Tras el mal amor (AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas), la Ira (El boomerang de la IRA) y la Tristeza (VINDICACIÓN DE LA TRISTEZA: preocuparse para ocuparse), el Miedo es probablemente la emoción dolorosa que más sufrimos a lo largo de nuestra existencia. Reales, tangibles, imaginados, abstractos… Por su frecuencia e intensidad, el miedo es una de esas emociones de cuyo manejo inteligente depende directamente la mayor parte de nuestra felicidad.
¿Qué es realmente el miedo? ¿Cuándo resulta inteligente sentirlo? ¿En qué situaciones será nuestro aliado más útil, y en cuáles nuestro peor enemigo? Y siendo una emoción tan visceral y arrolladora, ¿Podemos aprender a aprovecharla? Si te interesa saberlo…
I. RECONOCIENDO EL MIEDO
El maestro Marina atina a dibujarnos un primer borrador del miedo en su clarividente definición: “Percepción de un peligro o anticipación de un mal que excede la capacidad de control del individuo y que provoca sensaciones desagradables y deseos de huída”.
Echando mano una vez más del termómetro emocional, el miedo se sitúa claramente en los dos cuadrantes definidos por sensaciones desagradables. Aunque dependiendo de su grado de intensidad lo hará en mayor o menor medida, el miedo siempre nos activa fisiológicamente, por lo que queda emparentado con emociones como la Ira, la Rabia o el Odio. Pero el miedo comporta una serie de diferencias que nos conviene tener bien presentes para reconocerlo con propiedad.
La finalidad evolutiva del miedo no es otra que activar, con la rapidez que requiere cualquier peligro mortal, hasta el último músculo de nuestro cuerpo y acelerar el ritmo cardíaco y respiratorio, todo ello para llevar el oxígeno necesario a esos músculos (en especial, las extremidades) que nos catapultarán lejos de la fuente de peligro. Al mismo tiempo, nos hace abrir los ojos como platos (para recabar toda la información posible que nos permita prever la evolución del peligro y no se nos pase por alto ni el más mínimo detalle relevante) y muy a menudo abrir la boca (preparándonos para el grito de auxilio que todo animal gregario emite al sentirse amenazado). Como resultado, nuestra posición corporal se viene abajo y nos inclina el eje hacia atrás, todo ello para predisponer y preparar óptimamente nuestro cuerpo y mente para el curso de acción que el cerebro ha determinado como más adaptativo: huir de la fuente de peligro con la mayor celeridad posible. Aunque la complejidad del miedo puede llevarnos a otras dos posibles derivadas conductuales, como veremos más adelante.
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Así, siempre que sintamos este conjunto de fisiologías y sensaciones estaremos sintiendo miedo o alguna de sus emociones hermanas: desde el asequible desasosiego hasta el intolerable terror, pasando por las intermedias temor, susto, pavor, pánico, horror… Por desgracia, la lista de emociones relacionadas con matices del miedo resulta extensísima. Y si disponemos de tantas palabras para ello, señal de que las creemos necesarias. Como los Inuit con el hielo: si se han inventado tantas palabras para definirlo en sus diferentes matices, es porque las necesitan. O les parece útil disponer de ellas.
Como toda emoción, el miedo puede ser una emoción o un sentimiento, resultado tanto de una reacción directa como de una elaboración de otras emociones emparentadas. ¿Es miedo o intranquilidad lo que siento? ¿Se basa en el estímulo recibido, o en nuestra elaboración catastrofista de dicho estímulo? Recuerda la necesidad de propiedad en el diagnóstico para iniciar correctamente todo el proceso de gestión emocional. Y sin hilar fino ante estas preguntas, ni podremos plantearnos un diagnóstico mínimamente riguroso.
II. UTILIZAR Y COMPRENDER EL MIEDO
Sentimos miedo cuando creemos estar frente a una situación de peligro extremo, en la que nuestra supervivencia está en juego y ante la que no disponemos de recursos suficientes para afrontar con éxito. El miedo prepara cuerpo y mente para lo más inteligente que podemos hacer en este tipo de situaciones: huir despavoridos. Para facilitar al cuerpo para salir pitando, el miedo propicia el conjunto de cambios fisiológicos y perceptuales que acabamos de ver.
