Como ya vimos (entre otros, en El Arte de Afilar la Sierra), de los millares de taras culturales que heredamos de nuestra sociedad actual destacan todas aquellas creencias, limitantes hasta la castración, relacionadas con el esfuerzo, la mejora y la superación. Refranes y maldiciones bíblicas como “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, “Parirás con dolor”, “No pain, no gain” nos adoctrinan desde bien pequeñitos a relacionar avance con sufrimiento, superación con agobio y mejora con sacrificio, como si todo esfuerzo tuviera que ser necesariamente sinónimo de incomodidad y emociones negativas. Y así, poco a poco, vamos desarrollando una más que razonable aversión instintiva al aprendizaje, la superación personal o la mejora profesional, equiparándolos más a la martirología que a la satisfacción.
Pero, ¿Todo esfuerzo conlleva, necesariamente, sufrimiento? ¿Cada mejora precisa de sacrificio? Y más aún: ¿Podría ser el esfuerzo, más allá de sus resultados futuros, una fuente de placer en sí mismo? Si crees que si, o como mínimo que es necesario aprender a creerlo…
1. ESFUERZO, CAMBIO Y APRENDIZAJE
Todo cambio comporta aprendizajes para implementarse, pero todo aprendizaje ha de traducirse en cambios si no quiere quedarse en mero acopio de información pasiva. Mejorar, en cualquier ámbito de nuestra vida, conlleva dejar atrás una serie de creencias y pensamientos que nos abocaban a conductas que, a su vez, producen unos resultados que, si son indeseados, desearíamos cambiar. Pero superar todo ello nos obliga a algo rara vez deseable: dejar atrás el entorno de seguridad al que, para bien o para mal, estábamos acostumbrados y en el que, aunque tal vez insatisfechos, nos sentíamos seguros y todo resultaba previsible, sencillo y hasta cómodo por automatizado.
Ya vimos que una de las razones por la que nos cuesta tanto cambiar son los cantos de sirena de los hábitos adquiridos. Amén de la alergia a lo desconocido que nuestro cerebro más primitivo nos inculca, las costumbres arraigadas durante décadas nos impelen a desconfiar de lo nuevo y aferrarnos al entorno donde, con más pena o más gloria, hasta hoy hayamos sobrevivido (recuerda: a tu cerebro le importa tres pimientos una felicidad que no dudará un segundo en sacrificar en aras de prolongar tu tiempo vivo y potencialmente reproductivo, qué para él es lo único que cuenta). ¿Y cuál es la mejor manera que tiene nuestro cerebro reptiliano de impedirnos abandonar la seguridad del entorno conocido y costumbres adquiridas? Muy sencillo: impeliendo al cerebro límbico a hacernos sentir emociones negativas cada vez que salgamos del redil de lo habitual o nos esforcemos por implementar conductas que conlleven un gasto de energía a cambio de mejoras inciertas, abstractas y futuribles. Sin resultados inmediatos y garantizados, el cerebro prefiere un ahorro energético que, en su mentalidad paleolítica, nos ayudará a sobrevivir hasta la próxima ingesta de calorías.
Por todo ello, todo proceso de cambio conllevará un esfuerzo que, con el piloto automático, nos hará sentir inseguros, incómodos y cansados. Así, si queremos acometer cambios sustantivos en nuestra vida (que si son realmente importantes, requerirán de fe, tiempo y constancia) debemos aprender a disfrutar el esfuerzo que, impepinablemente, precisará el salir de nuestra zona de confort actual. Porque el sufrimiento se puede compensar con fuerza de voluntad, sí, pero por cierto tiempo, con poco placer y mucha menos eficiencia. Sufriendo se puede avanzar, pero ni mucho ni ágilmente.
Pero, ¿Se puede aprender a disfrutar del esfuerzo, y vivirlo como un privilegio y no una maldición? ¿Puede ser el esfuerzo en sí una fuente de satisfacción? Dos buenas noticias: no sólo es posible sino que, además, depende exclusivamente de ti el conseguirlo.
2. EL FAMOSO FLOW: estados de flujo y experiencias pico
El flujo, como las experiencias pico, son aquellos momentos en los que la tarea realizada nos absorbe de tal manera que llegamos a olvidar tiempo, espacio y a nosotros mismos. Seguro que podéis recordar muchos momentos en los que os habéis enfrascado en alguna actividad, labor o proyecto con la que os sentíais tan esencialmente identificados que pasasteis horas de más o menos intenso esfuerzo sin siquiera notarlo, y cuando levantasteis la cabeza para mirar el reloj, el tiempo había volado. ¿Fue riendo o cuidando a un hijo? ¿Jugando a algo? ¿Con alguna tarea profesional? ¿En un concierto o película?
