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Porqué las Cebras no Tienen Úlceras de Estómago

Si hay un mal (en el panchicontento rinconcito noroccidental del planeta) que podría catalogarse de epidemia contemporánea, ése es el estrés. De terribles consecuencias fisiológicas y causante de gran parte de nuestro sufrimiento cotidiano, ¿Cómo se genera? ¿Viene dado por circunstancias externas, o nos lo provocamos nosotros mismos meramente influidos por los avatares diaros de nuestra existencia? ¿Podemos hacer algo para que, cómo las cebras, nunca suframos las resacas de las bacanales del estrés crónico que nos infringimos? ¿Cuál es el precio de plantarle cara al estrés? ¿Y el de no hacerlo?

1. ¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
El estrés es un mecanismo biológico común a todo el reino animal. Natural y beneficioso, ¿Por qué afecta tan negativamente al ser humano contemporáneo? Para podernos contestar a esta pregunta, debemos primero entender qué es el estrés y compararlo con el estrés animal.

El estrés es la respuesta adaptativa de nuestro organismo que prepara cuerpo y mente para las conductas físicas enérgicas que demandan los desafíos extremos. El estrés comprende el conjunto de reacciones fisiológicas que nos prepara óptimamente para la acción. Así, es una función adaptativa que permite al individuo enfrentar cambios en el medio que demandan respuestas de máxima eficacia. Ante cualquier estímulo, el ser humano procede a evaluarlo como potencialmente beneficioso o perjudicial, como una oportunidad o una amenaza. Si nuestra evaluación automática lo cataloga como peligro, el cerebro moviliza bioquímicamente el cuerpo y la mente segregando (entre muchos otros aminoácidos y hormonas) la adrenalina y el cortisol que acelerará el ritmo cardíaco y la respiración, tensará y oxigenará las extremidades y focalizará la atención exclusiva y obsesivamente en la fuente del presumible peligro. Cuanto mayor sea la gravedad que otorgamos a la amenaza, mayor será el grado de estrés.

Cuando las demandas del medio son excesivas, demasiado intensas o prolongadas y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, se produce el DISTRESS, o estrés patológico. Y éste es el que es propio del ser humano, y que a la larga nos enferma mental, emocional y físicamente. Por distress podemos entender el resultado de la relación entre el individuo y el entorno, evaluado por éste como una amenaza que desborda sus recursos y pone en peligro su bienestar. Nos estresamos cuando sentimos que no podemos afrontar lo que el medio nos solicita. Los niveles puntuales de estrés son estimulantes, mientras que los niveles prolongados y altos tienen consecuencias negativas a nivel cognitivo (memoria y razonamiento crítico), emocional (profunda sensación de malestar) y físico (disfunciones cardíacas y digestivas).

Las cebras se estresan, y punto. El ser humano se estresa y puede llegar a enfermarse por ello. ¿Por qué?

2. ESTRÉS ANIMAL Y ESTRÉS HUMANO: de la sábana al asfalto

Una cebra se estresa, exclusivamente, frente a un depredador y sólo en el momento en que éste se prepara para atacarla. Ante la inminencia de su abordaje, la cebra se estresa para movilizar y optimizar sus recursos energéticos y huir, y se lanzará a una carrera desbocada que acabará escasos segundos después (sea porqué consigue huir, sea porque sucumbe a las fauces del depredador). En su carrera, la cebra habrá eliminado el cortisol mediante el sudor, por lo que minutos después del episodio estresante, la cebra estará pastando tan ricamente, como si nada hubiera pasado. De entrada, a una cebra no se la intenta comer un león cada cuarto de hora, sino que entre un ataque y otro pueden mediar días y hasta semanas enteras. Y además, como no se pondrá a rememorar el episodio, ni a regalarse imaginando sus momentos más truculentos ni a lamentarse de la injusticia del ataque ni elucubrar sobre futuribles consecuencias catastróficas del mismo ni adelantar el infierno de próximos ataques, la cebra habrá utilizado el estrés para lo que sirve: para optimizar sus posibilidades de supervivencia mediante una respuesta física extrema mientras el peligro real, concreto e inminente dure. Y no pagará un precio por ello, pues habrá eliminado mediante su desenfrenado galope los excesos de cortisol que, de quedarse en su cuerpo, le acabarían produciendo esas úlceras de estómago que asaetan las digestiones de los humanos profesionalemnte estresados.

