¿Qué hace que nos guste o nos disguste hacer una actividad en concreto? ¿Por qué unas actividades nos cuestan tanto esfuerzo y otras no? ¿Por qué hay cosas mínimas que nos cuesta tanto hacer y otras, que aún representando inversiones titánicas de tiempo y esfuerzo, ni nos damos cuenta de haber empezado a hacer o ni nos cuestionamos el seguir haciéndolas? En resumen: ¿Por qué nos motivamos con tanta facilidad frente a algunos desafíos y frente a otros no? Parece que estar motivados sucede sin más, como algo ajeno a nuestra voluntad, pero… ¿Podemos hacer algo para dirigir voluntaria y conscientemente nuestra motivación?
Muchos son los factores que intervienen en la motivación: la educación recibida, los hábitos de la infancia, las cartas biológicas que nos hayan tocado, las inclinaciones temperamentales, etc. Como Coach y Formador, no me interesan gran cosa todo estos factores ya que, por muy diversos que parezcan, todos ellos están fuera de nuestra influencia directa. Ni elegimos la educación recibida, ni las actividades que nos inculcaron ni, mucho menos, las habilidades cognitivas o físicas que hayamos heredado de la genética. Todas ellos influyen, y mucho… pero no determinan.
Pero aparte de todos estos motivos enraizados en un pasado educacional o biológico sobre el que no tenemos control alguno, hay una serie de factores que, bien presentes y potencialmente bajo nuestro control voluntario, si determinan nuestra motivación actual. ¿Cómo procesa la información el cerebro para motivarnos? ¿Y para desmotivarnos? ¿A qué presta atención, qué magnifica y qué minimiza? Veamos…
M = R – E
Recuerda alguna situación de tu vida (compleja, a largo plazo, a sabiendas de los ingentes recursos que precisaría) para la que te sentiste especialmente motivado y acabaste realizando. ¿Qué fue? ¿Aprobar un examen? ¿Tener un hijo? ¿Comprar un piso? ¿Perder o ganar peso? Déjame explicarte qué ocurrió en tu cerebro para motivarte hasta lanzarte por ese objetivo, por mucho que supieras los muchos esfuerzos que podría conllevar.
El cerebro es el órgano del cuerpo encargado de procesar la información exterior (sentidos) e interior (propias cogniciones) que llegan hasta él a la hora de decidir qué conducta resultará más adaptativa en función del contexto concreto. Para ello, dispone de dos maneras de analizar la información: una consciente (elaborada pero muy lenta, presuntamente focalizada en el neocórtex) y una inconsciente (imprecisa pero automática, presuntamente activada desde el cerebro reptilínio, el más primitivo).
Ante la llegada de cualquier estímulo, interno o externo, el cerebro primitivo realiza dos evaluaciones automáticas (demasiado veloces para ser conscientes): ¿Esto es una fuente potencial de placer o de dolor? Y a renglón seguido: ¿Qué puedo hacer para acercarme al placer (y aumentarlo) o para alejarme del dolor (y disminuirlo)? Una vez tomada su decisión (precipitada y a brocha gorda), el cerebro primitivo pasa la información al neocórtex (la parte más racional del cerebro) que, ya conscientemente, engalanará esa decisión a bote pronto de razones y razones, a cuál de ellas más presuntamente objetivas, para justificarla. Pero no nos engañemos: la decisión ya la tomó la parte más primitiva del cerebro (la más primaria e imprecisa, la que compartimos con mamíferos y reptiles).
La motivación funciona de manera análoga. Al plantearnos un reto, un objetivo, el cerebro hace un análisis a bote pronto de la situación. ¿Recuerdas la fórmula anterior? Motivación = R –E. Los dos criterios en los que se basa el cerebro son el de la Recompensa potencial de la(s) accione(s) y el del Esfuerzo a invertir para implementarla(s).
