Como ya hemos visto en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana., el objetivo último de la inteligencia emocional es aquel manejo de las emociones que las transforme de freno en motor de nuestra eficiencia y satisfacción personal. Para ello debemos entenderlas en profundidad, lo que precisa como primer paso el aprender a reconocerlas. Re-conocerlas: conocerlas dos veces. Una, aprendiendo a distinguirlas entre ellas; dos, atreviéndonos a llamarlas por su nombre. Acierto y valor para re-conocerlas con la profundidad que requieren su complejidad e importancia. Demasiado a menudo, tan difícil resulta distinguirlas… como admitirlas.
Pero, ¿Por qué es tan importante bautizar cada emoción con su nombre propio? ¿Tanto se pueden parecer algunas entre ellas como para confundirlas? ¿No es obvio saber cómo nos sentimos en cada momento? Si te interesa saberlo…
LA IMPORTANCIA DEL DIAGNÓSTICO
De auténtico Perogrullo: un diagnóstico erróneo, de cualquier situación, nos aboca a soluciones estériles, por muy elaboradas e inteligentes que a priori pudieran ser. Para inutilizar nuestras soluciones, estas primeras evaluaciones no necesitan ser enteramente equivocadas: les basta con ser meramente imprecisas.
De las cuatro habilidades del modelo Salovey – Mayers que vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, la primera era Reconocer. El ABC más sencillo de la Inteligencia Emocional es fácil de explicar: pasar de una emoción actual (desagradable y/o contraproducente) a una emoción deseada (agradable y/o eficiente). ¿Cómo? A partir de 2) Utilizar esa emoción actual (entender para qué sirve y para qué no) 3) Entender cómo nos la provocamos y qué consecuencias tiene y 4) Gestionarla para aminorarla o cambiarla. Pero todo ello requiere de un paso previo y requisito obvio: Reconocerlas, nombrarlas con precisión y admitirlas sin tapujos. El reconocimiento inicial estriba no sólo en identificarlas con exactitud, sino en reunir la honestidad y el coraje como para atrevernos a llamarlas por su nombre (no siempre el esperado, ni deseado, ni mucho menos el que nos apetezca reconocer…).
Las emociones no son una enfermedad, pero su tratamiento inteligente se parece a la labor de la medicina. Pues imaginaos ir a un médico que confunde el asma con la varicela, o que se limita a decirte que tienes “algo por ahí por el pecho”. Por muy potente que fuera el tratamiento prescrito, ¿De qué serviría si no trata exactamente lo que necesitamos atender? Pues el analfabetismo emocional en el que vivimos nos aboca, demasiado a menudo, a hacer diagnósticos tan imprecisos como “No me acabo de sentir bien”, “un vacío en el pecho”, “no tengo ganas de nada” “Una comezón que no me deja vivir”, etc. De diagnósticos tan imprecisos sólo pueden nacer tratamientos absolutamente estériles. O hasta contraproducentes
LOS INTRÍNGULIS DE LO PRESUNTAMENTE OBVIO
¿Habéis presenciado alguna vez una de esas discusiones en las que dos personas totalmente fuera de sí se exigen, mutuamente y a gritos, que el otro se tranquilice? ¿No os ha pasado daros cuenta, al cabo de mucho tiempo, que lo que parecía amistad era amor (o viceversa), lo que creíamos rabia era miedo rebotado, la tranquilidad aburrimiento o la desgana tristeza? Como todo en la vida, lo que a simple vista parece obvio se transforma en complejo en cuanto empezamos a prestar atención y reflexionar sobre ello con un mínimo de propiedad, profundidad y tiempo.
De la misma manera que los que menos se conocen son los más convencidos de su propio autoconocimiento, mientras los que más lo hacen están permanentemente abiertos a sorprenderse de sí mismos, sólo los que viven eternamente desconectados de sí mismos afirman saber, y con precisión milimétrica, lo que sienten en todo momento. Ejemplos como los anteriores nos demuestran que esto de identificar con exactitud cada uno de nuestros sentimientos es todo un arte, y como todo arte precisa de conocimiento y práctica.
Pero si las emociones se traducen en sensaciones físicas bien reconocibles… ¿Por qué nos confundimos tanto al tratar de distinguirlas y llamarlas por su nombre? Multitud de razones… todas ellas dignas de dedicarles un artículo para ellas solas. El próximo, para ser exactos.
EL TERMÓMETRO EMOCIONAL
Como veremos en el próximo artículo, todo se confabula para descentrarnos y alienarnos de nuestras propias emociones, desde la biología y el propio ego hasta la sociedad. Pero una cosa es que la sociedad actual nos ponga a huevo desenchufarnos de nuestras propias emociones mediante todas sus trampitas idiotizantes… y otra cosa es que nosotros lo consintamos y cultivemos a diario. Se puede aprender a reconectarnos con lo que somos, sentimos y necesitamos como personas a través de decenas de técnicas y hábitos: meditación, autoobservación, apagar el puto móvil un ratito y mirar el cielo o a los ojos a alguien, tomarse un café al día con uno mismo, etc.
