Desde LA ALQUIMIA DEL AGUA OXIGENADA, Ya sabemos la receta de esa agua oxigenada que desinfectará nuestras heridas sin herirnos gratuitamente, y también cómo destilarla. Pero de nada servirá ni conocerla ni ponernos a aplicarla si, previamente, no nos hacemos con el equipo de laboratorio que nos permitirá fabricarla. Para este laboratorio, las probetas, alambiques y maquinaria básica son nuestras creencias y actitudes más estructurales que, si no son las adecuadas, condenarán al fracaso todo el proceso. ¿Qué creencias nos impedirán fabricar el agua oxigenada para nuestras heridas? ¿Qué actitudes contaminarían la fórmula? Y lo más importante: ¿Cuáles lo facilitarían? Si te interesa saberlo…
I. MONTANDO EL LABORATORIO: SET DE CREENCIAS Y ACTITUDES BÁSICAS.
De nada servirá comprar los ingredientes básicos del agua oxigenada, ni empezar a remezclarlos, si no disponemos de las estructuras base para hacerlo. Sin ellas, el proceso resultaría irrealizable o la fórmula quedaría contaminada o inservible. Así que antes de meternos en harina, debemos reencuadrar algunas creencias claves y tener claras un par de actitudes y procedimientos genéricos frente a nuestras heridas. Entre ellos:
1. DARSE PERMISO AL PROPIO DOLOR. Si algo nos hiere, nada más natural, lógico y comprensible que enfadarnos, rebotarnos o agobiarnos con esas dificultades presentes o heridas pasadas que, a la corta, nos negaremos a aceptar. Somos humanos, y tenemos todo el derecho del mundo a necesitar un tiempo para aprender a sobrellevar eficientemente cualquier situación que sintamos que nos sobrepasa o incomoda. El primer zarpazo de cualquier contratiempo siempre resultará doloroso, activará nuestras alarmas más agoreras y nos generará el set de emociones primarias más desagradables y limitantes (miedo, ira, resentimiento, tristeza, etc.). Emociones todas ellas activadoras de nuestro cerebro más primitivo y rudimentario, ese que ni quiere ni puede ni sabe atender esos procesos reflexivos más equilibrados y complejos que tanto necesitamos para sanar heridas, pero que le son impepinablemente ajenos. El cerebro primitivo está hecho para sobrevivir a brocha gorda, no para disquisiciones reflexivas y elaborados reencuadres cognitivos. Al principio siempre mandará él, pero de nosotros depende que su reinado sea efímero.
2. NEGARSE EL SUFRIMIENTO EXTRA. Tras ese primer impacto que otorgará el control de nuestras conductas y emocionalidad al cerebro más primario, el homo sapiens puede sacar a pasear su armamento más lucido: los lóbulos frontales. Tras negaciones y pataletas viscerales (legítimas y comprensibles), los humanos tenemos la capacidad de, poco a poco, ir dando protagonismo a las partes de su cerebro que sí quieren, saben y pueden replantearse sus propias significaciones e ir construyendo relatos más allá de los instintos primarios y que, en vez de hacernos sufrir e inhabilitarnos, nos relativicen el dolor y nos capaciten para solucionar las causas de esas heridas. Tan miope sería negarnos el primer pataleo como arrogarnos el derecho a prolongarlo indefinidamente.
3. ABRAZOS SEVEROS. Ya que estamos pasando por un momento que nos pone a prueba, debemos darnos mucho cariño y comprensión y ser muy benevolentes con las propias debilidades y flaquezas. Eso sí: tirando de asertividad tajante para marcarnos ciertos límites y no permitir que el rebote inicial se convierta en modus operandi ni cheque en blanco para regodearnos morbosamente en el dolor, justificarnos o no hacer nada al respecto. Repito: tenemos derecho a quejarnos y patalear todo lo que nos haga falta, pero no nos conviene –para nada- creernos ni quejas ni pataleos. No por no tener derecho, sino porque aumentará el dolor actual y agravará las dificultades futuras del hecho del que emanen. Los abrazos que nos merecemos ante las heridas serán de oso si no los acotamos a su función: reconfortarnos y hacernos sentir queridos y acompañados a la corta. Si se extralimitan hasta el plañideo eterno, resultarán más que contraproducentes. Los abrazos son como los mimos a los hijos: si puntuales y circunscritos a un contexto, ayudan; si indiscriminados e indiscriminados, imbecilizan.