El miedo es una emoción tan compleja e instintiva que no se limita a un solo curso de acción. Aunque principalmente el miedo nos predispone a la huida, también puede impelernos tanto a atacar (previa transformación del miedo en ira) como a la parálisis más absoluta. ¿Cuándo optará el cerebro por prepararnos para una u otra derivada conductual? Pues dependiendo del resultado de un cálculo (instintivo, apresurado y a brocha gorda) que las partes más primitivas del cerebro acometen en cuanto se sienten amenazadas: la correlación de fuerza y velocidad para con la fuente de peligro. Si, con toda la imperfección de la precipitación, el cerebro considera que somos más débiles o más rápidos, nos predispondrá a la huida; cuando crea que somos más fuertes o más lentos, transformará el miedo en una ira que nos impelerá a atacar. ¿Y qué ocurre cuándo considera que somos más lentos y más débiles? Optará por la única posibilidad de supervivencia ante una tal amenaza: paralizarnos para intentar pasar desapercibidos. Y, en este caso, puede ordenar también algo que nos hará menos apetecibles al olfato del depredador: liberar esfínteres. ¿De dónde creíais que venía la expresión “cagarse de miedo”?. Hasta un acto tan instintivo y automático –y embarazoso- como mearse o cagarse encima de puro terror tiene una utilidad evolutiva. Nada es gratuito en el mundo de las emociones, de ahí su maravillosa perfección.
Pero tan importante como conocer qué acciones facilita el miedo resulta saber las que dificulta o incluso impide. El miedo, al desplazar el riego sanguíneo hacia las extremidades, sólo ofrece al cerebro el mínimo de riego sanguineo indispensable para las funciones más vitales y urgentes, por lo que la calidad del raciocinio se ve mermada ante cualquier situación significada como amenaza. Por lo tanto, el miedo inhabilita cualquier forma de pensamiento elaborado que no tenga que ver directamente con observar, analizar y huir del peligro. El miedo nos obsesiona focalizando los sentidos en todas aquellas informaciones relacionadas con la fuente de peligro, impidiéndonos atender a ningún otro dato que no esté directamente relacionado con él. Así prepara el miedo la mente para desatender cualquier información considerada irrelevante para la supervivencia inmediata. Y ante el altar de esa supervivencia no dudará en sacrificarlo todo, desde el pensamiento analítico y la empatía hasta cualquier sesudo principio moral por el que, en estados normales, intentemos regirnos. De ahí que no haya emoción que nos vuelva más primarios, egoístas, miopes y reactivos.
Para su comprensión práctica, podemos definir el miedo como el producto de una información sensorial significada como peligro sustantivo para la supervivencia, y para el que no disponemos de recursos suficientes para superarlo. De entender el enfoque desde el que nuestro cerebro fabrica el miedo, estaremos en disposición de generar algunas preguntas útiles para gestionarlo con acierto. Y conviene hacerlo, pues una vez que un peligro nos coloca las gafas del miedo… todo nos parece terrorificamente amenazante.
III. APRENDIENDO A GESTIONARLA
Ya conocemos las tres herramientas que también podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestros miedos:
1. FISIOLÓGICAMENTE
Los patrones fisiológicos del miedo, voluntariamente alterados, erradicarán o cambiarán su intensidad.
a) RASGOS FACIALES
Mejillas Tensas → Relajadas
Cejas Alzadas → Alisadas
Ojos Abiertos → Entrecerrados
Mirada Focalizada → Panorámica, desenfocada
b) CORAZÓN
Latido Rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo)
c) RESPIRACIÓN
Superficial, rápida, pectoral → Profunda, lenta, abdominal
d) TENDENCIA CORPORAL
Abajo, atrás, musculatura tensa → Arriba, adelante, musculatura laxa
El miedo, al contemplar una serie infinita de grados (de la intranquilidad al pánico; del desasosiego al terror) es una emoción especialmente manipulable desde la gestión fisiológica. Tal vez desde ella no lo arranquemos de raíz, pero las ventajas de satisfacción, inteligencia y bienestar de reducir el horror a mera inquietud son más que obvias.
2. PERCEPTIVAMENTE
Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello.
3. COGNITIVAMENTE
Podemos incidir sobre las creencias y pensamientos que nos provocan el miedo mediante un set de preguntas potenciadoras que nos empujarán a analizar el hecho aterrador desde una perspectiva más elaborada, basándonos en más, mejor y más pertinente información que significaremos y evaluaremos desde criterios y baremos más inteligentes y realistas. Date cuenta y reflexiona críticamente sobre los paradigmas, creencias, inferencias e ideas desde los que estás analizando esa situación que te provoca atemoriza. ¿Hasta qué punto es un peligro? ¿Tan sustantivo e importante? ¿Afecta directamente a tu supervivencia o a algún interés legítimo y tal vez importante, pero del que no depende tu vida entera? Y realmente, ¿No dispones de recursos para enfrentarlo? Y hasta en el caso de carecer de ellos, ¿Tan imposible resultaría adquirirlos o aprenderlos? Y en última instancia: Huir, cabrearme hasta la agresión o quedarme paralizado… ¿Solucionará o agravará el problema?
