Para erguir la espalda… enraizar las piernas
Al hilo de la importancia de erguir la espalda (como nos sugiere la meditación Zen para elevar la cabeza), la semana pasada os animé a plantearnos hasta qué punto animamos a nuestros adolescentes a descubrir sus pasiones, posible vocación y a descubrir sus puntos fuertes. Esta semana os quería hablar de la importancia, precisamente para poder estirar bien la espalda, de ayudar a nuestros adolescentes a que enraícen sus piernas en la realidad actual, sin escatimarles ni un ápice la dureza del suelo sobre el que deberán apoyarlas.
Las raíces de la des-motivación adolescente
Hace años dejó de sorprenderme (que no de escandalizarme) el grado de desconocimiento sobre la situación socioeconómica de los adolescentes actuales, y qué consecuencias sobre su conducta tenía su desconocimiento.
Si un adjetivo resume el estado de ánimo de los chicos y chicas que nos llegan al PQPI, éste sería el de desmotivados. Literalmente, sin motivos para estudiar, ni formarse ni preocuparse por absolutamente nada más allá de hedonismos varios, todos inmediatos y superficiales. Desde hace años me dedico a indagar sobre las causas de esa falta de motivos para la responsabilidad en general y la formación en particular.
Para ello, en las primeras clases del curso les paso un cuestionario en el que reflejar su grado de conocimiento sobre la situación sociolaboral actual y el coste de (sobre)vivir, así como el rol y la utilidad de la formación en su sentido más amplio (estudiar, leer, aprendizaje continuo…). Para no escribir una tesis doctoral sobre ello, resumiré más allá de lo aconsejable y reduciré su falta de motivos a tres ámbitos principales. Para ilustrar mi elección, a continuación os paso algunas de las respuestas más habituales que recibo a las preguntas que les formulo y que, tal vez, nos puedan indicar algunas de las claves de su des-motivación para construirse una carrera formativa y profesional:
DESCONOCIMIENTO DE LA REALIDAD LABORAL DEL PAÍS.
TASA DE PARO ESTADO ESPAÑOL: 5%
TASA DE PARO JUVENIL: 10%
SALARIO MEDIO ESTATAL: 3.000 €
DESCONOCIMIENTO DE LAS EXIGENCIAS ECONÓMICAS DE LA VIDA COTIDIANA.
HIPOTECA / ALQUILER: 400 €
CESTA DE LA COMPRA: 100 € (mensual / 4 pax)
TOTAL FACTURAS MENSUAL: 100 € (gas, luz, agua, tlf)
TOTAL GASTOS FAMILIA: entre 500 y 700 € (mensual / 4 pax)
CLAVES PARA CONSEGUIR UNA VIDA PROFESIONAL Y ECONÓMICA SATISFACTORIA (por orden de importancia)
SALIR POR LA TV: futbolista, modelo, famosete
TENER ENCHUFES (por Dios, a ver si somos nosotros quien se lo hemos inculcado…)
SER GUAP@
TENER SUERTE ESTUDIOS Y EXPERIENCIA (último lugar)
Podría continuar con algunos ejemplos más dignos de una antología del disparate, pero el rubor me lo impide. Manejando esta información… ¿Qué motivos habría para estudiar? ¿Para comerse la cabeza pensando en qué quiero ser o dejar de ser? ¿Para cultivarse, mejorar, descubrir, esforzarse, ilusionarse?
¿Esperanzados o engañados?
La clave de la motivación adolescente es idéntica a la adulta: consiste en aprender a ILUSIONARSE con una meta futura.
Ilusión, etimológicamente, proviene de illudere (jugar contra), y en las diferentes lenguas latinas ha generado una sinonimia envenenada que nos puede llevar a equívoco. Ilusión quiere decir tanto “esperanzas y expectativas”, como “engaño, percepción irreal”. Al no ayudarles a estirar la espalda, contribuimos a que no estiren sus esperanzas, expectativas y sueños. ¿Y cómo ilusionarnos, de adolescentes, con una vida que se limitará a alquilar horas por un salario que nos permita escuetamente sobrevivir? Esforzarse hoy para pagar facturas mañana se parece mucho a un (des)engaño.
