Mientras que en LA DICTADURA DE LA MERCROMINA os hablé de los efectos perniciosos de tratar de cerrar en falso nuestras heridas, en EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor lo hice sobre los de tratar de sanarlas por desinfección compulsiva abusando del alcohol. Ahora me toca bucear en las razones que nos impelen a hacernos tanto daño urgando en nuestras heridas
Aunque ambas resulten idénticamente contraproducentes, al menos tirar de mercromina nos produce un alivio instantáneo al calmar apócrifamente el ardor de las heridas. Pero el abuso de alcohol me resulta especialmente difícil de entender, pues ni alivio ofrece (todo lo contrario: a la larga perjudica igual, y hasta escuece a rabiar a la corta). Entonces, siendo tan doloroso además de tan contraproducente, ¿Por qué abusamos tanto del alcohol? ¿Qué nos empuja a ello, la biología o la cultura? ¿Cómo se nos adoctrina para caer en la trampa del alcohol y el auto flagelo? ¿Desde qué ideas, creencias y paradigmas?
I. SINRAZONES PARA EL MASOQUISMO
1. BIOLOGÍA. Ya vimos que, como especie, tenemos tendencia a focalizar nuestra atención en emociones dolorosas, esas que en la jungla nos permitían sobrevivir y propagar nuestros genes. Que haga miles de años que ya no vivamos en ella (y que lo que ayuda a que un león no se te zampe de poco sirve ante un desamor o una insatisfacción profesional) es una mera anécdota para unas estructuras cerebrales que han garantizado nuestra supervivencia así durante millones de años. Por ello, con el piloto automático gobernado por nuestro cerebro más primitivo, siempre focalizaremos nuestra atención en déficits, agravios, penurias, peligros y peores escenarios. Y en quedarnos quietecitos ante un peligro que creemos más fuerte y rápido que nosotros, a ver si así no nos ve y acaba pasando de largo (Perderle el Miedo al Miedo).
2. MARTIROLOGÍA. Creencia absolutamente irracional de que, cuanto más suframos, mejores personas somos y más nos merecemos dejar de hacerlo (como si la enfermedad o el dolor fueran cuestión de deméritos morales; ¿Eso quiere decir que todo el que sufre o enferma… es porque se lo merece?). La cultura judeocristiana (no olvidemos que nuestro icono de virtud y bondad es un personaje que se deja torturar atrozmente para salvar a la humanidad) nos marca a fuego el paradigma, consciente o inconscientemente, que cuanto más suframos más acreedores nos haremos de que Dios, Buda, la Pachamama, el Ratoncito Pérez o el monstruo del lago Ness hagan justicia con sus superpoderes y eliminen de un plumazo –y sin que nosotros tengamos que despeinarnos- las causas de nuestro dolor.
3. GRITO DE AYUDA: provocar compasión en el resto de integrantes de la manada. Mostrarnos afligidos (y, según Stanivslaski, la mejor manera de aparentar cualquier emoción… es sentirla sinceramente) multiplica las posibilidades de que otros acudan en nuestra ayuda, posterguen posibles ataques y se vuelquen en atenciones para con nosotros. Y vete tú a saber si, desde la compasión, alguno se anima a hacer por nosotros lo que a nosotros mismos nos incomodaría hacer (y sin pedírselo explícitamente, claro, que queda feo. Que lo adivine, que para eso está).
4. ADICCIÓN AL SADO. Como toda emoción extrema, el dolor tiene un punto de morbo… que engancha. Por reiteración, bien puede convertirse en una costumbre que, al automatizarla, se vuelve un hábito inconsciente. Además, diversos biólogos moleculares defienden que los aminoácidos de las emociones sirven, también, como combustible básico de nuestras células, y que si nuestras células se han acostumbrado al aminoácido de nuestra aflicción como gasolina, lo reclamarán cuando les falte. Y para sortear su mono, nos empujarán a pensar y focalizar nuestra atención en aquellos sesgos cognitivos que nos provoquen las emociones –aminoácidos- que nos reclaman a alaridos para seguir funcionando con el combustible habitual.