Te pongo un ejemplo: a la hora de decidir si salgo a correr o me tumbo en el sofá, mi cerebro evalúa el beneficio de salir a correr (salud, estética, ánimo…) y le restará el esfuerzo a invertir para conseguirlo (frío o calor, cansancio, incomodidad…) ¿Qué estaré motivado a hacer? Aquello a lo que dé más importancia y preste más atención. Si focalizo mi atención en la recompensa por hacerlo, mi pensamiento aumentará la importancia y el beneficio de hacer ejercicio, y finalmente me pondré las bambas y saldré a correr. Por el contrario, si focalizo mi atención en el esfuerzo a realizar, mi atención disminuirá los beneficios del ejercicio y multiplicará los inconvenientes de ponerme a hacerlo.
¿Conclusiones de todo ello? Varias e importantes. Veamos:
La motivación depende de DONDE DECIDIMOS FOCALIZAR NUESTRA ATENCIÓN: si en los beneficios o en el coste de realizar o no las acciones para conseguir nuestro objetivo
El primero en evaluar la información concerniente al coste – beneficio de una acción es el cerebro reptilineo (el que, para tomar decisiones rápidas que garanticen nuestra supervivencia, debe procesar a brocha gorda, sin mucho miramiento y baremando la información en base a sus cuatro criterios favoritos: inmediatez, corto plazo, seguridad y comodidad). De ello se desprende que la motivación para todo aquello que, por educación, biología o falta de hábito no nos sintamos espontáneamente inclinados a hacer dependerá de la reflexión pausada y lenta de nuestro cerebro más humano y consciente: el neocórtex. Sin reflexión, sólo haremos aquello que al cerebro primitivo primero le apetezca (que no ha de coincidir, necesariamente, con lo que nos conviene).
La decisión de donde focalizar nuestra atención, si en la recompensa o en el esfuerzo, es voluntaria, si, pero no por ello necesariamente consciente. Al realizarla en primera instancia el cerebro primitivo, es inconsciente; no se hará consciente hasta que la información llegue (y ya manipulada) hasta el neocórtex. Éste, si no hacemos un esfuerzo crítico muy explícito, se limitará a elucubrar razones presuntamente objetivas cuya finalidad será justificar la decisión del cerebro primitivo (basada en la seguridad y la comodidad a corto plazo).
Obviamente, no hace falta aplicar nada de esto a aquellos retos para los que “espontáneamente” ya nos sentimos motivados. Pero sabemos que, aunque las motivaciones “automáticas” son ideales, hay centenares de temas cruciales en nuestras vidas para los que la motivación no es un regalo, sino un logro. Por suerte, tenemos en nuestras manos herramientas motivacionales para desear hacer cualquier cosa que nos propongamos. Cualquier hábito que quieras cambiar, cualquier reto que quieras conseguir pero que no te apetezca lanzarte a por él… ESTÁ EN TU MANO MOTIVARTE PARA HACERLO: DEPENDE EXCLUSIVAMENTE DE TU VOLUNTAD CONSCIENTE. Si decides prestar más atención, magnificar y regodearte en el presunto esfuerzo que conllevará multiplicando su importancia, te garantizo que no lo harás. Por el contrario, si decides focalizar tu atención, magnificar y multiplicar la recompensa o beneficio, te garantizo que acabará apeteciéndote hacerlo.
Perder o ganar peso, dejar de fumar, aprender un idioma, ser más empático o asertivo, cambiar de pareja, trabajo o residencia, construirte una nueva carrera profesional, comer mejor… ¿Qué harás o dejarás de hacer? Aquello a lo que decidas prestar más atención: a los beneficios o al coste de hacerlo.
