En el último post analizamos una de las emociones más dolorosas y limitantes: el miedo (Perderle el Miedo al Miedo). En este me planteo analizar la que, probablemente sea la más fascinante del repertorio sentimental humano: la Vergüenza. Tan desagradable y limitante como el miedo, ¿Qué es realmente la vergüenza? ¿Cuándo resulta inteligente y adaptativo sentirla? ¿En qué situaciones será nuestra aliada, tanto individual como socialmente, y en cuáles nuestra peor enemiga? Y siendo una emoción que nos ata tan en corto, ¿Podemos aprender a aprovecharla? Si te interesa saberlo…
I. RECONOCIENDO LA VERGÜENZA
Como siempre, dejaré que el maestro Marina me preste su definición como primer esbozo de la Vergüenza: “Posibilidad o hecho que los demás contemplen alguna mala acción realizada por el sujeto, alguna falta o carencia, algo que debería permanecer oculto y provoca unas sensaciones desagradables acompañadas del deseo de huir o esconderse”.
La finalidad evolutiva de la vergüenza es la de controlar las conductas de los miembros que componen un grupo. Para ello, la vergüenza activa un conjunto de sensaciones desagradables, de las cuales la más visible es el sonrojo.
Como toda emoción, la vergüenza puede ser una emoción o un sentimiento. Aunque cognitivamente está emparentada con todo un conjunto de emociones similares (timidez, inseguridad, pudor, rubor, culpa), la vergüenza es, por su singularidad social y moral, la emoción más fácilmente reconocible y discernible del resto de emociones próximas.
II. UTILIZAR Y COMPRENDER LA VERGÜENZA
Sentimos vergüenza cuando creemos sufrir una pérdida de dignidad acarreada por la comisión de una acción indigna (moral y tabús sociales) o indecorosa (salubridad, sexo y genitales) que acarrea el menoscabo de la propia imagen a ojos del grupo social al que pertenecemos. La vergüenza prepara cuerpo y mente para lo más inteligente que podemos hacer cuando incurrimos en acciones insalubres o descalificantes: desaparecer, escondernos, evitar que nuestros congéneres sigan viéndonos en una situación que compromete nuestra posición en el grupo. Desde la vergüenza, sólo haremos una cosa bien: escondernos e intentar pasar desapercibidos. Recuerda el refrán que mejor resume la derivada conductual de la vergüenza: “Tierra… ¡Trágame!”
Pero tan importante como conocer qué acciones facilita la vergüenza resulta saber las que dificulta o incluso impide. De Perogrullo: la vergüenza nos impide mostrarnos en público y, con el riego sanguíneo concentrado en la cara, pensar con un mínimo de claridad. Por lo tanto, la vergüenza dificulta –y mucho- cualquier conato de interacción social, desde hablar en público a salir a la calle pasando por entablar contacto visual o una conversación mínimamente coherente. ¿Nos suena la torpeza in crescendo de nuestras acciones a medida que nos damos cuenta de la vergüenza sentida? Cualquier película de Woody Allen, especialmente con él como actor, lo ilustra a la perfección. Vergüenza por tartamudear equivale a doble tartamudeo, ergo triple vergüenza… Bienvenidos al círculo vicioso de la vergüenza.
Y esta es la clave para comprender la vergüenza: ser plenamente conscientes que es una emoción que atenta, precisamente, sobre esa reputación que querríamos salvaguardar. Qué putada: o aprendemos nosotros a manipular nuestra vergüenza… o ella ya se encargará de darnos forma a nosotros. Y no precisamente a nuestro favor.
