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Gracias por la acogida: más de 2.000 personas han leído la serie de cuatro artículos precedentes sobre el amor (lo cual vivo como un exitazo, dadas las temáticas que trato, mis nulas concesiones al marketing y en épocas en las que todo lo que se extienda más allá de 140 caracteres es excesivo y lo que no se bombardee de fotitos o emoticonos, aburre). Y de esos miles, algunas decenas hasta han invertido algo de su tiempo en hacerme llegar mensajes con su opinión personal sobre su contenido (mil gracias por ello). Así que como guinda final, y ante las dificultades de contestar personalmente a todos ellos, he escrito un compendio de clarificaciones a sus dudas, discrepancias y matices, que intuyo que en mayor o menor medida muchos compartiremos. En la serie de artículos AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, MÁSTILES III: El Amor según los demás y DEL EROS AL ÁGAPE: el amor y el tiempo, ¿Dónde queda el romanticismo? ¿Hasta qué punto la visión presentada del amor no le hace perder toda su magia? ¿Y no desvaloriza el propio sentimiento, al ser amado y hasta al propio amante? Si te interesa saberlo… ENTRE ROMÁNTICO Y ROMANTICOIDE Yo diferencio entre romántico (sentimental, generoso y soñador, según la RAE) y romanticoide (romanticismo + clichés). Romántico viene del francés roman (novela), ¿Y qué es una novela? Una historia inventada, una creación del autor, una fantasía que no es real. Así que no soy yo, sino la propia etimología de la palabra la que aclara desde el principio la naturaleza de ensueño, irrealidad y elucubración personal del romanticismo y el amor. Mis artículos subrayan la naturaleza romantique (novelesca) del amor, y es por ello que creo que esos artículos son muy románticos, en el sentido literal de la palabra. Para mí lo verdaderamente romántico es entender el amor sin patrañas, y aún así amarlo y considerarlo la experiencia más sublime y significativa de toda la existencia. Por el contrario, los lugares comunes del romanticoideo más estereotipado (todos ellos perfectamente alineados con los reality shows, la prensa rosa de más baja estopa y las estrategias comerciales del Corte Inglés) no me resultan más que un totum revolutum de clichés consumistas, impotencias personales barnizadas de pseudotranscendencia, mucho machismo parafeminoide y bastante poca reflexión. 2. MAGIA DE QUITA… O DE PON. Reitero la analogía de la magia ya compartida en AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas. Sé que Macondo no existe tal y como lo describe García Márquez, pero es que no necesito creérmelo para disfrutarlo. El amor, como todo arte, ni es literalmente cierto ni necesita serlo. Es más… ¡ES QUE NO DEBE! o no sería arte, sería mera copia, reportaje o reflejo puro. Que, además, es imposible, pues ni el artista es un espejo pasivo ni la realidad algo que se pueda reflejar objetivamente con la nitidez unívoca de una imagen real. Entender la cruda, material, bioquímica y evolutiva raíz del amor y aún así idolatrar las experiencias sublimes que nos permite vivir: ¿Qué puede haber más mágico que transformar a conciencia el mero instinto reproductivo en gloria pura, poesía arrebatada, paraíso suprahumano y razón que basta para vivir ilusionado? Me ocurre con la naturaleza bioquímica del amor como con mi edad, que tiendo no a minimizarla, sino a exagerarla. ¿Para qué? ¡Pues para revalorizar como me conservo, que tendrá más mérito cuantos más años tenga! Conocí una mujer algo mayor que yo de turgencias posadolescentes y elegancia innata, de una vertiginosa verticalidad gótica, sensualidad espontánea y una mirada de fuego helado derritiendo las esmeraldas turquesa de sus ojos… y que guardaba su edad bajo siete llaves, como el secreto más vergonzante de su vida. Todo lo contrario: intuyo que tendría sobre los 50, pero si me hubiera dicho que tenía 55 o 60 todavía la habría admirado más que si bordeara la cuarentena. Cualquiera es bello con 20 años, pero quien sea capaz de serlo a los 60… eso si que tiene mérito. 3. EL VALOR DE LOS AMADOS. Ninguna de mis reflexiones tiene la menor intención de quitarle valor alguno al ser amado. Al revés: entender los factores contextuales del amor, más allá del valor individual del amado, prueba que ese amor es lo suficientemente fuerte para no necesitar toda esa poesía de saldo que mucha gente precisa para convencerse que están enamorados. La perfección objetiva del otro, universos y dioses conspirando a favor o en contra de los amantes, destinos y méritos, medias naranjas y confabulaciones telúricas… para mí, esta poesía barata es el doping del amor, las ilícitas substancias artificiales que necesitan los que no atinan a competir en el amor con la mera fuerza de sus sentimientos desnudos. Para mí, los verdaderos amores sólidos no necesitan creerse estribillos de canción edulcorada, tramas de culebrón ni coelhadas altisonantes para justificarse. Para qué inventarse astracanadas grandilocuentes cuando con la mera y humilde realidad del otro ya sobra. Reconocer que enamorarse es construir castillos en el aire no le quita el menor mérito a la construcción, y mucho menos a la persona que nos la inspira. Toda forma de amor –principalmente, el erótico- es la forma más primaria de imaginación, por lo que todo objeto de nuestro amor es fruto de nuestra propia idealización. Pero nada de todo esto quita la más mínima validez a la persona elegida. ¿Por qué elegimos una persona a idealizar y no otra? Por supuesto, la persona amada tiene todo el mérito personal en que la elijamos como la materia prima con la que elaboramos nuestra pasión… de fabricación casera. Y entenderlo valora más al ser amado, por amarlo por lo que es, sin necesidad de más trampas y artificios que aquellos con los que el amor engalana insoslayablemente al ser amado. Por muy objetivos que pretendamos ser, aún cuando creamos no estarnos haciendo trampas al solitario, nos las estaremos haciendo… Así que imagínate hasta dónde llegaremos si ni nos damos cuenta. EMPODERAMIENTO Y SENTIDO En mis artículos arremeto contra algunos de los topicazos más castrantes del romanticoideo imperante en aras de prestigiar el amor, el amante y el amado. Creo firmemente que clichés aceptados como entrega autolaudatoria y amor admirable (Sin ti no soy nada, no puedo vivir sin ti, te quiero más que a mi vida, sin ti nada tiene sentido, eres mi vida entera, tu ausencia me roba el aire, etc.) le quitan toda validez al amor, pues cargarlo de necesidad y dependencia le roba al amante la libertad que legitima toda elección. ¿Realmente me elige quien sin mí no puede vivir, no es nada o se asfixia? Y si se presenta el desamor… ¿Cómo no voy a morir de dolor si creo que sin esa persona la vida no merece la pena ser vivida? Al confrontar los lugares comunes más atroces del romanticoideo no ataco al amor, sino a las concepciones esclavistas y desvalorizantes con que lo engalanamos creyendo, curiosamente, que lo idealizamos y nos hacemos más dignos de ese amor cuando es necesitado, apocado y obligatorio para subsistir que cuando es una elección íntegra, responsable y asertiva. EN DEFENSA DE LA FANTASÍA Lo he repetido hasta el cansancio, aunque yo nunca me cansaré de repetirlo: el ser humano no se relaciona directamente con la realidad, sino con su interpretación subjetiva de la misma tejida con los relatos personales que sobre ella hilvana. Por lo tanto, lejos de mi intención atacar las narraciones y peliculeos de nadie, mucho menos el negar el derecho a fantasear, y todavía menos con el amor. Yo mismo lo hago: ¿Habrá alguien más iluso que yo, empecinado en creerse constructos improbables como la igualdad, la erradicación del hambre y el derecho humano a una sanidad y educación igual para todo dios? ¿O que la formación transforma vidas, personas y colectivos enteros? Pero, ¿Por qué me creo a pies juntillas estos cuentos? Sencillamente, porque me empujan a convertirme en mejor persona y que esa mejora individual redunde en la sociedad entera, no porque sean más empíricamente ciertos que los del vecino (tan arbitrarios y subjetivos como los míos). Me dejo seducir, arrobar e ilusionar por mis cuentos ideológicos como si fueran impepinablemente ciertos para llenar el depósito de la motivación e ilusión, los mejores combustibles para la acción inteligente y el placer de implementarla. En el momento que esos cuentos –o cualquier otro- me frenarán o me empujaran a convertirme en peor persona, me lanzaría a buscar frenéticamente razones para revocarlos. ¿Por falsos? No: por castrantes. Fabrícate las fantasías que mejor te cuadren respecto al amor, pero intenta que sean sostenibles y no puedan volverse contra ti si al ser amado se le tuerce el rumbo en el futuro. Mientras se mantenga recto, ni te lo plantees. De torcerse, no lo dudes y empieza a arrancarle los galones apócrifos que la cultura y las convenciones han otorgado a las concepciones más romantiques (en francés, novelescas) del amor erótico. Recuerda que cualquier tipo de amor es una creación tuya, nunca tú una de él. A los apóstoles anarcocarcas de barra de bar, cuando simplifican hasta la caricatura pontificando “Todos son iguales: a mí no me interesa la política”, acostumbro a recordarles la frase de Yves Montand: “Si no te ocupas de la política, ella se ocupará de ti”. Pues con tus amores, igual: si no te ocupas tú de darles la forma deseada, ya se encargarán ellos de darte a ti la forma que a ellos les dé la gana, te haga ésta disfrutar o sufrir, ayude o castre a tus seres amados. Para variar, cuestión de adueñarte de tu libertad para elegir.
