El concepto de Libertad es, sino el principal, uno de los puntos clave de todo proceso de Coaching: no puede haber éxito alguno si el cliente no siente, al acabar su proceso, que es libre de empezar a dar a su vida la forma que desee, y se lance a fondo a moldearla a su gusto. Pero, realmente: ¿Somos libres? ¿En qué consiste la libertad? Y, cómo siempre: ¿Tiene alguna utilidad práctica para nuestra vida más cotidiana el planteárnoslo? Freddy Kofman decía que “No hay nada más práctico que una buena teoría”, y yo me lo creo a pies juntillas. Si tú también…
En todos mis cursos de Coaching, el trabajo con creencias ocupa un lugar central (ver Si no lo creo, no lo veo). Como ya leímos en su día, nuestra realidad está conformada por todo tipo de creencias, y cada una de nuestras conductas, actitudes y emociones vienen determinadas por una creencia consciente o inconsciente que las propicia y legitima. Pero dentro de la miríada infinita de creencias que gobiernan desde el más nimio al más trascendente de nuestros actos existen cuatro tipos de creencias genéricas que, por su transversalidad, afectan a todo el resto de creencias concretas que alberguemos. Por su predominancia yo las llamo los 4 paradigmas estructurales, y en anteriores posts ya hemos visto dos: Victimismo y Protagonismo (De Víctimas a Protagonistas y Joan Pahisa: cuando el tamaño si importa) y Responsabilidad y Culpa (Culpables de nada, responsables de todo y Andreas Lubitz: la Culpa ajena como excusa a la irresponsabilidad propia). En este post trataré de hablaros de la tercera dupla, Libertad y Omnipotencia, y qué consecuencias prácticas tiene en nuestro día a día el confundir la una con la otra.
1. ¿SOMOS LIBRES?
“Estamos condenados a ser libres”, concluía Sartre a bocajarro. ¿Cómo pudo un tipo tan despampanantemente lúcido decir algo que, a priori, agrede al más básico sentido común? Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nuestra agenda se ve repleta de centenares de actividades, relaciones, conductas y compromisos que nos sentimos obligados a cumplir y que, demasiado a menudo, juzgamos que coartan nuestra libertad. A bote pronto se me hace difícil reconocer como actos de libertad levantarme cuando no me apetece, pagar la hipoteca cada mes o dedicar tiempo y esfuerzo a infinidad de acciones que no me gusten lo más mínimo (desde limpiar a pararme en un semáforo en rojo que yo querría verde, pasando por trámites burocráticos o mantener relaciones interpersonales que no me satisfagan). No sé a vosotros, pero a mí se me va un tanto por ciento abrumador de mi tiempo en tareas que, en un principio, preferiría evitar. Y ante ello, el Sr. Sartre no sólo afirma que soy irreversiblemente libre de hacerlas o no sino que, además, no puedo hacer nada para evitarlo. Según él estamos condenados a ser libres lo queramos o no, lo reconozcamos o no. Vaya, que eso que yo consideraba la máxima aspiración en mi vida (llegar a ser libre), él lo plantea como una obligación ineludible de la que, aunque quisiéramos, no podríamos escaquearnos.
Así que una de dos: o Sartre era rotundamente obtuso o, para entender su lucidez, debemos replantearnos antes que es eso de ser o dejar de ser libre. Desde luego, si nos agarramos al más manido y superficial concepto de libertad, todos llegaremos a la conclusión de que no somos libres (y obligaciones cotidianas, compromisos sociales y sistemas políticos parecen estar ahí para demostrárnoslo cada segundo de nuestra vida). Pero, ¿Y si nuestro concepto de libertad se basara en algunos malentendidos y abusos interesados del término? ¿Y si la libertad fuera otra cosa de lo que hasta ahora creíamos? Dejadme compartir con vosotros los principales equívocos que, culturalmente, compartimos sobre la libertad.
2. LIBERTAD NO ES OMNIPOTENCIA
La primera razón por la que creemos no ser libres es porque, en el fondo, estamos confundiendo Libertad con Omnipotencia.
OMNIPOTENCIA es la capacidad de decidir que los demás, la vida y el mundo en su conjunto sean y se comporten exactamente como nosotros decidamos a priori que deberían comportarse y ser, en función de nuestras propias creencias, valores, apetencias… o conveniencias. Lamentablemente, esto es una prerrogativa exclusiva de los variopintos dioses todopoderosos que las diferentes culturas humanas se han inventado para dotar de sentido a la vida y limar las aristas más agrestes de la existencia.
LIBERTAD, por el contrario, es la obligación personal de responder, con una actitud u otra, a los comportamientos y vicisitudes de los demás, el mundo y la realidad, muy a menudo olímpicamente ajenos a nuestra voluntad. Esta es la única prerrogativa asequible a los seres humanos, tan grandes en nuestra minilocuente grandeza.
LIBERTAD NO ES HACER LO QUE TE DÉ LA GANA CUANDO TE DÉ LA GANA. LIBERTAD NO ES QUE TODO SEA EXACTAMENTE COMO TE DÉ LA GANA CUANDO TE DÉ LA GANA. LIBERTAD NO ES QUE LOS DEMÁS SEAN Y ACTÚEN COMO A TI TE DÉ LA GANA CUANDO A TI TE DÉ LA GANA
Todo esto nada tiene que ver con la libertad, y está más emparentado con el sueño húmedo de todo niñato caprichoso, con ínfulas egocéntricas de dios de tres al cuarto, que con la madurez y responsabilidad inherentes a la espinosa libertad humana (que por un lado tanto parecemos anhelar pero que, por el otro, tanto pánico nos da reconocer que ya tenemos).
