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El Valor de los Valores... y el Precio de no Pagarlo

Imagínate que fueras un padre de familia, con una pareja encantadora a pesar de la erosión pasional de los años, con unos hijos a los que adoras y una vida que, no por predecible, resulta menos agradable.

Imagínate que, de pronto, reaparece en tu vida un antiguo amor de adolescencia que, con los años, mantiene intacta su belleza y la experiencia ha multiplicado exponencialmente su encanto.

Imagínate que vuelves a revivir lo que creías más que muerto, te enamoras como el adolescente que fuiste y te sientes sitiado entre interrogantes afilados como guillotinas. ¿Qué debo hacer? ¿Qué es lo correcto? ¿A quién traiciono: a mi familia o a mí? ¿Cómo ser un buen padre y pareja y no por ello tirar por la borda mis sueños? ¿Qué ejemplo daré a mis hijos si cambio? ¿Y si no lo hago?

E imagínate que, siendo Coach personal, te llega esta persona como cliente pidiéndote consejo sobre qué decidir. No sólo es un cliente, también es un amigo de décadas al que hacía unos años le tenías perdida la pista, pero no los afectos. Y además, vive a miles de kilómetros de distancia, por lo que ni puedes visitarlo como Coach ni acompañarlo como amigo, y sólo podrás comunicarte con él por mail y skype.

¿Os habéis visto en una situación como la de mi cliente? ¿Qué haríais? ¿Cómo decidiríais qué hacer? Quiero compartir con vosotros la carta que le envié para intentar ayudarle a tomar la decisión que mejor le permitiera seguir con su vida. Y quiero hacerlo para mostraror un ejemplo práctico de cómo aplicar, en una situación concreta, las técnicas de toma de decisiones que he compartido contigo en los últimos dos posts Entre el sentimiento y la razón: el arte de decidir… con valor y Valor y precio de los valores.

Querido amigo:

Creo que puedo ayudarte desde dos perspectivas: Como Coach y como Amigo.

Como Coach yo no aconsejo, así que te haría preguntas para que tú encontraras tus propias respuestas. Pero poco puedo dialogar contigo en un mail.

Como amigo, puedo compartir contigo lo que yo pienso al respecto, para que cojas de mi experiencia y mis ideas lo que te venga bien y hagas con ello lo que buenamente te plazca. Así que te propongo: te escribo como amigo ahora y, si quieres, te atiendo como Coach este fin de semana por Skype.

Pues como amigo, puedo compartir cotigo como yo lo enfocaría:

1. Antes de empezar siquiera a plantearte respuestas, vigila –y mucho- qué tipo de preguntas te haces. Yo de ellas eliminaría verbuchos y palabrejos tales como:

a) “Deber”, “tener que” o cualquier otro que conlleve el más mínimo sentido de obligación. No te intentes engañar: estás en una situación en la que debes elegir, y de nada te servirá intentar camuflar tu responsabilidad bajo supuestos imperativos morales. Como te desarrollaré más adelante, eres impepinablemente libre, y en tu decisión ejercerás tu libertad… lo quieras o no.

b) “Lo correcto”…como si hubiera una manera universal y apersonal de decidir. “Lo” correcto no será otra cosa que lo que TÚ consideres correcto en función de unos criterios y prioridades que sólo TÚ puedes establecer. Y esos criterios, para adaptarse como un guante a tu vida, han de ser insoslayablemente personales e intransferibles. Ni a ti te servirán los de los demás, ni a los de los demás los tuyos.

c) “¿A quién traiciono?” Pues a nadie: aquí no estamos hablando de honrar pactos sagrados sino de tomar las decisiones más pertinentes. Y, dado el contexto (enamorado de tercera persona / familia e hijos), causen el mínimo daño posible en primera y tercera persona. Si la elección se reduce a traicionarte a ti o a tus seres queridos, ni sueñes con sentirte bien. Es tu propia pregunta, y no la situación, la que te condenaría al sufrimiento decidas lo que decidas.

Respecto a la cuestión en concreto…

a) No sé como ser buen padre y pareja, pero si sé dos maneras de acabar siéndolo pésimo:

Una, sintiendo que has destrozado tus sueños por ellos. Créeme, todos acabamos pasando cuentas, echando en cara todo aquello que nos sentimos “forzados” a hacer por los demás (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), y ésta es la mejor manera de envenenar una relación (y más aún, la de pareja y familia).

Y dos, no siendo tú mismo feliz. No hay peor ejemplo para tus hijos que el de sentirte un amargado anegado en resignación mal llevada y envenenado por reproches propios y ajenos. No hay fórmula mágica para enseñar a nuestros hijos a ser felices, pero sí para enseñarles a ser unos mediocres: dándoles ejemplo de inconsecuencia e impotencia vital. Ser uno feliz no es garantía de que nuestros hijos lo serán, pero si condición sine qua non. Créeme si te digo que la mejor inversión en su felicidad es invertir en la tuya propia.