En cambio, el ser humano no necesita tener una amenaza real delante para estresarse: basta con que se la imagine. El pasado y el futuro se bastan para estresarle, peligros abstractos y meramente posibles sobran para hacerle sentir amenazado. Además, los peligros potencialmente estresantes no se limitan, ni mucho menos, a su mera supervivencia física, abarcando la economía presente y futura, su imagen social, la opinión y peligros de sus seres queridos, aquello que dé sentido a su existencia, las facturas por llegar… y un agobiante sin fin de constructos. Además del pasado, el presente y el futuro, al ser humano actual le puede estresar lo concreto y lo abstracto, lo real y lo imaginado, lo presente y lo futurible y desde todos los ámbitos de nuestra existencia. Mientras el estrés es una respuesta maravillosamente eficiente para peligros concretos y puntuales que demandan una respuesta física enérgica, inmediata y breve, la mayoría de fuentes del estrés contemporáneo son cuestiones de resolución temporal larga (y nunca definitiva), de una intensidad baja – media y cuya resolución precisa no de salir corriendo y sudar como un poseso, sino de reflexionar o actuar hablando con otros humanos o sentaditos frente a una pantalla.

Los mecanismos de estrés de la cebra y el humano son los mismos; los desencadenantes, no, y ahí radica el problema. El estrés es una respuesta adaptativa para facilitar conductas de máxima intensidad y que van acompañadas de un fuerte gasto energético que elimine los excesos de cortisol que el mismo estrés desata (y que, de quedarse en un nuestro interior, pasan de útiles a puro veneno). Por el insostenible desgaste físico y mental que conlleva, el estrés es como la primera marcha de un coche: sólo es útil para arrancarnos de la inmovilidad y durante un periodo breve de tiempo, más allá del cual todas sus ventajas desaparecen para convertirse en inconvenientes a corto y, sobre todo, largo plazo. Si el estrés sucede a diario (y no puntualmente), por causas infinitivamente variadas (y no por una sola) y respecto a temas que no se solucionan hiperventilando y sudando, el estrés se transforma en distress y enferma. El estrés, en la sábana africana, es adaptativo; en las junglas semióticas y multifocales del ser humano actual, es un lastre por el que pagamos un precio infinitamente mayor del que, de boquilla, decimos saber estar desembolsando.

3. CONSECUENCIAS CONCRETAS DEL ESTRÉS SIN DOMESTICAR

MENTAL. Confusión, imposibilidad para la planificación estratégica a medio / largo plazo y la gestión óptima del tiempo. Prisas, imprecisión, disminución de la memoria, la empatía y las habilidades sociales y comunicativas.

EMOCIONAL. A la (muy) corta: motivación. A la larga: Agobio, tensión, confusión, miedo, angustia, ansiedad, irritabilidad, tristeza, depresión ira y aversión.

CONDUCTUAL. A la (muy) corta: eficacia. A la larga: Prisas, aislamiento, activitis cotraproducente, menor calidad y cantidad de interacciones sociales, impulsividad, cortoplacismo, agresividad, ineficiencia e ineficacia.

FÍSICO. Debilitamiento del sistema inmunitario, cansancio, dolencias digestivas y cardiacas.

4. ¿PODEMOS HACER ALGO?

Evidentemente, si. Y mucho. Muchísimo. Una opción sería emigrar al Serengetti, calzarnos un pijama a rayas y limitarnos a comer hierba y a huir de los leones (llamadme conservador, pero yo no la aconsejo). La otra es confabularnos para construirnos un plan de acción que nos lleve a eliminar / acotar / minimizar tanto las ocasiones que desencadenen el estrés, como su intensidad, duración y consecuencias. La gestión eficiente del estrés es una habilidad que, como el hacer ganchillo, el inglés o la sardana, se puede aprender progresivamente mediante su práctica reiterada. Permitidme que os esboce algunas de las muchas cosas que podéis hacer, que están en vuestras manos y que dependen exclusivamente de vosotros el empezar a aprender.

