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En el post anterior Atajos al Flow: aprendiendo a construir experiencias pico, vimos como los momentos de flujo pueden transformar el esfuerzo que conlleva todo objetivo en una fuente intrínseca de placer. También vimos los beneficios estratosféricos de hacerlo (más hacer, más eficiente, más placentero), e incluso una manera de conseguirlo: a través del alineamiento de tus niveles neurológicos. Pero existen otras maneras de transformar las obligaciones en deliciosas experiencias pico y que, también, dependen exclusivamente de ti. Hoy os hablaré, concretamente, sobre cómo gestionar tus creencias en relación a las expectativas, la dificultad – competencia y el sentido de lo que haces, y como esa gestión puede impedir o facilitar tus momentos de flujo. Si te interesa saberlo… I. LAS CREENCIAS COMO ATAJOS AL FLUJO. “Un mapa no es el territorio que éste representa pero, si es correcto, tiene una estructur similar a la del territorio; de ahí su utilidad”, Alfred Korzybski Una vez más, permíteme recordarte que el ser humano no se relaciona directamente con la realidad, sino con las creencias que se forma respecto a ella. Como ya vimos en Si no lo creo, no lo veo y La invención de la realidad, el mundo exterior que nos rodea es demasiado grande, complejo y multidimensional como para que podamos abarcarlo en su totalidad con nuestro más que humilde cerebrín, por lo que nuestro pensamiento necesita simplificar y esquematizar ese mundo en forma de creencias genéricas que nos permitan orientar nuestras conductas en él. Estas creencias reducen el mundo a unas dimensiones operativas y accesibles a base de tamizar nuestras percepciones y experiencias a través de tres filtros: Generalización: Transformar la percepción de las experiencias a base de escoger elementos o piezas concretas de un modelo y convertirlas en EL modelo, elevando las anécdotas seleccionadas a categorías que representan a todo el grupo al que las adscribimos. Eliminación: Atender selectivamente determinados aspectos de nuestras experiencias, excluyendo todo aquello que quede fuera de las mismas. Tendemos a eliminar todas aquellas informaciones concretas que contradigan los modelos mentales ya formados mediante las generalizaciones. Distorsión: Reelaborar los datos sensoriales que recibimos para que encajen y no cuestionen el modelo de mundo que nos hemos creado generalizando y eliminando, pues todo cambio de modelo nos hace sentir inseguros e incómodos. Para nuestro cerebro más primitivo (el que manda con el piloto automático) más vale una mala certeza que una buena incertidumbre. Mediante estos tres procesos, nuestro cerebro confecciona mapas, del mundo en general y nuestra vida en particular, que nos permitan orientarnos en él. Todo mapa es un esquema simplificado del territorio que intenta representar y, como tal, su utilidad no se mide por la exactitud literal de la realidad representada, sino por su utilidad para guiarnos eficientemente a través de ella. Un mapa escala 1:1 de una ciudad no sólo es imposible: ¡Es que sería absolutamente inútil para guiarnos! Así, tanto la idea que tengamos acerca de todo lo que determina las condiciones para el flujo (las expectativas, el equilibrio entre dificultad y competencia y el sentido de lo que hacemos) no son más que creencias y, como tales, meros mapas necesariamente inexactos de la realidad que simplifican a base de generalizar, eliminar y distorsionar. El rehacer estos mapas nos permitirá transformar los laberintos de la alienación en atajos al flujo. ¿Cómo? II. GESTIONANDO EXPECTATIVAS Satisfacción = Resultados -Expectativas. Una de las barreras más infranqueables para el flujo es la insatisfacción, una emoción que nos fabricamos de dos maneras muy sencillas: minimizando los resultados conseguidos o exagerando las expectativas (generalmente, las dos cosas a la vez). No hay flujo sin Satisfacción, y no puede haber satisfacción sin un equilibrio ponderado entre Resultados y Expectativas. Por suerte, y como ya vimos anteriormente, la satisfacción no sólo depende de los resultados (que, casi nunca, están bajo nuestro entero control), sino de cómo enmarcamos esos resultados en las expectativas internas que nos habíamos forjado previamente. Por ello, ante la insatisfacción o la