Si hay un mal (en el panchicontento rinconcito noroccidental del planeta) que podría catalogarse de epidemia contemporánea, ése es el estrés. De terribles consecuencias fisiológicas y causante de gran parte de nuestro sufrimiento cotidiano, ¿Cómo se genera? ¿Viene dado por circunstancias externas, o nos lo provocamos nosotros mismos meramente influidos por los avatares diaros de nuestra existencia? ¿Podemos hacer algo para que, cómo las cebras, nunca suframos las resacas de las bacanales del estrés crónico que nos infringimos? ¿Cuál es el precio de plantarle cara al estrés? ¿Y el de no hacerlo?
1. ¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
El estrés es un mecanismo biológico común a todo el reino animal. Natural y beneficioso, ¿Por qué afecta tan negativamente al ser humano contemporáneo? Para podernos contestar a esta pregunta, debemos primero entender qué es el estrés y compararlo con el estrés animal.
El estrés es la respuesta adaptativa de nuestro organismo que prepara cuerpo y mente para las conductas físicas enérgicas que demandan los desafíos extremos. El estrés comprende el conjunto de reacciones fisiológicas que nos prepara óptimamente para la acción. Así, es una función adaptativa que permite al individuo enfrentar cambios en el medio que demandan respuestas de máxima eficacia. Ante cualquier estímulo, el ser humano procede a evaluarlo como potencialmente beneficioso o perjudicial, como una oportunidad o una amenaza. Si nuestra evaluación automática lo cataloga como peligro, el cerebro moviliza bioquímicamente el cuerpo y la mente segregando (entre muchos otros aminoácidos y hormonas) la adrenalina y el cortisol que acelerará el ritmo cardíaco y la respiración, tensará y oxigenará las extremidades y focalizará la atención exclusiva y obsesivamente en la fuente del presumible peligro. Cuanto mayor sea la gravedad que otorgamos a la amenaza, mayor será el grado de estrés.
Cuando las demandas del medio son excesivas, demasiado intensas o prolongadas y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, se produce el DISTRESS, o estrés patológico. Y éste es el que es propio del ser humano, y que a la larga nos enferma mental, emocional y físicamente. Por distress podemos entender el resultado de la relación entre el individuo y el entorno, evaluado por éste como una amenaza que desborda sus recursos y pone en peligro su bienestar. Nos estresamos cuando sentimos que no podemos afrontar lo que el medio nos solicita. Los niveles puntuales de estrés son estimulantes, mientras que los niveles prolongados y altos tienen consecuencias negativas a nivel cognitivo (memoria y razonamiento crítico), emocional (profunda sensación de malestar) y físico (disfunciones cardíacas y digestivas).
Las cebras se estresan, y punto. El ser humano se estresa y puede llegar a enfermarse por ello. ¿Por qué?
2. ESTRÉS ANIMAL Y ESTRÉS HUMANO: de la sábana al asfalto
Una cebra se estresa, exclusivamente, frente a un depredador y sólo en el momento en que éste se prepara para atacarla. Ante la inminencia de su abordaje, la cebra se estresa para movilizar y optimizar sus recursos energéticos y huir, y se lanzará a una carrera desbocada que acabará escasos segundos después (sea porqué consigue huir, sea porque sucumbe a las fauces del depredador). En su carrera, la cebra habrá eliminado el cortisol mediante el sudor, por lo que minutos después del episodio estresante, la cebra estará pastando tan ricamente, como si nada hubiera pasado. De entrada, a una cebra no se la intenta comer un león cada cuarto de hora, sino que entre un ataque y otro pueden mediar días y hasta semanas enteras. Y además, como no se pondrá a rememorar el episodio, ni a regalarse imaginando sus momentos más truculentos ni a lamentarse de la injusticia del ataque ni elucubrar sobre futuribles consecuencias catastróficas del mismo ni adelantar el infierno de próximos ataques, la cebra habrá utilizado el estrés para lo que sirve: para optimizar sus posibilidades de supervivencia mediante una respuesta física extrema mientras el peligro real, concreto e inminente dure. Y no pagará un precio por ello, pues habrá eliminado mediante su desenfrenado galope los excesos de cortisol que, de quedarse en su cuerpo, le acabarían produciendo esas úlceras de estómago que asaetan las digestiones de los humanos profesionalemnte estresados.