GESTIÓN COGNITIVA

a) Reencuadres cognitivos. Como hemos visto, el estrés procede de una evaluación mental que significa un estímulo como un peligro para nuestra supervivencia que excede nuestros recursos ordinarios. Además, sabemos que el estrés es útil a la corta, frente a situaciones concretas, reales y presentes y para desencadenar respuestas físicas explosivas. Por ello, al notarnos estresados, podemos reflexionar mediante el siguiente set de preguntas:

¿Esto es una amenaza a mi supervivencia o algo más o menos desagradable que preferiría evitar, pero que puedo vivir con ello?

¿Esto requiere intervenciones a corto o a largo plazo?

¿La presunta amenaza es presente o futura? ¿Concreta o abstracta?

¿Precisa de una desaforada respuesta física o racional?

b) Set de creencias potenciadoras

*) No nos estresan los hechos, sino las interpretaciones y significaciones que de ellos hagamos nosotros (siempre legítimas, pero también subjetivas y arbitrarias).

*) La gestión del estrés es una habilidad que podemos aprender, y que me servirá para minimizar su frecuencia, intensidad, duración y consecuencias. Tal vez no pueda controlarlo totalmente desde el principio, pero puedo ganar influencia progresiva sobre él a medida que la vaya practicando.

*) El estrés y la presión sólo son útiles como la primera marcha del coche, para arrancar, pero en la que es imposible realizar un trayecto largo. De persistir en esa frenética primera marcha, frenaré mi velocidad en vez de aumentarla, malgastaré gasolina y acabaré quemando mis ruedas y motor.

c) Meditación. Sentarse con las piernas cruzadas, prestando atención a la respiración, durante 10 minutos por la mañana y 10 por la noche a observar sin involucrarse en los pensamientos caóticos que el cerebro genera automáticamente. No los juzgues, no los argumentes a favor o en contra: limítate a observar como aparecen y desaparecen.

GESTIÓN FISIOLÓGICA

a) Respiración. Ante momentos, situaciones o periodos en los que te sientas particularmente estresado, presta atención a cómo respiras. Coloca una mano en el pecho, otra en la barriga y focaliza toda tu atención en como respiras hasta que la mano de la barriga suba más que la colocada sobre el pecho.

b) ¡Suda!. En periodos de estrés prolongado, resulta básico para tu salud mental y física que elimines los excesos de cortisol en tu cuerpo mediante cualquier actividad que conlleve una intensa activación corporal y te haga sudar y/o estirar tus músculos agarrotados por la presión. Jogging, natación, sexo, sauna, yoga… elige la que más te guste / menos te disguste y la que te resulte más sencilla y agradable practicar.

El ser humano es esclavo de su biología, pero amo de sus conductas. Los mecanismos de estrés animal son totalmente ineficientes para la vida moderna, pero está en nuestra mano limitar sus consecuencias negativas. Depende exclusivamente de nosotros no el cambiar nuestra neurobiología de un plumazo (para eso se necesitaran siglos y siglos de evolución natural), pero si el impedir que ésta nos degrade nuestra calidad de vida. Imagino que si estás leyendo este artículo es porque habrás leído muchos de los anteriores, y por lo tanto ya sabes que no eres culpable de tu biología, pero si responsable de hacerte cargo de ella. Y que los hechos influyen (y mucho), pero lo que determina tu calidad de vida es tu significación y lo que hagas con ellos.

