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VACACIONES: más allá del Sofá o la Mochila

Se acercan o ya hemos empezado uno de los momentos más venerados del año: las vacaciones. Tiempo de descanso, aventura, reposo y placer que el Homo Currantis contemporáneo, en su infinita torpeza, puede convertir en un vía crucis de tensión, conflicto familiar o mera insatisfacción insípida mejor o peor disimulada.

¿Cómo disfrutar más nuestras vacaciones y sacarles el máximo de satisfacción? ¿Se pueden aprovechar para algo más que para no trabajar? ¿Por qué pueden llegar a complicar tanto las relaciones de pareja o familia? ¿Qué hacemos para que el regreso nos resulte tan duro? Si te interesa conocer los errores más habituales al encarar las vacaciones y como no incurrir en ellos…

 I. EL CONOCIDO SECRETO DE LA SATISFACCIÓN: errores más habituales frente a las vacaciones

1. Idealización desaforada. Demasiado a menudo, llevamos existencias tan alejadas de nuestros verdaderos valores, creencias y motivaciones personales que tendemos a convertir las vacaciones en el Dorado de nuestras vidas, y abocamos en ellas unas expectativas de satisfacción irreales de tan exageradas. Recuerdo a los 16 años, durante mi primera experiencia profesional en una fábrica, las caras abatidas de los que regresaban de vacaciones, y como en el mes de Septiembre la gente ya contaba los días que les faltaban para las siguientes. Las vacaciones se definían como “ser libre otra vez”, “vivir bien”, “hartarme de…”. Considerar que las vacaciones son el único periodo del año en que podemos “ser libres, vivir bien y hartarme de…” es una ilusión más que legítima y no tiene nada de malo per se, pero puede conllevar una sobreidealización que nos pondrá las expectativas de satisfacción inalcanzablemente altas. Como ya vimos en Los motivos de la motivación, la fórmula de la satisfacción es sencilla: Resultados – Expectativas, por lo que expectativas utópicas acarrean un riesgo altísimo de insatisfacción. Las vacaciones no son más que otro de los múltiples periodos de nuestra vida y, como tal, está plagado de claroscuros, momentos mejores y peores, placeres, desidias y hasta contratiempos. Si las convertimos en el único periodo donde esperamos disfrutar profundísimamente de nuestra vida, nos sometemos a una presión extra no sólo innecesaria sino, sobre todo, contraproducente a la hora de disfrutarlas.

2. El palo de la zanahoria. Convertir las vacaciones en el único El Dorado de nuestras vidas, además, puede pervertirse en coartada para resignarnos en silencio a vidas cotidianas que, como mucho, nos permiten ir tirando con mayor o menor decoro. La idea de “Como ya disfrutaré en vacaciones…” actúa así como el palo de la zanahoria para el burro, como mera válvula de escape que nos ayude a resignarnos a vidas que, en lo más profundo de nosotros, sabemos que no responden a los principios que realmente nos hacen vibrar. Demasiado a menudo sobreidealizamos las vacaciones para, precisamente, limitarnos a sobrellevar el resto del año y sofocar los conatos de rebelión interna frente a vidas personales o profesionales que no nos llenan tanto como deseamos. Pero como “Ya llegarán las vacaciones”… a seguir moviendo la rueda, como hámsters hipnotizados a los que no parece interesarle si tanta carrera les lleva a parte alguna.

3. Activitis o ultrapanching. Otra de nuestras torpezas predilectas a la hora de provocarnos insatisfacción es, frente a una disyuntiva, elegir una opción… y pedirle lo que podía ofrecer la otra. En vacaciones, la mayoría de nosotros queremos descansar, reponer fuerzas y dar rienda suelta a nuestra molicie. Otros, optamos por trufar nuestras vacaciones de todas esas actividades que nuestra cotidianidad a priori parece no permitir: viajar, hacer deporte, tirarnos en parapente o confeccionarnos unas agendas que, aunque en formato vacaciones, no tienen nada que envidiarle a las de la vida cotidiana en cuanto a planificación y prisas.