4. COLLEJAS AMOROSAS. Sin negarnos el derecho a nuestra incomodidad o rechazo, no viene nada mal en momentos heridos el recordar toda la suerte que hemos tenido, todo lo recibido por padres, amigos, parejas y sociedad y el gozar del privilegio –caduco- de estar vivos todavía. También podemos comparar lo que nos sucede con aquello que, objetivamente, la mayoría consideraríamos un verdadero drama. Unas collejitas, con todo el orgullo y el amor del mundo, ayudan a relativizar según qué exageraciones que multiplican exponencialmente el dolor propio de las heridas. En los inicios de momentos difíciles, yo me repito hasta convencerme mantras como “soy tonto, y por eso exagero la gravedad de estos hechos, añado sufrimiento propio al dolor ajeno y me siento como me siento. Pero me doy cuenta de ello y trato de ponerle remedio a mi tontería lo mejor que sé. Y tal vez todavía no, pero pronto será mucho. Cada día, un poquito más. Mi derecho a sentir mi dolor no me exime de la responsabilidad de ir aprendiendo a reconducirlo”.
5. INTEGRIDAD Y EJEMPLO. Todos hemos tenido seres queridos rabiando de dolor ante experiencias difíciles. Hubiéramos matado para que no envenenaran su dolor con sufrimiento extra, pero veíamos claramente como se autolesionaban, más allá del alcance inicial de sus propias heridas, con lo que se decían o hacían. ¿A que hubiéramos dado media vida para que dejaran de hacerlo? ¡Cómo desearíamos tener más influencia sobre ellos para que dejaran de martirizarse innecesariamente! Pues afrontar responsablemente nuestras heridas es una ocasión perfecta para educar a nuestros amados. Porque educar no es sólo cosa de profesores –y mucho menos de materias académicas-. Educar es influir, ayudar, enriquecer a los que nos rodean e importan. Todo ser humano es un profesor y un alumno, a menudo al mismo tiempo, que educa y se educa con ejemplos más que discursos. ¿Cómo quiero que mis hijos, amigos, amantes, padres y parejas lidien con sus propias heridas? Sabemos de sobras la exasperante ineficiencia de los discursitos, por muy razonables que resulten. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque se educa con las actitudes –a la larga- y no con la verborrea – a la corta-. Si queremos optimizar nuestra influencia, seamos ejemplo cierto de nuestras prédicas, y dediquemos menos tiempo a pontificar y más a encarnar en nuestra conducta observable aquello que queramos transmitir. El diálogo, el discurso y el razonamiento ayuda –y mucho- al ejemplo. Siempre que no lo substituyan, claro.
6. EMPATIZAR CON UNO MISMO. ¿Pasamos por momentos difíciles? Pues a cogernos de la mano y acompañarnos en el camino. Nada de culparnos ni por las heridas ni por nuestras reacciones ante ellas: nos debemos toda nuestra ternura, comprensión y compasión. Pero ojo: empatizar no es dejarse arrastrar por la emocionalidad del otro -en este caso, uno mismo- ni darle la razón incondicional. Eso se llama secuestro emocional o dorar la píldora.
Empatizar es ver la realidad desde el prisma de ese “otro” que queremos ayudar. Empatizar es entender lo lógico, legítimo y razonable de esas reacción agoreras y contraproducentes si se cree lo que se cree. La empatía no busca cuestionar ni justificar, sino sencillamente entender. Eso sí: una vez colmada la empatía, una vez sienta el “otro” cuan comprendido y aceptado es, toca desafiar con dulzura firme esas creencias limitantes que tanto sufrimiento añaden a su dolor. Empatizar comporta dejar claro que lo erróneo no es ni la persona ni sus conductas, sino el marco significativo desde el que evalúa su situación (y no porque su marco sea esencialmente erróneo, sino porque las consecuencias conductuales que de él se derivan son contraproducentes para su bienestar). El prólogo de la empatía es la compasión, pero su epílogo necesario es la confrontación de las creencias limitantes, con razonamientos sólidamente fundamentados, hechos objetivos e inferencias lógicas. Ah! Detallito: confrontar no es reprobar (juzgar, criticar o deslegitimizar al otro por cómo siente, piensa o actúa). Confrontar es colocar un espejo neutro frente a las creencias, conductas y consecuencias del otro, para que las vea con perspectiva y decida qué pinta tienen. Pero la sana confrontación degenerará en reprobación juzgona si no la acompaña una ternura proporcional a la severidad.
