En Desamor: manual de instrucciones compartí con vosotros mi metodología personal y profesional para superar relaciones de amor y desamor que comporten más sufrimiento que felicidad, por mucho que sintamos que seguimos amando, deseando – y en el peor de los casos, necesitando- al objeto de nuestra pasión. En éste me planteo como reforzar esos amores que tal vez no sintamos con la intensidad espontánea inicial, pero que sabemos que merece la pena seguir disfrutando desde un formato nuevo: el Ágape, su continuación lógica.
Todos conocemos las euforias bulímicas del amor erótico recién estrenado: sobredosis de endorfinas, entusiasmo maníaco, pulsiones aceleradas, pasión a raudales, obsesiones monotemáticas, curiosidad ilimitada, deseo compulsivo, etc. Todos en mayor o menor medida hemos disfrutado de las deliciosas hipocondrías bipolares de la pasión nueva de trinca, y sabemos de su intensidad febril. ¿Pero qué ocurre cuando esa pasión frenética se prolonga en una relación a largo plazo? ¿Puede mantenerse en el tiempo la hiperventilada vehemencia inicial? Cuando esa intensidad decae, y el otro pasa de dios sobrehumano a persona meramente encantadora y la relación de epopeya heroica a convivencia satisfactoria, resulta muy fácil sentirse relativa o nítidamente decepcionado… ¿Quiere decir ello que el amor, ergo la relación, se está acabando? ¿O que debamos resignarnos a amoríos que nos resulten progresivamente insulsos? ¿Existe alguna manera de retrasar, dulcificar y limar las aristas más ásperas del amor de largo recorrido? Si te interesa saberlo…
ENTENDIENDO EL ÁGAPE: aceptar los hechos
Todo lo que sube, baja; todo lo que empieza, termina: nada escapa a la entropía que rige hasta el último rincón del universo. Y la intensidad del Eros, tarde o temprano, acaba desembocando en la placidez del Ágape. El mero concepto de intensidad –ésa tan mágica que caracteriza los desvaríos frenéticos de la primera pasión- conlleva brevedad temporal. A medida que se prolonga la relación, las endorfinas de la pasión disminuyen su presencia en sangre, y las partes del cerebro especializadas en el análisis crítico –anuladas por la bioquímica erotizada- pueden permitirse el lujo de volver activarse y cumplir su cometido: encontrar disonancias o errores y bajarle los humos a las bravuconadas histéricas de la euforia. Y acostumbrados al ensueño alucinado de los primeros tiempos, el Eros ya racionalizado puede sabernos a poco en comparación con los tiempos utópicos recién vividos.
Una vez aquí, acostumbro a ver dos tipos de reacciones: o dar por terminada una relación que ya tiene poco de sulfúrica y menos de heroica, o claudicar resignadamente al declive marchito de una relación progresivamente mustia y meramente conveniente. ¿Pero se acaban ahí las alternativas?
Más adelante veremos que no. Pero empecemos por entender todos aquellos factores que convierten al Eros, más allá del sujeto amado que lo despierta, en esas tempestades químicas que arrasan con el sentido común y nos hacen vivir en una nube arrebatada de euforia y plenitud absoluta:
a) NOVEDAD. De Perogrullo: los inicios son nuevos. Y todo lo nuevo se vive con una especial intensidad y goce, además de extendernos un cheque en blanco a futuros utópicos de los que todavía carecemos de información para desmentir.
b) DIFICULTAD – RETO. El inicio de una relación por asentar conlleva mayores o menores dificultades para vivirla, y todo obstáculo a un deseo encabritado es como el viento en las brasas. La mitificación de todo éxito es siempre directamente proporcional a la dificultad de alcanzarlo.
c) PRECARIEDAD. Una relación todavía por afianzar y confirmar, conlleva una cierta ansiedad ante la mera posibilidad de no acabar de cristalizarla. Y no hay mayor acicate al deseo que el miedo no disfrutar lo deseado.
d) CURIOSIDAD. El otro es un interrogante, humo al que ansiamos dar forma tangible. Al empezar a conocer al otro no tenemos más remedio que inventarnos su forma. ¿Y qué forma le daremos desde la euforia de la dopamina? Pues la mejor que atinemos a inventarnos, milimétricamente a medida de nuestros más ambiciosos anhelos. Aquella que mejor corrobore “objetivamente” nuestros más arrebatados deseos y conjure nuestros peores miedos de futuro.
f) SORPRESA. Mientras que la cotidianidad se hace previsible, las nuevas pasiones aparecen de sopetón, sin sospecharlas ni esperarlas. ¿Qué hace más ilusión, un regalo conocido y esperado o uno que nos ofrecen sin esperarlo y que no tenemos ni idea de lo que es?