Vaya, la vieja lucha entre nuestro cerebro primitivo (interesado exclusivamente en comer, beber y ahorrar calorías) y nuestro Neocórtex (primando realización, aprendizaje, curiosidad, etc. ¿Qué es mejor hacer: tirarnos un mes a la bartola o mochilear conociendo mil países? ¿Hartarnos de barbacoas y sofás o sudar la gota gorda en un trekking en el culo del mundo? Pues, como siempre, que cada uno elija lo que crea que le va a hacer más feliz. Eso sí: intentando evitar uno de estos dos errores habituales:

a) Pedirle peras al olmo: aceptación del precio. Si priorizas descansar, reponer fuerzas y exorcizar el menor atisbo de obligación externa, no pidamos a esta opción los cosquilleos, vibración y adrenalina que no pueden aportarnos. Si por el contrario optamos por recorrer a caballo Kirguistán, prepararnos para una maratón o irnos de voluntarios a Burkina Fasso, no focalizar nuestra atención en lo cansados que regresaremos y que, este año, “no he tenido un minuto para mí”. Suena de sentido común, ¿Verdad? Pues si: ese que dicen por ahí que es el menos común de los sentidos. Cada una de las opciones tiene un beneficio y un precio. Y como todo lo demás en la vida, sopesa el uno y el otro críticamente, invirtiendo el tiempo y esfuerzo mental que precise. Pero una vez decidido, olvídate del precio ya pagado y céntrate en lo bueno que te aportará

b) Congruencia entre prioridades y conductas. Antes de decidir qué hacemos, tomarnos un largo café con nosotros mismos y seleccionar conscientemente aquello que queremos hacer basándonos en una auditoría de valores. ¿Qué es lo que más llenaría? ¿Qué es lo verdaderamente prioritario para mí ahora? ¿Qué me hará regresar más realizado a mi vida cotidiana? Las vacaciones –la vida- serán plenamente satisfactorias cuando lo que hago en ellas responde a mis motivaciones más centrales. No te levantes del sofá, déjate la piel poniéndote en forma, hártate de tapitas o vuélvete vegetariano. Eso sí: que lo que elijas responda a lo que realmente quieres priorizar más allá de las convenciones, la comodidad o los automatismos acríticos de las costumbres adquiridas.

c) Regatear el precio. Entre el blanco y el negro se extiende una gama infinita de grises, y nuestro trabajo con las vacaciones –la vida- estriba en descubrir la tonalidad que se adapta a nosotros como un traje a medida (y crear el contexto para dibujarlo, claro). Se puede hacer todo, pero no al mismo tiempo y tal vez no al 100%. Como vimos en El arte de soplar y sorber, aceptar el precio de toda decisión es el mejor inicio para acabar rebajándolo considerablemente. Se puede descansar, aventurear y pensar… pero al 33%. O 50% -25% – 25% o… Elije crítica y reflexivamente el porcentaje que te llenará más. Las posibilidades son infinitas.

II. TIEMPO EN FAMILIA – PAREJA – CON UNO MISMO

¿Cómo me llevo conmigo mismo? ¿En qué estado están mis relaciones con los demás? ¿Hasta qué punto mi vida responde a mis sueños? Las obligaciones son la excusa perfecta para obviar todas esas cuestiones cruciales de nuestra vida que, por suerte o por desgracia, tan fácil resulta camuflar tras el aluvión de facturas, horarios, compromisos y obligaciones cotidianas. Sin los burladeros cotidianos, esas preguntas clave pueden presentarse en el tiempo libre con la fuerza, furia y resentimiento de un Miura resabiado por el largo tiempo de encierro. Las contradicciones, encabritadas por tanto ninguneo, bien pueden arrollarnos con su furia resentida una vez abierta la puerta del chiquero del tiempo libre.

Sólo conozco algo casi tan difícil como llevarse bien con uno mismo: llevarse bien con los demás. Y sobre todo, con los allegados más próximos y amados. Ya lo vimos en Entre la manada y el egocentrismo: aprendiendo a no amargarnos las relaciones: ni los demás son lo que quiero que sean ni piensan, sienten y hablan como yo considero oportuno que lo hagan. También vimos en DEL TEMPERAMENTO AL CARÁCTER: la soledad como anécdota como el pánico atávico a la soledad puede empujarnos a menudo a establecer relaciones y tomar decisiones que sería muy discutible catalogar como plenamente libres. Y un último ingrediente al cóctel: el desgaste de la cotidianidad y las compañías de 365 días al año por decreto ley.

