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Flow y Experiencias Pico:la Magia Eficiente del Placer

Como ya vimos (entre otros, en El Arte de Afilar la Sierra), de los millares de taras culturales que heredamos de nuestra sociedad actual destacan todas aquellas creencias, limitantes hasta la castración, relacionadas con el esfuerzo, la mejora y la superación. Refranes y maldiciones bíblicas como “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, “Parirás con dolor”, “No pain, no gain” nos adoctrinan desde bien pequeñitos a relacionar avance con sufrimiento, superación con agobio y mejora con sacrificio, como si todo esfuerzo tuviera que ser necesariamente sinónimo de incomodidad y emociones negativas. Y así, poco a poco, vamos desarrollando una más que razonable aversión instintiva al aprendizaje, la superación personal o la mejora profesional, equiparándolos más a la martirología que a la satisfacción.

Pero, ¿Todo esfuerzo conlleva, necesariamente, sufrimiento? ¿Cada mejora precisa de sacrificio? Y más aún: ¿Podría ser el esfuerzo, más allá de sus resultados futuros, una fuente de placer en sí mismo? Si crees que si, o como mínimo que es necesario aprender a creerlo…

1. ESFUERZO, CAMBIO Y APRENDIZAJE
Todo cambio comporta aprendizajes para implementarse, pero todo aprendizaje ha de traducirse en cambios si no quiere quedarse en mero acopio de información pasiva. Mejorar, en cualquier ámbito de nuestra vida, conlleva dejar atrás una serie de creencias y pensamientos que nos abocaban a conductas que, a su vez, producen unos resultados que, si son indeseados, desearíamos cambiar. Pero superar todo ello nos obliga a algo rara vez deseable: dejar atrás el entorno de seguridad al que, para bien o para mal, estábamos acostumbrados y en el que, aunque tal vez insatisfechos, nos sentíamos seguros y todo resultaba previsible, sencillo y hasta cómodo por automatizado.

Ya vimos que una de las razones por la que nos cuesta tanto cambiar son los cantos de sirena de los hábitos adquiridos. Amén de la alergia a lo desconocido que nuestro cerebro más primitivo nos inculca, las costumbres arraigadas durante décadas nos impelen a desconfiar de lo nuevo y aferrarnos al entorno donde, con más pena o más gloria, hasta hoy hayamos sobrevivido (recuerda: a tu cerebro le importa tres pimientos una felicidad que no dudará un segundo en sacrificar en aras de prolongar tu tiempo vivo y potencialmente reproductivo, qué para él es lo único que cuenta). ¿Y cuál es la mejor manera que tiene nuestro cerebro reptiliano de impedirnos abandonar la seguridad del entorno conocido y costumbres adquiridas? Muy sencillo: impeliendo al cerebro límbico a hacernos sentir emociones negativas cada vez que salgamos del redil de lo habitual o nos esforcemos por implementar conductas que conlleven un gasto de energía a cambio de mejoras inciertas, abstractas y futuribles. Sin resultados inmediatos y garantizados, el cerebro prefiere un ahorro energético que, en su mentalidad paleolítica, nos ayudará a sobrevivir hasta la próxima ingesta de calorías.

Por todo ello, todo proceso de cambio conllevará un esfuerzo que, con el piloto automático, nos hará sentir inseguros, incómodos y cansados. Así, si queremos acometer cambios sustantivos en nuestra vida (que si son realmente importantes, requerirán de fe, tiempo y constancia) debemos aprender a disfrutar el esfuerzo que, impepinablemente, precisará el salir de nuestra zona de confort actual. Porque el sufrimiento se puede compensar con fuerza de voluntad, sí, pero por cierto tiempo, con poco placer y mucha menos eficiencia. Sufriendo se puede avanzar, pero ni mucho ni ágilmente.

Pero, ¿Se puede aprender a disfrutar del esfuerzo, y vivirlo como un privilegio y no una maldición? ¿Puede ser el esfuerzo en sí una fuente de satisfacción? Dos buenas noticias: no sólo es posible sino que, además, depende exclusivamente de ti el conseguirlo.

2. EL FAMOSO FLOW: estados de flujo y experiencias pico

El flujo, como las experiencias pico, son aquellos momentos en los que la tarea realizada nos absorbe de tal manera que llegamos a olvidar tiempo, espacio y a nosotros mismos. Seguro que podéis recordar muchos momentos en los que os habéis enfrascado en alguna actividad, labor o proyecto con la que os sentíais tan esencialmente identificados que pasasteis horas de más o menos intenso esfuerzo sin siquiera notarlo, y cuando levantasteis la cabeza para mirar el reloj, el tiempo había volado. ¿Fue riendo o cuidando a un hijo? ¿Jugando a algo? ¿Con alguna tarea profesional? ¿En un concierto o película?