Tras analizar qué es el amor en AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas. y como lo construímos en AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, quedaron prometidas un par de amorosísimas andanadas extra: la primera, como transitar satisfactoriamente del Eros al Ágape en las relaciones de largo recorrido; la segunda, como desmontar la farsa de los amores podridos y como reforzar las certezas que sostienen los amores sanos. Mientras tanto, me ha parecido de una honestidad básica el compartir con vosotros los ingredientes que gente mucho más sabia me ha ido prestando para cocinar el plato de mis teorías amorosas que os serví en los dos últimos posts. Muy a menudo, a los fantasmillas nos gusta aparentar que hemos sido nosotros los que hemos inventado la sopa de ajo, pero la sencillísima verdad es que todo lo que cualquiera diga, haga o piense se basa, más directamente o menos, en los que otros antes que él dijeron. Y yo siempre he intentado ser un mentiroso muy sincero. ¿Qué piensan lucid@s como Morrison, Kundera, Saramago, Sábato, Montero o Gaite piensan del amor? ¿Qué podemos aprender de ellos para amar más, mejor y más felizmente? Si te interesa saberlo… “Encendemos pasiones en la mecha del propio corazón. Lo que amamos es siempre lluvia, entre el vuelo de la nube y la prisión del charco. Al final somos cazadores que a sí mismos se hieren con su azagaya. En el lanzamiento certero va siempre algo de quien dispara” Mia Couto, Cada Hombre es una Raza “Decías que era hermosa y cuando tú lo decías, Drew, yo lo era. Hacías que me amase a mí misma y creyese que merecía ser amada”, Sandra Cisneros, Erase un Hombre, Erase una Mujer “Conseguí hacer que el mundo te mirara con mis ojos”, Sandra Cisneros, Erase un Hombre, Erase una Mujer “El verdadero secreto del amor está en lo que ponemos en el ser amado, no en lo que tenga”, Zunzunegui “Es la terrible ofuscación del amor la que nos implica, desde el principio, en un juego que no acontece con una mujer del mundo real, sino con una muñeca imaginada en nuestra mente”, Marcel Proust “Hubiera debido marcharme entonces, pero no me sentía capaz de abandonarle. No ya por no poder vivir sin él, sino por no poder vivir sin mi propia pasión”, Rosa Montero, Amantes y Enemigos “El amor es como un espasmo de nuestra imaginación. Escogemos al prójimo como a una percha y sobre ella colgamos el invento de nuestros sueños”, Rosa Montero, Amantes y Enemigos “Si la pasión amorosa es siempre una ficción, no hay como poner distancia con el objeto amado para convertirlo en algo irresistible”, Rosa Montero, Amantes y Enemigos “Nada me excita más que verte viéndome”, Carlos Fuentes, Los Años con Laura Díaz “Sabía que el deseo era capaz de destruir el propio placer, volverse exigente, descuidando los límites de la mujer y del hombre, obligando a las parejas a volverse demasiado conscientes de su felicidad”, Carlos Fuentes, Los Años con Laura Díaz “Yo te gusto porque he roto tu soledad, te he recogido ante la puerta del infierno y te he despertado de nuevo. Tú me estás agradecido, pero enamorado de mí no lo estás. Tú me necesitas actualmente, de momento, porque estás desesperado y te hace falta un impulso que te eche al agua y te vuelva a reanimar. Me necesitas para aprender a bailar, para aprender a reír, para aprender a vivir”, Herman Hesse, El Lobo Estepario “Querer a una persona es quererla en lo que nos separa de nosotros, en sus errores y calamidades, es quererla querer, empecinarse, es brega solitaria, una pura pelea a tumba abierta contra las evidencias”, Carmen M. Gaite, Retahílas “Poder hablar era quererse, y antes de que los primeros hormiguillos de la pubertad se empezaran a hacer insoportables ya había asociado la idea de amor a la de conversación y se me han quedado unidas irreversiblemente como la uña a la carne”, Carmen M. Gaite, Retahílas “¿La echo de menos? Creo que no. Y sin embargo, tengo que reconocer que me quitaba el miedo y me aplacaba la desazón. Desaparecida ella, va tomando cuerpo el desacuerdo entre actor y decorado y predomina la sensación de equívoco, de inutilidad”, Carmen M. Gaite, La Reina de las Nieves “Lo que es indecoroso de la lascivia es su independencia de la voluntad”, San Agustín “Es amiga mía. Me une a mí mismo. Junta las partes que son y me las devuelve en el orden que corresponde. Es bueno, sabes, tener una mujer que sea amiga de tu mente” Toni Morrison, Beloved “Todo lo que nos diferenciaba era un regalo para nuestro delirio”, Pablo Armando Fernández, Otro Golpe de Dados “El amor no es sino la acuciante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabe vivo y condenado. Y así, buscamos en el otro no quien el otro es, sino una simple excusa para imaginar que hemos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corremos por la vida o la vida corre por nosotros hasta acabarnos”, Rosa Montero, Bella y Oscura “Pero había una pareja que se sentía especialmente unida. Tal vez no fuera cierto, tal vez estuvieran tan unidos, ni más ni menos, como el resto de las criaturas inmortales. Pero lo importante es que ellos lo creían así”, Rosa Montero, Bella y Oscura “¿Acaso es concebible el amor sin que controlemos angustiados nuestra imagen en la mente de la persona amada? Cuando ya no nos interesamos por la forma en que nos ve aquel a quien amamos, significa que ya no le amamos”, Milan Kundera, La Inmortalidad “Sin el arte de la ambigüedad no hay verdadero erotismo y que cuanto más fuerte es la ambigüedad más poderosa es la excitación”, Milan Kundera, La Inmortalidad “El Amor sólo sobrevive cuando existe una posibilidad, por mínima que sea, de permanecer junto a la persona amada. Sin esta posibilidad, sólo los suicidas son capaces de entregarse totalmente”, Paulo Coelho, A Orillas del río de Piedra me senté y lloré “El proceso de engancharse de alguien: fijarse en un punto específico del rostro o del cuerpo y a partir de ahí contarse las mentiras que hagan falta para redimensionar cada una de las partes que en general no suelen ser tan agraciadas. Una mujer con gracias por todas partes sería una auténtica desgracia, no tendría ni contrapuntos ni contrastes, sería un continuum sin accidentes para agarrarse; no daría oportunidad, a quien se enamorara de ella, de contarse esa serie de mentiras que acaban siendo el acto de creación que hace que el enamorado se vuelva loco por tal mujer, que es en realidad obra suya”, Jordi Soler, La Mujer que Tenía los Pies Feos “Gustar es probablemente la mejor manera de tener, tener debe de ser la peor manera de gustar”, José Saramago, La Isla Desconocida “L’union dépasse la somme des talents particuliers”, Bernard Werber, Le Jour des Fourmis “Ce que je veux paraître je le parais, belle aussi si c’est ce que l’on veut que je sois. Tout ce que l’on veut de moi je peux le devenir. Et le croire. Dès que je le crois, que cela devienne vrai pour celui qui me voit”, Margarite Duras, L’Amant “La desilusión de Fausto: comprueba, por el hecho de que María le ama en parte sin saber por qué y en parte por cualidades que le atribuye y que él no tiene, que el amor es cosa que no se puede querer comprender”, Fernando Pessoa, Fausto, Tragedia Subjetiva “Aquella casa debió de ser un amor de poca duración, una de esas pasiones bucólicas que atacan a veces y que, como la paja suelta, arden con fuerza si se les acerca un fuego y luego no son nada más que cenizas negras”, José Saramago, El Hombre Duplicado “Se refugiaba en el cuerpo de María Magdalena como si entrara en un capullo del que sólo podría renacer transformado”, José Saramago, El Evangelio según Jesucristo “Esta es una orden de tu esclavo, amada. Esta es una súplica de tu amo, esclava”, Mario Vargas Llosa, Los Cuadernos de Don Rigoberto “The very essence of romance is uncertainty. If ever I get married, I’ll certainly try to forget the fact”, Oscar Wilde, The Importance of Being Earnest “No, no se podía vivir sin amor, como tampoco las arañas –las pequeñas arañas rojizas de la cárcel, por ejemplo- podían moverse por el aire sin un hilo. A veces, por la invisibilidad del hilo, parecía que sí, pero sólo era una ilusión. El hilo era necesario, el amor era necesario. Lo malo era la fragilidad. El hilo se rompía enseguida, el amor también”, Bernardo Atxaga, Esos Cielos “Cuando amas apasionadamente, tienes la sensación de que está a tu alcance el éxtasis de la unión total, la belleza absoluta del amor verdadero. Y cuando estás escribiendo una novela presientes que, si te esfuerzas y estiras los dedos, vas a rozar el éxtasis de la obra perfecta, le belleza absoluta. Ni que decir tiene que esa culminación nunca se alcanza, ni en el amor ni en la narrativa; pero ambas situaciones comparten la formidable expectativa de sentirte en vísperas de un prodigio”, Rosa Montero, La Loca de la Casa “Y es también hablar del amor, porque la pasión es el mayor invento de nuestras existencias inventadas, la sombra de una sombra, el durmiente que sueña que está soñando”, Rosa Montero, La Loca de la Casa “Hacía que cada hombre se sintiese completo y magnífico tal como era –sin necesidad de ninguna mejora- y él se relajaba y desfallecía bajo la luz que ella proyectaba sobre él por el mero hecho de ser él”, Sula, Toni Morrison “Crees que soy alguien que yo no creo ser en absoluto, me supones aquello que deseas, imaginas en mí algo que sólo existe en ti”, Pablo Tusset, Lo Mejor que le Puede Pasar a un Croissant “Con qué facilidad emplea el amor, o sus ensayos, o sus espejismos, las más grandes palabras”, Antonio Gala, Más Allá del Jardín “Com podia sentir nostàlgia si el tenia al davant? Com es pot patir per l’absència dálgú que és present? Jean-Marc sabria respondre: es pot patir nostàlgia en presència de l’estimat si entreveus un futur on l’estimat ja no hi serà; si la mort de l’estimat, invisiblement, ja és present”, Milan Kundera, L’Identitat “Tot va cambiar quan et vaig conèixer. no és pas que les meves feinetes es fessin més apassionants. El que passa és que transformo tot el que passa al meu voltant en matèria de conversació entre nosaltres”, Milan Kundera, L’Identitat “Como si el príncipe -pensaba- después de recorrer vastas y solitarias regiones, se encontrase por fin frente a la gruta donde la princesa duerme prisionera del dragón. Y como si, para colmo, advirtiera que el dragón no vigila a su lado amenazante como lo imaginamos en los mitos infantiles sino, lo que era más angustioso, dentro de ella misma: como si fuera una princesa-dragón a la que no se puede liberar sin asesinar”, Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas “Persuádete de que estás enamorado y te convertirás en un amante elocuente. Muchas veces, el que empezó fingiendo acabó amando de veras” Ovidio, Ars Amatoria “Elle est très jolie. Je pourrais la rendre encore plus belle, dans mon imagination, mais je ne les fais pas, pour ne pas augmenter les distances”, Romain Gary, Gros-Câlin “L’amour est peut-être la plus belle forme de dialogue que l’homme a inventé pour se répondre à lui-même”, Romain Gary (Émile Ajar), Gros-Câlin
