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DEL EROS AL ÁGAPE: el Amor y el Tiempo

En Desamor: manual de instrucciones compartí con vosotros mi metodología personal y profesional para superar relaciones de amor y desamor que comporten más sufrimiento que felicidad, por mucho que sintamos que seguimos amando, deseando – y en el peor de los casos, necesitando- al objeto de nuestra pasión. En éste me planteo como reforzar esos amores que tal vez no sintamos con la intensidad espontánea inicial, pero que sabemos que merece la pena seguir disfrutando desde un formato nuevo: el Ágape, su continuación lógica.

Todos conocemos las euforias bulímicas del amor erótico recién estrenado: sobredosis de endorfinas, entusiasmo maníaco, pulsiones aceleradas, pasión a raudales, obsesiones monotemáticas, curiosidad ilimitada, deseo compulsivo, etc. Todos en mayor o menor medida hemos disfrutado de las deliciosas hipocondrías bipolares de la pasión nueva de trinca, y sabemos de su intensidad febril. ¿Pero qué ocurre cuando esa pasión frenética se prolonga en una relación a largo plazo? ¿Puede mantenerse en el tiempo la hiperventilada vehemencia inicial? Cuando esa intensidad decae, y el otro pasa de dios sobrehumano a persona meramente encantadora y la relación de epopeya heroica a convivencia satisfactoria, resulta muy fácil sentirse relativa o nítidamente decepcionado… ¿Quiere decir ello que el amor, ergo la relación, se está acabando? ¿O que debamos resignarnos a amoríos que nos resulten progresivamente insulsos? ¿Existe alguna manera de retrasar, dulcificar y limar las aristas más ásperas del amor de largo recorrido? Si te interesa saberlo…

ENTENDIENDO EL ÁGAPE: aceptar los hechos
Todo lo que sube, baja; todo lo que empieza, termina: nada escapa a la entropía que rige hasta el último rincón del universo. Y la intensidad del Eros, tarde o temprano, acaba desembocando en la placidez del Ágape. El mero concepto de intensidad –ésa tan mágica que caracteriza los desvaríos frenéticos de la primera pasión- conlleva brevedad temporal. A medida que se prolonga la relación, las endorfinas de la pasión disminuyen su presencia en sangre, y las partes del cerebro especializadas en el análisis crítico –anuladas por la bioquímica erotizada- pueden permitirse el lujo de volver activarse y cumplir su cometido: encontrar disonancias o errores y bajarle los humos a las bravuconadas histéricas de la euforia. Y acostumbrados al ensueño alucinado de los primeros tiempos, el Eros ya racionalizado puede sabernos a poco en comparación con los tiempos utópicos recién vividos.

Una vez aquí, acostumbro a ver dos tipos de reacciones: o dar por terminada una relación que ya tiene poco de sulfúrica y menos de heroica, o claudicar resignadamente al declive marchito de una relación progresivamente mustia y meramente conveniente. ¿Pero se acaban ahí las alternativas?

Más adelante veremos que no. Pero empecemos por entender todos aquellos factores que convierten al Eros, más allá del sujeto amado que lo despierta, en esas tempestades químicas que arrasan con el sentido común y nos hacen vivir en una nube arrebatada de euforia y plenitud absoluta:

a) NOVEDAD. De Perogrullo: los inicios son nuevos. Y todo lo nuevo se vive con una especial intensidad y goce, además de extendernos un cheque en blanco a futuros utópicos de los que todavía carecemos de información para desmentir.

b) DIFICULTAD – RETO. El inicio de una relación por asentar conlleva mayores o menores dificultades para vivirla, y todo obstáculo a un deseo encabritado es como el viento en las brasas. La mitificación de todo éxito es siempre directamente proporcional a la dificultad de alcanzarlo.

c) PRECARIEDAD. Una relación todavía por afianzar y confirmar, conlleva una cierta ansiedad ante la mera posibilidad de no acabar de cristalizarla. Y no hay mayor acicate al deseo que el miedo no disfrutar lo deseado.

d) CURIOSIDAD. El otro es un interrogante, humo al que ansiamos dar forma tangible. Al empezar a conocer al otro no tenemos más remedio que inventarnos su forma. ¿Y qué forma le daremos desde la euforia de la dopamina? Pues la mejor que atinemos a inventarnos, milimétricamente a medida de nuestros más ambiciosos anhelos. Aquella que mejor corrobore “objetivamente” nuestros más arrebatados deseos y conjure nuestros peores miedos de futuro.

f) SORPRESA. Mientras que la cotidianidad se hace previsible, las nuevas pasiones aparecen de sopetón, sin sospecharlas ni esperarlas. ¿Qué hace más ilusión, un regalo conocido y esperado o uno que nos ofrecen sin esperarlo y que no tenemos ni idea de lo que es?