3. LIBERTAD NO ES IRRESPONSABILIDAD.
La segunda razón por la que no reconocemos nuestra absoluta libertad estriba en confundir libertad con irresponsabilidad.
Nuestros son tanto nuestros actos… como sus consecuencias. Lamentablemente, la borrachera conlleva ineludiblemente resaca, el comer desaforadamente obesidad y el pensar mal, sentirnos mal. “Tuyas son tus acciones, pero también los frutos de ellas”, reza un proverbio budista. Tú eliges siempre tus cursos de acción, pero los resultados no. Una vez más, somos humanos libres, no dioses omnipotentes.
4. ENTONCES, ¿QUÉ ES LA LIBERTAD?
LIBERTAD es elegir la actitud y las conductas desde las que responderemos a las circunstancias de nuestra vida, tanto las que dependan de nosotros como las que no, independientemente de que las consideremos justas o injustas, merecidas o inmerecidas. En palabras de Viktor Frankl: “No siempre está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, pero siempre podrás escoger la actitud con la que lo afrontes”; “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino”.
LIBERTAD es dedicar nuestra vida a planificar la creación sistemática –y a largo plazo- de opciones entre las que poder llegar a elegir. Sin capacidad de elección no hay libertad, sino necesidad (y la necesidad es la antítesis de la libertad, pues quien necesita no elige. Nadie elige respirar…). Quien tiene sólo 1 opción no es libre de elegirla, es un robot unívoco preprogramado para ello; quien tiene 2 opciones, no tiene libertad, sino una disyuntiva. Es a partir de 3 opciones que la capacidad de elección se transforma en libertad humana.
LIBERTAD es aprender a responder más y reaccionar menos. Quien se limita a reaccionar ante hechos consumados, y con un solo curso de acción posible en su repertorio, actúa más como un animal meramente instintivo que como un humano soberanamente libre. No confundamos automatismos primitivoides, a los que sucumbimos sin más, con deseos que sean una expresión genuina de nuestra singularidad única como los individuos irrepetibles que somos.
LIBERTAD es autoconocimiento para detectar esos automatismos primarios y creencias inconscientes, tan enquistadas como ignoradas, que rigen nuestras preferencias, gustos, miedos y tendencias temperamentales y que, sin mi conocimiento consciente y voluntario, dirigen mi vida hacia destinos que pueden coincidir –o no- con mis deseos más profundos y propios. Decía Carl G. Jung un par de cosas al respecto: “Las grandes decisiones de la vida humana están por lo general más relacionadas con los instintos y otros misteriosos factores inconscientes que con la voluntad consciente y la sensatez bienintencionada. Hasta que el inconsciente no se haga consciente, seguirá dirigiendo tu vida y tú le llamarás destino”. Sin autoconocimiento, nuestra presunta libertad se parecerá a la del gato en celo para fornicae. O la del gusano de seda… para hacer el capullo.
LIBERTAD es tomar conciencia –y obrar en consecuencia- de que nuestras posibilidades de actuar no son ilimitadas, pero si infinitas. Vivir libremente es aceptar que entre el 0 y el 2 sólo puede haber otro número entero (el 1), pero infinitos números decimales con los que matizar creativamente los límites naturales de nuestro rango de elecciones vitales. Y es más: reconocer que son precisamente esos límites los que dan sentido a la existencia. Sin límites no hay libertad, de la misma manera que sin reglas (ésas que parecen coartar la libertad de los jugadores para hacer lo primero que les dé la gana) no hay juego. Y si no, que se lo pregunten a muchos adolescentes ultraconsentidos de hoy en día, más perdidos cuantos menos límites a su conducta.
5. LA CONQUISTA DE LO QUE YA ES TUYO
Una vez más, no defiendo la plena asunción de nuestra ineludible libertad por razones filosóficas, morales ni éticas sino por puro pragmatismo, pues el reconocimiento de la propia libertad conlleva ventajas tanto conductuales como emocionales. El creer que somos libres nos permite ampliar nuestro abanico de respuestas, hasta abarcar las que facilitarán aquellos resultados que, precisamente, nos harán sentir más libres de facto. Y emocionalmente, nos permite librarnos de algunas de las emociones más desagradables y limitantes (tristeza, angustia, resignación y ansiedad), pues todas ellas emanan de la misma fuente: la impotencia. Y ésta emana directamente del sentirnos obligados, sin opción posible de elección, a hacer algo que no nos satisface.
Una cosa es ser libre (que lo somos, sin posibilidad alguna de escaqueo) y otra, muy diferente, es llegar a poder ejercerla a tu favor. La libertad es una imposición humana; su ejercicio voluntario, una proeza individual. Tal vez la mayor, más noble y ambiciosa que nos podamos llegar a plantear. Y que sólo estará al alcance de aquellos que se atrevan a responsabilizarse de hasta el último matiz de su conducta, se fabriquen compulsivamente presentes y futuras opciones de elección, aprendan a responder acorde con sus principios en vez de reaccionar al albur de sus instintos y, a base deautoconocimiento, se liberen de los automatismos más inconscientes que los teledirigen sin siquiera sospecharlo.
No hay reto más apasionante para todo ser humano que el de adueñarse de lo que ya es suyo: su propia libertad. Me faltan pulmones para gritaos lo suficientemente alto las infinitas ventajas de hacerlo.