En el post anterior AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, hablamos de verdades científicas sobre el amor que, muy a menudo, se viven como falsas. Para completar, hoy me toca escribir sobre aquellas mentiras (en el sentido de opiniones indemostrables empíricamente) que se sienten verdades como losas. Y que por muy falsas que sean, canciones, películas, telenovelas y reality shows de la más baja estopa han ido validando como certezas absolutas. Si hasta mi idolatrado Pablo Neruda me hace mirar para otro lado de sonrojo en una de sus maravillosos 20 canciones de amor donde llega a decir “Para mi corazón basta tu pecho, para TU libertad MIS alas”. Nadie es perfecto: ni los más grandes. ¿Qué no es el amor? ¿Se parece más a un flechazo externo a una concienzuda hormiguita interna? ¿Nos llega o lo construimos? Y lo más importante: ¿Podemos aprender a convertirlo en nuestro principal aliado, independientemente de las circunstancias? Si te interesa saberlo… I. FRONTERAS AMBIGUAS: top ten del papanateo romanticoide más contraproducente. 1. El amor NO es etéreo, sino bien real, físico y químico. Como hemos visto, el amor es como cualquier otra emoción: el resultado tangible y material de los cócteles químicos que produce el cerebro para responder a su propia evaluación de la realidad, así como el conjunto de consecuencias y sensaciones físicas que desencadenan en nuestro cuerpo. De dónde provenga ese cóctel y porqué nos lo fabricamos a partir de una persona concreta y no de otra es harina de otro costal (éste sí, mucho más inmaterial, simbólico o abstracto). Pero desde las mariposas en el estómago hasta los vértigos ante meros recuerdos pasando por los vuelcos del corazón, los suspiros hiperventilados o las carnes deshaciéndose de placer o dolor son un fenómeno bien material, meras derivadas físicas de un proceso exclusivamente químico. Saberlo no le quita el más mínimo mérito al Sr. o Sra. que nos despierte este vendaval químico; sencillamente, nos vacuna contra papanateces dignas de diario de adolescentes… que fácilmente pueden volverse en nuestra contra cuando los amores se tuercen (mientras se mantengan bie rectos, ni caso). 2. El Amor NO es Dependencia. Algo de subordinación siempre conllevará, pues al amar profundamente sentimos que una parte de nuestra felicidad depende de la del ser amado. El tema estriba en ser conscientes de ello y luchar por poner límites aceptables, decorosos, íntegros y basados en el autorespeto. Si amamos febrilmente (como febrilmente recomiendo) a amantes o hijos y dejamos que todo el campo se convierta en orégano confundiremos amor con sumisión y necesidad… y acabaremos amando fatal (para el otro pero, sobre todo, para uno mismo). Lo contrario de la independencia (que desde el amor profundo no es ni posible ni recomendable) es la interdependencia de los amantes unidos por sus sentimientos, nunca la dependencia desvalida del que se subordina sumisamente a los humores y reacciones del otro. La emoción amor erótico conlleva una sensación de necesidad compulsiva de acercarnos y compartir nuestro tiempo con el ser amado. Con el amor ágape más intenso que se conoce (hijos, que de tan intenso puede activarnos como el erótico, de ahí que sea tan obsesivo y tan obnubilarador del sentido crítico como el amor erótico), la necesidad de proximidad física es idénticamente compulsiva. Sólo los diferencia que el objetivo pasa de la pulsión sexual al cuidado del otro. Por mucho que uno y otro amor difieran en sus objetivos, coinciden en todos y cada uno de sus peligros. 3. El Amor NO es un Burladero. Demasiado a menudo, convertimos al amor en la panacea de nuestras vidas más por lo que tapa que por lo que enseña, por los déficits que equilibra que por los superávits que aporta. El amor como camuflaje a existencias que sentimos sin demasiado sentido per se acostumbra a tener los días –y las alegrías- contadas. Las huidas hacia adelante serán siempre rápidas, pero casi nunca certeras en el rumbo. Y acostumbran a dejarnos perdidos y lejos de nosotros mismos. El amor es la mejor guinda, pero el peor bizcocho del pastel de nuestra vida, y a la hora de amar bien conviene diferenciar entre el amor que corona, como su cúpula más bella, un edificio bien construido… del que intenta apuntalar una arquitectura carcomida de aluminosis. Parece lo mismo, pero no tiene absolutamente nada que ver. Y el amor sano se puede parecer tanto al enfermo que necesita, para diferenciarse de él, de matices tan sutiles como éste. Porque este es el principal problema del amor enfermo, que se parece al sano como dos copos de nieve: tan diferentes al verlos al microscopio como idénticos a simple vista. Y reconocer el amor sano requiere de microscopios, no de vistazos a brocha gorda. 4. No es un cheque en blanco que justifique absolutamente nada. Como mucho, conocer la magnitud de un amor ayudará a comprender el contexto, pero no absuelve de responsabilidad alguna sobre las acciones que nos permitamos implementar con la excusa o acicate de la emoción del amor. Amar a una pareja desaforadamente explica el porqué de ciertas obsesiones monotemáticas o concesiones excesivas, pero no por ello dejaremos de flirtear con sus consecuencias (hartar a la pareja con nuestras demandas constantes y omnipresencia cansina, desdibujar nuestra identidad o apostatar de la propia libertad, etc.). Como padres, entender la desmesura del amor paterno-filial nos vacuna contra la descalificación, el juicio sumarísimo y la culpa, pero la inocencia no exime de cosechar lo que se siembra. Por mucho que el amor hipertrofiado ayude a explicar las dificultades de poner límites, contrariar a los hijos o disimular una cierta dependencia emocional de ellos (que no les conviene saber, pues les otorga un poder para el que no están preparados), ello no nos releva de nuestra obligación de hacerlo más allá de que nos haga felices o infelices. Porque cuidado: el amor puede convertirse con una facilidad pasmosa en la más egoísta de las formas de entrega. Tanto el Eros como el Ágape si es muy intenso. Uno y otro serán muy diferentes, pero su intensidad hace que los riesgos de dependencia, irresponsabilidad e incoherencia sean idénticos. 5. No es espontáneo, ni automático, ni impersonal . La emoción explosiva, corta y automática tal vez sí (que tampoco, pero aquí se puede aceptar pulpo como animal de compañía), pero el sentimiento amoroso es fruto de una serie de pensamientos, creencias y conexiones neuronales con recuerdos pasados, deseos y proyecciones futuras, experiencias anteriores, simbologías personales, valores individuales… que multiplican o dividen exponencialmente el impulso espontáneo del amor. En-amorarse: proceso por el que nos producimos amor por alguien. En este caso, el Castellano o el Catalán son lenguas más fidedignas que el Inglés o el francés (fall in love/ tomber amoreux: “caerse en el amor”) para describir con precisión el proceso mediante el que nos acabamos en-amorando (literalmente, construyendo internamente nuestra pasión por alguien). II. CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA DEL AMOR. EMOCIÓN: las cartas que nos han tocado… El brote espontáneo de la emoción acostumbra a tener que ver con uno o muchísimos de los siguientes aspectos: 1. Atractivo Físico: parámetros de belleza tanto de la época como los individuales. 2. Congruencia no verbal: coherencia y armonía entre paramensajes no verbales. Ese tan presuntamente etéreo buen/mal feeling no es más que la compatibilidad inconsciente de nuestra fisiología, tono de voz o gestualidad facial con la de otra persona. 3. Conexión física automática con momentos o personas del pasado. Muchos enamoramientos ocurren, curiosamente, en contextos simbólicamente parecidos, como viajando, viviendo fuera, según qué meses del año, etc. Y que pueden tener poco que ver con la persona concreta y mucho con nuestra predisposición inconsciente. 4. Momento Peliculero. ¿Qué es lo peor que le puede pasar a alguien con manía persecutoria? Claro, que lo persigan. Pues ese momento mágico de la primera impresión nos impresiona tanto, entre otras muchas razones… porque siempre hemos soñado con que sucediera, o añoramos de por vida cuando lo ha hecho. Y nada es más fácil de ver que lo que se está deseando hacer. … Y SENTIMIENTO: cómo y para qué las jugamos Tras la emoción, el en-amorado elabora cognitivamente sus sensaciones hasta convertirlas en el producto de su pasión que llamamos amor pasional. ¿Con qué ingredientes lo cocinamos? Entre otros, con: 1. Magnificación masiva de aspectos positivos. Sobre identificar los reales, inferir los verosímiles. Y porqué no: hasta inventarse abiertamente los menos probables en intrincadas elaboraciones simbólicas, inferencias obvias o cogidas con pinzas que, curiosamente, acaban probándonos lo que estábamos deseando crear como objetivamente cierto. 2. Minimización masiva de aspectos negativos. O no los vemos o contextualizamos o incluso convertimos en virtudes o atractivos. Los defectos del amado son como los pedos o los hijos: los de los demás molestan, pero los propios hasta nos hacen gracia… 3. Proyecciones futuras positivas (Piscinas de perfume y mierda). Inferencias eufóricas para regalarnos compulsivamente con todo lo bueno que –bola de cristal infalible en mano- ya sabemos con certeza absoluta que va a llegar de la mano del /la superhéroe en que poco a poco vamos convirtiendo al ser amado. Acostumbra a ir acompañado de un regodeo compulsivo en el maravilloso futuro –que, por supuesto, ya está escrito con total seguridad- al lado de esa persona. 4. Proyecciones presentes en primera persona: deseos propios proyectados como atributos inherentes, únicos y fascinantes del otro. Con qué facilidad los amados, al principio, encajan exactamente en nuestras carencias y con qué exactitud encarnan lo que siempre necesitamos. ¡Curioso!… hasta la sospecha. 5. Proyecciones presentes en tercera persona. ¿Y lo que nos gusta vernos viéndonos? ¿Y la gula con qué paladeamos la imagen que nos inventamos que los demás tendrán de nosotros al sabernos al lado de según qué dioses o diosas –que ya nos hemos encargado nosotros de canonizar previamente, claro-? Y es que el Otro nos puede llegar a quedar tan bien al lado… Desde los momentos de euforia del amor pasional, qué sencillo y obvio inventarnos admiraciones y envidias ajenas, y cómo ayuda todo este sainete ególatra a continuar construyendo el amor. 6. Espejito mágico. No hay mejor doping a la autoestima que sentir la admiración de quienes admiramos, la idolatría de los que idolatramos, la entrega de a quién nos entregamos. No hay mayor chuta de endorfinas en vena que el sentir que nos idealiza quien nosotros, previamente, ya nos hemos encargado de idealizar –y olvidar o no darnos cuenta que hemos idealizado nosotros, claro, que lo suyo es que parezca que la persona ES una diosa, no que yo la he divinizado-. ¿Nos enganchamos a la persona… o a las sensaciones paradisiacas que sentimos –o esperamos llegar a sentir- a partir de ella? Pregunta tal vez incómoda, no sé si pertinente… pero seguro que interesantísima a los que se atrevan a planteársela sin amañar la respuesta a priori. III. TRAMPAS AL SOLITARIO… para ganar la partida. Así, sabiendo que… a) El amor no es más que otro de los millones de sustancias químicas que nuestra biología produce para el funcionamiento de nuestro organismo y la preparación de cuerpo y cerebro para implementar acciones adaptativas (en el caso del amor, reproducción, cuidado de la prole, fortalecer relaciones de manada). b) Las endorfinas que produce el amor no son más que el chantaje bioquímico del instinto para ponernos al servicio de la propagación de los genes mediante la reproducción sexual y el cuidado compulsivo de los menores (en ambos casos, para prolongar nuestro legado genético). c) La construcción del amor es arbitraria, subjetiva, e individual, teniendo mucho más que ver con nuestra propia imaginación, necesidades y deseos que con la realidad objetiva del ser amado (“Beauty’s in the eyes of the beholder“, que diría Oscar Wilde). d) Nunca seremos más felices ni la vida tendrá mayor sentido y plenitud que cuando amamos profundamente a nuestros seres más amados. … Entonces, ¿Es el amor la más falsa de las verdades o la más cierta de las mentiras? Pues como siempre, dependiendo del contexto. Los procesos cognitivos que nos llevan a amar con una determinada intensidad y de una determinada manera (que se dan en nuestra mente, sean voluntarios o involuntarios, deseados o indeseados, conscientes o inconscientes… tampoco me doy cuenta del crecimiento del pelo, y no por ello deja de producirse) siempre serán creencias, y ya vimos que las creencias siempre y necesariamente son tan subjetivas y arbitrarias como legítimas (Si no lo creo, no lo veo). La utilidad de una creencia no se mide por su veracidad, sino por su utilidad, por lo que todo el conjunto de creencias que nos lleva a amar más o menos nunca serán válidas o inválidas per se, sino por el conjunto de emociones y acciones que provoquen. Y sus consecuencias prácticas en nuestra vida. Mientras mi relación sentimental y mi manera de relacionarme con la familia sea una fuente de placer, realización y satisfacción, el Amor siempre será la más cierta de las mentiras (y a disfrutar de sus maravillas, misterios, sorpresas, euforias, idealizaciones hiperbólicas y sobredosis de endorfinas). Por el contrario, si nuestras relaciones amorosas actuales juegan en contra y son fuente de conflicto, dolor y frustración, el Amor será la más falsa de las verdades (y a desenmascarar todos sus tripijuegos y trampitas químicas con las que nos obnubila el sentido común). Porque el amor, tanto como verdad más falsa como mentira más cierta, no es más que una herramienta al servicio de nuestra felicidad. No nosotros al suyo. Somos los protagonistas de nuestro amor, no sus víctimas sumisas que lo disfrutarán o sufrirán en función de los caprichos del azar y las conductas o preferencias ajenas. En fechas por determinar, os hablaré de cómo alimentar el amor pasional en momentos que sintamos que flaquea, pero que sigue mereciendo la pena vivir (se titulará Del Eros al Agape: el parejeo a largo plazo… o algo así). De momento, os espero en el próximo artículo Desamor: manual de instrucciones, donde os explicaré como entrenarnos para superar las rupturas sentimentales o los chantajes emocionales de familiares o amigos, ese momento en el que toca desenmascarar todas las sandeces culturales con que relacionamos el amor, y que tanto nos hacen sufrir cuando los amores se complican. Tus amores te pertenecen, no tú a ellos. Es cuestión de aprender a manejarlos. Te animo a que perseveres en ello.