Por todo ello, es imposible pedirle a relaciones de larga duración (que ni son nuevas, ni están lejos, están o se dan por sentadas y el otro es alguien a quien ya se conoce relativamente bien) la electricidad oligofrénica de los primeros tiempos. Satisfacción = Resultados – Expectativas, así que tal vez la insatisfacción del tiempo no nazca de resultados exiguos en la pareja, sino de desaforadas expectativas todavía erotizadas tras décadas de relación. ¿Es la persona… o es el contexto? Llamadme marxista erótico, pero yo tengo claro que es el contexto el que da forma al individuo antes que éste pueda hacerse un hueco propio en él. Por ello, muchas relaciones no decaen en intensidad porque el otro resulte menos amable, sino porque el contexto de larga duración pinta nuevas oportunidades pero desdibuja antiguos furores. Y aceptarlo y entenderlo ya es una primera forma de poner en práctica una de las tres actitudes básicas desde la que afrontar el paso del tiempo en la pareja. Y la única que abordo cómo hacerlo, pues ya veréis que las otras dos son de lo más sencillo.

EROTIZANDO EL ÁGAPE: abrirse a las posibilidades
La transición del Eros al Ágape es tan inevitable como las de la edad: a ver quién es el chulo que detiene el devenir de la niñez a la adolescencia y de la madurez a la vejez. Eso sí: podemos acelerar y sufrir el envejecimiento o podemos retrasarlo y aprender a disfrutarlo. ¿Cómo? Amén de comprendiendo el Ágape:

a) No dar por sentado al otro. La pareja no es un derecho adquirido, sino una conquista cotidiana y por ello precisa de dedicar hasta el último de nuestros anhelos a hacernos cada día más humanos, sabios y felices…ergo más atractivos para ella. El amor es un pacto que precisa de corroboración diaria, no un contrato eterno de obligado cumplimiento por decreto ley porque un día lo dijera un cura, un juez de paz o el director de un banco. Y cuidado: que esa pareja que desde una cierta desidia damos por segura… puede desaparecer de nuestro paisaje en cualquier momento (sobre todo, si la descuidamos).

b) PARÓN BIOLÓGICO: cultivar el arte de echar de menos. Si todo obstáculo es un acicate para la pasión y no hay mayor obstáculo al contacto físico que la distancia… la conclusión es obvia. Poner distancia con el sujeto amado nos permitirá una mejor perspectiva de lo que todavía representa en nuestras vidas esa persona y nos facilitará volver a sentir todo lo que su presencia nos aporta. Cultivar el arte de echar de menos es el mejor antídoto contra los estragos de la rutina. Darse un tiempo a solas es como dejar la tierra en barbecho: las siguientes cosechas serán infinitamente mejores, y un tiempo de régimen –amén de dejarnos un tipín de lo más pintón-, nos permite valorar la comida como se merece y los empachos cotidianos no nos permiten apreciar.

c) Dotarse de nuevas ilusiones y mayores proyectos. Desde hipotecas a hobbies pasando por hijos, nuevos retos o ilusiones compartidas más allá de los apremios de la carne, los miedos y las prisas No recuerdo quién escribió que “Como el dinero, el amor llega –en este caso, vuelve– como resultado de buscar algo más grande”.

d) Abrirse a seguir descubriendo rincones insospechados del otro. No dejar de querer conocer al otro por mucho que creamos conocerle, abrirnos a la sorpresa y al placer de redescubrir a ese ser que con el tiempo va cambiando. Que alguien se llame igual y tengo idéntico DNI no quiere decir que la edad no le vaya enriqueciendo las opiniones, creencias y conductas (si es una persona inteligente y curiosa, claro), y por lo tanto deviniendo alguien nuevo siempre por seguir descubriendo.

3. MÁS ALLÁ DE LA RESIGNACIÓN O EL FINAL: FACTURAS Y BENEFICIOS DE LAS PROPIAS DECISIONES.

Ya vimos en El valor de los valores… y el precio de no pagarlo que toda elección conlleva descartes, y todo descarte un precio a pagar. Frente a la ineludible agapización del Eros podemos adoptar tres actitudes básicas, cada una con sus correspondientes beneficios y facturas:

a) EROTIZAR EL ÁGAPE. Como acabamos de ver en el punto anterior, nos permite nadar y guardar la ropa, estabilidad emocional, profundizar la relación… Eso sí: exige nadar contra corriente, forzar el devenir espontáneo, desconectar el piloto automático y dedicarle durante toda la vida la misma atención que en aquellos primeros tiempos compulsivos en los que esa dedicación surgía como una necesidad espontánea.

b) RESIGNARSE. Dejar que las cosas resbalen babosamente en su propio tempo cansino y hacia donde les dé la gana. ¿Qué ofrece esta opción? Pues una cierta tranquilidad y comodidad que nos permite ir con el piloto automático y centrarnos en otras áreas de nuestra vida. ¿Qué precio se cobra? Pues una cierta resignación, regusto a previsibilidad, un trotón ritmo emocional cansino y buscar fuera lo que ya no somos capaces de extraer dentro.