frustración impidiéndonos el flujo, podemos replantearnos: ¿Hasta qué punto son realistas esas expectativas? ¿Se basan más en datos objetivos y análisis ponderados… o son fruto de meras necesidades e impaciencias? ¿No emanará nuestra insatisfacción de pedirle peras al olmo? Contestarnos estas cuestiones, honesta e inquisitivamente, puede llevarnos a reconsiderar nuestros resultados, ergo dotarnos de una paciencia y satisfacción que desbroce nuevos atajos a esos momentos de flujo que, consciente o inconscientemente, todos queremos vivir. III. DIFICULTAD Y COMPENTENCIA: entre la angustia y el aburrimiento El psicólogo M. Csikszentmihalyi (juro que no es broma, se llama así) basa sus teorías en explicar cómo llegamos a las experiencias pico si alcanzamos un equilibrio perfecto entra la dificultad que entraña una actividad y nuestro nivel de competencia para afrontarla. Opina que si la dificultad de la actividad excede nuestras competencias, nos veremos presos de la angustia al no sentirnos capacitados para acometerla con éxito. Por el contrario, si nuestras competencias sobrepasan de largo la dificultad requerida, nos abocaremos a un aburrimiento cómodo pero que, más tarde o más temprano, se tornará exasperante. Tanto la angustia como el aburrimiento constituyen un obstáculo infranqueable para alcanzar el placer y la eficiencia del fluir. La buena noticia, como siempre, es que toda emoción emana insoslayablemente de nuestro pensamiento, y nuestras ideas sobre dificultades y competencias son creencias, no realidades (y como tales subjetivas, arbitrarias, incompletas y argumentables en función de su utilidad). Así, frente a la angustia que nos provoca una actividad que se nos estima muy por encima de nuestras capacidades, podemos replantearnos: ¿Esta tarea entraña tantas dificultades como yo ahora percibo? Realmente, y aunque así fuera, ¿Yo tengo tan pocas competencias para acometerla? ¿Tantos recursos me faltan para afrontarla? También podemos auditar las creencias que nos abocan al aburrimiento ante tareas que consideramos sencillas hasta el hastío, sin aliciente alguno para acometerlas con el entusiasmo que requiere la genialidad: ¿Esta tarea es tan fácil como parece? ¿Tan sobrado voy de competencias? ¿No podría plantearme mejoras, objetivos más ambiciosos, retos más motivadores que requieran más y mejores competencias de las que ya dispongo? Si el aburrimiento y la angustia son los dos bromuros del fluir, la confianza y la pasión son los dos afrodisíacos. Y la fábrica de estas cuatro emociones es la misma: nuestras creencias. Y también el fabricante: nosotros. Es cuestión de decidir qué queremos empezar a producir en serie para nuestra vida. IV. DEL QUÉ Y EL CÓMO AL PORQUÉ Y AL PARA QUÉ “Quien tiene un porqué, acabará encontrando un cómo”, Viktor Frankl Como vimos al hablar de los niveles neurológicos, el más profundo y determinante factor de nuestra satisfacción personal estriba en el sentido de identidad y misión de nuestra vida. Si conseguimos alinear nuestras conductas con nuestro sentido de quiénes somos y para qué queremos vivir, cualquier actividad es susceptible de transformarse en materia prima del flujo. Por muy nimia, aburrida, insignificante o penosa que pudiera parecer a priori. Una anécdota atribuida a Miguel Ángel cuenta como el artista se sorprendió una mañana, durante la construcción de la catedral de Milán, al ver la expresión y la eficiencia de tres albañiles que participaban en su construcción. Los tres realizaban la misma tarea: colocar piedras una encima de otra uniéndolas con argamasa, pero los diferenciaba tanto la expresión de sus caras (uno triste y enfurruñado, otro narcóticamente ausente, otro embelesado y feliz) como su ritmo y calidad de trabajo (desde el más lento y estrictamente cumplidor al más rápido y perfeccionista). Acercándose a ellos, les formuló a los tres la misma pregunta: “¿Qué estáis haciendo?”, pero recibió tres respuestas diferentes. El más cariacontecido contestó levantando los hombros: “Coloco piedras y las uno para que no se caigan”; el ausente, sin inmutarse, dijo: “Levanto un muro”. El que parecía más feliz no dudó un segundo y contestó: “Ayudo a erigir las paredes de la casa de dios en la tierra”. Su tarea objetiva era idéntica; su manera de significarla subjetivamente, no. Y