En el último post analizamos una de las emociones más dolorosas y limitantes: el miedo (Perderle el Miedo al Miedo). En este me planteo analizar la que, probablemente sea la más fascinante del repertorio sentimental humano: la Vergüenza. Tan desagradable y limitante como el miedo, ¿Qué es realmente la vergüenza? ¿Cuándo resulta inteligente y adaptativo sentirla? ¿En qué situaciones será nuestra aliada, tanto individual como socialmente, y en cuáles nuestra peor enemiga? Y siendo una emoción que nos ata tan en corto, ¿Podemos aprender a aprovecharla? Si te interesa saberlo… I. RECONOCIENDO LA VERGÜENZA Como siempre, dejaré que el maestro Marina me preste su definición como primer esbozo de la Vergüenza: “Posibilidad o hecho que los demás contemplen alguna mala acción realizada por el sujeto, alguna falta o carencia, algo que debería permanecer oculto y provoca unas sensaciones desagradables acompañadas del deseo de huir o esconderse”. La finalidad evolutiva de la vergüenza es la de controlar las conductas de los miembros que componen un grupo. Para ello, la vergüenza activa un conjunto de sensaciones desagradables, de las cuales la más visible es el sonrojo. Como toda emoción, la vergüenza puede ser una emoción o un sentimiento. Aunque cognitivamente está emparentada con todo un conjunto de emociones similares (timidez, inseguridad, pudor, rubor, culpa), la vergüenza es, por su singularidad social y moral, la emoción más fácilmente reconocible y discernible del resto de emociones próximas. II. UTILIZAR Y COMPRENDER LA VERGÜENZA Sentimos vergüenza cuando creemos sufrir una pérdida de dignidad acarreada por la comisión de una acción indigna (moral y tabús sociales) o indecorosa (salubridad, sexo y genitales) que acarrea el menoscabo de la propia imagen a ojos del grupo social al que pertenecemos. La vergüenza prepara cuerpo y mente para lo más inteligente que podemos hacer cuando incurrimos en acciones insalubres o descalificantes: desaparecer, escondernos, evitar que nuestros congéneres sigan viéndonos en una situación que compromete nuestra posición en el grupo. Desde la vergüenza, sólo haremos una cosa bien: escondernos e intentar pasar desapercibidos. Recuerda el refrán que mejor resume la derivada conductual de la vergüenza: “Tierra… ¡Trágame!” Pero tan importante como conocer qué acciones facilita la vergüenza resulta saber las que dificulta o incluso impide. De Perogrullo: la vergüenza nos impide mostrarnos en público y, con el riego sanguíneo concentrado en la cara, pensar con un mínimo de claridad. Por lo tanto, la vergüenza dificulta –y mucho- cualquier conato de interacción social, desde hablar en público a salir a la calle pasando por entablar contacto visual o una conversación mínimamente coherente. ¿Nos suena la torpeza in crescendo de nuestras acciones a medida que nos damos cuenta de la vergüenza sentida? Cualquier película de Woody Allen, especialmente con él como actor, lo ilustra a la perfección. Vergüenza por tartamudear equivale a doble tartamudeo, ergo triple vergüenza… Bienvenidos al círculo vicioso de la vergüenza. Y esta es la clave para comprender la vergüenza: ser plenamente conscientes que es una emoción que atenta, precisamente, sobre esa reputación que querríamos salvaguardar. Qué putada: o aprendemos nosotros a manipular nuestra vergüenza… o ella ya se encargará de darnos forma a nosotros. Y no precisamente a nuestro favor. Para su comprensión práctica y su posterior gestión cognitiva, podemos definir la vergüenza como el miedo a ser descubierto implementando acciones indecorosas o insalubres (principalmente, relacionadas con higiene, genitales o sexo) que menoscabarán nuestra imagen pública y podrían acarrear la expulsión del grupo al que pertenecemos. De ahí la fuerza de las sensaciones desagradables que acarrea. Recuerda que el humano, como bicho gregario que es, siente un terror atávico ante la más mínima posibilidad de expulsión de la manada, pues durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva dicha expulsión dividía exponencialmente las posibilidades de devorar y multiplicaba las de ser devorado. Toda una sentencia de muerte que nuestro cerebro primitivo tiene siempre bien presente. Nosotros tal vez no vivamos ya en la sábana; él, sí. III. APRENDIENDO A GESTIONARLA Como con el resto de emociones, conocemos las tres herramientas que podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestras vergüenzas: FISIOLÓGICAMENTE Los patrones fisiológicos de la vergüenza, voluntariamente alterados, erradicarán o cambiarán su intensidad. a) RASGOS FACIALES Mejillas Tensas → Relajadas (sonrojamiento) Cejas Alzadas → Alisadas Ojos Abiertos → Entrecerrados Mirada Focalizada → Panorámica, desenfocada b) CORAZÓN Latido Rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo) c) RESPIRACIÓN Superficial, rápida, pectoral → Profunda, lenta, abdominal d) TENDENCIA CORPORAL Abajo, atrás, musculatura tensa → Arriba, adelante, musculatura laxa Sólo uno de los rasgos de la vergüenza es difícilmente gestionable desde la fisiología: el sonrojamiento de las mejillas, que sólo podrá aminorarse hasta desaparecer desde la modificación consciente y voluntaria del resto de patrones fisiológicos. A menos que dispongamos de un sistema de climatización subcutáneo, mejor nos concentramos en modificar nuestra respiración o tendencia corporal que en refrescar el ardor de los rubores faciales. Que cuanto más sintamos, más nos avergonzarán… PERCEPTIVAMENTE Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello. COGNITIVAMENTE Podemos incidir sobre las creencias y pensamientos que nos provocan vergüenza mediante un set de preguntas potenciadoras que nos empujarán a analizar la situación –presuntamente- vergonzante desde una perspectiva más elaborada, basándonos en más, mejor y más pertinente información que significaremos y evaluaremos desde criterios y baremos más inteligentes y realistas. Date cuenta y reflexiona críticamente sobre los paradigmas, creencias, inferencias e ideas desde los que estás analizando la situación que te provoca vergüenza. Hablar en público, no deslumbrar a alguien con nuestra pericia, labia, carisma o potencia física… ¿Hasta qué punto son actos indecorosos? ¿Es indigno haber hecho lo hecho / no saber hacer lo que me propone este reto? ¿Es algo insalubre, asqueroso, repugnante que pone en peligro la superviviencia del grupo? ¿Infringe esto un tabú social importante? ¿Acarrearía mi expulsión de la manada? ¿Tiene esto algo que ver con bacterias, suciedad, virus, genitales o sexualidad? Y en caso de hacerlo, ¿Me parece razonable este tabú o dogma social? ¿Tan importante es si te paras a pensarlo racionalmente? ¿En base a qué estoy obligado a ello y, de no hacerlo, mi dignidad se perderá irremediablemente? Y en última instancia: ¿Acaso se arreglaría huyendo y escondiéndome? Recuerda que, como todo sentimiento, la vergüenza no emana directamente del estímulo externo, sino de nuestra propia evaluación y significación del mismo. Y en mejorar su verosimilitud e inteligencia estriba nuestro margen de incidencia sobre cualquier emoción. No sé si mucho o poco, pero en cualquier caso todo el que disponemos. IV. DESDRAMATIZANDO LA VERGÜENZA: exageraciones más habituales… y utilidades más desaprovechadas De entre todas las emociones desagradables, la vergüenza es sin duda la más limitante socialmente. Por su propia utilidad: la finalidad de la vergüenza es precisamente la de controlar y contener las acciones o palabras socialmente catalogadas como indignas por la manada a la que pertenece el sujeto. Las sensaciones desagradables de la vergüenza desincentivan aquellas conductas que socavarían nuestra pertenencia al grupo y que, presuntamente, pondrían en peligro la salud o la necesaria cohesión del grupo. Como con cualquier otra emoción, la utilidad de la vergüenza estriba en la inteligencia con que la manejemos. ¿Recuerdas el caso del miedo o la ira? Tan desadaptativo resultaba sentir miedo constante por una plaga de termitas o una patera como no sentirlo al firmar algunas hipotecas o votar según que personajuchos. Pues con la vergüenza, igual: ¿En qué se parece tartamudear en una exposición oral a que se te vea un testículo? ¿Chapurrear el inglés con oler mal? ¿Excitación sexual con robar la carne de la presa cazada entre todos? Sentir vergüenza por robar, ensuciar lo público o romper tabús razonables no es sólo lo más ético, sino lo más adaptativo tanto para el individuo como para el grupo al que pertenece. ¿Pero en qué se parecen la mayoría de cosas que nos dan vergüenza a la insalubridad? Demasiado a menudo, lo único realmente vergonzante de la vergüenza no es lo que hacemos bien, mal o regular, sino la estupidez de las razones que nos llevan a sentirla. Y con la factura de ineficiencia extra que la vergüenza lastra… A nivel individual, en el 99% de los casos la vergüenza está totalmente infundada y resulta desadaptativa. Pero abre los ojos y mira la sociedad en la que vivimos y nuestra aportación personal a ella. Tasas de pobreza infantil pornográficas, repugnantes expolios de los recursos públicos, sucios mangoneos de plutócratas y parásitos de todo pelaje viviendo a costilla de nuestro esfuerzo diario, famoseo descerebrado soltando sandeces como panes en cuanto, por desgracia, abren la boca… ¿En serio no nos vendría bien un pelín más de vergüenza en todo aquello por lo que sentirla resultaría inteligente y adaptativo? ¿No convendría que todos nosotros, pero sobre todo según que impresentables, sintieran algo más de vergüenza mucho más a menudo? Me viene a la boca tal aluvión de nombres mediáticos que vendría tan bien que se escondieran un ratito, o como mínimo se callarán de tanto en tanto, o que al menos berrearan más flojito y con menos arrogancia…. Qué bueno sería que se dieran cuenta de lo indecoroso e impúdico de hablar alardeando de su ignorancia o actuar sin límite alguno a su insulsez pretenciosa, sin la más mínima conciencia de lo indigno de su ejemplo. Vale que muchos parlamentos, revistitas, asociaciones políticas y platós de televisión se quedarían irremediablemente vacíos, no digo que no… ¿Pero en serio perderíamos algo sustantivo si la vergüenza obligara a esconderse a según qué famosucho? Por muy claros que tenga los límites desadaptativos de la vergüenza infundada, no por ello dejaré de vindicar esa vergüenza que tan bien nos vendría que sintieran la pléyade de famosoides agarrulados que educan con su ejemplo a nuestros hijos. Y ya de paso: ¿No nos vendría bien sentir nosotros también un poquito de vergüenza al darnos cuenta de las conductas y valores que decidimos valorar en nuestros referentes mediáticos? ¿Qué acciones y principios premiamos y promovemos con nuestras audiencias televisivas y atención? ¿Qué encarnan los ídolos a los que otorgamos pátina de éxito, seguimos y envidiamos? Ahí lo dejo… a reflexionar en cuanto el calor nos devuelva el uso de los lóbulos frontales. La vergüenza no es una excepción: como el resto de emociones, es tan potenciadora si la utilizamos inteligentemente como limitante si ella nos utiliza a nosotros como mendrugos aborregados idolatrando mediocres. Qué maravilla de personas y sociedades construiríamos si aprendiéramos a sentir vergüenza cuando toca y dejar de sentirla cuando no. Sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Y con la sed atrasada que tengo…