Buena noticia: no fue la tarea concreta las que os hizo entrar en flujo, sino vuestro grado de identificación con ella. Sea el sexo, el arte, el deporte, la profesión o cualquier forma de amor, no fue esa actividad la que propició la experiencia pico, sino la manera como os la representasteis internamente (submodalidades del pensamiento), como la significasteis (para qué sirve, qué resultados dará, qué dice de mí el estarla haciendo con tanta entrega) y qué aspectos de la misma colapsaron vuestra atención al implementarla (el esfuerzo de llevarla a cabo o el privilegio de los resultados). Y todo ello depende de tu manera de pensar, no sobre el objeto sobre el que piensas.

Mejor noticia: como conclusión, el flujo no llega sólo sino que lo creamos nosotros con nuestro propio pensamiento (otra cosa es que nos hayamos dado cuenta de haberlo hecho, que nunca lo hacemos y nos parece que haya aparecido por arte de magia). Evidentemente, con todas aquellas actividades que nos propician espontáneamente momentos de flujo, ni necesitamos plantearnos todo esto. Tampoco se requiere con aquellas frente a las que disponemos de otras alternativas satisfactorias. Pero ¿Y con todas aquellas que no nos gusta pero que nos encantaría que lo hiciera? ¿Ante aquellas frente a las que no tenemos elección inteligente? Si nos lo proponemos, podemos crearlo voluntaria, artificialmente. Con una artificiosidad que, en cuanto la hayamos repetido unas decenas o centenares de veces, será tan espontanea como el resto de automatismos que ya tenemos y que confundimos con nuestra esencia o personalidad. ¿Cómo? Eso será materia de un próximo artículo, en el que compartiré con vosotros los dos atajos hacia el flujo: auditoría de creencias sobre dificultad y competencia y alineamiento de niveles neurológicos.

3. LA VIDA EN FLOW: consecuencias de disfrutar o sufrir el esfuerzo

Miles de razones me llevan a aconsejar ponernos manos a la obra de fabricarnos nuestros momentos de flujo al ejecutar aquellas acciones que nos llevarán a conseguir nuestros objetivos más deseados. Pero entre todas ellas, dejadme destacar las tres consecuencias más beneficiosas de aprender a convertir en experiencia pico todas nuestras conductas importantes.

EFICIENCIA. Cuanto más profundamente disfrutamos lo que hacemos, más resultados conseguimos en menos tiempo. Desde el placer profundo al hacer algo, los minutos producen como si fueran horas, y nuestras competencias y habilidades se multiplican hasta la genialidad. Respecto a la educación de tus hijos, tus propios estudios o tu trabajo, ¿No te gustaría conseguir infinitamente más en muchísimo tiempo menos? Para hacerlo, el construirte tu propio flujo es la herramienta esencial.

DEDICACIÓN. Cuanto más disfrutamos de una actividad, mayor predisposición tendremos a pasar más tiempo –¡Y eficiente!- haciéndola. Y, obviamente, cuanto más tiempo no sólo más resultado, sino mayor desarrollo progresivo de las habilidades que ya teníamos. Y a mejores habilidades, más placer, en un círculo virtuoso que sólo desde las experiencias pico podemos empezar a dibujar.

FELICIDAD. El flujo nos permite que el propio hacer, per se, se convierta en fuente intrínseca de placer, independientemente de los resultados a cosechar como frutos de nuestra actividad. Por mucho que deseemos mejorar, progresar, ayudar más y mejor y entregarnos a los seres amados, no olvidemos lo principal: la vida es un regalo perecedero al que hemos venido a disfrutar a manos llenas, no a sufrir. La grandiosa noticia es que, gracias al flujo, ahora sabemos que el placer no sólo no va en detrimento de la obligación, sino que es su principal aliado.

Mediante la creación voluntaria del flujo podemos hacer que nos guste lo que nos conviene. Podemos disfrutar, como un placer per se, de los esfuerzos que nos mejoren como padres, profesionales o amantes. Es una mera cuestión de proponérselo (de esto pretende persuadirte este artículo), escoger una estrategia eficiente para lograrlo (tarea ya del próximo) y comprometerse con implementarla las veces que haga falta hasta conseguirlo (punto esencial de todos los artículos anteriores del blog).

Nada merece más la pena en la vida que reeducarnos como para que el gusto se adapte a la conveniencia, y no al revés, y para conseguirlo el flujo será nuestro principal aliado. Tal vez en esto consista ser el dueño de tu vida, y no un mero inquilino esclavo de tus impulsos atávicos, involuntarias inclinaciones temperamentales o preferencias más caprichosas. No olvides la disyuntiva crucial de toda existencia: o subordinas lo que te apetece a lo que te conviene, o lo que te conviene a lo que te apetece. Supongo que sabes de sobra qué tipo de persona propicia una elección y qué tipo la otra. Y no me cabe la menor duda sobre a cuál prefieres parecerte. Y sobre todo, a cuál quieres que tus hijos aprendan a imitar gracias a tu ejemplo.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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