Con el cerebro anegado de endorfinas, el neocórtex por madurar (también hablaremos de la neurobiología del cerebro adolescente) y las hormonas desaforadas… ¿Sacrificaremos siquiera una migaja del presente por un posible futuro que ni entreveo y, caso de hacerlo, no me pone lo más mínimo? Para esto sirve la primera parte fisiológica de la meditación Zen: para animarles a que sueñen más y mejor, y hacerles sentir que serán capaces de conseguir hasta el último de los sueños a los que comprometan el esfuerzo necesario para alcanzarlos. Y algo si cabe más importante: que el esfuerzo no sólo merece la pena en cuanto a resultados, sino que podemos convertirlo en un placer en sí mismo, independientemente del objetivo que nos facilitará.
Estirar la espalda les servirá, literalmente, para que conciban la ilusión como “esperanzas y expectativas”, no como “engaño, percepción irreal”. La vida profesional puede ser infinitamente más que un mero pagafactureo y convertirse en una fuente de realización personal lejos de la maldición bíblica del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. De adolescentes, sólo nos ilusionaremos con nuestra carrera formativa si la entendemos como una potencial fuente de placer y satisfacción futura mucho más allá de la mera superviviencia económica. De no hacerlo, el hedonismo inmediato y miope será su prioridad… como tal vez fue la nuestra a su edad. Ojalá y alguien me hubiera hecho tomar conciencia de todo esto a su edad. Lamentablemente, nadie supo hacerlo, y supongo que como venganza retroactiva, es una de las razones por las que me dedico a trabajar con ellos.
¿Soñadores o ingenuos?
Quien se ilusiona, por definición, es un ILUSO, y la sinonimia de este derivado otra vez puede ser una trampa. Porque “iluso” tiene dos significados: O tendente a soñar (soñador, utopista, fantasioso) o tendente a la credulidad (crédulo, engañado, inocente). Y en este tipo de ingenuos convertiremos a nuestros adolescentes si no los informamos (in-formar: formarlos interiormente con datos relevantes y significativos) sobre el precio a pagar por no construirnos una vida profesional ilusionante, satisfactoria y plena (desde lo personal a lo económico, familiar, vital; en términos de felicidad, libertad económica, realización personal…).
Si, por un contraproducente sentido de la sobreprotección no les informamos del precio económico de (sobre)vivir y del precio emocional de la frustración profesional o el paro, los estamos desproveyendo de motivos (des-motivando) para, partiendo de la formación académica y la responsabilidad personal, construirse una vida profesional satisfactoria. No compartir con ellos responsabilidades domésticas y datos económicos (tanto nacionales como familiares) los condena a una visión infantiloide, inmadura e ingenua de la vida. Sin saber los costes de nada, las consecuencias de sus actos ni la realidad macroeconómica a la que se enfrentarán… ¿Por qué deberían responsabilizare de nada? ¿Para qué esforzarse, si todo cae del cielo? ¿Para qué obligarme a nada, si me han hecho entender que tengo derecho a todo?
Al escatimarle toda esta información clave para forjar la responsabilidad, los condenamos a la desmotivación, mientras que al compartirla con ellos les estamos dando MOTIVOS para tomar las riendas de sus vidas. Y quien tiene motivos está, literalmente, motiv-ado. Con piernas fuertes en firme contacto con la realidad, serán ilusos pero no por ingenuos, sino por soñadores.