Tras el mal amor (AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas), la Ira (El boomerang de la IRA) y la Tristeza (VINDICACIÓN DE LA TRISTEZA: preocuparse para ocuparse), el Miedo es probablemente la emoción dolorosa que más sufrimos a lo largo de nuestra existencia. Reales, tangibles, imaginados, abstractos… Por su frecuencia e intensidad, el miedo es una de esas emociones de cuyo manejo inteligente depende directamente la mayor parte de nuestra felicidad. ¿Qué es realmente el miedo? ¿Cuándo resulta inteligente sentirlo? ¿En qué situaciones será nuestro aliado más útil, y en cuáles nuestro peor enemigo? Y siendo una emoción tan visceral y arrolladora, ¿Podemos aprender a aprovecharla? Si te interesa saberlo… I. RECONOCIENDO EL MIEDO El maestro Marina atina a dibujarnos un primer borrador del miedo en su clarividente definición: “Percepción de un peligro o anticipación de un mal que excede la capacidad de control del individuo y que provoca sensaciones desagradables y deseos de huída”. Echando mano una vez más del termómetro emocional, el miedo se sitúa claramente en los dos cuadrantes definidos por sensaciones desagradables. Aunque dependiendo de su grado de intensidad lo hará en mayor o menor medida, el miedo siempre nos activa fisiológicamente, por lo que queda emparentado con emociones como la Ira, la Rabia o el Odio. Pero el miedo comporta una serie de diferencias que nos conviene tener bien presentes para reconocerlo con propiedad. La finalidad evolutiva del miedo no es otra que activar, con la rapidez que requiere cualquier peligro mortal, hasta el último músculo de nuestro cuerpo y acelerar el ritmo cardíaco y respiratorio, todo ello para llevar el oxígeno necesario a esos músculos (en especial, las extremidades) que nos catapultarán lejos de la fuente de peligro. Al mismo tiempo, nos hace abrir los ojos como platos (para recabar toda la información posible que nos permita prever la evolución del peligro y no se nos pase por alto ni el más mínimo detalle relevante) y muy a menudo abrir la boca (preparándonos para el grito de auxilio que todo animal gregario emite al sentirse amenazado). Como resultado, nuestra posición corporal se viene abajo y nos inclina el eje hacia atrás, todo ello para predisponer y preparar óptimamente nuestro cuerpo y mente para el curso de acción que el cerebro ha determinado como más adaptativo: huir de la fuente de peligro con la mayor celeridad posible. Aunque la complejidad del miedo puede llevarnos a otras dos posibles derivadas conductuales, como veremos más adelante. REPORT THIS AD Así, siempre que sintamos este conjunto de fisiologías y sensaciones estaremos sintiendo miedo o alguna de sus emociones hermanas: desde el asequible desasosiego hasta el intolerable terror, pasando por las intermedias temor, susto, pavor, pánico, horror… Por desgracia, la lista de emociones relacionadas con matices del miedo resulta extensísima. Y si disponemos de tantas palabras para ello, señal de que las creemos necesarias. Como los Inuit con el hielo: si se han inventado tantas palabras para definirlo en sus diferentes matices, es porque las necesitan. O les parece útil disponer de ellas. Como toda emoción, el miedo puede ser una emoción o un sentimiento, resultado tanto de una reacción directa como de una elaboración de otras emociones emparentadas. ¿Es miedo o intranquilidad lo que siento? ¿Se basa en el estímulo recibido, o en nuestra elaboración catastrofista de dicho estímulo? Recuerda la necesidad de propiedad en el diagnóstico para iniciar correctamente todo el proceso de gestión emocional. Y sin hilar fino ante estas preguntas, ni podremos plantearnos un diagnóstico mínimamente riguroso. II. UTILIZAR Y COMPRENDER EL MIEDO Sentimos miedo cuando creemos estar frente a una situación de peligro extremo, en la que nuestra supervivencia está en juego y ante la que no disponemos de recursos suficientes para afrontar con éxito. El miedo prepara cuerpo y mente para lo más inteligente que podemos hacer en este tipo de situaciones: huir despavoridos. Para facilitar al cuerpo para salir pitando, el miedo propicia el conjunto de cambios fisiológicos y perceptuales que acabamos de ver. El miedo es una emoción tan compleja e instintiva que no se limita a un solo curso de acción. Aunque principalmente el miedo nos predispone a la huida, también puede impelernos tanto a atacar (previa transformación del miedo en ira) como a la parálisis más absoluta. ¿Cuándo optará el cerebro por prepararnos para una u otra derivada conductual? Pues dependiendo del resultado de un cálculo (instintivo, apresurado y a brocha gorda) que las partes más primitivas del cerebro acometen en cuanto se sienten amenazadas: la correlación de fuerza y velocidad para con la fuente de peligro. Si, con toda la imperfección de la precipitación, el cerebro considera que somos más débiles o más rápidos, nos predispondrá a la huida; cuando crea que somos más fuertes o más lentos, transformará el miedo en una ira que nos impelerá a atacar. ¿Y qué ocurre cuándo considera que somos más lentos y más débiles? Optará por la única posibilidad de supervivencia ante una tal amenaza: paralizarnos para intentar pasar desapercibidos. Y, en este caso, puede ordenar también algo que nos hará menos apetecibles al olfato del depredador: liberar esfínteres. ¿De dónde creíais que venía la expresión “cagarse de miedo”?. Hasta un acto tan instintivo y automático –y embarazoso- como mearse o cagarse encima de puro terror tiene una utilidad evolutiva. Nada es gratuito en el mundo de las emociones, de ahí su maravillosa perfección. Pero tan importante como conocer qué acciones facilita el miedo resulta saber las que dificulta o incluso impide. El miedo, al desplazar el riego sanguíneo hacia las extremidades, sólo ofrece al cerebro el mínimo de riego sanguineo indispensable para las funciones más vitales y urgentes, por lo que la calidad del raciocinio se ve mermada ante cualquier situación significada como amenaza. Por lo tanto, el miedo inhabilita cualquier forma de pensamiento elaborado que no tenga que ver directamente con observar, analizar y huir del peligro. El miedo nos obsesiona focalizando los sentidos en todas aquellas informaciones relacionadas con la fuente de peligro, impidiéndonos atender a ningún otro dato que no esté directamente relacionado con él. Así prepara el miedo la mente para desatender cualquier información considerada irrelevante para la supervivencia inmediata. Y ante el altar de esa supervivencia no dudará en sacrificarlo todo, desde el pensamiento analítico y la empatía hasta cualquier sesudo principio moral por el que, en estados normales, intentemos regirnos. De ahí que no haya emoción que nos vuelva más primarios, egoístas, miopes y reactivos. Para su comprensión práctica, podemos definir el miedo como el producto de una información sensorial significada como peligro sustantivo para la supervivencia, y para el que no disponemos de recursos suficientes para superarlo. De entender el enfoque desde el que nuestro cerebro fabrica el miedo, estaremos en disposición de generar algunas preguntas útiles para gestionarlo con acierto. Y conviene hacerlo, pues una vez que un peligro nos coloca las gafas del miedo… todo nos parece terrorificamente amenazante. III. APRENDIENDO A GESTIONARLA Ya conocemos las tres herramientas que también podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestros miedos: 1. FISIOLÓGICAMENTE Los patrones fisiológicos del miedo, voluntariamente alterados, erradicarán o cambiarán su intensidad. a) RASGOS FACIALES Mejillas Tensas → Relajadas Cejas Alzadas → Alisadas Ojos Abiertos → Entrecerrados Mirada Focalizada → Panorámica, desenfocada b) CORAZÓN Latido Rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo) c) RESPIRACIÓN Superficial, rápida, pectoral → Profunda, lenta, abdominal d) TENDENCIA CORPORAL Abajo, atrás, musculatura tensa → Arriba, adelante, musculatura laxa El miedo, al contemplar una serie infinita de grados (de la intranquilidad al pánico; del desasosiego al terror) es una emoción especialmente manipulable desde la gestión fisiológica. Tal vez desde ella no lo arranquemos de raíz, pero las ventajas de satisfacción, inteligencia y bienestar de reducir el horror a mera inquietud son más que obvias. 2. PERCEPTIVAMENTE Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello. 3. COGNITIVAMENTE Podemos incidir sobre las creencias y pensamientos que nos provocan el miedo mediante un set de preguntas potenciadoras que nos empujarán a analizar el hecho aterrador desde una perspectiva más elaborada, basándonos en más, mejor y más pertinente información que significaremos y evaluaremos desde criterios y baremos más inteligentes y realistas. Date cuenta y reflexiona críticamente sobre los paradigmas, creencias, inferencias e ideas desde los que estás analizando esa situación que te provoca atemoriza. ¿Hasta qué punto es un peligro? ¿Tan sustantivo e importante? ¿Afecta directamente a tu supervivencia o a algún interés legítimo y tal vez importante, pero del que no depende tu vida entera? Y realmente, ¿No dispones de recursos para enfrentarlo? Y hasta en el caso de carecer de ellos, ¿Tan imposible resultaría adquirirlos o aprenderlos? Y en última instancia: Huir, cabrearme hasta la agresión o quedarme paralizado… ¿Solucionará o agravará el problema? Recuerda que, como todo sentimiento, el miedo no emana directamente del estímulo externo, sino de nuestra propia evaluación y significación del mismo. Y en mejorar la verosimilitud e inteligencia de las mismas estriba nuestro margen de incidencia sobre cualquier emoción. IV. EL MIEDO AL MIEDO: derivadas individuales y sociales De entre todas las emociones desagradables de sentir, el miedo es probablemente la más limitante de todas ellas. Como mayor enemigo del progreso, la innovación y la mejora, el miedo es el principal castrador de nuestros avances tanto individuales como sociales. En concreto, ¿Cómo acaba afectando el miedo a nuestras vidas ? A nivel individual, el miedo es el más terriblemente eficaz antídoto contra el cambio. Al enfrascarnos en un presente inmediato en el que sentimos que nos jugamos la supervivencia, el miedo nos impide siquiera plantearnos nuestro futuro. El miedo urge a protegernos y conservar la vida, nunca a mejorarla. La Ansiedad y la Angustia (que no son más que miedos anticipatorios ante peligros no reales) nos empuja a esa resignación que tanto ayuda (a tan alto precio) a soportar situaciones insoportables. El camino a la mejora lo marca la curiosidad, emoción que el miedo cercena de raíz. Desde el miedo nadie se aventura a salir de una zona de confort que, incluso ella, ya se nos antoja peligrosa, como para exponerse a nuevos territorios desconocidos. El miedo es la brida que frena nuestra tendencia natural a explorar más allá de los confines de lo conocido en busca de mejores entornos. En el plano social, el miedo es la herramienta perfecta para el control de la población. El miedo conlleva todos los ingredientes que precisan las estructuras de poder para dominar a sus súbditos: inmediatez, superficialidad, conclusiones a brocha gorda, supervivencia, egoísmo, miopía, pensamiento de ínfima calidad y nula profundidad. Por ello, el miedo resulta el arma favorita de las oligarquías económicas para imbecilizarnos y convencernos de que en según qué rediles sumisos estaremos más seguros. De no ser por el miedo a perder lo que tenemos, ¿De qué íbamos a permitir a un puñadito de plutócratas vivir a costilla de las mayorías? Sin miedo, pocos tragarían con levantase a las 6 de la mañana para, con sus impuestos y esfuerzos, crear unas instituciones que deberían estar al servicio de la mayoría que las paga, pero de las que según que parásitos se creen dueños y beneficiarios exclusivos por derecho divino. Si no se insuflara miedo a todas horas vía medios de comunicación (más interesados en vender que en informar), pocos consentiríamos la desfachatez de las élites parasitarias que tan horondamente se alimentan de nosotros. Y a quien le quede la más mínima duda al respecto, que le eche un ojo al destartaladamente lúcido Bowling for Colombine de Michael Moore. Pero el miedo tiene su utilidad y, como en el caso de la tristeza, no voy a dejar de vindicárselo: ojalá y sintiéramos más miedo ante peligros mucho más reales y de consecuencias más cotidianas que un atentado terrorista o un huracán. Consumos cotidianos de tabaco y alcohol, elección de según qué pájaros para que gestionen nuestro dinero, lobbies provocando guerras para vender sus armas, facturas de la luz o almacenes Castor… eso sí que son peligros tangibles y diarios que deberían aterrarnos (o cabrearnos como monas, vete tú a saber). El miedo no es una excepción: como el resto de emociones, es tan potenciador si lo utilizamos inteligentemente nosotros a él como limitante si él nos utiliza a nosotros. Una vez más, cuestión de aprender a manejarlo. En provecho propio y ajeno. Qué libres, eficientes y felices seríamos como individuos de aplicar al miedo los fundamentos más transformadores de la inteligencia emocional. Y en el plano social, qué peligrosos para la morralla extractiva que vive de nosotros. Supongo que es por ello por lo que hay tantas reticencias a enseñarla. En esa batalla estoy yo hasta las cejas. Para ganarla – o perderla algo menos- escribo este puñetero blog.