Si dejamos a nuestro primitivísimo cerebro desencadenar a su antojo los mecanismos del estrés, nos condenaremos a una vida muy por debajo de la que nos merecemos. Te animo a echarle un pulso a la evolución y aprender a domesticar (progresivamente) tu estrés animal. Recuerda que eres un humano, la única criatura del planeta con un neocórtex que te permite (de utilizarlo y entrenarlo) reconducir tus impulsos primarios. Y nada hay más primario que el estrés. Si aprendemos a utilizarlo para movilizarnos y desactivarlo cuando ya no sea útil, nuestra vida cambiará de la noche a la mañana. Por suerte, de ti depende empezar a aprender a hacerlo. Créeme: merece la pena el esfuerzo. Tus objetivos, tus seres queridos y (sobre todo) tú mismo merecen te lo mereces. Más de lo que piensas.
Por Jose Antonio Peral Mondaza 12 de noviembre de 2020
Ansiedad y estrés en tiempos del COVID-19
5 de agosto de 2020
Gracias a LA DICTADURA DE LA MERCROMINA, EL ABUSO DEL ALCOHOL: el morbo del propio dolor y HERIDAS Y MASOQUISMO: las sinrazones del alcohol, ya sabemos las consecuencias tanto del abuso de la mercromina y del alcohol como los condicionantes sociales y biológicos que nos empujan a la una y al otro. Y las funestas sinergias que se dan entre extremos tan presuntamente antagónicos. También vimos cuales son los presuntos beneficios de la mercromina (alivio a la corta y apariencia de sanación) y del alcohol (desinfección profunda), y los precios que pagamos por ambos. Pero teniendo tanto de malo y algo de bueno… ¿Es posible combinar la desinfección del alcohol con el alivio de la mercromina? ¿Se puede evitar la abrasión del uno y la infección postergada de la otra? ¿Existe alguna substancia que reúna todos sus beneficios sin acarrear ninguno de sus efectos secundarios? Y caso de existir, ¿Nos cae del cielo o hemos de aprender a fabricarla nosotros mismos cuándo la necesitemos? Si te interesa saberlo… I. AGUA OXIGENADA Y MADUREZ. Muy a menudo, nuestras madres no tiraban directamente de alcohol ni de mercromina, sino de Agua Oxigenada. Tal vez no desinfectara tan profundamente como el alcohol ni aliviara tan automáticamente como la mercromina. Pero curaba también y, además, no ardía con la comezón ensañada del alcohol puro. Lo mejor de ambos mundos. De niños, como no podía ser de otra manera, eran nuestras madres quiénes decidían qué utilizar, qué comprar y cómo aplicarlo sobre nuestras heridas. Una de las diferencias básicas entre la niñez y la madurez estriba en que, presuntamente, de adultos decidimos y tenemos que proveernos por nosotros mismos, y ya no queda bien el sentarnos llorando y quejarnos a papá y mamá para que nos sanen las heridas, abastezcan el botiquín y paguen ellos el precio de nuestros productos. Pero de adultos arrastramos algunas rémoras infantiloides (sólo las que nos convienen, claro), entre ellas las de quejarnos del alcohol y la mercromina en vez de enterarnos como se fabrica el agua oxigenada y ponernos a ello. Queremos que la mercromina desinfecte, el alcohol no escueza…. y que el agua oxigenada aparezca por sí sola en el botiquín. Caprichosillos que somos… La buena noticia es que el adulto puede darse cuenta de sus conductas más infantiles, y dejar de implementarlas. Una vez nos damos cuenta que a) Necesitamos agua oxigenada b) Podemos fabricárnosla nosotros mismos c) Nadie es responsable de traérnosla… ya sólo nos queda aprender la receta, levantar el culo y ponernos a destilarla. II. INGREDIENTES DE LA FÓRMULA MÁGICA. 1. ANÁLISIS DE PEORES ESCENARIOS. Para no caer en la tentación de la mercromina, podemos prever el escenario futurible más difícil en el que podría desembocar la dificultad presente que nos hiere. ¿Duro, verdad? Claro, escuece, como todo lo que cura de verdad. Pero para tampoco sucumbir al escozor excesivo del alcohol a mansalva, podemos pasar ese peor escenario por el tamiz de tres criterios: Gravedad, Irreversibilidad, y Probabilidad. Y preguntarnos: ¿Hasta qué punto resultaría grave, comparado con los temas realmente graves de la existencia (enfermedades mortales, dolor crónico o pérdida de los seres amados)? ¿Es una situación que sería eternamente irreversible, frente a la que –nunca- podremos hacer absolutamente nada para revertirla o matizarla? Y finalmente: siendo realista y tirando de estadística pura y dura, ¿Qué posibilidades hay de que ese escenario impeorable llegara a acontecer? Hay que vigilar que las respuestas a dichas preguntas las formule la razón, pues si las riendas las toma la angustia, el pánico o la ansiedad propias de según qué heridas, seguro que nos daremos la razón catalogándolo todo como gravísimo, seguro e irreversible. O nos lo preguntamos desde la calma y la perspectiva precisa para analizar la validez de la información objetiva en la que se sustentan nuestros juicios… o mejor no nos preguntemos nada, pues la respuesta será, amén de falsa, agorera hasta la taquicardia. 