Manos a la masa
Al final del post anterior os animaba a cuestionaros hasta qué punto ayudabais a vuestros adolescentes a “erguir la espalda”. Hoy os animo a que os preguntéis sobre cómo ayudáis a vuestros adolescentes a fortalecer y asentar sus piernas:
¿Conocen vuestros adolescentes la realidad sociolaboral del país? ¿Habéis hablado con ellos –no A ellos: CON ellos- sobre las perspectivas futuras? ¿Qué demandará el mundo profesional del futuro? ¿Se parecerá en algo su realidad profesional a la fantasía mongoloide del famoseo televisivo? Concretamente, ¿Qué cambiará disfrutar de una vida profesional plena o de una basada en la necesidad y el odio a su dedicación? Específicamente, ¿en qué se diferencia la una de la otra en lo económico, emocional y vital?
Si habéis intentado hablar con ellos de todo esto, ¿Cómo lo habéis hecho? ¿Tras esperar el momento adecuado, sin prisas, intentando influir de a pocos y reiteradamente? ¿O en el momento que os iba bien a vosotros, con prisa por convencer de una vez y definitivamente?
Si notamos que no nos escuchan, ¿nos lo tomamos como una invitación a cambiar de estrategia, momento, manera, o como la excusa para no intentarlo más, o de otra manera? ¿Paramos, hablamos más fuerte, nos lo tomamos como una afrenta personal? ¿Compartimos con ellos esta información, aparte de broncas, discursos, filípicas y puntuales arrebatos de exigencia que acostumbran a acontecer sólo cuando estamos a punto de estallar? ¿Comunicamos desde la confianza, las ganas de compartir, la paciencia y la constancia, o desde la ira, la impaciencia, la acusación, el dramatismo y la voluntad de culpabilizar?
¿Cuándo fue la última vez que os sentasteis con vuestros adolescentes a sumar las facturas de la casa? ¿Con números exactos o con juicios de valor (muuuucho; demasiaaaado, intoleraaaaable)?; ¿Saben lo que paga la familia de alquiler o hipoteca? ¿Lo que cuesta comer, ducharse, ver la TV? ¿El % que estos gastos de mera supervivencia representan sobre el total de ingresos familiares?
¿Conocen los números exactos de los ingresos familiares? ¿Sospechan el % sobre los ingresos familiares –tras gastos de supervivencia- que representa un móvil, un jersey o un ordenador?
¿Participan de algún modo –una vez con pleno conocimiento de la información pertinente- de las decisiones económicas familiares? ¿Quién y cómo decide las inversiones importantes de la familia (coche, electrodomésticos, etc.)?
De los valores clave para la formación personal y la superación profesional que les demandamos (constancia, paciencia, esfuerzo, motivación, superación constante, etc.), ¿Cuántos ven encarnados en las conductas cotidianas de sus adultos más directos? ¿Están presentes en nuestra vida profesional?
¿Qué valoramos nosotros mismos en la vida? ¿A qué dedicamos nuestro tiempo? Exactamente, ¿Qué estamos aprendiendo ahora? ¿Cómo, concretamente, estamos esforzándonos por mejorar? ¿Qué están viendo que hago? ¿Coincide con lo que les demando a ellos?
¿Encarnamos con nuestras creencias cotidianas aquello que querríamos que ellos creyeran? (Me vuelvo a adelantar a próximos post: educamos por lo que hacemos, no por lo que decimos. Es la conducta, no los discursos, lo que imparte doctrina).
El Zen de la Motivación Adolescente: piernas firmemente enraizadas en el Estado Actual para permitir que la cabeza se estire hacia el Estado Deseado. No erguirán la cabeza hacia el cielo si no fortalecemos y afianzamos sus piernas con información plena y pertinente sobre la realidad socioeconómica y profesional que les toca y tocará vivir. Pero no encontrarán motivos para fortalecer sus piernas si no saben que con ello contribuirán a conseguir unos objetivos más ilusionantes que el alquilar horas para pagar facturas.
Como en la fisiología Zen, sin cabeza erguida no hay piernas enraizadas, pero sin piernas enraizadas no erguiremos la cabeza. Os animo a que los ayudéis a ambas cosas con vuestras preguntas y, sobre todo, conducta cotidiana. Mucho más que con grandes filípicas, anatemas apocalípticos o grandilocuentes discursos culpabilizadores. Como decía Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres ver en los demás”.