Ya hemos aprendido a gestionar las dos emociones básicas más explosivas del repertorio sentimental humano: la Ira (El boomerang de la IRA) y el Amor (AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, MÁSTILES III: El Amor según los demásDesamor: manual de instrucciones, DEL EROS AL ÁGAPE: el amor y el tiempo). Ahora es el turno de la Tristeza. Glosada por poetas y cantantes, analizada por filósofos y psicólogos y malinterpretada y rehuida por todos nosotros… ¿Qué es realmente la Tristeza? Está claro cómo nos complica la vida, pero… ¿Puede ayudarnos en algo? Una emoción tan dolorosa e incapacitante… ¿Puede resultar de alguna utilidad? ¿Qué ocurre, exactamente, para que acabemos sintiendo tristeza? Y lo crucial: ¿Podemos aprender a aprovecharla? Si te interesa saberlo…I. RECONOCIENDO LA TRISTEZA Una vez más, empecemos por la definición de José A. Marina en su Diccionario de Emociones: “Experiencia de la pérdida del objeto de nuestros deseos o proyectos. Desgracia o contrariedad que hacen imposible la realización de mis deseos y que provocan un sentimiento negativo, acompañado de deseo de alejarse, aislamiento y pasividad”. En el termómetro emocional, la tristeza se situaba en el cuadrante definido por unas sensaciones desagradables como la ira pero que, a diferencia de ésta, nos desactiva fisiológicamente drenando hasta la última gota de nuestra energía. La tristeza, como el Aburrimiento, la Abulia o la Desidia, es una emoción introvertida y pasiva que desincentiva nuestros deseos de actuar y hacer. En cuanto se produce, el aminoácido de la tristeza desactiva hasta el último músculo de nuestro cuerpo y desacelera ritmo cardiaco y respiratorio, todo ello para llevar el oxígeno necesario a un cerebro ya presto al análisis compulsivo de fallos, errores y disonancias. Al mismo tiempo, nos hace bajar y desenfocar la mirada (y así minimizar la información sensorial del exterior, para que no nos distraiga de nuestro reflexionar) y relaja todos nuestros músculos (incluidos los del cuello, de ahí el típico ademán de aguantarnos la frente). Como resultado, nuestra posición corporal se viene abajo y nos inclina el eje hacia atrás. Todo ello para predisponer y preparar óptimamente nuestro cuerpo y sobre todo mente para el curso de acción que el cerebro ha determinado como más adaptativo: analizar desde todas las perspectivas posibles los hechos que nos provocan pesar. Del ámbito de emociones como la Impotencia, Depresión, Frustración, Decepción, Aflicción, Pena, Dolor, Pesar, Melancolía, Abatimiento o Preocupación, la tristeza es inconfundible en grado extremo, pero puede resultar relativamente ambigua en cualquiera de sus formas intermedias de intensidad y displacer. ¿Es tristeza o es impotencia tras la rabia lo que siento? ¿O abatimiento, melancolía o una tranquilidad nada agradable? También conviene aprender a reconocer si la tristeza brota espontánea como una emoción directa o es un sentimiento que deriva de la elaboración de otras emociones (principalmente, la ira o el miedo sostenido al que ya nos hemos acostumbrado o el aburrimiento prolongado). De estos matices de reconocimiento, presuntamente insignificantes, dependerá la eficiencia final de su gestión. Recuerda que los diagnósticos, para marcar con acierto el tratamiento a seguir, han de ser precisos. II. UTILIZAR Y COMPRENDENDER LA TRISTEZA Estamos tristes cuando los resultados quedan por debajo de lo esperado. La tristeza prepara cuerpo y mente para lo más inteligente que podemos hacer cuando unos resultados no están a la altura de las expectativas albergadas: reflexionar hasta encontrar qué ha fallado. Para facilitar al cerebro su pensamiento crítico, la tristeza propicia todo un conjunto de cambios fisiológicos: desfocalizar la mirada y colapsar la atención en la fuente de la decepción (para así recabar información de hasta el detalle más nimio) y relajar al máximo los músculos para que, desganados y sin energía, no tengamos la más mínima posibilidad de distracción ni nos sintamos tentados por hacer absolutamente nada. Además, si estamos tristes es porque algo ha salido mal y no sabemos qué, por lo que lo más inteligente es no moverse de dónde estemos hasta saber en qué ni cómo erraba la brújula que debía guiarnos hasta nuestros anhelos. Si no tenemos claro hacia dónde ir, mejor quedarse en el punto de partida hasta que la reflexión nos permita descubrirlo. Moverse sin saber hacia dónde sólo sirve para perdernos aún más. La tristeza se encarga de quitarnos la fuerza para que nos quedemos quietecitos un rato. Pero tan importante como conocer qué acciones facilita cada emoción resulta saber las que dificulta. La tristeza, al activar las zonas del cerebro especializadas en encontrar errores, disonancias e incoherencias, lógicamente desconecta otras. Especialmente, aquellas relacionadas con la liberación de dopamina, serotonina y endorfinas (las droguitas placenteras que, de sentirlas, nos pondrían a dar saltos de alegría y desear comernos el mundo haciendo de todo). Por lo tanto, la tristeza inhabilita otras formas de pensamiento que no sean el crítico: la generación de soluciones, la ensoñación libre, la búsqueda de estímulos, etc. La tristeza nos obsesiona focalizando los sentidos en todas aquellas informaciones relacionadas con nuestra insatisfacción o pérdida, impidiéndonos atender a ninguna otra información que no esté directamente relacionada con ella. Así prepara la tristeza la mente para seguir fabricando más y más argumentos que refuercen su convicción de que todo es un desastre y debemos pararnos a reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. Cuanto más convencidos de la terrible pérdida, más tristeza; cuanta más tristeza, más predispuestos a seguir encontrándole fallos a todo. Un círculo vicioso y autoreferencial común a todas las emociones, sólo que ésta conlleva un dolor que puede desembocar en emociones todavía más desagradables e inhabilitantes, como la angustia, la ansiedad, el abatimiento o la depresión. Utilizar la tristeza conlleva entender cómo nos incapacita a nivel físico para emprender cualquier tipo de acción. Si algo caracteriza la tristeza, en mayor grado cuanto más profunda sea, es la absoluta desidia ante cualquier acción y el exceso de crítica ante cualquier posible solución. Desde la tristeza, como le encontramos fallos a todo, también se los encontramos a cualquier conato de solución o actividad (precisamente, ésas que podrían ayudar a cambiar lo que nos duele). Es por ello por lo que, una vez que cumpla su función analítica, debemos superarla, pues de quedarnos estancados en ella, amén de sufrir innecesariamente, nunca pondremos en acción las conclusiones extraídas desde la misma tristeza. No movernos de la tristeza nos impide pasar nunca de la pre-ocupación… a la ocupación (que para eso sirve la tristeza: para pensar antes de actuar, y actuar guiados por nuestras conclusiones). La tristeza no sólo es inevitable ante contratiempos dolorosos, es que resulta necesaria y hasta beneficiosa. Tan beneficiosa como estación de paso como perjudicial si la establecemos como domicilio permanente. Tanto ayuda la tristeza a descubrir lo que falla como dificulta el encontrarle solución. Tengamos todo esto en cuenta la próxima vez que, ante un ser querido muy triste, nos quejemos de su actitud derrotista, su testarudez por verlo todo negro o su poca colaboración a hacer aquello que le haría sentir mejor. Tal vez el problema no sea que él o ella estén tristes (ergo sin ganas de hacer nada y focalizados exclusivamente en su pena), sino que nosotros no les demos el derecho a seguirlo estando porque su dolor nos duele… a nosotros. Recordad que el amor y el altruismo son los disfraces más verosímiles y habituales del egocentrismo más egoísta. Para su comprensión práctica, podemos definir la tristeza como el producto de una información sensorial significada como la pérdida definitiva de algo importante o incluso crucial sin lo que nuestra vida perderá irremisiblemente la mayor parte de su calidad; resultados muy por debajo de las expectativas legítimas y razonables que esperábamos de una situación dada. Y claro: como toda definición, por muy válida que resulte, no deja de ser inefablemente subjetiva y arbitraria (ergo opinable y matizable). De ello se ocuparán las técnicas de gestión cognitivas que acabaremos viendo a continuación. III. APRENDIENDO A GESTIONARLA Ya conocemos las tres herramientas que también podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestra tristeza: FISIOLÓGICAMENTE Los patrones fisiológicos de la tristeza, voluntariamente alterados, erradicarán o cambiarán la intensidad de nuestra tristeza a) RASGOS FACIALES Mejillas Relajadas → Tensas Cejas Alisadas → Alzadas Ojos entrecerrados → Abiertos Mirada desenfocada → Focalizada b) CORAZÓN Latido Lento y rítmico → Rápido e irregular (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo) c) RESPIRACIÓN Profunda, lenta, abdominal → Superficial, rápida, pectoral d) TENDENCIA CORPORAL Abajo, atrás, musculatura laxa → Arriba, adelante, musculatura tensa De todas maneras, la tristeza es la emoción más fácilmente tratable desde la fisiología. Si en vez de quebrarte la cabeza intentando impostar todas estas posturas y rasgos quieres algo que las active todas de golpe, hazte un favor: lánzate como un poseso a cualquier tipo de ejercicio físico aeróbico. Correr, saltar, nadar, ir en bici te obligarán a adoptar unos rasgos faciales, ritmos cardiacos y respiratorios y tendencias corporales absolutamente incompatibles con la tristeza. Y así de paso, y gracias a plantarle cara a la tristeza, te pones en forma y hecho todo un pimpollete. Como ya dije en alguno otro post, la mierda en su lugar adecuado se llama estiércol, y resulta de lo más fértil como abono. 