era ésta la que determinaba su satisfacción. Una satisfacción que ya sabemos que no depende de lo que hacemos, sino de como lo significamos. El ser humano necesita un sentido más o menos trascendente a lo que hace, y el encontrarlo o no determina su grado de identificación o desapego respecto a la tarea que acometa. No hay mayor fuente de alienación que sentir como ajena la dedicación propia, y otro de los obstáculos infranqueables al flujo es la enajenación subyacente a la ausencia de sentido alguno de aquello que hacemos en y con nuestra vida personal y profesional. Viktor Frankl explica una técnica utilizada en los campos de concentración nazi para destruir la personalidad de los prisioneros más díscolos: llevar a cabo tareas, día tras día, sin el más mínimo propósito ni atisbo de finalidad (acarrear piedras de un punto A a un punto B durante la mitad de la jornada, para dedicar la otra mitad a devolverlas del punto B al A, por ejemplo). Según él, este suplicio era igual o más efectivo que el hambre o la tortura. De todos los impedimentos al flujo ya mencionados, el más insalvable es la alienación, cuando sentimos que lo que hacemos y vivimos no tiene la más mínima relación con quiénes queremos ser ni para lo que queremos vivir. Pero, una vez más, toca resaltar que el alineamiento fruto de la incoherencia entre conductas, identidad y misión se basa en el conjunto de creencias que alberguemos sobre lo que hacemos y lo que somos, no sobre la actividad en sí. Exactamente igual que los tres albañiles de Miguel Ángel. Ya dije que Tolstoi dijo que “hay dos maneras de ser feliz: o haciendo lo que uno quiere, o queriendo lo que uno hace”. Si las experiencias pico no aparecen ni por asomo por tu vida, tienes dos soluciones. ¿La más contundente? Reunir la determinación, el entusiasmo y el coraje para construirte una vida en la que mayoritariamente hagas lo que quieras. Para ello, dispones de todas las herramientas y métodos descritos en Qué es el Coaching y La vida como obra de arte. ¿La más rápida? Aprender a amar lo que vives, para lo que tal vez necesites replantearte tus creencias sobre el valor y trascendencia ontológica de lo que haces. Para ello puedes utilizar el siguiente set de preguntas a contestar con toda la honestidad, valentía e imaginación que sepas reunir: ¿Cuál es el sentido último de lo que hago? ¿Qué de crucial en mi vida me permite conseguir el hacerlo? ¿Para qué y quiénes lo hago? ¿Cómo serían sus vidas y la mía si yo no lo hiciera? ¿Qué dice de mí el dedicar tanto tiempo y esfuerzo a hacer lo que hago? ¿En qué clase de persona /madre / profesional me convierte? ¿Qué pienso de mí por hacerlo? V. LA ELECCIÓN PERSONAL DE LA SATISFACCIÓN. Todos conocemos gente que es más feliz con la mitad que otros con el doble. Yo no soy quién para decirte si debes conformarte con esa mitad o lanzarte desbocado a por el doble. Eso sí: si quieres que tu vida sea digna de ser vivida, o te lanzas a por todo lo que creas que te haga falta para vivir a la altura de quién eres y para qué vives, o reencuadras tus creencias hasta encontrar razones para disfrutar de lo que haces y por lo que lo haces. Vivas lo que vivas, tienes la capacidad de transformarlo en una sucesión interminable de experiencias pico si aprendes a gestionar tus creencias sobre resultados y expectativas, dificultad y capacidad y sobre cómo contribuye eso que haces con tu sentido de identidad y misión personal. Hasta la existencia más ardua y complicada puede convertirse en una experiencia única y memorable si aprendemos a aprovecharla como se merece. Como siempre, de la lucidez de tus creencias depende. Y recuerda que son ellas las que te pertenecen a ti, no tú a ellas. Si decides aprender a ponerlas a tu servicio –no tú al suyo-, estarás desbrozando el atajo más directo a una vida desbordada de experiencias pico. Los atajos al flujo están todos ahí, a tu entera disposición, a poco que te atrevas a desbrozarlos. Anímate: merece la pena el esfuerzo de recorrerlos.