7. NO BUSCAR JUSTIFICACIONES, CULPABLES NI SALVADORES en tercera persona. Si disponemos de probetas y alambiques hechos para fabricar juicios sumarísimos, culpabilizar a otros o reclamar derechos divinos y soluciones mágicas, todo el proceso de destilación se irá a hacer puñetas, y el agua oxigenada pudrirá más que desinfectará. Aprender a fabricar agua oxigenada conlleva aprender a centrarnos en aquello que resulte a) Razonable b) Plausible c) Útil d) En primera persona e) Actúe sobre lo que hay, no sobre lo que decidimos que debería haber. Lo demás… expiar pecados para el juicio final o buscar la inocencia frente a cargos de los que, tal vez, nadie nos acuse. Y escurrir el bulto, que de todo hay un poco.
8. CORTAR LAMENTOS RETROACTIVOS sobre lo que debería haberse hecho o debería haber si todo siguiera siendo como antes del contratiempo. El pasado, pasado está. No podremos cambiar lo que ya haya sucedido, pero si depende de nosotros a) Incidir, aminorando o ampliando, sus consecuencias actuales sobre nuestra vida presente b) El significado y la evaluación actual sobre ese hecho ya pasado c) Lo que hagamos con todo ello a partir de ahora. Lo que determina la vida de las personas no son sus logros o tragedias, sino lo que hacen con ellas. Ganadores de la lotería han arruinado sus vidas o supervivientes del holocausto han disfrutado de existencias envidiables. Nunca me cansaré de recomendar El Hombre en Busca de Sentido, del gigantesco Viktor Frankl (y su deslumbrante biografía La Llamada de la Vida, de su amigo Haddon Klinberg).
9. ANÁLISIS, CONTRANÁLISIS Y CONCLUSIONES. Quien me conoce personalmente, bien sabe de mis tendencias logorreicas y mi natural compulsivamente analítico, siempre en busca de construirle significados y derivadas plausibles a todo lo que me pase, observe, piense o me invente. Siempre fui así, pero con la edad he aprendido algo: a dejarlo para cuando la herida concreta esté ya en vías de sanación. Lo único sano e inteligente, mientras todavía no tenemos ni diagnósticos ni tratamientos, es volcar toda nuestra energía mental y conductas a inventarnos soluciones factibles, responsables y realistas. Y esos análisis y contranálisis, si ayudan a ello, bienvenidos sean (y yo creo que pueden ayudar, y muchísimo). Pero que nos quede claro que son meros medios innegociablemente subordinados al único fin razonable: actuar para sanar. Eso sí: una vez todo encauzado, a ver quién es el comeollas que me convence de privarme del placer de analizar, reanalizar y contranalizar la experiencia, ponerlo todo del derecho y del revés mil veces y deleitarme en construirle un significado y aprendizajes que me vuelvan un pelín menos ignorante y algo más humano que antes de herirme. ¿No he pagado con dolor una herida? Pues al menos, a cambio, quiero exprimirle hasta la última gota de la sabiduría que potencialmente contenga. Sería de tontos quedarnos sólo con lo malo, ¿No?
II. PUES A TRABAJAR Y A SANAR
En varios post me he hecho eco de una frase de Epícteto que concentra toda la filosofía subyacente de mis procesos de Coaching: “No son las cosas las que nos hieren, sino lo que nos decimos sobre esas cosas”. No siempre estará en nuestra mano cambiar todo lo que querríamos diferente, pero siempre lo estará cambiar nuestra propia visión, significación y conductas respecto a ello. Para generar una visión potenciadora, que nos permita actuar con la mayor eficiencia posible sobre la causa de nuestras dificultades, necesitamos sanar nuestras heridas. Y como ya hemos visto, nunca lo haremos desde ignorarlas sepultándolas en mercromina (LA DICTADURA DE LA MERCROMINA), como tampoco sobre atendiéndolas hasta obsesionarnos con ellas anegándolas en alcohol (EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor). Podemos aprender a desinfectar, sin añadir sufrimiento al dolor, fabricando agua oxigenada. Pero para hacerlo no basta con la receta de LA ALQUIMIA DEL AGUA OXIGENADA: debemos hacernos con, adecuar y mantener en óptimas condiciones el laboratorio básico que nos permita destilarla. Y desde según qué creencias estructurales y paradigmas cognitivos, intentar sanar nuestras heridas es como limpiar tu casa con un trapo sucio. Por mucho tiempo o esfuerzo que le pongas… lo dejarás todo todavía peor que antes. Encima creeremos que limpiar no sirve para nada, y nos cagaremos en los falsarios apologetas de la higiene. Pero es que antes de ponernos a limpiar, toca lavar los trapos, fregar la fregona y barrer la escoba. Suena recursivo y rebuscado, ¿Verdad? Es que lo es. Tanto como imprescindible.