2. PERCEPTIVAMENTE Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia (que en el caso de la tristeza, tendrán que ver exclusivamente con derrotas, augurios terribles e impotencias eternas). Conviene prestar especial atención a los suprasentidos: atención, recuerdo e imaginación. Desde la tristeza sólo se activarán para rememorar problemas irresolubles, conclusiones apocalípticas y fracasos anteriores que la imaginación magnificará y extrapolará a todo futuro probable. COGNITIVAMENTE Podemos incidir sobre las creencias y pensamientos que nos provocan la tristeza a base de reencuadrar los hechos de los que, presuntamente, emana esa tristeza sentida. Date cuenta y reflexiona críticamente sobre los paradigmas, creencias, inferencias e ideas desde los que estamos analizando esa situación que tanto nos apena. ¿Realmente, es una pérdida total? ¿Y de algo insoslayablemente crucial, clave para mi vida entera? ¿El problema son resultados cortos… o expectativas irreales o excesivas? ¿O la expectativa era realista… pero no el periodo de tiempo que le otorgué para satisfacerla? Y lo más importante: ¿Podría vivir sin ese resultado, o su falta es causa de tragedia inmediata, eterna e irreversible. IV. VINDICACIÓN DE LA TRISTEZA La tristeza es una de las emociones con peor prensa, y supongo que es por ello por lo que a mí me cae tan bien. No sólo porque le reconozco su utilidad para la reflexión crítica, sino porque se me antoja lo contrario de esta sociedad de sonrisas como muecas obligatorias en la que estar siempre contento parece un deber, aún a costa de volvernos mongoloidemente superficiales. La anatemización radical de la tristeza, del esfuerzo placentero, del dolor creativo y de las derrotas puntuales (necesarias al salir de las zonas de confort) es uno de tantos indicadores de que, como sociedad, cada vez somos más mojigatos, desidiosos y apocadamente alérgicos a no tenerlo todo siempre y sin pagar precio alguno por ello. Vaya, la idiotez pusilánime en persona: esa con la que estamos masacrando la resiliencia y madurez de nuestros niños y adolescentes actuales a base de sobremimos castrantes. Hoy se considera la tristeza como el signo de Caín, como la letra escarlata que nos delata como perdedores con los que nos aterra que nos puedan confundir ojos ajenos o propios. Los ribetes más inconsecuentes de las peores caricaturas del pensamiento positivo van construyendo una sociedad imbecilizada de bobos acríticos a los que todo les parece aceptable a la larga y que huyen como de la peste de cualquier incomodidad, conflicto o insatisfacción que pudiera hacernos sentir puntualmente tristes o meramente contrariados. Pero huir compulsivamente del menor atisbo de incomodidad no permite eliminar las dificultades de la existencia, sino que provoca que éstas nos pillen desentrenados cuando la vida nos plante frente a ellas. Y no lo dudes: tarde o temprano, lo hará. Siempre lo está haciendo, si nos atrevemos a darnos cuenta. Ya no soy el idólatra de la martirología que reconozco haber sido en mi pubertad y postadolescencia. Pasé demasiado tiempo venerando sentencias como “El dolor es el megáfono de dios para despertar nuestras conciencias dormidas” (C.S. Lewis) y otras muchas zarandajas auto flagelantes por el estilo (de ese yo me río en ARQUITECTURAS DE LA DEPRESIÓN I: la profesionalización de la amargura, ARQUITECTURAS DE LA DEPRESIÓN II: cultivando el resentimiento y la resignación, ARQUITECTURAS DE LA DEPRESIÓN III: últimas guindillas para el pastel más amargo), Pero aunque ya no lo hago, no por ello dejo de verle a la tristeza las virtudes que puede tener: desarrollo de la compasión, la empatía y la reflexión crítica. Las tres conductas más necesarias para toda sociedad… y las más ausentes de la actual. Así nos va. La tristeza bien utilizada es la mejor materia prima para construirnos como personas más profundas, críticas y empáticas con el dolor y las injusticias ajenas (que son muchas… y muy insultantes). Como el resto de las emociones, el reto para con la tristeza es que aprendamos a utilizarla nosotros a ella, no ella a nosotros. A eso pretendía dedicarse este artículo.
Una vez más, las preguntas de Jordi Milián en su Via Directa me han guiado a través de los vericuetos más insospechados de mis propios artículos. En esta ocasión, Jordi me ha obligado a reflexionar en voz alta más allá de lo ya explicado en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana sobre la naturaleza, potenciales y amenazas de los complejos procesos emocionales del ser humano ¿Qué es una emoción? ¿En qué se diferencia de un sentimiento? ¿Las emociones nos ayudan o nos dificultan la vida? Si te interesa saberlo… http://www.radiosantandreu.com/espai-coaching-emocions-son-aliades-enemigues/
En los últimos posts, hemos hablado sobre que es la inteligencia emocional, las emociones y los sentimientos (Las emociones: ¿Aliados o enemigos?, ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana, LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES). Y justo en el inmediatamente anterior (Transformando nuestras emociones: del control al reciclaje), de las diferentes técnicas para acabar gestionando los unos y las otras. Ahora toca aplicar las cuatro habilidades de la inteligencia emocional (Reconocer, Utilizar, Comprender y Gestionar: RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje, DESCONEXIÓN EMOCIONAL: razones, sinrazones… y precios, Utilizar y Conocer tus emociones) a cada una de las ocho emociones universales que, a caballo de las teorías de Paul Ekman y Daniel Goleman, son la base del resto de nuestro inabarcable repertorio emocional. Hace meses ya analizamos en profundidad una de ellas: el Amor (AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas, AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, MÁSTILES III: El Amor según los demásDesamor: manual de instrucciones, DEL EROS AL ÁGAPE: el amor y el tiempo). Nos quedan la tristeza, el miedo, la vergüenza, la Aversión, la Sorpresa, la Alegría y la Ira. Y por esta última empezaremos. ¿Qué es realmente la Ira? ¿En qué nos ayuda y en qué nos complica la vida? ¿Para qué sirve y para qué no? ¿Cómo nos la fabricamos? Y lo más importante: ¿Podemos aprender a gestionarla? Si te interesa saberlo… 1. RECONOCIENDO LA IRA Mi idolatrado J.A. Marina define la Ira en su Diccionario de Emociones como la “percepción de un obstáculo, una ofensa o una amenaza que dificultan el desarrollo de una acción o la consecución de los deseos y provoca un sentimiento de irritación, acompañado de un movimiento contra el causante y el deseo de apartarlo y destruirlo”. Si recuerdas el termómetro emocional y sus cuatro cuadrantes, la ira se situaba en el que se definía por unas sensaciones desagradables que nos activaban fisiológicamente movilizando todas nuestras energías. La ira, como el odio, el resentimiento o la rabia, es una emoción extrovertida, activa y agresiva que activa nuestros mecanismos de defensa más ancestrales. En cuanto campa a sus anchas por nuestro torrente sanguíneo la ira activa hasta el último rincón de nuestro cuerpo, acelerando el ritmo cardiaco y respiratorio para llevar el oxígeno necesario a unos músculos ya tensos y prestos a la acción explosiva e inmediata. Al mismo tiempo, nos hace fruncir el ceño y mejillas para achinar los ojos (y así focalizar la mirada monopolizándola con la fuente del agravio) y abrir la boca (para intimidar enseñando los dientes y chillando). Como resultado, nuestra posición corporal se yergue viniéndose arriba y volcando nuestro eje hacia adelante. Todo ello para predisponer y preparar óptimamente nuestro cuerpo y mente para el curso de acción que el cerebro ha determinado como más adaptativo (el ataque). La ira moviliza hasta la última de nuestras reservas de energía con el fin de lanzarnos contra el objeto a eliminar o reducir. Así, siempre que sintamos este conjunto de fisiologías y sensaciones estaremos en estado de ira o alguna de sus hermanas o primas que podremos trabajar con las mismas herramientas (rabia, cólera, rencor, furia, indignación, resentimiento, irritabilidad, odio, enojo, etc.). La ira, al ser una emoción explosiva por su alta carga energizante, resulta relativamente sencilla de reconocer fisiológicamente. Pero ojo, que también puede confundirse fácilmente con algunas otras emociones (la euforia o el miedo) que requerirán, como veremos en próximos post, de tratamientos diferentes para ser efectivos. También conviene aprender a reconocer si la ira brota espontánea como una emoción directa o es un sentimiento que deriva de la elaboración de otras emociones (principalmente, el miedo y las diferentes formas de tristeza pueden fácilmente desembocar en ella). Pero las dificultades de reciclaje de la ira no derivan de su reconocimiento, sino principalmente de su comprensión y gestión. Y en menor medida de su utilización. 2. UTILIZAR Y COMPRENDENDER LA IRA Ya lo sabemos: la ira sirve para preparar cuerpo y mente para activarnos óptimamente en pos de un ataque que creemos que salvaguardará nuestra integridad física, moral o emocional. Para facilitar este curso de acción la ira, a su vez, facilita todo un conjunto de cambios fisiológicos: focalizar la mirada, colapsar la atención en la fuente de agravio y tensar al máximo los músculos (principalmente, las extremidades). Pero tan importante como conocer que acciones facilita cada emoción resulta saber que acciones dificulta. La ira, al escatimarle oxígeno al cerebro al desviar la sangre hacia las extremidades, dificulta enormemente el razonamiento, las habilidades comunicativas y la empatía. Desde la ira el otro es un enemigo, demonizado hasta la caricatura, al que destruir (y para qué empatizar con lo que se quiere eliminar). La ira es una de las emociones más obsesivas, ya que la focalización de los sentidos en la afrenta impide atender a ninguna otra información que no esté directamente relacionada con ella. Así prepara la ira a la mente para seguir fabricando más y más argumentos que refuercen su determinación de demonizar al otro y atacar. Cuanto más convencidos de la amenaza injusta recibida, más ira; cuanta más ira, mejor preparados para atacar. Así se activa y retroalimenta el círculo vicioso y autoreferencial de la ira. Igual que el de cualquier otra emoción. Amén del físico, fijaos en el panorama de la ira: reduce la información a aquella que corrobore el agravio sufrido e hiperactiva las áreas del cerebro especializadas en detectar peligros y agravios. Con la mirada afilada, el cerebro neurótico y los músculos crispados… ¿Qué haremos, ponernos a hacer ganchillo? Evidentemente, estar predispuesto a soltar hostias como panes. Con el martillo de la ira en la mano, absolutamente todo nos parecerá un clavo. Cualquier contratiempo, por muy insignificante que pudiera ser en otro momento, desde la ira nos enervará; toda mirada será desconfiada, todo descuido ajeno un insulto personal. Desde la ira, la vida, los demás y el planeta tierra en su conjunto sólo tienen un cometido: tocarnos las narices. Y de una manera tan inaceptable que, obviamente, requiere de un ataque para vengar las afrentas que se sucederán una tras otra. Tengámoslo en cuenta la próxima vez que entremos a casa enrabiados desde el trabajo (o viceversa): tal vez no sean los agravios los que provoquen nuestra ira, sino nuestra ira… los agravios. Para su comprensión práctica, podemos definir la ira como el producto de una información sensorial significada como una ofensa e injusticia; un obstáculo inmerecido e ilegítimo ante objetivos importantes que requieren para su