5. DÉFICIT DE RESILIENCIA. Obviamente, hablo de las clases medias para arriba y del mundo noroccidental: llevamos unas vidas tan fáciles, requeteacolchaditas y sobreprotegidas que nos llevan a sufrir como tragedias insoportables lo que, en el fondo, no son más que meros contratiempos (de trascendencia anecdótica o crucial) y que, a poco que nos hayamos atrevido a pensarlo ya sabíamos que iban a suceder (un conflicto personal, enfermedades propias o ajenas, la muerte, disgustos profesionales, etc). Como con nuestros niños y adolescentes, el sobremimo y la obsesión por el camino fácil, entre otras muchas consecuencias desastrosas, conlleva que nos impidamos madurar las partes del cerebro (lóbulos frontales) encargadas de gestionar la frustración. Y así, cuando nos llega una, pataleamos como los niños mimados que somos (no sé vosotros, pero yo sí) cuando las elecciones propias o el azar ajeno me plantan en el camino un obstáculo imprevisto. Es la baja resiliencia lo que transforma lo indeseado en indeseable.
6. SESUDA INTELECTUALIDAD. Uno de los mitos que más nos halaga creernos a los Occidentales sobre nosotros mismos es el de la racionalidad. Como herederos de Platón y Descartes, nos hemos llegado a creer que a) Pensamos objetivamente (el resto del planeta son exóticos a medio domesticar; nosotros tenemos religiones, ellos supersticiones; nosotros somos naciones, ellos tribus, etc.) b) Todo se arregla pensando (actuar, ya veremos: de momento, contempla y filosofa hasta encontrar el Santo Grial objetivo y la perfección platónica de las Ideas prístinas). Y junto con Platones y Descartes, nuestra otra influencia mayor es el cristianismo. Como toda otra religión, todos los paradigmas cristianos se basan en una especie de justicia cósmica, lo que nos lleva a planteárnoslo todo desde parámetros de orden, sentido y, sobre todo, merecimiento. El otro paradigma insuflado por el cristianismo es el de culpa (y suerte que aquí somos culturalmente católicos, lo cual es un negocio redondo en términos de conducta terrenal y vida eterna), así que entre unos y otros paradigmas heredados tendemos a invertir más energía en intentar probar nuestra inocencia y fabricar explicaciones justas que en generar soluciones. Y así nos va.
II. DEL DETERMINISMO A LA AUTODETERMINACIÓN
Los que habéis tenido la santa paciencia de seguirme desde el inicio de este blog bien sabéis que no seré yo quien reniegue de la influencia social y los factores supra individuales que también –y mucho- modelan la vida de cada uno de nosotros. Ya he manifestado mi profunda alergia personal a las versiones más romas del Coaching más narcisista, las farsas del ultraindividualismo y los mitos más darwinistas del self-made man, siempre tan socorridos para inventarse una justificación a los privilegios propios. Pero ser consciente de todos esos factores que a priori nos superan y nos marcan desde la cuna (socioeconómicos, culturales, religiosos, etc.) no es un cheque en blanco para abdicar de nuestro poder individual para enfrentarlos. Ya sabéis que nunca seremos Supermen o Superwomen, por encima del bien y del mal que todo lo podamos sin que nada nos afecte, pero desde luego nunca somos Calimeros indefensos, meras víctimas y productos pasivos de nuestros contextos. Ni excusas ni vaciles egocéntricos: tal vez no podamos decidir qué nos influirá, pero sí cuánto y cómo. Y sobre todo: lo que haremos con todo ello.
Sociedad, aprendizajes inconscientes, educación temprana son las cartas que nos reparten en una partida, pero los malos jugadores bien lo sabemos: no gana quién mejores cartas recibe, sino quien mejor las juega. Llegar a aceptar que cuánto y cómo nos afecte el contexto depende de nosotros es una habilidad que, como todas, se entrena y mejora con reflexión, aprendizaje y práctica. Haber nacido en una cultura de la martirología y el dolor nos marca desde la cuna, pero como individuos podemos aprender a capear esa marca. De no hacerlo, la herencia de biología humana y cultura judeocristiana nos condenará a rebotar constantemente de la indiferencia irresponsable de la mercromina al autoflagelo masoquista del alcohol. Por suerte, podemos ser conscientes de esas tendencias preprogramadas (y de sus consecuencias) y aprender a ponerle puertas al campo. Nuestro éxito y felicidad dependen de ello. Empecemos por grabarnos a fuego que el contexto influye, pero sólo tú determinación determinará como afrontarás tus heridas. Y ello tu vida entera.
En el próximo post os explicaré mi método personal, tan falible como útil, para destilar lo mejor de la mercromina y del alcohol y eliminar sus más nocivos efectos secundarios. Compartiré con vosotros mi receta secreta del Agua Oxigenada. Espero que os alivie y sane como, con más o menos dificultades, hace conmigo. Rara vez a la corta, pero siempre a la larga.