Para su comprensión práctica y su posterior gestión cognitiva, podemos definir la vergüenza como el miedo a ser descubierto implementando acciones indecorosas o insalubres (principalmente, relacionadas con higiene, genitales o sexo) que menoscabarán nuestra imagen pública y podrían acarrear la expulsión del grupo al que pertenecemos. De ahí la fuerza de las sensaciones desagradables que acarrea. Recuerda que el humano, como bicho gregario que es, siente un terror atávico ante la más mínima posibilidad de expulsión de la manada, pues durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva dicha expulsión dividía exponencialmente las posibilidades de devorar y multiplicaba las de ser devorado. Toda una sentencia de muerte que nuestro cerebro primitivo tiene siempre bien presente. Nosotros tal vez no vivamos ya en la sábana; él, sí.
III. APRENDIENDO A GESTIONARLA
Como con el resto de emociones, conocemos las tres herramientas que podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestras vergüenzas:
FISIOLÓGICAMENTE
Los patrones fisiológicos de la vergüenza, voluntariamente alterados, erradicarán o cambiarán su intensidad.
a) RASGOS FACIALES
Mejillas Tensas → Relajadas (sonrojamiento)
Cejas Alzadas → Alisadas
Ojos Abiertos → Entrecerrados
Mirada Focalizada → Panorámica, desenfocada
b) CORAZÓN
Latido Rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo)
c) RESPIRACIÓN
Superficial, rápida, pectoral → Profunda, lenta, abdominal
d) TENDENCIA CORPORAL
Abajo, atrás, musculatura tensa → Arriba, adelante, musculatura laxa
Sólo uno de los rasgos de la vergüenza es difícilmente gestionable desde la fisiología: el sonrojamiento de las mejillas, que sólo podrá aminorarse hasta desaparecer desde la modificación consciente y voluntaria del resto de patrones fisiológicos. A menos que dispongamos de un sistema de climatización subcutáneo, mejor nos concentramos en modificar nuestra respiración o tendencia corporal que en refrescar el ardor de los rubores faciales. Que cuanto más sintamos, más nos avergonzarán…
PERCEPTIVAMENTE
Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello.
COGNITIVAMENTE
Podemos incidir sobre las creencias y pensamientos que nos provocan vergüenza mediante un set de preguntas potenciadoras que nos empujarán a analizar la situación –presuntamente- vergonzante desde una perspectiva más elaborada, basándonos en más, mejor y más pertinente información que significaremos y evaluaremos desde criterios y baremos más inteligentes y realistas. Date cuenta y reflexiona críticamente sobre los paradigmas, creencias, inferencias e ideas desde los que estás analizando la situación que te provoca vergüenza. Hablar en público, no deslumbrar a alguien con nuestra pericia, labia, carisma o potencia física… ¿Hasta qué punto son actos indecorosos? ¿Es indigno haber hecho lo hecho / no saber hacer lo que me propone este reto? ¿Es algo insalubre, asqueroso, repugnante que pone en peligro la superviviencia del grupo? ¿Infringe esto un tabú social importante? ¿Acarrearía mi expulsión de la manada? ¿Tiene esto algo que ver con bacterias, suciedad, virus, genitales o sexualidad? Y en caso de hacerlo, ¿Me parece razonable este tabú o dogma social? ¿Tan importante es si te paras a pensarlo racionalmente? ¿En base a qué estoy obligado a ello y, de no hacerlo, mi dignidad se perderá irremediablemente? Y en última instancia: ¿Acaso se arreglaría huyendo y escondiéndome?
Recuerda que, como todo sentimiento, la vergüenza no emana directamente del estímulo externo, sino de nuestra propia evaluación y significación del mismo. Y en mejorar su verosimilitud e inteligencia estriba nuestro margen de incidencia sobre cualquier emoción. No sé si mucho o poco, pero en cualquier caso todo el que disponemos.
IV. DESDRAMATIZANDO LA VERGÜENZA: exageraciones más habituales… y utilidades más desaprovechadas
De entre todas las emociones desagradables, la vergüenza es sin duda la más limitante socialmente. Por su propia utilidad: la finalidad de la vergüenza es precisamente la de controlar y contener las acciones o palabras socialmente catalogadas como indignas por la manada a la que pertenece el sujeto. Las sensaciones desagradables de la vergüenza desincentivan aquellas conductas que socavarían nuestra pertenencia al grupo y que, presuntamente, pondrían en peligro la salud o la necesaria cohesión del grupo.