Recuerda que, como todo sentimiento, el miedo no emana directamente del estímulo externo, sino de nuestra propia evaluación y significación del mismo. Y en mejorar la verosimilitud e inteligencia de las mismas estriba nuestro margen de incidencia sobre cualquier emoción.
IV. EL MIEDO AL MIEDO: derivadas individuales y sociales
De entre todas las emociones desagradables de sentir, el miedo es probablemente la más limitante de todas ellas. Como mayor enemigo del progreso, la innovación y la mejora, el miedo es el principal castrador de nuestros avances tanto individuales como sociales. En concreto, ¿Cómo acaba afectando el miedo a nuestras vidas ?
A nivel individual, el miedo es el más terriblemente eficaz antídoto contra el cambio. Al enfrascarnos en un presente inmediato en el que sentimos que nos jugamos la supervivencia, el miedo nos impide siquiera plantearnos nuestro futuro. El miedo urge a protegernos y conservar la vida, nunca a mejorarla. La Ansiedad y la Angustia (que no son más que miedos anticipatorios ante peligros no reales) nos empuja a esa resignación que tanto ayuda (a tan alto precio) a soportar situaciones insoportables. El camino a la mejora lo marca la curiosidad, emoción que el miedo cercena de raíz. Desde el miedo nadie se aventura a salir de una zona de confort que, incluso ella, ya se nos antoja peligrosa, como para exponerse a nuevos territorios desconocidos. El miedo es la brida que frena nuestra tendencia natural a explorar más allá de los confines de lo conocido en busca de mejores entornos.
En el plano social, el miedo es la herramienta perfecta para el control de la población. El miedo conlleva todos los ingredientes que precisan las estructuras de poder para dominar a sus súbditos: inmediatez, superficialidad, conclusiones a brocha gorda, supervivencia, egoísmo, miopía, pensamiento de ínfima calidad y nula profundidad. Por ello, el miedo resulta el arma favorita de las oligarquías económicas para imbecilizarnos y convencernos de que en según qué rediles sumisos estaremos más seguros. De no ser por el miedo a perder lo que tenemos, ¿De qué íbamos a permitir a un puñadito de plutócratas vivir a costilla de las mayorías? Sin miedo, pocos tragarían con levantase a las 6 de la mañana para, con sus impuestos y esfuerzos, crear unas instituciones que deberían estar al servicio de la mayoría que las paga, pero de las que según que parásitos se creen dueños y beneficiarios exclusivos por derecho divino. Si no se insuflara miedo a todas horas vía medios de comunicación (más interesados en vender que en informar), pocos consentiríamos la desfachatez de las élites parasitarias que tan horondamente se alimentan de nosotros. Y a quien le quede la más mínima duda al respecto, que le eche un ojo al destartaladamente lúcido Bowling for Colombine de Michael Moore.
Pero el miedo tiene su utilidad y, como en el caso de la tristeza, no voy a dejar de vindicárselo: ojalá y sintiéramos más miedo ante peligros mucho más reales y de consecuencias más cotidianas que un atentado terrorista o un huracán. Consumos cotidianos de tabaco y alcohol, elección de según qué pájaros para que gestionen nuestro dinero, lobbies provocando guerras para vender sus armas, facturas de la luz o almacenes Castor… eso sí que son peligros tangibles y diarios que deberían aterrarnos (o cabrearnos como monas, vete tú a saber). El miedo no es una excepción: como el resto de emociones, es tan potenciador si lo utilizamos inteligentemente nosotros a él como limitante si él nos utiliza a nosotros. Una vez más, cuestión de aprender a manejarlo. En provecho propio y ajeno.
Qué libres, eficientes y felices seríamos como individuos de aplicar al miedo los fundamentos más transformadores de la inteligencia emocional. Y en el plano social, qué peligrosos para la morralla extractiva que vive de nosotros. Supongo que es por ello por lo que hay tantas reticencias a enseñarla. En esa batalla estoy yo hasta las cejas. Para ganarla – o perderla algo menos- escribo este puñetero blog.