Alegría, sorpresa, angustia, tristeza, ilusión… Todas ellas son emociones que, en mayor o menor medida, todos hemos sentido en algún momento de nuestra vida. Cada segundo sufrimos, disfrutamos, actuamos y pensamos movidos por ellas, pero rara vez nos paramos a pensar sobre ellas.
De forma más directa o indirecta, todos los artículos del blog intentan responder a dos preguntas cruciales en la existencia: Quiénes somos y qué podemos hacer para ser más felices. Gran parte de las respuestas a ambas cuestiones tienen que ver –y mucho- con el manejo que hagamos de nuestras propias emociones. Pero ¿Qué son las emociones? ¿Cuáles son sus causas… y sus consecuencias? ¿Hasta qué punto determinan nuestras vidas? ¿Son ellas las que nos dirigen a nosotros o nosotros a ellas? Y lo más interesante, ¿Se puede aprender a controlarlas? Si te interesa saberlo…
1. QUÉ SON Y COMO SE GENERAN: CAUSAS DE LAS EMOCIONES
Las emociones son la respuesta que una parte del cerebro (el límbico o emocional) desencadena, frente a la información ambiental, con el propósito de preparar cuerpo y mente para el curso de acción que mejor haga frente al contexto dibujado por los sentidos. Simplificando entre bastante y demasiado, los sentidos captan la información del contexto (visual, olfativa, sonora, táctil…) y la envía al tálamo (cerebro primitivo), el cual significa a brocha gorda dicha información clasificándola como potencial fuente de placer o de dolor (oportunidad a la que acercarse/ peligro del que alejarse). Inmediatamente después, envía un mensaje a la amígdala (cerebro límbico) para que prepare e insufle en la corriente sanguínea aquél aminoácido que mejor nos prepare para afrontar los retos planteados por la situación. Nosotros llamamos emoción a las sensaciones que nos producen los cambios anímicofisiológicos desencadenados por esos aminoácidos segregados por la amígdala.
Del latín e-movere (dirigirse hacia) las emociones engloban un determinado conjunto de sensaciones corporales, pero también de pensamientos y tendencias a la acción que desencadenan al mismo tiempo. Así las emociones son, en esencia, energía bioquímica en forma de aminoácidos que provocan tanto alteraciones del ánimo (intensas o pasajeras, agradables o desagradables) como un conjunto de reacciones físicas que preparan al cuerpo para el curso de acción (atacar, huir, esconderse, acercarse, pensar…) que el cerebro ha escogido como más adecuado para salir airosos de una situación dada.
Por todo ello, cabe concluir que las emociones son fruto de la cognición, de las evaluaciones y significaciones que nuestro propio cerebro realiza sobre la información externa recibida mediante los sentidos. Las e-mociones se generan desde dentro hacia afuera (de nuestro cerebro y cuerpo hacia la realidad), no de fuera a dentro, por lo que la realidad influye (y mucho) en sentir una emoción u otra, pero es nuestro pensamiento el que determina cuál sentiremos y con qué intensidad. Y es aquí donde se abre un espacio de libertad del que se supone que la mayoría de animales no dispone. La realidad externa aporta la materia prima, pero es nuestra manera de significarla y evaluarla lo que le da forma a la emoción que acabaremos sintiendo respecto a ella.
2. PARA QUÉ SIRVEN: CONSECUENCIAS
Las emociones determinan no sólo nuestra calidad de vida (sensaciones agradables o desagradables) sino también nuestros logros, ya que las diferentes emociones nos predisponen psíquica y físicamente a un determinado curso de acción, coherente con nuestra evaluación y significación del contexto.
Como iremos viendo en posts posteriores, la Ira tensa músculos, acelera el ritmo cardíaco y respiratorio y focaliza la mirada. ¿Para qué? Pues para preparar nuestro cuerpo para atacar. El miedo, por su parte, nos predispone óptimamente para huir o pasar desapercibidos, la sorpresa nos paraliza para recabar más información antes de acercarnos o salir pitando, y así con todas y cada una de nuestras emociones. Toda emoción es una preparación psicofísica ante los desafíos del momento enfrentado.