Buena noticia: no fue la tarea concreta las que os hizo entrar en flujo, sino vuestro grado de identificación con ella. Sea el sexo, el arte, el deporte, la profesión o cualquier forma de amor, no fue esa actividad la que propició la experiencia pico, sino la manera como os la representasteis internamente (submodalidades del pensamiento), como la significasteis (para qué sirve, qué resultados dará, qué dice de mí el estarla haciendo con tanta entrega) y qué aspectos de la misma colapsaron vuestra atención al implementarla (el esfuerzo de llevarla a cabo o el privilegio de los resultados). Y todo ello depende de tu manera de pensar, no sobre el objeto sobre el que piensas.
Mejor noticia: como conclusión, el flujo no llega sólo sino que lo creamos nosotros con nuestro propio pensamiento (otra cosa es que nos hayamos dado cuenta de haberlo hecho, que nunca lo hacemos y nos parece que haya aparecido por arte de magia). Evidentemente, con todas aquellas actividades que nos propician espontáneamente momentos de flujo, ni necesitamos plantearnos todo esto. Tampoco se requiere con aquellas frente a las que disponemos de otras alternativas satisfactorias. Pero ¿Y con todas aquellas que no nos gusta pero que nos encantaría que lo hiciera? ¿Ante aquellas frente a las que no tenemos elección inteligente? Si nos lo proponemos, podemos crearlo voluntaria, artificialmente. Con una artificiosidad que, en cuanto la hayamos repetido unas decenas o centenares de veces, será tan espontanea como el resto de automatismos que ya tenemos y que confundimos con nuestra esencia o personalidad. ¿Cómo? Eso será materia de un próximo artículo, en el que compartiré con vosotros los dos atajos hacia el flujo: auditoría de creencias sobre dificultad y competencia y alineamiento de niveles neurológicos.
3. LA VIDA EN FLOW: consecuencias de disfrutar o sufrir el esfuerzo
Miles de razones me llevan a aconsejar ponernos manos a la obra de fabricarnos nuestros momentos de flujo al ejecutar aquellas acciones que nos llevarán a conseguir nuestros objetivos más deseados. Pero entre todas ellas, dejadme destacar las tres consecuencias más beneficiosas de aprender a convertir en experiencia pico todas nuestras conductas importantes.
EFICIENCIA. Cuanto más profundamente disfrutamos lo que hacemos, más resultados conseguimos en menos tiempo. Desde el placer profundo al hacer algo, los minutos producen como si fueran horas, y nuestras competencias y habilidades se multiplican hasta la genialidad. Respecto a la educación de tus hijos, tus propios estudios o tu trabajo, ¿No te gustaría conseguir infinitamente más en muchísimo tiempo menos? Para hacerlo, el construirte tu propio flujo es la herramienta esencial.
DEDICACIÓN. Cuanto más disfrutamos de una actividad, mayor predisposición tendremos a pasar más tiempo –¡Y eficiente!- haciéndola. Y, obviamente, cuanto más tiempo no sólo más resultado, sino mayor desarrollo progresivo de las habilidades que ya teníamos. Y a mejores habilidades, más placer, en un círculo virtuoso que sólo desde las experiencias pico podemos empezar a dibujar.
FELICIDAD. El flujo nos permite que el propio hacer, per se, se convierta en fuente intrínseca de placer, independientemente de los resultados a cosechar como frutos de nuestra actividad. Por mucho que deseemos mejorar, progresar, ayudar más y mejor y entregarnos a los seres amados, no olvidemos lo principal: la vida es un regalo perecedero al que hemos venido a disfrutar a manos llenas, no a sufrir. La grandiosa noticia es que, gracias al flujo, ahora sabemos que el placer no sólo no va en detrimento de la obligación, sino que es su principal aliado.
Mediante la creación voluntaria del flujo podemos hacer que nos guste lo que nos conviene. Podemos disfrutar, como un placer per se, de los esfuerzos que nos mejoren como padres, profesionales o amantes. Es una mera cuestión de proponérselo (de esto pretende persuadirte este artículo), escoger una estrategia eficiente para lograrlo (tarea ya del próximo) y comprometerse con implementarla las veces que haga falta hasta conseguirlo (punto esencial de todos los artículos anteriores del blog).
Nada merece más la pena en la vida que reeducarnos como para que el gusto se adapte a la conveniencia, y no al revés, y para conseguirlo el flujo será nuestro principal aliado. Tal vez en esto consista ser el dueño de tu vida, y no un mero inquilino esclavo de tus impulsos atávicos, involuntarias inclinaciones temperamentales o preferencias más caprichosas. No olvides la disyuntiva crucial de toda existencia: o subordinas lo que te apetece a lo que te conviene, o lo que te conviene a lo que te apetece. Supongo que sabes de sobra qué tipo de persona propicia una elección y qué tipo la otra. Y no me cabe la menor duda sobre a cuál prefieres parecerte. Y sobre todo, a cuál quieres que tus hijos aprendan a imitar gracias a tu ejemplo.