Somos radicalmente libres para motivarnos con los que nos dé la gana. La libertad conlleva responsabilidad, y ésta acostumbra a incomodar, pues siempre es más fácil convencerse que uno no puede (así no nos sentimos obligados a hacer el más mínimo esfuerzo para conseguir motivarnos) y, además, echarle la culpa de nuestra desmotivación a factores sobre los que no tenemos ninguna incidencia posible (la educación, la biología, el temperamento y demás zarandajas con las que nos autojustificamos para no asumir las riendas de nuestra vida). Superemos los complejos victimistas del tipo “soy rebelde porque el mundo me ha hecho así”: tomemos las riendas de nuestra vida, de nuestros deseos y voluntades. Empecemos por dejar atrás el uso tan irresponsable que hacemos del lenguaje: no volvamos a repetir falacias tipo “es que eso no me motiva” (nada motiva per se: te motivas tú con ello). Recuerda: la tortilla de patatas no engorda (engordas tú al comértela) y las llaves no pueden perderse (las pierdes tú).
Déjame proponerte un ejercicio para que te adueñes de lo que es tuyo: tu capacidad de automotivación.
Elije un tema importante (concreto, específico) para el que te gustaría sentirte motivado.
Haz una lista de Recompensas y otra de Esfuerzos potenciales si te lanzaras a conseguir ese objetivo.
Decide qué quieres querer. Si realmente lo quieres hacer, focaliza tu atención en las recompensas que conllevaría. Regodéate en ellas, magnifícalas, reúne razones que multiplicarán tanto su número como el impacto positivo que tendrían en tu vida (y en la de tus seres amados) todas y cada una de esas recompensas.
Piensa en los esfuerzos potenciales, y focaliza tu atención en toda la información que los relativice, minimice y reduzca su fuerza.
Repite la operación tantas veces / días / semanas como sea necesario hasta que realmente desees hacerlo
.Créeme: sea una, diez o mil veces, si repites este ejercicio las ocasiones necesarias, podrás motivarte para hacer cualquier cosa. Eso si: cuanto más alejado esté tu reto de los automatismos heredados de tu biología, educación o hábitos, más veces tendrás que repetirlo para automatizarlo.
Ah! También vale dejar de intentarlo, obviamente es legítimo. Pero si no consigues motivarte para hacer lo que quieres… ¡Relájate y disfruta! Señal de que no era tan importante, o si pero no te da la real gana hacerlo. Caso de dejar de intentar motivarte, al menos ya sabes que no se debe a imposibilidades fuera de tu alcance, ni maldiciones bíblicas ni condenas de los hados, sino a que, haciendo uso de tu más que legítima libertad… no te da la gana pagar el precio que todo logro conlleva. La motivación es como un supermercado: somos libres de elegir el producto que queremos comprar… pero no su precio. No olvides que querer llevarse un producto sin pagar tiene un nombre: robar. Y en la vida, abundamos los chorizos existenciales que queremos los mejores productos (como la motivación)… pero sin pagar ningún esfuerzo por él. La motivación es gratis… lo cual no quiere decir que no tenga un precio. El de construírnosla nosotros cunado no nos llegue sola.
Decidas automotivarte o no: ¡Enhorabuena! Relájate y disfruta de la ilusión por las recompensas… o de haberte librado de un esfuerzo que, ahora sabes, sencillamente no te apetecía invertir. ¿Qué el tema es muy importante? Pues a repetir el ejercicio anterior hasta motivarte. ¿Qué no te apetece repetirlo? Pues a disfrutar del relax de no esforzarte por algo que, en el fondo, tampoco te importa tanto.
Eso sí, no cometas el error más habitual: sentirte culpable por no hacer nada o agobiado por el esfuerzo a invertir por hacerlo. No te condenes a este juego pierde /pierde digno de los más sórdidos tugurios de sadomasoquismo.
Decía Tolstoi que había dos maneras de ser feliz: O haciendo lo que queremos o queriendo lo que hacemos. Elige si vas a motivarte o no para conseguir tus objetivos, sabes que depende exclusivamente de ti. Pero elijas lo que elijas: ¡Disfruta! De tu ambición o de tu descanso, pero no te hagas trampas al solitario condenándote a un sufrimiento estéril y gratuito. Disfruta del sofá o de las bambas… pero disfruta de tus decisiones. Son tuyas, y las has tomado libremente: ¡Enhorabuena!