2. ARGUMENTOS PARA ACEPTAR EL PEOR ESCENARIO. Una vez dibujado ese peor escenario plausible, y por mucho que tras el tamiz de la razón no resulte ni tan grave ni tan seguro ni tan definitivo, cabe aguantarle la mirada, y preguntarnos: Aún si llegara ese apocalipsis terminal, ¿Qué podría seguir haciendo de valioso? ¿Qué seres queridos me quedarían por amar? ¿A qué podría dedicar mi vida que merezca la pena? Una vez más, la clave estriba en vigilar que las preguntas las conteste nuestro yo más inteligente, objetivo y realista, y no los voceros más neuróticos de nuestro pánico. 3. QUÉ SE PUEDE HACER PARA EVITAR / MINIMIZAR LAS POSIBILIDADES DE QUE ACONTEZCA. Ya aceptado y contextualizado ese peor escenario, ahora es el momento de aparcar reflexiones y lanzarse en pos de la situación a abordar, pasando de la pre-ocupación a la ocupación. ¿Qué está en mi mano hacer para que ese peor escenario no acontezca (o para que de peor se quede en meramente malo o incómodo? ¿Cómo dejo de transformarlo de indeseado a indeseable? De lo que depende de mí, ¿Qué es lo prioritario? ¿De qué recursos dispongo? ¿Con qué aliados cuento? ¿Por dónde puedo y me conviene empezar? 4. DIRECCIÓN CONSCIENTE Y VOLUNTARIA DE LA ATENCIÓN. Siempre: prestar atención a la propia atención. ¿En qué me estoy enfocando? ¿Qué me colapsa el pensamiento? ¿Qué efectos prácticos y emocionales conlleva girar obsesivamente alrededor de estos pensamientos? ¿Es lo más realista, inteligente y conveniente para abordar mi situación? Cada vez que nos demos cuenta que nos obsesionamos recursivamente con aspectos gratuitamente dolorosos, estériles o meramente posibles: CORTAR. Desviar voluntariamente la atención de ello, y dirigirla tirando de voluntad hacia aquellos aspectos que nos permitirán actuar más eficientemente sobre las causas de nuestras heridas. 5. EJERCICIO FÍSICO. Frente al abatimiento del lamento excesivo o la angustia soterrada del mirar hacia otro lado, mejor correr, nadar, sudar, andar, berrear o pegarle puñetazos a un cojín. Lo que nos aportará dos beneficios: Primero, hacer acopio de esas pilas que tanto nos faltan y tanta falta nos hacen para enfrentar todo lo enfrentable; Segundo, toda preocupación, ansiedad o miedo conlleva la generación de una adrenalina y cortisol que bien nos conviene eliminar sudando.. si no queremos, amén de amargarnos, envenenarnos la salud (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago). 6. RESPIRACIÓN VOLUNTARIA: concentrar y rebajar. Si algo tienen todas las emociones es que en cuanto aparecen nos cambian el patrón de respiración. Y como ya aprendimos en Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje, incidiendo voluntariamente sobre él, influimos directamente sobre las emociones que lo provocaron. Muy a menudo, enfrentarnos a retos y heridas nos provoca emociones cercanas al miedo, la inquietud, la ansiedad, y la angustia, todas ellas tan desagradables como limitantes. Por ello, concentrarnos en nuestra propia respiración y hacerla más artificialmente profunda, abdominal y lenta ayuda a rebajar progresivamente esa tensión que, a su vez, nos ayudará a no obsesionarnos con la versión más limitantes de los peores escenarios (todos ellos, insoportables) que desde la angustia nos inventamos obsesivamente. 