Por todo ello, es imposible pedirle a relaciones de larga duración (que ni son nuevas, ni están lejos, están o se dan por sentadas y el otro es alguien a quien ya se conoce relativamente bien) la electricidad oligofrénica de los primeros tiempos. Satisfacción = Resultados – Expectativas, así que tal vez la insatisfacción del tiempo no nazca de resultados exiguos en la pareja, sino de desaforadas expectativas todavía erotizadas tras décadas de relación. ¿Es la persona… o es el contexto? Llamadme marxista erótico, pero yo tengo claro que es el contexto el que da forma al individuo antes que éste pueda hacerse un hueco propio en él. Por ello, muchas relaciones no decaen en intensidad porque el otro resulte menos amable, sino porque el contexto de larga duración pinta nuevas oportunidades pero desdibuja antiguos furores. Y aceptarlo y entenderlo ya es una primera forma de poner en práctica una de las tres actitudes básicas desde la que afrontar el paso del tiempo en la pareja. Y la única que abordo cómo hacerlo, pues ya veréis que las otras dos son de lo más sencillo.
EROTIZANDO EL ÁGAPE: abrirse a las posibilidades
La transición del Eros al Ágape es tan inevitable como las de la edad: a ver quién es el chulo que detiene el devenir de la niñez a la adolescencia y de la madurez a la vejez. Eso sí: podemos acelerar y sufrir el envejecimiento o podemos retrasarlo y aprender a disfrutarlo. ¿Cómo? Amén de comprendiendo el Ágape:
a) No dar por sentado al otro. La pareja no es un derecho adquirido, sino una conquista cotidiana y por ello precisa de dedicar hasta el último de nuestros anhelos a hacernos cada día más humanos, sabios y felices…ergo más atractivos para ella. El amor es un pacto que precisa de corroboración diaria, no un contrato eterno de obligado cumplimiento por decreto ley porque un día lo dijera un cura, un juez de paz o el director de un banco. Y cuidado: que esa pareja que desde una cierta desidia damos por segura… puede desaparecer de nuestro paisaje en cualquier momento (sobre todo, si la descuidamos).
b) PARÓN BIOLÓGICO: cultivar el arte de echar de menos. Si todo obstáculo es un acicate para la pasión y no hay mayor obstáculo al contacto físico que la distancia… la conclusión es obvia. Poner distancia con el sujeto amado nos permitirá una mejor perspectiva de lo que todavía representa en nuestras vidas esa persona y nos facilitará volver a sentir todo lo que su presencia nos aporta. Cultivar el arte de echar de menos es el mejor antídoto contra los estragos de la rutina. Darse un tiempo a solas es como dejar la tierra en barbecho: las siguientes cosechas serán infinitamente mejores, y un tiempo de régimen –amén de dejarnos un tipín de lo más pintón-, nos permite valorar la comida como se merece y los empachos cotidianos no nos permiten apreciar.
c) Dotarse de nuevas ilusiones y mayores proyectos. Desde hipotecas a hobbies pasando por hijos, nuevos retos o ilusiones compartidas más allá de los apremios de la carne, los miedos y las prisas No recuerdo quién escribió que “Como el dinero, el amor llega –en este caso, vuelve– como resultado de buscar algo más grande”.
d) Abrirse a seguir descubriendo rincones insospechados del otro. No dejar de querer conocer al otro por mucho que creamos conocerle, abrirnos a la sorpresa y al placer de redescubrir a ese ser que con el tiempo va cambiando. Que alguien se llame igual y tengo idéntico DNI no quiere decir que la edad no le vaya enriqueciendo las opiniones, creencias y conductas (si es una persona inteligente y curiosa, claro), y por lo tanto deviniendo alguien nuevo siempre por seguir descubriendo.
3. MÁS ALLÁ DE LA RESIGNACIÓN O EL FINAL: FACTURAS Y BENEFICIOS DE LAS PROPIAS DECISIONES.
Ya vimos en El valor de los valores… y el precio de no pagarlo que toda elección conlleva descartes, y todo descarte un precio a pagar. Frente a la ineludible agapización del Eros podemos adoptar tres actitudes básicas, cada una con sus correspondientes beneficios y facturas:
a) EROTIZAR EL ÁGAPE. Como acabamos de ver en el punto anterior, nos permite nadar y guardar la ropa, estabilidad emocional, profundizar la relación… Eso sí: exige nadar contra corriente, forzar el devenir espontáneo, desconectar el piloto automático y dedicarle durante toda la vida la misma atención que en aquellos primeros tiempos compulsivos en los que esa dedicación surgía como una necesidad espontánea.
b) RESIGNARSE. Dejar que las cosas resbalen babosamente en su propio tempo cansino y hacia donde les dé la gana. ¿Qué ofrece esta opción? Pues una cierta tranquilidad y comodidad que nos permite ir con el piloto automático y centrarnos en otras áreas de nuestra vida. ¿Qué precio se cobra? Pues una cierta resignación, regusto a previsibilidad, un trotón ritmo emocional cansino y buscar fuera lo que ya no somos capaces de extraer dentro.
c) DE EROS EN EROS… lo que dure dura. El dar por terminada toda relación en la cúspide de la pasión nos aporta una sensación de aventura continua, endorfinas a gogo, sucesión de pasiones atolondradas, intensidad novelesca… Pero por muy irresistible que esta opción nos resulte a muchos, no por ello deja de presentarse con su facturita bajo el brazo: incertidumbre, eterno retorno, desgaste, insatisfacción crónica, períodos de soledad no deseada. Surfear siempre en la cresta de la erótica puede ser como zapear: intuirás muchos programas… pero en el fondo no verás ninguno.