En cambio, el ser humano no necesita tener una amenaza real delante para estresarse: basta con que se la imagine. El pasado y el futuro se bastan para estresarle, peligros abstractos y meramente posibles sobran para hacerle sentir amenazado. Además, los peligros potencialmente estresantes no se limitan, ni mucho menos, a su mera supervivencia física, abarcando la economía presente y futura, su imagen social, la opinión y peligros de sus seres queridos, aquello que dé sentido a su existencia, las facturas por llegar… y un agobiante sin fin de constructos. Además del pasado, el presente y el futuro, al ser humano actual le puede estresar lo concreto y lo abstracto, lo real y lo imaginado, lo presente y lo futurible y desde todos los ámbitos de nuestra existencia. Mientras el estrés es una respuesta maravillosamente eficiente para peligros concretos y puntuales que demandan una respuesta física enérgica, inmediata y breve, la mayoría de fuentes del estrés contemporáneo son cuestiones de resolución temporal larga (y nunca definitiva), de una intensidad baja – media y cuya resolución precisa no de salir corriendo y sudar como un poseso, sino de reflexionar o actuar hablando con otros humanos o sentaditos frente a una pantalla.
Los mecanismos de estrés de la cebra y el humano son los mismos; los desencadenantes, no, y ahí radica el problema. El estrés es una respuesta adaptativa para facilitar conductas de máxima intensidad y que van acompañadas de un fuerte gasto energético que elimine los excesos de cortisol que el mismo estrés desata (y que, de quedarse en un nuestro interior, pasan de útiles a puro veneno). Por el insostenible desgaste físico y mental que conlleva, el estrés es como la primera marcha de un coche: sólo es útil para arrancarnos de la inmovilidad y durante un periodo breve de tiempo, más allá del cual todas sus ventajas desaparecen para convertirse en inconvenientes a corto y, sobre todo, largo plazo. Si el estrés sucede a diario (y no puntualmente), por causas infinitivamente variadas (y no por una sola) y respecto a temas que no se solucionan hiperventilando y sudando, el estrés se transforma en distress y enferma. El estrés, en la sábana africana, es adaptativo; en las junglas semióticas y multifocales del ser humano actual, es un lastre por el que pagamos un precio infinitamente mayor del que, de boquilla, decimos saber estar desembolsando.
3. CONSECUENCIAS CONCRETAS DEL ESTRÉS SIN DOMESTICAR
MENTAL. Confusión, imposibilidad para la planificación estratégica a medio / largo plazo y la gestión óptima del tiempo. Prisas, imprecisión, disminución de la memoria, la empatía y las habilidades sociales y comunicativas.
EMOCIONAL. A la (muy) corta: motivación. A la larga: Agobio, tensión, confusión, miedo, angustia, ansiedad, irritabilidad, tristeza, depresión ira y aversión.
CONDUCTUAL. A la (muy) corta: eficacia. A la larga: Prisas, aislamiento, activitis cotraproducente, menor calidad y cantidad de interacciones sociales, impulsividad, cortoplacismo, agresividad, ineficiencia e ineficacia.
FÍSICO. Debilitamiento del sistema inmunitario, cansancio, dolencias digestivas y cardiacas.
4. ¿PODEMOS HACER ALGO?
Evidentemente, si. Y mucho. Muchísimo. Una opción sería emigrar al Serengetti, calzarnos un pijama a rayas y limitarnos a comer hierba y a huir de los leones (llamadme conservador, pero yo no la aconsejo). La otra es confabularnos para construirnos un plan de acción que nos lleve a eliminar / acotar / minimizar tanto las ocasiones que desencadenen el estrés, como su intensidad, duración y consecuencias. La gestión eficiente del estrés es una habilidad que, como el hacer ganchillo, el inglés o la sardana, se puede aprender progresivamente mediante su práctica reiterada. Permitidme que os esboce algunas de las muchas cosas que podéis hacer, que están en vuestras manos y que dependen exclusivamente de vosotros el empezar a aprender.