c) DE EROS EN EROS… lo que dure dura. El dar por terminada toda relación en la cúspide de la pasión nos aporta una sensación de aventura continua, endorfinas a gogo, sucesión de pasiones atolondradas, intensidad novelesca… Pero por muy irresistible que esta opción nos resulte a muchos, no por ello deja de presentarse con su facturita bajo el brazo: incertidumbre, eterno retorno, desgaste, insatisfacción crónica, períodos de soledad no deseada. Surfear siempre en la cresta de la erótica puede ser como zapear: intuirás muchos programas… pero en el fondo no verás ninguno.

Pero en El arte de soplar y sorber también vimos que podemos aprender a regatear ese precio impepinable de cada decisión, y que la primera condición para poder hacerlo es aceptar que deberemos afrontar una u otra factura.

Frente a los insoslayables precios que elegir conlleva, sólo una actitud nos permitirá no vivir los descartes como una amputación: no pedirle peras al olmo. Tanto si pedimos la febrilidad del Eros a relaciones de décadas como si pedimos la fraternidad comprometida del Ágape a los inicios furibundos de una relación, en ambos casos nos condenaremos a una insatisfacción crónica que no tendrá ningún culpable, pero sí un único y nítido responsable: tú mismo. Por suerte, responsabilidad conlleva capacidad de intervención, así que en tu mano está multiplicar exponencialmente tu propia satisfacción en el devenir de tus relaciones a largo plazo. ¿Cómo? Aprendiendo a focalizar la atención y disfrutar de los beneficios de la Resignación, surfear de Eros en Eros o el Erotizar el Ágape. Ah! Y por supuesto, aceptando que cada opción tendrá su precio a pagar por ella, y dejar de quejarnos de él como los niñatos consentidos que, en el fondo, todos somos. O como mínimo, yo con el piloto automático.

Dios me libre de adoctrinar a nadie diciéndole cuál de las tres actitudes adoptar respecto a sus relaciones. Ni yo ni nadie somos quién para pontificar una única, LA actitud correcta frente a los imponderables del Eros y el Ágape. Que cada uno se aclare consigo mismo y atine a priorizar sus prioridades… y en función de sus valores esenciales. Eso sí: mi experiencia profesional y personal me permiten la desfachatez de sobregeneralizar y asegurar que quien le pida novedad a lo antiguo, sorpresa a lo conocido, intensidad a lo extenso y excepcionalidad a la regla (y viceversa), se condena a una frustración ganada a pulso que en ningún caso podremos achacar a nadie, y mucho menos al propio amor.

No podemos elegir pagar un precio por vivir, pero si cuál y hasta cierto punto su cuantía. Una vez más se trata de conocerse y aprender a elegir, con plena responsabilidad, las propias elecciones y sus ineludibles consecuencias. Y de no pedirle a las cuestas que bajen ni al chocolate que adelgace ni al alcohol que no emborrache (o sí, podemos seguir pataleando pidiéndolo. Eso sí, también pagando el precio de hacerlo: tristeza, rabia, resentimiento). Que seamos poderosos para acabar convirtiendo nuestra vida en la que nos dé la gana vivir no quiere decir que podamos conseguirlo haciendo lo que más cómodo le resulte a nuestros automatismos o lo primero que se nos pase por la cabeza. Somos dueños de nuestros actos pero esclavos de sus consecuencias, que siempre estarán mucho más allá de nuestras intenciones, inocencias, identidades o culpabilidades. O subjetivísimos sentidos de la justicia que, curiosamente, acostumbran a coincidir con lo que más nos convenga (generalmente, disfrutar de los frutos de nuestras decisiones sin pagar el más mínimo precio por ellos. Qué jeta tenemos…).

La principal semilla del sufrimiento humano es la tozudería plañidera de negarnos a pagar las facturas de los productos que libremente escogemos (9 de cada 10 abogados aconsejarían no replicar esta conducta a ningún comercio. La mayoría de jueces podrían hasta catalogarlo de ROBO). Una malcriadez egocéntrica que todos llevamos de fabrica y que padeceremos largamente si nos empecinamos en no trabajárnosla a fondo plantándole cara a nuestras creencias limitantes. Podemos elegir el hacerlo o no hacerlo… pero no sus consecuencias.

Elige las consecuencias que quieres para tu vida sentimental y actúa en consecuencia. Ah! Y disfruta de lo que te aporta… y paga lo que debes por ello. Los intentos de sinpa existenciales se acaban pagando siempre inasumiblemente caros. Mucho más que la factura original que queríamos evitar.

Erotiza el Ágape, Resígnate a él o Surfea de pasión en pasión. Eso sí: asegúrate que lo que compras es lo que realmente quieres. Y que aceptas su precio.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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