Con todo ello presente, no nos sorprenderá el siguiente dato: Septiembre concentra el 70% de los divorcios anuales. Claro, ¿Cómo pelearme con quién no veo? ¿Cómo sentirme insatisfecho totalmente desconectado de mí mismo y del otro? Es precisamente en periodos de tiempo libre cuando puedo comprobar hasta qué punto estoy a gusto conmigo mismo y con los que me rodean. Lo cuál puede ser incómodo a la corta, pero inmensamente beneficioso a la larga, pues darse cuenta de un problema es el primer paso ineludible de toda solución.

III. EL MANTRA DEL SÍNDROME POST-VACIONAL

Los vendedores de titulares, los etiquetadores patologizantes y los adictos al bliblablú más anodino ya tienen una excusa para rellenar revistas, programitas y conversaciones: el síndrome post-vacacional. Toda un patraña para justificarnos y camuflar tras etiquetas grandilocuentes obviedades de Perogrullo: que se está mejor sin obligaciones, levantándote y comiendo cuando quieres que no maniatados por agendas y horarios. Y que el pasar de lo uno a la otro puede provocar más o menos incomodidad. Olé tú, cuanta perspicacia.

Una vez pasada por alto esta obviedad sin mayor recorrido, este lugar común del síndrome de marras puede hasta tener cierta utilidad: reflexionar sobre nuestra vida cotidiana y profesional. ¿Qué hace que el regreso de vacaciones resulte meramente incómodo o insoportablemente duro? Muy sencillo: la calidad que otorguemos a esa cotidianidad a la que regresamos. A priori, se está mejor haciendo lo que te da la gana cuándo y dónde mejor te apetezca, pero lo que determinará el impacto de regresar a agendas y obligaciones será nuestro grado de satisfacción respecto a ellas. No es lo mismo volver a un trabajo que nos llena profundamente y unas agendas planificadas acorde con nuestros valores que regresar a un sinsentido estresante, y es en esta brecha entre cómo queremos vivir y cómo vivimos donde puede crecer este constructo del tan cacareado síndrome post-vacacional. Patología que, imagino, pronto medicalizado: pastillita al canto y a ahorrarnos tanto pensar… y los de siempre a hacer caja.

IV. MÁS ALLÁ DEL SOFÁ O LA MOCHILA

Una vez críticamente elegidas, una vez aceptado el precio de las elecciones realizadas y convenientemente despojadas de exigencias inasumibles, las vacaciones pueden ser un periodo en el que, además de descansar y vivir intensamente, podemos tomarle el pulso a nuestra vida actual y planificar asaltos a una que se vaya pareciendo progresivamente a la que siempre soñamos vivir. Si tan duro me resulta regresar a la cotidianidad… ¿Qué puedo cambiar para hacerla más cómoda? ¿Qué puedo incorporar –mucho o poco- de las vacaciones a mi vida cotidiana? ¿Cómo puedo empezar a construirme una vida cotidiana mucho más satisfactoria?

Las vacaciones pueden ser la excusa perfecta para superar la adicción -y abducción- a la cotidianidad, al cortoplacismo y al dejarse llevar por lo establecido como único posible. El tiempo libre tiene eso: que si lo utilizamos a nuestro favor, ayuda a quitarnos las orejeras que nos impiden ver más allá de lo que hay. Lo peor de la avalancha de obligaciones y el corre-corre del día a día es que nos obliga a plantar miopemente tantos árboles que nos impide diseñar el bosque desde la perspectiva de nuestros valores. Aprovechemos el oasis del tiempo libre de las vacaciones para pasar de jardineros compulsivos a ingenieros agrónomos de nuestra vida. El bosque siempre soñado bien merece la pena. Qué mejor terreno que estas vacaciones para empezar a plantarlo.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 nov, 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
05 ago, 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
05 ago, 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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