hechos definitiva e inexorablemente consumados. ¿Qué ha fallecido un ser querido, ha terminado una relación que tú querías continuar o te han echado del trabajo? Rebélate contra ello, clama al cielo, rásgate las vestiduras, ¡Vota a bríos! Y, aferrándote a la injusticia del hecho, exige que el tiempo vuelva atrás para que ni se le ocurra suceder a lo que ya ha sucedido. Con ello, te asegurarás el primer ingrediente esencial de todo amargado profesional: el resentimiento, elemento básico que, cuanto más fortificado de razones (que tú tendrás que construir), mejor. Nietzsche definió el resentimiento como “la mordedura de un perro a una piedra”: la piedra sigue intacta, pero tú te dejas los dientes. Pero los amargados, ¿Para qué necesitamos dientes de caza, cuándo la rutina nos trae dócilmente al plato nuestra ración de Dog- Chow? ( de sabor desesperantemente monótono, pero tan fácil de conseguir y digerir…).
2. Abandona – a poder ser, antes de haber siquiera esbozado el más mínimo ademán de intentarlo- toda posibilidad. Sólo serás un auténtico crack de la aflicción cuando transformes en hecho irreversible todo aquello que no te guste de tu situación actual.
¿Qué ahora no estás satisfecho con tu carrera profesional? Eso no es una posibilidad sobre la que puedes incidir estudiando algo (buscando empleo de diferente manera, descubriendo nuevas vocaciones…), sino un hecho inalterable que jamás cambiará un ápice hagas lo que hagas.
¿Qué te sientes triste porque has perdido algo importante para ti (una pareja, un familiar, un trabajo…)? Convéncete de que tu tristeza es definitivamente insoslayable, y que no merece la pena ni intentar –pues de nada servirá- hacer algo para aprender a vivirla mejor como primer paso para, precisamente, acabar superándola poco a poco.
Si niegas la mera posibilidad –sistemática, automáticamente, en cuanto asome el menor deseo- de todo aquello que querrías conseguir, te harás con la segunda pata del trípode sagrado de la amargura profesional: la resignación. Ríndete a lo que no te gusta, y cuanto antes mejor: recuérdate que “más vale pájaro en mano que ciento volando”, aunque el pájaro en cuestión sea un alcaraván pollero picoteándote constantemente los genitales.
3. Pero la vida es siempre más ambigua de lo que nos invita a creer nuestra propensión a la brocha gorda. Por lo general, las cosas rara vez son prístinamente blancas o lóbregamente negras, a menos que nosotros (tan adictos a apresurados juicios sumarísimos que tanta reflexión y dudas nos ahorran) las simplifiquemos hasta la caricatura más dicotómica. Aquí se abre un nuevo reto para el experto en amargura. ¿Qué hacer cuando no podemos saber si algo es un hecho o una posibilidad? Pues muy sencillo, que no cunda el pánico, también ante esta tesitura disponemos de un arma definitiva para apuntalar nuestra sacrosanta aflicción: ponernos en lo peor. Ante cualquier escenario satisfactorio, vívelo como una frágil posibilidad presta a sucumbir irremediablemente bajo el peso de su propia inconsistencia. Por el contrario, ante un futurible escenario adverso, por muy improbable que pudiera parecer, vívelo plenamente como un hecho ya consumado (recuerda que dispones, para vaticinar lo peor, de una infalible bola de cristal de adivinación infalible). De hacer estas dos sencillas operaciones, cuadrarás el círculo de la excelencia deprimente con su ineludible tercer ingrediente: la angustia inherente a la anticipación de todo desastre no acaecido… todavía (to-da-víííííaaaa).
Sólo desde el bienaventurado triunvirato del resentimiento, la resignación y la angustia podrás acceder a las excelsas cotas de amargura hasta hoy vetadas a tu hipocondría de principiante. Pero permíteme acabar con una advertencia: vigila que no aparezca en tu camino alguno de esos traidores a la causa que quieren volverte imbécil pintándote la vida color de rosa. Esos lobos con piel de cordero, a sueldo del gran capital, intentarán manipularte para que aceptes aquello ya consumado (y así sentirte en paz), motivarte para conseguir lo deseado (y así sentir motivación y ambición) y, ante la duda, situarte en el escenario más razonablemente conveniente (sintiendo curiosidad e ilusión). Tú, ni caso: recuerda que sólo son egoístas panchicontentos que quieren lobotomizarte para que trabajes más barato, consumas más y no tengas ni la mínima preocupación social. Que empieza uno por sentir paz, ambición e ilusión y acaba uno quemando judíos, viendo el sálvame y financiando la Asociación Nacional del Rifle.
Como del amor al odio, de invertir uno tiempo en su desarrollo personal a incendiar cruces con el Ku Klux Klan, no hay más que un paso. Pero tú impasible en tu compromiso con la amargura, que te hará perder vida pero te protegerá eternamente de la decepción. Que no se te olvide jamás que todo lo que intentes y no dé absolutamente todos los resultados que esperabas -¡e inmediatamente!- es un fracaso hu-mi-llan-te que prueba tu mediocridad esencial (si, esa que tanto te cuesta disimular cada día) ante todos los demás y ante ti mismo.
Esa vergüenza es el sentimiento a evitar a toda costa. Y si para ello has de sacrificar tus ilusiones en el altar de la amargura, pues París bien vale una misa. Total… tal vez sean ciertas las teorías de la reencarnación, y dispongamos de infinitas existencias, ¿No? ¿Por qué no desperdiciar una de tantas?