7. FACILITAR EL DESCANSO. Una de las peores consecuencias de las preocupaciones obsesivas es su impacto en el sueño. Para recuperarlo total o parcialmente (condición sin equa non para poder enderezar rumbos torcidos), nos conviene tirar de cansancio físico (sudar hasta quedar exhaustos facilita el caer como una piedra en la cama), Respiración o Sexo (que no será lo ideal, pero también vale con uno mismo). Cualquier truco distraernos del propio hilo mental, apartándonos de la madeja de monsergas agoreras con que nos bombareamos compulsivamente desde la inquietud. Desde abrir los ojos y negarnos el derecho a cerrarlos (ya veréis que ganas os entran de hacerlo…) hasta “ver” la TV ojos los ojos cerrados (atentos a los diálogos), música, atención a nuestras sensaciones físicas (y nuestra reacción a ellas). Probad hasta encontrar el que os funcione. 8. PAJA MENTAL. Así me gusta llamar a la conocida técnica de autosugestión del Haz como si ya todo hubiera pasado o ya hubiéramos aprendido a vivir en paz con lo que nos preocupa. Como en el caso de la masturbación, nuestras pajas mentales de paz y aceptación no serán realidades fácticas en el momento de hacérnoslas… pero a falta de pan, buenas son tortas. Que la paja mental nos ayude a predisponernos a hacer aquello que acabará sanando nuestras heridas es una opinión -que comparto-; que nos ayuda a desconectar un ratito de nuestros lamentos, es un hecho que ya justifica el onanismo emocional. III. CONCLUYENDO, QUE YA TOCA SANAR La sanación de nuestras heridas pasa, como siempre, por un justo medio aristotélico entre la mercromina y el alcohol: el agua oxigenada. Desdramatizar, aceptar nuestro dolor… y a la mínima oportunidad reírnos a carcajadas de nosotros mismos y de nuestras neuritas miopes y egocéntricas (el 99%). Eso sí: sin caer en la tentación de utilizar tanto relativismo (potencialmente sano) como coartada para mirar hacia otro lado y no enfrentarnos a nuestros retos, heridas y cuentas pendientes. Tan sencillo de decir como complejo de llevar a cabo: afrontar sin regodearnos en nuestro dolor, ni utilizarlo como medalla, ni justificante ni atajo a cielo alguno. El alivio a la corta no soluciona, sino que agrava. Pero el dolor innecesario no da galones: quita vida. Esa que, según la mayoría de científicos que aplican métodos aceptados por la epistemología de la ciencia, es la única que tenemos. Y bien cortita, por lo que parece, comparada con la eternidad de la que provenimos y hacia la que nos encaminamos cada segundo de nuestra vida (especialmente, los que desperdiciamos). El agua oxigenada hace milagros. Eso sí: requiere tomarse la molestia de encontrar su receta y el esfuerzo de destilarla, siguiendo los pasos e ingredientes antes descritos. Como todo en la vida, cuestión de Paciencia, Humildad y Constancia. Esas tres virtudes cardinales que, como ya vimos en El Yoga de la superación cotidiana, tanto escasean. Con la faltita que nos hacen… Como la tierra: el agua oxigenada, para el que se la trabaja. Cuesta destilarla, nadie lo ha de hacer por nosotros… pero el esfuerzo bien merece la pena. En un momento u otro la vida va a herirnos irremediablemente, así que mejor que nos pillen sus zarpazos con el botiquín bien equipado. De no hacerlo, nos condenaremos a los rigores de la mercromina o el alcohol, a sufrir o a infectarnos las heridas. Y siempre podremos echarle la culpa a las farmacéuticas, claro, pero ya sabemos que sólo nosotros seremos los responsables de ello. Será incómodo aceptarlo, pero de lo más desinfectante.
5 de agosto de 2020
Algunos de vosotros os habréis dado cuenta de que llevo casi un año sin escribir un sólo artículo en este blog. Otros, hasta me habéis escrito preguntándome porqué. La respuesta es tan sencilla como contundente: porque no me sentía legitimado a volver a hacerlo hasta que pudiera permitirme esa congruencia que tanto cacareo en mis clases y charlas. Y he pasado demasiados meses sin estar a la altura de quién soy y sólo ahora, que ya voy pareciéndome algo a mí mismo, me considero digno de volver a asomar por vuestra atención. Hay escenarios y momentos en la vida que no son precisamente una invitación a la euforia. Decepciones, traiciones, fracasos, enfermedades y todo un doloroso etcétera pueden resultar toda una asistencia a la rabia, la decepción, la tristeza, el odio, el resentimiento, la angustia… Mi vida, tal como la concebía, pareció estallar en mil pedazos en Agosto pasado, todo un compendio de contratiempos y agravios uno encima del otro. Pero los que hayáis seguido este blog bien sabéis cómo defiendo que la realidad influye –y mucho- en cómo nos sentimos, pero que sólo lo determina nuestra