A Joaquina López. Porque la vida, como la fotografía, necesita de un laboratorio donde positivar los negativos. Sin negativos no hay imágenes, pero sin positivar no hay Fotografía.
¿Qué es un problema? ¿Y una dificultad? ¿Qué los diferencia? Y, realmente, ¿Tiene alguna utilidad práctica el planteárselo? Creedme que si: en mi experiencia profesional, la mayoría de autosabotajes que impiden a mis clientes conseguir sus objetivos nacen, precisamente, de no habérselo planteado nunca. Y en obviar la otra cara de toda carencia actual: la ilusión y el reto por satisfacerla.
DE DIFICULTADES, PROBLEMAS Y RETOS
Sea porque falte algo deseable o sobre algo indeseable, una dificultad es cualquier situación, relación o resultado presente que, en cualquier ámbito de nuestra vida, no funciona como deseamos que funcione. Por su parte un problema no es más que una dificultad vivida con el suficiente dramatismo como para significarla como tal. ¿Y un reto? Pues el reverso de la moneda: la incitación ilusionada a superar cualquier dificultad y disfrutar de la nueva (y mejor) situación creada.
Frente a cualquier situación que deseemos cambiar, podemos tener una dificultad, un problema o un reto. ¿Qué diferencia una dificultad a superar de un problema angustiante de un ilusionante reto de futuro? La naturaleza de la cuestión influye (y mucho, dependiendo de su gravedad intrínseca), pero lo que determinará nuestro posicionamiento será nuestra propia evaluación subjetiva del mismo. Si copamos nuestra atención con las miserias actuales de nuestra dificultad, sus peores consecuencias y en sus más lúgubres augurios de absoluta irresolubilidad futura, tenemos un problema (y dependiendo de la gravedad real del asunto, uno muy angustiante). Por el contrario, si decidimos centrar nuestra atención en la euforia por crear para el futuro eso tan anhelado hoy y nos regalamos en nuestra capacidad para llegar a conseguirlo, tendremos un reto (y, dependiendo de la magnitud del mismo, uno motivador hasta la euforia).
MOTIVACIÓN: EL COMBUSTIBLE IMPRESCINDIBLE
Más allá de lo sufrido o placentero que resulte su proceso de consecución, todo objetivo importante conllevará ciertas dosis de esfuerzo y, sobre todo, incertidumbre. Y sólo un antídoto puede inmunizarnos contra la tentación de abandonar cuando las dudas más acuciantes acechen: la motivación. Pero, tal como vimos en Los motivos de la motivación, la motivación no es una semilla que se plante sola ni germine por arte de magia, sino fruto de las emociones que la componen: alegría, confianza, amor, curiosidad, tranquilidad y esperanza, todos ellos ingredientes inherentes a la motivación necesaria para acometer grandes retos.
La fuerza, el deseo y las acciones imprescindibles para superar los miedos y dudas inherentes a todo logro importante sólo pueden emanar de la motivación, y ésta de las emociones anteriores. ¿Pero dónde encontraremos estas emociones?
PISCINAS DE PERFUME Y MIERDA
La tendencia a centrarnos en una dificultad (o problema) o en la creación de su solución, en la ansiedad presente o en la euforia futura, tiene consecuencias directas no sólo en nuestra emocionalidad (provocando las emociones que nos hacen sentir motivados o desmotivados), sino en nuestras conductas y su eficiencia o inoperancia (ergo sobre nuestros resultados prácticos).
Consciente o inconsciente, implícita o explícitamente, al afrontar cualquier dificultad estaremos eligiendo sumergirnos en una de las dos piscinas de nuestro ánimo: la de perfume o la de mierda.
Si permitimos que nuestra atención la colapsen las aristas más afiladas de nuestros problemas actuales, lo más desagradable de nuestra situación y las más perversas dudas sobre nuestro potencial para superarlas, te estarás sumergiendo de lleno en una PISCINA DE MIERDA en la que solo parecen flotar nuestras peores miserias. Y rodeados de desgracias y atenazados por nuestras propias impotencias, ¿Qué emociones presidirán nuestro ánimo? Pues tristeza, impotencia, aversión, vergüenza, desesperanza y angustia ¿Y qué acciones nos impelerán estas emociones a acometer? Pensar críticamente, no actuar, alejarnos del tema, escondernos o lanzarnos a la más estéril de las activitis, tan frenéticas como breves y desnortadas. Así, lo peor de todas estas emociones no es el sufrimiento que conllevan, sino sus devastadoras derivadas conductuales que nos abocan, precisamente, a aquellas acciones que nos impedirán alcanzar cualquier reto. Frente a cualquier problema, nos condenamos a cronificarlo al encararlo sumergidos en una piscina de mierda.