Por suerte, además de todo ello, existe una herramienta de facilísima aplicación para poder enterarnos en todo momento de cómo nos sentimos realmente, más allá de imprecisiones y trampitas: el termómetro emocional. ¿En qué consiste? Muy sencillo: como ya vimos, toda emoción tiene dos ingredientes básicos, placer /displacer y tensión /relajación. Lo cual nos permite clasificar las emociones en cuatro cuadrantes básicos:
TERMÓMETRO EMOCIONAL
DESAGRADABLES / TENSIONANTES: Ira, Odio, Miedo DESAGRADABLES / RELAJANTES: Tristeza, Aburrimiento, Apatía AGRADABLES / TENSIONANTES: Euforia, Amor Erótico, Alegría AGRADABLES / RELAJANTES: Tranquilidad, Concentración, Amor Ágape
Así, por mucho que nos falte vocabulario emocional o por muy poco que nos podamos fiar del nombre con que bautizamos a lo que sentimos, tirando de termómetro emocional puedo hacerme dos sencillas preguntas: 1. Esto que siento, del 1 (insufrible) al 10 (orgasmo), ¿Es agradable o desagradable? y 2. Esto que siento, del 1 (coma) al 10 (ataque cardíaco), ¿Me relaja o me tensa el cuerpo? Por ejemplo, si a la primera pregunta me respondo con un 3, y a la segunda con un 7, ya nos podemos contar los cuentos que nos dé la gana: estamos sintiendo ira, resentimiento u odio. Si estoy convencido de que siento amor por alguien, pero al aplicarme el termómetro me da un 2 en placer y un 6 en energía… Desengáñate: lo que sientes se llama miedo. Y si quieres llegar a trabajarlo, mejor empiezas por reconocerlo como tal. Si no, estarás tomando antidepresivos para el asma: te quedarás más atontado, pero no esperes respirar mucho mejor.
Es la ventaja que tienen los números: que no se pueden tergiversar semánticamente. O si, pero sólo siendo fácilmente conscientes de estarlo haciendo.
UTILIDAD DEL TERMÓMETRO EMOCIONAL
Amén de como primer paso del modelo Salovey y Mayers, ponernos el termómetro comparta un beneficio directo: saber qué estamos predispuestos a hacer, pensar y observar. Como también vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, las emociones no sólo nos predisponen el cuerpo a implementar determinadas conductas, sino que también preparan la mente a pensar de una determinada manera e incluso a los sentidos a captar un determinado tipo de información y descartar otros. Imaginad que, con la llave puesta en el bombín de la puerta de casa al volver del trabajo, nos ponemos el termómetro y nos sale 2 en placer – 8 en energía (Ira marcada). Pues tomemos conciencia de que, independientemente de lo que nos encontremos al entrar, estaremos más que predispuestos a defendernos – atacar y a que toda la información que captemos la significaremos como un agravio o una afrenta. Desde la Ira, cualquier gesto, cualquier palabra, una toalla fuera de lugar o una luz malencendida se bastarán para convertir cualquier anécdota meramente inconvenientemente en todo un casus belli, en un ataque frontal contra nosotros y nuestra dignidad… del que nos sentiremos impulsados a defendernos furibundamente. Es lo que tienen las emociones: que no sólo condicionan las conductas, sino las percepciones y las evaluaciones que realicemos sobre ellas. Vaya, que nos ponen unas gafas a través de las que veremos una realidad más acorde a nuestras propias dioptrías que al contexto real. Y darnos cuenta (de qué estamos predispuestos a ver, sentir y hacer con la conducta de los demás) desplaza la atención de la intención ajena al sesgo propio. Y el termómetro puede ayudar a tomar conciencia que tal vez el mundo no sea mi enemigo, sino que mis emociones están predispuestas a encontrarlos hasta debajo de las piedras. Que para eso sirven principalmente las emociones: para condicionar nuestros sentidos y pensamientos.
Pero aprender a reconocer una emoción no basta: también necesitamos aprender a saber para qué sirve cada una, comprender como nos la fabricamos y, finalmente, aprender y practicar técnicas que nos permitan gestionarla aminorándola, haciéndola desaparecer o, incluso, transformándola en otra emoción más agradable o potenciadora. A ello me dedicaré en los próximos artículos, pues Utilizar, Comprender y Gestionar las emociones son también un arte, tan o más sutil y complejo que aprender a Reconocerlas.
Recuerda que con las emociones, como con la política, tú puedes creerte que no tienes que ocuparte de ella, pero no dudes un segundo que ella seguro que se ocupará de ti condicionando tu vida entera. Como siempre, elige si te utilizan ellas a ti o si tú aprendes a utilizarlas a ellas. No me cansaré de repetir que te conviene a ti y a todos tus seres queridos. Y de animarte a que le prestes la atención prioritaria que se merecen. Tu felicidad y eficiencia dependen de ello.