significación de ella. Nuestra vida no la marca a fuego lo que nos sucede, sino lo que hacemos nosotros mismos con aquello que nos suceda. Ahora, que ya me baño goloso en la luz al final del túnel, es el momento de hacer una crítica sensata de qué he hecho yo con mis dolores durante este último año, y extraer de ella valiosas lecciones a compartir con quienes os interese. Pero supongo que para poder entender esos aprendizajes deben conocerse algo de los hechos de los que emanan, y me tocará entrar en los detalles que tanto he dejado que me marquen. Si te interesa conocerlos, Aunque no me vaya mucho el estilo autobiográfico, entender según qué categorías precisa de conocer las anécdotas de las que se desprenden. Sin tener muy claro donde empieza la explicación pertinente y dónde el chafardeo intrascendente, debo compartíos que vengo de pasar el año más duro de mi vida. ¿Qué hechos se han tirado un año entero pesándome como plomo en los pies? I. DEL PARAISO AL INFIERNO: los hechos que tanto influyeron. Agosto de 2017. Acabé Julio soñando con unas vacaciones todavía pendientes y jugando a inventarme como empezar mi vida en Septiembre: sueños de trekkings lejanos, nuevas ilusiones personales, proyectos profesionales para hacerme con mucho más tiempo libre… Todo al suelo en cuatro días: el día 2 de Agosto, aviso de que tenía que dejar en unas semanas el hogar donde llevaba viviendo 13 años; el 4, percance en un piso en que una dejadez ajena pudo conllevar la ruina propia; el 7, a uno de mis seres más amados le prediagnostican una dolorosa enfermedad degenerativa sin curación posible; el 17 se producen los terribles atentados de les Rambles. A lo largo de Septiembre, va cobrando forma de certeza la sospecha que una familia que llevaba años apadrinando se iba a negar a devolverme el piso que les había prestado durante tres años y que ahora yo necesitaba. Y como guinda, pronto sufrimos las salvajadas del 1 de Octubre y sus múltiples resacas. Mi mundo, mis principios, mis valores hechos fosfatina de arriba abajo, de lo personal a lo social, sin dejar nada en pie. Ni mi hogar, ni mis valores, ni mi país… Entre muchas angustias, estupefacción, miedos y rabias pasé los meses de Octubre y Noviembre en los que logré alargar, tras mucho mendigar, la estancia en el piso de Gràcia que todavía sentía como mi hogar y que pronto debería abandonar. Y lo peor estaba por empezar: el 1 de Diciembre me vi abocado a una vida nómada arrastrando maletas de piso en piso de amigos, pues todavía me aferraba a la esperanza infundada que la ingratitud de esa familia, tan estúpidamente mantenida, tendría un límite… y recuperaría mi techo de un día para otro. Fueron meses en los que dedicar cada segundo que me sobró del overbooking profesional a luchar contra la rabia homicida que a ratos me invadía, a contener el odio para que no acabara por envenenarme y plantarle cara a la insoportable sensación de traición y desahucio que me invadía (y que todo ello no afectara ni mis clases ni mi proyectos ni mis clientes particulares). Puse en práctica todas las herramientas, reencuadres y acciones con las que me he tirado cuatro años sermoneándoos para intentar contener el diluvio… y siempre sirvió de algo, pero nunca para tanto como deseaba. De Agosto a Diciembre no pude ni siquiera soñar con salir del mar tras el naufragio, limitándome a intentar aferrarme a cuatro mástiles para no ahogarme. ¿Fui lo suficientemente torpe para no salir del naufragio en el que me sentía… o lo suficientemente hábil para no ahogarme en él? Todavía no lo sé. Ambos, supongo. II. DEL INFIERNO AL PURGATORIO: como sacarme de dónde yo mismo me metí. Seguí sin pasarlo mucho mejor desde Enero hasta Abril, pero supongo que la experiencia de meses de agonía, la práctica de un otoño horrible, las pilas de mis pasiones profesionales o la mera extenuación me permitieron empezar a disfrutar de una cierta perspectiva que, contra viento y marea, llevaba meses intentando construirme (con éxito, sí, aunque más que humilde). Empecé el año descartando esa posible enfermedad de un ser amadísimo (que, al final, no fue más que un terrible ejemplo de mala diagnosis y de cómo los malos médicos actúan como meros fontaneros –y muy chapuzas- de cuerpos). Por fin acabé resignándome a denunciar a esa