Aquí los interrogantes son: Si decides renunciar a tu pasión por tu familia, ¿Podrás ser feliz? ¿Te respetarás a ti mismo? ¿Serás capaz de NO tenérselo en cuenta JAMÁS? Cuando en la adolescencia tus hijos pongan distancia contigo o vayan a su bola como todos hemos hecho, o si sus elecciones y modos de vida no se corresponden con lo que tú querrías que tuvieran (por su bien, o por el tuyo)… ¿Serás capaz de no reprocharle tus “sacrificios” pasados ni coartar su libertad con ellos? Si la respuesta es “Sí, sería capaz”, entonces plantéate si priorizar la estabilidad de la familia sobre tu pasión; si la respuesta es “No, se lo acabaría teniendo en cuenta”, entonces ni empieces a hacerlo.

b) Si decidieras renunciar a tu pasión por no dañar a tu actual pareja (a la que me cuentas que todavía quieres inmensamente, aunque con un amor más fraternal que erótico), ¿Serías capaz de no tenérselo en cuenta si alguna vez, en una situación parecida, ella decidiera no decidir cómo tú e ir en pos de la pasión que tú ahora libremente te niegas?

Uniendo el tema de tu pareja y tus hijos, permíteme admitir que no tengo ni puñetera idea de cual es el entorno familiar adecuado para la felicidad de tus hijos, pero si sé cual sería el peor de todos: Que sientan que sus padres se odian a muerte, que cada vez que se encuentran es un fusilamiento de miradas, un duelo de odio mal contenido y peor disimulado. Aquí la pregunta es: ¿Serás capaz de sacrificar tus sueños sin odiar a quien te ha “obligado” (las comillas no son casuales, ni mucho menos) a hacerlo? ¿Podrás renunciar a tu pasión y no culpar a tu pareja actual de desvelar tus sueños? ¿Podrás quedarte con ella y no recriminárselo cada segundo que la veas, verbal o no verbalmente, directa o sutilmente? Igual que antes, si la respuesta es: “Sí, seré capaz”, plantéate la respuesta; si la respuesta es “NO, la odiaría a muerte”… Match-Ball, ni sigas pensando.

c) No tengo ni idea de qué te conviene decidir, pero si de qué no: AQUELLO QUE TE HAGA SENTIR PEOR. Y en esta decisión, te aconsejo apartar topicazos y clichés sobre la generosidad y el sacrificio. Sartre dijo que “Estamos condenados a ser libres” (no podemos no elegir, incluso jugar a no hacerlo es ya una elección… tan libre y de la que somos tan responsable como de cualquier otra); yo añado que “Estamos condenados a ser Egoístas“. Todo lo que hagamos, lo haremos porque pensamos que nos hará sentir mejor – o menos mal- a nosotros mismos.

Libérate de complejos judeocristianos de martirología manida y atrévete a reconocer que ELIJAS LO QUE ELIJAS, LO HARÁS POR TU PROPIO BIENESTAR. Si decides ir por tu sueño, lo decidirás porque en el balance final creerás que pesará más el HABER de tu pasión que el DEBE de dejar atrás tu actual relación de familia; Si decides mantener tu estructura familiar como si nada hubiera pasado, lo harás porque en ese balance final te pesará más el DEBE de tu estructura familiar actual que el HABER de tus sueños. Decidas lo que decidas, lo decidirás por y para ti, aunque lo decidas basándote en la repercusión de tus actos en los demás. No te cuentes milongas (o sí, pero ni por un segundo te las creas): si decides priorizar lo que crees que causaría menos dolor a tu pareja y/o hijos, en el fondo no lo harás por ellos, sino POR TI, pues su presunta “infelicidad” te resultaría A TI insoportable. Tú tienes hijos y yo no, así que qué te voy a contar que no sepas mejor que yo: ¿Quién disfruta más los regalos que les haces, ellos o tú? ¿A quién hace más feliz una carcajada suya, a ellos o a ti? ¿A quién le duele más un dolor suyo, a ellos o a ti? No hay sentimiento más egoísta que el amor, e imagino que no hay amor más grande que el de un padre o una madre por sus hijos. Ergo…

Me permito aconsejarte también: tomes la decisión que tomes, no la lastres con victimismos propios o ajenos:

a) Si crees que MANTENER TU ACTUAL ESTRUCTURA DE FAMILIA te AMARGARÍA MÁS de lo que te endulzaría ir en pos de tu pasión y decides quedarte, SERÍAS UNA MIERDA DE PADRE Y PAREJA, y de quedarte amargado tu presencia les restarías mucho más de lo que sumaría. QUEDARTE CON ELLOS PARA RESTARLES MÁS DE LO QUE LES SUMAS… ¿Al precio de no vivir tus sueños? Para ese viaje, no hacen falta alforjas…

b) Si crees que CAMBIAR TU ACTUAL ESTRUCTURA DE FAMILIA te AMARGARÍA MÁS de lo que te endulzaría vivir tu pasión y decides lanzarte en pos de tus sueños… PUES SERÍAS UNA MIERDA DE AMANTE, y mejor (eróticamente) no amar que amar mal. IRTE PARA NO APROVECHAR TU NUEVA VIDA… ¿Al precio de sentir que abandonas a tu familia? Para este viaje, ya no hace falta ni burro…