En mi top ten de refranes carcas (“Más vale malo conocido…”; “Más vale pájaro en mano…”; “No por mucho madrugar…”; y el más cafre de todos: “Quien bien te quiere… te hará llorar”), hay uno que, por miope, considero especialmente castrante: “Si no lo veo, no lo creo”. Sin llegar a límites de esoterismos de saldo, la semana pasada os hablé de cómo es la realidad interna la que determina nuestra realidad exterior. No por antenas con el universo ni determinismos esenciales, horóscopos por decreto ley cósmico ni deidades que, de existir, no creo que se fueran a ocupar de lo que, comparándolo con los verdaderos dramas humanos que sufren miles de personas en el planeta, les parecerían caprichitos de preñado. Es más sencillo que todo ello. Nuestra realidad interior condiciona la externa ya que nuestra manera de pensar produce unas emociones acordes, y éstas determinan tanto nuestros cursos de acción (las emociones sirven para predisponer a cuerpo y mente a determinadas conductas) como nuestro foco de atención (qué datos de la realidad exterior observaremos y procesaremos conscientemente y cuáles desecharemos o relegaremos al inconsciente). Convertimos determinadas maneras de pensar en realidades sólidas y tangibles mediante nuestros actos y sus consecuencias. Así es como, en palabras de R. Bandler, hacemos que “nuestras realidades estén hechas de creencias, no nuestras creencias de realidades”. Como veis, de mágico poco y de esotérico, menos. 1. QUÉ SON LAS CREENCIAS Son todos aquellos dogmas sobre uno mismo, los demás y el mundo que aceptamos como ciertos y mediante los cuales regimos nuestras conductas. Todo lo que hacemos responde a una creencia, consciente o inconsciente, que hemos automatizado como cierta. Al preguntarnos el ¿Por qué? de cualquier conducta, la respuesta será siempre una creencia. Desde las más obvias y las que más fácilmente podemos achacar a imperativos objetivos de la biología o la física más elemental (¿Por qué comemos? ¿Por qué dormimos? ¿Si salto, volveré a tocar de pies a tierra?) a las más subjetivas e individuales (¿Por qué tenemos hijos? ¿Por qué leo/ veo la TV/ tengo coche?), todas las conductas responden a una creencia que justifica racionalmente su implementación. ¿Por qué estoy escribiendo ahora mismo? ¿Por qué escucho a Piazzola al hacerlo? ¿Por qué me he servido un buen Penedès para acompañar mis letras? ¿Por qué he venido a pasar estos días a la Cerdanya? Creencias, creencias y más creencias. Todas ellas tan legítimas… como subjetivas y arbitrarias, ergo argumentables y perfectibles en función de sus consecuencias conductuales… y los efectos en mi felicidad de éstas. Las creencias son síntesis sobregeneralizadas de temas demasiado complejos como para manejar conscientemente en todos sus infinitos matices. Al ser un esquema reducido de cuestiones extensas (como el mapa de un territorio, que para orientarnos sobre el papel, ha de esquematizar simplificando el lugar que cartografía), los humanos las formamos mediante una evaluación subjetiva y arbitraria de la realidad a la que se refieren. Por ello, las creencias se resisten a la maniquea clasificación de cierto / falso. ¿Las mujeres /hombres son buenas o malos? ¿Los perros son bellos? ¿El vino tinto es mejor que el blanco? Son preguntas cuyas respuestas, a menos que padezcamos ciertos ademanes talibanescos de verdades absolutas y anatemización de los que difieren, deberemos reconocer que responden más a nuestra propia subjetividad y nuestras propias opiniones sobre mujeres, hombres, perros o vinos que no a propiedades presuntamente intrínsecas de los y las mismas. Antes de continuar, para acabar de definir las creencias debo aclarar algo: al hablar de creencias, acostumbramos a pensar en códigos éticos que enseguida relacionamos con ideologías políticas, religiosas o morales. Pero repito: creencias son cualquier dogma que creamos cierto tanto para la metafísica más elucubrada como para la cotidianidad más minilocuente. 2. POR QUÉ ES IMPORTANTE TOMAR CONCIENCIA DE NUESTRAS CREENCIAS. Porque todos los porqués que responderían las cuestiones anteriores son creencias personales que, al determinar mis acciones, acaban determinando indirectamente lo que consigo y hago de mi vida. No somos lo que creemos pero, mediante las acciones que nos impelen a realizar las creencias, nos acabamos convirtiendo en ello. Primero, porque las creencias ya filtran qué observaremos de la realidad externa y como lo significaremos; segundo, porque, las conductas determinadas por las emociones nos construirá una realidad acorde a nuestras creencias. De ahí la importancia de auditar nuestras creencias, pues lo que seremos estará determinado por lo que creemos. ¿Os dice algo el parecido de las palabras creer y crear? (coincidencia que se produce en todos los idiomas que conozco: creure – crear; croire – créer; live – believe). Una definición que me parece muy pertinente establece que las creencias son “profecías de obligado autocumplimiento”: creas en función de lo que crees. 