En cambio, al centrar la atención en los beneficios miríficos de poder disfrutar de ese objetivo, cuya ausencia tanto nos fastidia hoy, y regodearnos en nuestra absoluta fe en la propia capacidad para conseguirlo, nos zambullimos de pleno en una PISCINA DE PERFUME. Y embelesados frente a los placeres futuros, anticipando el sabor cierto de los logros y desbordados de confianza, ¿Qué emociones presidirán nuestro ánimo? Obviamente, alegría, confianza, amor, curiosidad, tranquilidad y esperanza: los ingredientes necesarios de la motivación ¿Y qué acciones acometeremos desde ellas? Curiosamente, aquellas que requiere todo logro de cualquier índole: reflexiones creativas, reiteración masiva de acciones de aprendizaje, búsqueda de información, flexibilidad para variaciones en función de ensayo y error, etc. Y todo ello, gratis. Bueno, gratis no: requiere el precio de forzarnos a zambullirnos en nuestra piscina de perfume. Por mucho que nuestros miedos o ansias de confort nos impelan a zambullirnos en la de mierda.
LA LIBERTAD VINCULANTE DE TU CHAPUZÓN
Lo que cambiará nuestra vida no será ni la piscina de perfume o mierda donde decidamos sumergirnos ni las emociones con las que nos embadurnemos el ánimo, sino las acciones que implementemos para arreglar lo roto, conseguir lo deseado o deshacernos de lo indeseable. Pero ya sabemos que las acciones vienen de las emociones y éstas, de la piscina donde empezamos sumergiéndonos.
¿Que decides permitir que tu atención se concentre en las miserias actuales, en lo que te sobra o te falta y que tú vaticinas que no se puede hacer nada para conseguir? Estarás chapoteando en la piscina de mierda, te embadurnarás de emociones como el miedo, la ira, la impotencia, la aversión y la angustia, y te dedicarás a rehuir la cuestión, encontrarle fallos a todo, apartarte de las oportunidades y refutar preventivamente a quien te proponga el menor atisbo de solución.
¿Que decides centrar tu atención en las maravillosas consecuencias de conseguir tu sueño, en todo lo bueno que lo acompañará y lo eufórico que te sentirás al disfrutarlo? Estarás nadando en una piscina de perfume, impregnándote hasta el tuétano de emociones como la alegría, la confianza, la ilusión, la tranquilidad y la curiosidad, y te dedicarás a reiterar conductas, pensar creativamente, acaparar información periférica que nunca observaste y a mostrarte abierto a nuevas posibilidades nunca antes contempladas.
Y que no te quepa la menor duda: sumergirte en una piscina u otra es una mera elección apriorística, un acto de fe o de desesperanza sin la más mínima garantía de certeza ni de lo uno ni de lo otro. Salvo fanáticos de la adivinación y adictos al destino como coartada, el futuro es indescifrable desde el presente, un terreno todavía mítico y siempre por descubrir tras construirlo. Cualquier presunta certeza sobre el futuro, buena o mala, no pasa de mero vaticinio, proyección más o menos probable, mejor o peor fundamentada, pero nada más allá. Elegir como plausible un futuro brillante u otro terrible nunca será un hecho, sino una elucubración con tantos números de producirse como de no hacerlo jamás. Eso si, para guiar nuestra conducta presente debemos guiarnos por alguna de esas proyecciones, todas ellas idénticamente irreales hoy. Las razones que te sumergirían en la piscina de mierda son tan falibles como las que te sumergirían en la de perfume, ambas meros augurios antes que lo que hagas o dejes de hacer los transforme en hechos. El grado de certeza absoluta no te servirá para decidir entre unas y otras, pues ambas son idénticamente falsas a día de hoy. La diferencia no estriba en su (imposible de comprobar) grado de veracidad, sino en sus consecuencias: mientras desde la irreal piscina de mierda dividirás por mil tus –pocas o muchas- posibilidades de superar tus peores problemas, desde la de perfume multiplicarás por mil las de lograr tus mayores ilusiones.
Así que te toca elegir qué mentira actual quieres acabar convirtiendo en más cierta mañana. Elige a que quieres que huela tu futuro y tu presente. Eso sí: no intentes oler a perfume mientras chapoteas en lodazales de estiércol. Tu vida bien merece un buen baño de perfume. Si más no, eso que te llevas hoy. Mañana, ya veremos.