GESTIÓN COGNITIVA
a) Reencuadres cognitivos. Como hemos visto, el estrés procede de una evaluación mental que significa un estímulo como un peligro para nuestra supervivencia que excede nuestros recursos ordinarios. Además, sabemos que el estrés es útil a la corta, frente a situaciones concretas, reales y presentes y para desencadenar respuestas físicas explosivas. Por ello, al notarnos estresados, podemos reflexionar mediante el siguiente set de preguntas:
¿Esto es una amenaza a mi supervivencia o algo más o menos desagradable que preferiría evitar, pero que puedo vivir con ello?
¿Esto requiere intervenciones a corto o a largo plazo?
¿La presunta amenaza es presente o futura? ¿Concreta o abstracta?
¿Precisa de una desaforada respuesta física o racional?
b) Set de creencias potenciadoras
*) No nos estresan los hechos, sino las interpretaciones y significaciones que de ellos hagamos nosotros (siempre legítimas, pero también subjetivas y arbitrarias).
*) La gestión del estrés es una habilidad que podemos aprender, y que me servirá para minimizar su frecuencia, intensidad, duración y consecuencias. Tal vez no pueda controlarlo totalmente desde el principio, pero puedo ganar influencia progresiva sobre él a medida que la vaya practicando.
*) El estrés y la presión sólo son útiles como la primera marcha del coche, para arrancar, pero en la que es imposible realizar un trayecto largo. De persistir en esa frenética primera marcha, frenaré mi velocidad en vez de aumentarla, malgastaré gasolina y acabaré quemando mis ruedas y motor.
c) Meditación. Sentarse con las piernas cruzadas, prestando atención a la respiración, durante 10 minutos por la mañana y 10 por la noche a observar sin involucrarse en los pensamientos caóticos que el cerebro genera automáticamente. No los juzgues, no los argumentes a favor o en contra: limítate a observar como aparecen y desaparecen.
GESTIÓN FISIOLÓGICA
a) Respiración. Ante momentos, situaciones o periodos en los que te sientas particularmente estresado, presta atención a cómo respiras. Coloca una mano en el pecho, otra en la barriga y focaliza toda tu atención en como respiras hasta que la mano de la barriga suba más que la colocada sobre el pecho.
b) ¡Suda!. En periodos de estrés prolongado, resulta básico para tu salud mental y física que elimines los excesos de cortisol en tu cuerpo mediante cualquier actividad que conlleve una intensa activación corporal y te haga sudar y/o estirar tus músculos agarrotados por la presión. Jogging, natación, sexo, sauna, yoga… elige la que más te guste / menos te disguste y la que te resulte más sencilla y agradable practicar.
El ser humano es esclavo de su biología, pero amo de sus conductas. Los mecanismos de estrés animal son totalmente ineficientes para la vida moderna, pero está en nuestra mano limitar sus consecuencias negativas. Depende exclusivamente de nosotros no el cambiar nuestra neurobiología de un plumazo (para eso se necesitaran siglos y siglos de evolución natural), pero si el impedir que ésta nos degrade nuestra calidad de vida. Imagino que si estás leyendo este artículo es porque habrás leído muchos de los anteriores, y por lo tanto ya sabes que no eres culpable de tu biología, pero si responsable de hacerte cargo de ella. Y que los hechos influyen (y mucho), pero lo que determina tu calidad de vida es tu significación y lo que hagas con ellos.
Si dejamos a nuestro primitivísimo cerebro desencadenar a su antojo los mecanismos del estrés, nos condenaremos a una vida muy por debajo de la que nos merecemos. Te animo a echarle un pulso a la evolución y aprender a domesticar (progresivamente) tu estrés animal. Recuerda que eres un humano, la única criatura del planeta con un neocórtex que te permite (de utilizarlo y entrenarlo) reconducir tus impulsos primarios. Y nada hay más primario que el estrés. Si aprendemos a utilizarlo para movilizarnos y desactivarlo cuando ya no sea útil, nuestra vida cambiará de la noche a la mañana. Por suerte, de ti depende empezar a aprender a hacerlo. Créeme: merece la pena el esfuerzo. Tus objetivos, tus seres queridos y (sobre todo) tú mismo merecen te lo mereces. Más de lo que piensas.