Pero las emociones no sólo preparan el cuerpo, también los sentidos y el pensamiento. Así, desde la ira sólo captaremos aquella información que refuerce las conclusiones de agravio; desde el miedo, nuevos y terribles peligros bajo cada piedra y desde la euforia, más y nuevas razones para flipar y creernos los reyes del mambo. Las emociones dirigen nuestra atención, focalizándola en aquello que esas emociones nos hagan considerar pertinente y relevante.
Preparando el cuerpo para actuar de una determinada manera, dirigiendo los sentidos para captar una información y descartar otra y predisponiendo al cerebro a evaluar la información con un sesgo particular, las emociones actúan como filtros y moldes que nos hacen construir nuestra realidad de una manera acorde. Recuerdo una copla que de pequeño cantaba mi abuela: “Nada es verdad ni es mentira/ todo depende/ del cristal con que se mira” (sic). Ahora sé que el cristal son las emociones. Y los miopes bien sabemos cómo cambia la realidad dependiendo del cristal a través del que se mira…
Una última utilidad de las emociones: espejo que refleja nuestra forma de ser. Las emociones son la más fidedigna fuente de autoconocimiento, infinitamente más verosímiles y fiables que nuestros elaborados y sesudos discursos racionalizados sobre quiénes creemos ser y qué queremos querer. Al ser consecuencia de cómo percibimos y nos significamos a nosotros mismos, los demás, el mundo y la vida en general, las emociones son el mejor espejo de nuestra visceralidad, pues reflejan espontanea e inapelablemente qué decidimos que es importante y prioritario, y en qué grado.
3. DE CABALLOS A JINETES
Si las emociones determinan tanto si nos sentimos bien o mal como las acciones que implementaremos (y su posible eficiencia) para construirnos una vida a medida, podemos concluir que el manejo inteligente de nuestras emociones es probablemente la tarea más importante de nuestra existencia. Hacer la mitad para conseguir el doble y disfrutarlo el triple es probablemente el sueño húmedo de toda persona, y la clave para ello es saber identificar, utilizar y gestionar nuestras emociones. Como veremos en el próximo post, utilizar inteligentemente nuestras emociones es aprender a sentir la emoción que mejor nos capacite para afrontar los retos de toda situación, adecuándolas a los cursos de acción más pertinentes frente a las demandas que cada situación nos obliga a enfrentar.
Como ya vimos en La invención de la realidad, tu visión actual de ti, los demás y el mundo en general no son un reflejo directo y pasivo de todo ello, sino de las emociones a través de las que lo captas, significas y evalúas. Cambia tus emociones y cambiarás tu realidad: obviamente, no los hechos objetivos y datos empíricos que la compongan, pero sí tu manera de vivirlos y tu capacidad para afrontarlos satisfactoriamente.
La vida sin gestión emocional puede parecerse mucho a la imagen estrambótica de un jinete acarreando penosamente un caballo a cuestas. Como mapas, motores y volante de nuestras conductas, las emociones pueden ser un lastre o viento a favor en nuestras velas. Ello dependerá del uso lerdo o inteligente que de ellas hagamos. De eso se trata la tan cacareada, ignorada o malinterpretada Inteligencia Emocional, de usar nosotros nuestras emociones para que nos lleven donde queremos ir, no que ellas nos arrastren hasta donde no. Porque las emociones, o las usas tú a ellas o ellas te usan a ti.
Como siempre, elije: o te montas en tu caballo para llegar cómodo y rápido a tus paraísos soñados, o lo cargas a cuestas para hacer tu viaje lento y penoso hacia tus infiernos temidos. O peor aún: a tus purgatorios más insulsos.