3. CÓMO SE FORMAN LAS CREENCIAS. Como vimos en el post “La Invención de la Realidad”, el cerebro humano no puede manejar las ingentes cantidades de información que le llega del exterior y que el mismo procesa. Por ello, debe tratar la información en base a tres procesos cognitivos: Generalización: extrapolación de la información seleccionada a ámbitos mucho más generales a los que, en un principio, esos datos se circunscriben. Mediante la generalización establecemos categorías genéricas, etiquetas que nos evitan volvernos locos al analizar al detalle todos y cada uno de los componentes de las caóticamente singulares situaciones y colectivos humanos en y con los que vivimos. Distorsión. Una vez asentamos las bases de una creencia mediante la generalización, el cerebro manipulará los datos que le lleguen para adecuarlos a esa creencia. Una anécdota atribuida a R. Bandler cuenta que, para curar a un científico ingresado en un psiquiátrico cuyo delirio estribaba en estar convencido de ser un cadáver, Bandler le preguntó si los cadáveres sangraban. Obviamente, el científico (desequilibrado, pero no tonto) contestó que no, tras lo que nuestro psicólogo le hizo sangrar pinchándole en un dedo para demostrarle cuan equivocado estaba al creerse un cadáver. Al empezar a sangrar, el científico tuvo que admitir su error y cuan engañado había estado todos estos años. Bandler le había demostrado… ¡Que los cadáveres sangran! Eliminación. Con la creencia ya asentada por las generalizaciones y reforzada por las distorsiones, el cerebro elimina directamente toda aquella información que le llegue y que no sea consistente con la creencia establecida. La mayor dificultad al abordar el cambio de creencias estriba en que la información que, precisamente, nos llevaría a cuestionar la creencia a cambiar… tiene infinidad de filtros a superar antes de llegar a la conciencia y que la podamos ponderar racional y conscientemente. Además, la inmensa mayoría de creencias proviene de experiencias tempranas, de la educación recibida, las opiniones de personas de referencia, el adoctrinamiento social, las metáforas personales… La formación de creencias no siempre (casi nunca, para ser exactos) responde a criterios ni racionales ni conscientes, por lo que muy a menudo la información sobre la que se basan es insuficiente, pobremente fundamentada… o abiertamente inexistente. Es más: para aquellas creencias que si tenemos bien fundamentadas y articuladas en sesudas teorías conscientes, en infinidad de casos primero se estableció la creencia en las estructuras más profundas del cerebro y, a posteriori, éstas pusieron al neocórtex a su servicio para encontrar, seleccionar y distorsionar aquella información que refuerce la creencia ya establecida. Si, en este caso está claro que la gallina fue antes que el huevo. 4. CLASIFICACIÓN ÚTIL DE LAS CREENCIAS. Entre las dicotomías que podemos utilizar para diferenciarlas, a mí me parecen especialmente útiles las siguientes: Conscientes / Inconscientes. Como toda actividad cognitiva, el 99% de nuestras creencias son inconscientes, y de la inmensa mayoría ni sospechamos albergarlas. En mi experiencia profesional y personal, muy rara vez coinciden las creencias que estamos convencidos de albergar con las que, en la práctica, acabamos descubriendo al analizar nuestras conductas. De ahí la importancia de la introspección y el autoconocimiento. Creedme si os digo que en la mayoría de clientes con los que trabajo (y conmigo mismo), la principal fuente de confusión estribaba en la incompatibilidad entre lo que creía (quería / pensaba que debía) creer y lo que realmente y de facto mis conductas demostraban que creía. Teóricas vs Conductuales. Análogamente a lo expuesto, tampoco acostumbra a coincidir aquello que decimos creer con aquello que hacemos. Y no nos engañemos: si queremos descifrar creencias básicas (propias o ajenas), no nos fijemos