familia que tan cándidamente mantuve durante años… y seguí aprendiendo a aplicar lo mejor que pude todo lo que racionalmente tan bien sé. Me tiré estos meses aprendiendo a luchar a brazo partido contra todas esas emociones limitantes (tristeza, despecho, rabia, asco, impotencia, vergüenza, odio) que llevo años avisando de la facilidad con la que nos pueden reducir a mera caricatura apocada de quién en realidad somos. Meses apretando dientes, confabulándome para no volverme -anegado de tanto resentimiento e impotencia- en un ser amargado y vengativo en quien nunca consentiré convertirme. Meses entrenando el estómago para que mis jugos gástricos aprendieran a digerir lo indigerible. Finalmente, en Abril me alquilé un techo desde donde esperar a recuperar mi piso y -a ratos mejor, a ratos peor- seguir capeando el temporal. III. DEL PURGATORIO AL PARAÍSO: transformando la mierda en estiércol El calendario se alió con mi tozudez, y el tiempo permitió que se acumularan los granitos de arena de mi sentido común hasta formar una discreta montañita de lucidez que me brindara un mínimo de perspectiva razonable. Y los hechos empezaron a conspirar a mi favor. Tristemente, tuvo que ser la ley la que llegara donde la decencia no alcanzaba, y a principios de Junio recuperé mi piso sin necesidad de sucumbir a según qué orgías de sangre que las entrañas me exigían a alaridos, pero que mis principios me negaban. Además, el 1 de Agosto -curiosa efeméride, justo un año después del principio de todo- encontré el piso en BCN tan extenuantemente buscado durante meses y meses. Y hoy, ya libre de agravios y a un puñadito de semanas de cerrar definitivamente el episodio más nauseabundo de mi vida, me toca el reto más importante de todos: dar sentido a lo vivido. Porque de nada sirve el dolor si se limita a su sufrimiento mientras dura y al mero alivio al cesar. El dolor sólo cobra sentido cuando mejoramos gracias a él y aprendemos a utilizarlo como trampolín que nos catapulte mucho más allá de donde estábamos antes de que llegara. De nada servirá el sufrimiento si, tras él, nos limitamos a regresar – y malheridos- a la misma vida de la que el dolor nos apartó a zarpazos. Si así fuera, el dolor no sería más que una tortura gratuita, un paréntesis vacío, un tiempo perdido expropiado de nuestra vida sin reparación alguna. Y me niego: la única manera de vengarme del dolor sufrido es utilizarlo yo ahora él, más todavía de lo que él me utilizó a mí durante el último año. Lo que he vivido este último año ha sido un cúmulo pútrido de traición a mis principios y valores, derrotas personales y sociales, impotencia, odio a verdugos que pisotearon mi moral… Una descomunal montaña de mierda. Ahora, es mi responsabilidad no limitarme a limpiarla, sino transformarla en estiércol que fertilice un futuro próximo que, no a pesar de sino precisamente gracias a, será infinitamente más exuberante que si nunca hubiera aparecido. Lo ya sucedido en el pasado no puedo cambiarlo; su impacto en mi futuro, sí. Y me confabulo a destilarle hasta el último de los aprendizajes posibles, tan valiosos que hasta me hagan agradecer todo este sainete cruel. El sufrimiento de un año me ha quitado mucho, muchísimo, pero me confabulo a que lo que atine a aprender de él me aporte muchísimo más de lo que me costó. Durante todo este año, algo debí hacer bien, pues no he acabado en un manicomio ni en la cárcel, y este otoño va ser la catapulta definitiva a los mejores años de mi vida. También, seguro, he debido hacer muchas cosas mal, pues con los tiros que llevo pegados -y dedicándome a lo que me dedico- he sufrido como un cerdo abierto en canal. ¿Qué atiné a hacer para ventilar todo este cúmulo de vertederos? ¿Y qué hice para, sin darme cuenta, ensañarme contra mí mismo y enconar las llamas de esos incendios que no provoqué? ¿Cómo supe disminuir el importe de las facturas inherentes a tantas fracturas? ¿Y cómo las multipliqué yo mismo más allá de su propio importe? Los próximos posts los dedicaré a compartir con vosotros esos aprendizajes. Dicen que Churchill dijo que “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Espero que los frutos de esa crítica os resulten a vosotros tan útiles leerlos como a mí escribirlos.
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