c) Te aconsejo que te lo plantees NO desde el ¿A QUÉ RENUNCIO: A MI PASIÓN O A MIS HIJOS? ¿QUÉ ME AMPUTO: MIS SUEÑOS O MI SATISFACCIÓN POR SER EL PADRE QUE QUIERO SER?, sino desde el ¿CON QUÉ VOY A LLENAR MÁS MI VIDA: CON MI PASIÓN O CON MI ACTUAL FORMATO DE FAMILIA? ¿QUÉ VA A DAR MÁS SENTIDO Y SATISFACCIÓN A MI VIDA? Si te fijas en lo que te APORTARÁ cualquiera de las dos elecciones, elijas lo que elijas serás feliz; Si te fijas en lo que te QUITARÁ cada opción, te garantizo una profunda infelicidad decidas lo que decidas

d) Pero amigo, eso si: DECIDAS LO QUE DECIDAS, UN PRECIO TENDRÁS QUE PAGAR, ALGO PERDERÁS, y tendrás que aprender a vivir con el peso de esa pérdida. Si eliges quedarte igual, descartarás reeditar esa pasión con la que sueñas; si decides irte, descartarás ese rol familiar para con el que te sientes tan obligado. Es lo que tiene elegir, es lo que tiene ser humano: cada elección que hagamos… conlleva millones de descartes (elegir lo que hago = descartar los MILLONES de cosas que podría hacer…). Ni se te ocurra cometer la sandez de intentar comprar uno de los dos productos… y no pagar el precio que cada uno lleva en la etiqueta. Hacerlo se llamaría robar, y quien roba se llama chorizo (en este caso, existencial, pero chorizo al fin).

CONCLUYO, QUE SE NOS HACE TARDE…

a) LA SABIDURÍA DE TU DECISIÓN NO RADICARÁ EN LAS RESPUESTAS QUE ENCUENTRES, SINO EN LAS PREGUNTAS QUE TE HAGAS. UN TIPO DE PREGUNTAS TE CONDENARÁ DE ENTRADA AL DOLOR; OTRO, A LA PAZ (independientemente de la respuesta).

Si tus preguntas son del tipo “¿QUÉ BRAZO ME ARRANCO PARA SIEMPRE, EL DERECHO O EL IZQUIERDO?, cualquier respuesta te generará desde TRISTEZA soportable hasta DOLOR INSUFRIBLE . Si te preguntas sobre amputaciones… ¿Cómo no vas a sentirte manco, de un brazo o de otro? ¿Y cómo narices puede uno ser feliz pensando que se tiene que arrancar un brazo? De cajón…

Si tus preguntas son del tipo “¿QUÉ BRAZO DECIDO PRIORIZAR, QUÉ BRAZO ME HARÁ MÁS FELIZ UTILIZAR AHORA, EL DERECHO O EL IZQUIERDO?, te respondas lo que te respondas, te generará desde una MELANCOLÍA asumible a una PAZ ILUSIONADA. Y lo más importante: este tipo de pregunta habilita otras de verdaderamente cruciales y potenciadoras. Una vez elegido un brazo, ¿Qué puedo inventarme hacer para atender lo máximo posible el brazo descartado? Si me quedo en familia, ¿Qué puedo hacer, dentro de lo posible dado el contexto elegido, para vivir con pasión?; Si decido cambiar, ¿Cómo puedo ejercer de padre y expareja lo mejor posible?

b) No confundas sacrificio con cobardía, ni apasionamiento con impulsividad. No es lo mismo altruismo que adicción a la seguridad. Créeme si te digo que no te conviene hacerte trampas al solitario, por mucho que en el momento te alivie como justificación. Elije en función de TUS VALORES PRIORITARIOS (y claro, antes, entérate bien de cuáles son) y no te olvides que cada valor demanda un precio por vivirlo: Si eliges seguridad, no te quejes de falta de pasión o exceso de previsibilidad; si eliges aventura y pasión, ni se te ocurra quejarte de la incertidumbre y los posibles riesgos que conlleve. Repito: tú eliges el producto, no el pagar el precio en el que estén tasados. ¿Me equivoco si adivino que tú, como yo, quieres el producto pero sin pagar su precio? Probablemente no…

Amigo más que cliente, decide, pero decide por ti. Para ti. Recuerda que la primera obligación de un padre es demostrarles a sus hijos, con su propio ejemplo, que la vida es una aventura digna de vivirse. Y que la congruencia entre valores y acciones es el pórtico a la autenticidad, y ésta a la felicidad. Y que sean lo que sean en la vida, su misión en ella es ser tan felices como puedan para contagiar su felicidad a sus seres amados.

Recuerda que no educamos con discursos, sino por los modelos y conductas que les ofrecemos. Si tanto te importan tus hijos, atrévete a preguntarte: ¿Qué modelo quiero ser para ellos? Elígelo conscientemente… y encárnalo en tu decisión. Y disfrútalo con el orgullo que se merece: es tu decisión, la de un humano limitado e imperfecto, pero íntegro y valiente como para pagar, con una sonrisa, el precio de sus decisiones.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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