en lo que nos decimos o nos dicen, sino en lo que hacemos o hacen. El hilo de nuestras conductas observables es mucho más fiable para llegar a nuestras creencias más profundas que las sesudas verbalizaciones con las que acostumbramos a elucubrar sobre ellas, tanto en público como en privado. Limitantes / Potenciadoras. Pero por muy subjetivas y arbitrarias que todas las creencias sean, ello no quiere decir ni que todas sean iguales ni todas idénticamente válidas. Como las creencias determinan nuestros cursos de acción, las hay que determinan ACCIONES QUE NOS AYUDAN A MEJORAR COMO PERSONAS (potenciadoras) y ACCIONES QUE NOS AYUDAN A EMPEORAR COMO PERSONAS (limitantes). Por ello, son limitantes aquellas creencias que imposibilitan o dificultan aquellas acciones que mejorarían nuestra vida, y son potenciadoras aquellas que facilitan las acciones que nos permitirían convertirnos en una versión mucho mejor de nosotros mismos y a nuestra vida en un lugar mucho más deseable. Desde el Coaching no valoramos las creencias como ciertas o falsas. No sólo por el sinsentido integrista que conlleva valorar juicios subjetivos como hechos objetivos para determinar cuál es más “cierto” sino, sobre todo, porque no nos ayuda en los procesos de cambio. Tan cierta es la creencia que todos vamos a envejecer y morir… como la que afirma que es un milagro mágico el estar vivos. Elige cual quieres tener más presente en función de los estados de ánimo que te provoque y las acciones que te éstos te faciliten implementar. 5. ¿CÓMO PODEMOS DESAFIAR LAS CREENCIAS LIMITANTES Y REFORZAR LAS POTENCIADORAS? Mediante un proceso que llamo auditoría de creencias, y que consta de los siguientes pasos: a) Toma de conciencia de cuáles son nuestras creencia esenciales (aquellas que se derivan del análisis de nuestras conductas habituales), y si entran en contradicción con las que creíamos tener. b) A qué emociones me llevan esas creencias, y qué cursos de acción facilitan o dificultan. Esas acciones, ¿En qué tipo de persona me acaban convirtiendo? ¿Qué tipo de vida construyen? ¿Me están permitiendo conseguir mis objetivos o, por el contrario, me lo están dificultando? a) Si me facilitan la vida: REFORZARLAS VOLUNTARIA Y CONSCIENTEMENTE mediante la búsqueda, selección y magnificación de datos pertinentes y bien fundamentados; experiencias propias y ajenas y recuerdos. b) Si me la dificultan, REFUTARLAS VOLUNTARIA Y CONSCIENTEMENTE cuestionándome aquella información, experiencias propias y ajenas y recuerdos en las que se basa. No creer en nuestro potencial personal para acabar materializando nuestros objetivos es como decir que nos lanzaremos a la piscina… cuando ya sepamos nadar. Es precisamente creer que podemos lo que nos permitirá actuar con la máxima eficiencia en pos de nuestros objetivos. Pero ojo: contrariamente a lo que sostienen teorías que a mi entender no llegan ni a sucedáneo de superchería, la creencia de que podemos crear lo que deseamos en nuestra vida es condición sin equanum, nunca garantía de éxito per se. Creer en nuestra competencia para construir nuestros sueños no garantiza absolutamente nada, pero eso si: condiciona favorablemente nuestra capacidad de análisis, planificación y la eficiencia de nuestras conductas… y esto (y no el universo, la conciencia cósmica ni la justicia divina) será lo que nos permitirá materializar una vida a la altura de nuestros anhelos. Señalarlo me parece un importante matiz que diferencia el trabajo de mejora personal de esoterismos varios de nuevo y viejo cuño que intentan hacernos pensar que podemos conseguir lo que queramos tan sólo deseándolo mucho, mucho, mucho… y habiendo sido niños bueeeenos que se lo merecen. Para concluir, uno de esos consejos que yo siempre niego dar: antes de lanzaros a un cambio de conducta, revisad las creencias que os han impedido hacerlo hasta hoy. ¿Se puede cambiar una conducta sin cambiar las creencias que la sustentan? No es mi caso, pero imagino que si. Eso si: con el doble de esfuerzo y el triple de sufrimiento. Y no estamos aquí ni para esforzarnos estérilmente ni para sufrir en balde. Por lo menos, yo no. ¿Y tú?The body content of your post goes here. To edit this text, click on it and delete this default text and start typing your own or paste your own from a different source.