Como con cualquier otra emoción, la utilidad de la vergüenza estriba en la inteligencia con que la manejemos. ¿Recuerdas el caso del miedo o la ira? Tan desadaptativo resultaba sentir miedo constante por una plaga de termitas o una patera como no sentirlo al firmar algunas hipotecas o votar según que personajuchos. Pues con la vergüenza, igual: ¿En qué se parece tartamudear en una exposición oral a que se te vea un testículo? ¿Chapurrear el inglés con oler mal? ¿Excitación sexual con robar la carne de la presa cazada entre todos? Sentir vergüenza por robar, ensuciar lo público o romper tabús razonables no es sólo lo más ético, sino lo más adaptativo tanto para el individuo como para el grupo al que pertenece. ¿Pero en qué se parecen la mayoría de cosas que nos dan vergüenza a la insalubridad? Demasiado a menudo, lo único realmente vergonzante de la vergüenza no es lo que hacemos bien, mal o regular, sino la estupidez de las razones que nos llevan a sentirla. Y con la factura de ineficiencia extra que la vergüenza lastra…
A nivel individual, en el 99% de los casos la vergüenza está totalmente infundada y resulta desadaptativa. Pero abre los ojos y mira la sociedad en la que vivimos y nuestra aportación personal a ella. Tasas de pobreza infantil pornográficas, repugnantes expolios de los recursos públicos, sucios mangoneos de plutócratas y parásitos de todo pelaje viviendo a costilla de nuestro esfuerzo diario, famoseo descerebrado soltando sandeces como panes en cuanto, por desgracia, abren la boca… ¿En serio no nos vendría bien un pelín más de vergüenza en todo aquello por lo que sentirla resultaría inteligente y adaptativo? ¿No convendría que todos nosotros, pero sobre todo según que impresentables, sintieran algo más de vergüenza mucho más a menudo? Me viene a la boca tal aluvión de nombres mediáticos que vendría tan bien que se escondieran un ratito, o como mínimo se callarán de tanto en tanto, o que al menos berrearan más flojito y con menos arrogancia…. Qué bueno sería que se dieran cuenta de lo indecoroso e impúdico de hablar alardeando de su ignorancia o actuar sin límite alguno a su insulsez pretenciosa, sin la más mínima conciencia de lo indigno de su ejemplo. Vale que muchos parlamentos, revistitas, asociaciones políticas y platós de televisión se quedarían irremediablemente vacíos, no digo que no… ¿Pero en serio perderíamos algo sustantivo si la vergüenza obligara a esconderse a según qué famosucho?
Por muy claros que tenga los límites desadaptativos de la vergüenza infundada, no por ello dejaré de vindicar esa vergüenza que tan bien nos vendría que sintieran la pléyade de famosoides agarrulados que educan con su ejemplo a nuestros hijos. Y ya de paso: ¿No nos vendría bien sentir nosotros también un poquito de vergüenza al darnos cuenta de las conductas y valores que decidimos valorar en nuestros referentes mediáticos? ¿Qué acciones y principios premiamos y promovemos con nuestras audiencias televisivas y atención? ¿Qué encarnan los ídolos a los que otorgamos pátina de éxito, seguimos y envidiamos? Ahí lo dejo… a reflexionar en cuanto el calor nos devuelva el uso de los lóbulos frontales.
La vergüenza no es una excepción: como el resto de emociones, es tan potenciadora si la utilizamos inteligentemente como limitante si ella nos utiliza a nosotros como mendrugos aborregados idolatrando mediocres. Qué maravilla de personas y sociedades construiríamos si aprendiéramos a sentir vergüenza cuando toca y dejar de sentirla cuando no. Sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Y con la sed atrasada que tengo…