Pero en El arte de soplar y sorber también vimos que podemos aprender a regatear ese precio impepinable de cada decisión, y que la primera condición para poder hacerlo es aceptar que deberemos afrontar una u otra factura.
Frente a los insoslayables precios que elegir conlleva, sólo una actitud nos permitirá no vivir los descartes como una amputación: no pedirle peras al olmo. Tanto si pedimos la febrilidad del Eros a relaciones de décadas como si pedimos la fraternidad comprometida del Ágape a los inicios furibundos de una relación, en ambos casos nos condenaremos a una insatisfacción crónica que no tendrá ningún culpable, pero sí un único y nítido responsable: tú mismo. Por suerte, responsabilidad conlleva capacidad de intervención, así que en tu mano está multiplicar exponencialmente tu propia satisfacción en el devenir de tus relaciones a largo plazo. ¿Cómo? Aprendiendo a focalizar la atención y disfrutar de los beneficios de la Resignación, surfear de Eros en Eros o el Erotizar el Ágape. Ah! Y por supuesto, aceptando que cada opción tendrá su precio a pagar por ella, y dejar de quejarnos de él como los niñatos consentidos que, en el fondo, todos somos. O como mínimo, yo con el piloto automático.
Dios me libre de adoctrinar a nadie diciéndole cuál de las tres actitudes adoptar respecto a sus relaciones. Ni yo ni nadie somos quién para pontificar una única, LA actitud correcta frente a los imponderables del Eros y el Ágape. Que cada uno se aclare consigo mismo y atine a priorizar sus prioridades… y en función de sus valores esenciales. Eso sí: mi experiencia profesional y personal me permiten la desfachatez de sobregeneralizar y asegurar que quien le pida novedad a lo antiguo, sorpresa a lo conocido, intensidad a lo extenso y excepcionalidad a la regla (y viceversa), se condena a una frustración ganada a pulso que en ningún caso podremos achacar a nadie, y mucho menos al propio amor.
No podemos elegir pagar un precio por vivir, pero si cuál y hasta cierto punto su cuantía. Una vez más se trata de conocerse y aprender a elegir, con plena responsabilidad, las propias elecciones y sus ineludibles consecuencias. Y de no pedirle a las cuestas que bajen ni al chocolate que adelgace ni al alcohol que no emborrache (o sí, podemos seguir pataleando pidiéndolo. Eso sí, también pagando el precio de hacerlo: tristeza, rabia, resentimiento). Que seamos poderosos para acabar convirtiendo nuestra vida en la que nos dé la gana vivir no quiere decir que podamos conseguirlo haciendo lo que más cómodo le resulte a nuestros automatismos o lo primero que se nos pase por la cabeza. Somos dueños de nuestros actos pero esclavos de sus consecuencias, que siempre estarán mucho más allá de nuestras intenciones, inocencias, identidades o culpabilidades. O subjetivísimos sentidos de la justicia que, curiosamente, acostumbran a coincidir con lo que más nos convenga (generalmente, disfrutar de los frutos de nuestras decisiones sin pagar el más mínimo precio por ellos. Qué jeta tenemos…).
La principal semilla del sufrimiento humano es la tozudería plañidera de negarnos a pagar las facturas de los productos que libremente escogemos (9 de cada 10 abogados aconsejarían no replicar esta conducta a ningún comercio. La mayoría de jueces podrían hasta catalogarlo de ROBO). Una malcriadez egocéntrica que todos llevamos de fabrica y que padeceremos largamente si nos empecinamos en no trabajárnosla a fondo plantándole cara a nuestras creencias limitantes. Podemos elegir el hacerlo o no hacerlo… pero no sus consecuencias.
Elige las consecuencias que quieres para tu vida sentimental y actúa en consecuencia. Ah! Y disfruta de lo que te aporta… y paga lo que debes por ello. Los intentos de sinpa existenciales se acaban pagando siempre inasumiblemente caros. Mucho más que la factura original que queríamos evitar.
Erotiza el Ágape, Resígnate a él o Surfea de pasión en pasión. Eso sí: asegúrate que lo que compras es lo que realmente quieres. Y que aceptas su precio.