solución de respuestas agresivas, enérgicas y urgentes. De desafiar esta definición podremos generar los reencuadres cognitivos que os expondré a continuación para gestionar la ira. 3. APRENDIENDO A GESTIONARLA Tres son las herramientas que podemos utilizar para incidir conscientemente sobre nuestros ataques de ira: FISIOLÓGICAMENTE Si conocemos los patrones fisiológicos de la ira, confabularnos para alterarlos voluntariamente cambiará su intensidad a) RASGOS FACIALES Mejillas tensas → Relajadas Ceño fruncido → Alisado Boca abierta → Entreabierta Mandíbulas apretadas → Sueltas b) CORAZÓN Latido rápido e irregular → Lento y rítmico (concentración en su latir, su sonido; sin juzgarlo ni evaluarlo) c) RESPIRACIÓN Superficial, rápida, pectoral →Profunda, lenta, abdominal d) TENDENCIA CORPORAL Arriba, adelante, musculatura tensa → Abajo, atrás, musculatura laxa PERCEPTIVAMENTE Toma de conciencia de qué porciones de información sensorial (imágenes, sonidos, olores) están llegando a la conciencia. Conviene prestar especial atención a los suprasentidos (atención, recuerdo, imaginación). Todo ello sin juzgarlo ni refutarlo ni elaborarlo en sesudas explicaciones: sencillamente, prestándole atención y tomando conciencia de ello. COGNITIVAMENTE Date cuenta y reflexiona críticamente desde qué paradigmas, creencias, inferencias e ideas estás analizando esa situación que te provoca tanta ira. ¿Realmente, es una ofensa… o insulta quién puede y no quien quiere? ¿Es injusto… o meramente indeseado para mis intereses? ¿Injusto…según qué? ¿Realmente, es un obstáculo que no podemos soslayar? ¿Y el objetivo en el que se interpone es verdaderamente prioritario e importante? Y lo más importante: ¿De verdad que lo más útil para arreglarlo es a hostias o bufidos? Una vez cuestionado todo esto, permítete un último repaso con algunas preguntas más: ¿Cuál es la verdadera gravedad de las consecuencias de este hecho? ¿Qué es factible que consiga al atacar? ¿Qué pretendo conseguir o probarme? ¿Merece la pena el beneficio por el precio a asumir? 4. EL PRECIO DE LA IRA Relacional y personalmente, como ya vimos, las emociones son gafas que seleccionan y distorsionan las percepciones y sesgan nuestra predisposición a evaluarlas y significarlas. En el caso de la ira, convirtiendo a los demás en enemigos compulsivos y a nosotros mismos en neuróticos egocéntricos convencidos de que el planeta en su conjunto no gira más que para molestarnos intencionadamente. Como toda emoción, la ira no siempre es negativa y cumple su función adaptativa. ¿Cuándo es inteligente? Cada vez que te encuentres ante un peligro mortal que se tenga que solucionar a hostiazo limpio (físico, verbal o emocional), la ira será la emoción más potenciadora que puedas sentir. Siempre que no… la ira jugará en contra no sólo de tu placer y calidad de vida, sino de tu eficiencia a la hora de conseguir lo que te propongas. Y no sé tú, pero la mayoría de las veces que me muestro iracundo no estuve en peligro mortal, sino que me cabreé como una mona por presuntos agravios simbólicos o temas que, a la larga, no hubieran tenido gran importancia. O como mínimo, frente a los que de nada servía liarme a tortazos. También la ira puede resultar útil para movilizarnos, sacándonos de la apatía, la resignación o el derrotismo con su chuta de rabia y adrenalina. Su fuerza, energía y determinación nos puede servir como la primera del coche, para arrancarnos de la inmovilidad, pero ni intentes recorrer todo el camino en esa marcha. O empiezas a meter las marchas largas de la ilusión y la motivación, o te quedarás a medio camino con el motor reventado, las ruedas deshechas y el depósito más que vacío. Prueba a recorrer 10 km con el coche en primera y comprobarás los efectos de la ira a largo plazo como única marcha de tu motor. Pero lo peor de la ira no es el malestar que conlleva ni los conflictos que crea o encona, sino los efectos nocivos que acarrea sobre tu propia salud. Estrés que provoca cortisol que no evacuamos (Porqué las cebras no tienen úlceras de estómago), ritmo cardíaco acelerado e irregular, taquicardias o infartos, úlceras de estómago, órganos pobremente oxigenados por la sangre, digestiones pésimas. Aprender a gestionar la ira no es una mera cuestión de ser más eficiente y vivir mejor hoy, sino de mimar o minar tu salud de mañana. Cada vez que te enfades profundamente frente a una pantalla de ordenador, encerrado en un coche o sentado en una conversación, estarás añadiendo un granito de arena a infinidad de patologías. Que no sufrirá el objeto de tus iras… sino tú mismo. La ira es como piedra atada a una cuerda elástica: no sé si le atizarás al que se la lances, ni si de hacerlo te resultará de la más mínima utilidad. Eso sí: regresará hacia ti y, de retrueque, te atizará seguro. Como mínimo, a tu bienestar y eficiencia a la corta y a tu salud a la larga. La ira sirve para atacar, pero la mayoría de las veces es ella quien nos acaba atacando a nosotros. Llámame raro, pero no acabo de verle el qué a esto de pegarle un puñetazo a alguien y que me salga a mí el morado. Y en la mayoría de los casos, es lo único para lo que la ira acaba sirviendo.
En RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje y DESCONEXIÓN EMOCIONAL: razones, sinrazones… y precios., aprendimos a llamar las emociones por su nombre y a clasificarlas en función del bienestar y la energía que producen (y porqué hacerlo cuesta mucho más de lo que parecería a simple vista). En Utilizar y Conocer tus emociones, a qué acciones y pensamientos nos predisponen y cómo nos las fabricamos cognitivamente. Ahora ya estamos en disposición de aprender a usar las herramientas concretas que nos permitirán deshacernos –o reducir- las emociones más limitantes y crearnos o ampliar aquellas más potenciadoras para nuestro bienestar, eficiencia y felicidad propia y ajena. Pero, ¿En qué consiste, exactamente, esto de gestionar las emociones? ¿Qué nos permitirá conseguir… y qué no? ¿A través de qué herramientas podemos darle la forma deseada a nuestros estados emocionales? Si te interesa saberlo… GESTIONAR: de controlar a reciclar Aprender a gestionar nuestras emociones consiste en dotarnos de un conjunto de técnicas y herramientas que nos permitirá transformar las más desagradables y limitantes en aquellas más placenteras y potenciadoras de nuestras conductas y talentos. ¿Se pueden controlar las emociones? A menudo, esta pregunta despierta suspicacias, dudas y reticencias. Como siempre, entender el meollo de la gestión emocional precisa de hilar fino y tomarse la molestia de clarificar cuatro cositas clave para su comprensión más allá de la confusión del topicazo superficial: 1) EMOCIÓN o SENTIMIENTO. Como ya vimos en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana., la mayoría de emociones son demasiado rápidas y primarias como para tener un dominio absoluto y automática sobre ellas. También sabemos que los sentimientos son la elaboración racional, consciente y voluntaria de las emociones, por lo que desde ellos tendremos todos los recursos –de aprenderlos, claro- para incidir en nuestros estados emocionales. Recuerda: nadie es culpable de las emociones que sienta a bote pronto y fruto de mil automatismos más allá de nuestra incidencia directa, pero sí responsable de darles la forma sentimental que considere más inteligente, sana y conveniente para uno mismo y para los suyos. Sobre las emociones, poca incidencia a la corta; sobre los sentimientos, toda la que aprendamos a ejercer a la larga. 2) RECICLAJE. Más que de control, me gusta hablar de Reciclaje emocional. Análogamente a cualquier producto de desecho, el reciclaje no sólo permite neutralizar el potencial dañino de los materiales contaminantes si se tiran de cualquier manera en cualquier sitio, sino que nos permite convertirlo en algo intrínsecamente beneficioso al evitar tener que producir uno nuevo. Igual que el plástico, el cristal, la basura orgánica o el papel una vez usado, todas las emociones (incluso las menos agradables) nos aportan una energía valiosísima de la que no tenemos porqué prescindir. Es cuestión de aprender a aprovecharla, y aprovecharla conlleva, como con el reciclaje, un tiempito y esfuerzo para aprender a identificar, utilizar y separar los diferentes materiales a reciclar. Claro que es más cómodo tirarlo todo junto y deshacernos de ello de cualquier manera, pero… ¿Mejor? ¿Más ecológico? ¿Más responsable y respetuoso con uno mismo y los demás? Por supuesto que no. 3) PROGRESIVIDAD DEL APRENDIZAJE. La Gestión Emocional no es más que una habilidad o competencia personal que, como cualquier otra (desde hablar inglés hasta bailar salsa pasando por hacer calceta o conducir), precisa para dar sus frutos de aprendizaje y práctica reiterada hasta su automatización. Por desgracia –o por suerte-, no es ni una pastilla ni una varita mágica. Mucho más eficiente y humilde: la gestión Emocional nos permite ir aprendiendo progresivamente a matizar nuestras emociones, minimizando poco a poco las más desadaptativas y maximizando las más deseables. Y como todo aprendizaje, no es cuestión de absolutos: de la misma manera que no sabemos hablar inglés un día pero al siguiente sí, el aprendizaje de la gestión de nuestras emociones es una cuestión gradual. Entre el negro del descontrol más descerebradamente impulsivo y el blanco de un autocontrol perfecto y absoluto se extiende el gris humilde de la gestión emocional. Aplicar las técnicas que os propondré a continuación no nos convertirá automáticamente en el Dalai Lama ni nos permitirá acceder a capricho a los sentimientos deseados, como si nuestro cerebro límbico fuera una máquina expendedora de emociones que, para conseguirlas, sólo tengamos que introducir una moneda y apretar un botón. Eso sí: nos permitirá disminuir la frecuencia, la intensidad y la duración de las emociones más contraproducentes y aumentar la de las emociones más convenientes (desde El Yoga de la superación cotidiana, ya conocemos los ingredientes indispensables de todo aprendizaje: Paciencia, constancia y humildad) TRANSFORMACIÓN EMOCIONAL: Técnicas de Gestión FISIOLÓGICAS Como también sabemos, la primera consecuencia de las emociones es un cambio casi inmediato de nuestra fisiología que prepara el cuerpo para las conductas con las que el cerebro haya considerado más oportuno afrontar las demandas del contexto exterior. Como veremos en los próximos post, cada emoción conlleva una fisiología asociada que podremos utilizar conscientemente a nuestro favor. ¿Cómo gestionar una emoción desde nuestro cuerpo? Muy sencillo: copiando la fisiología de la emoción que querríamos sentir. Si pretendes desactivar los ribetes más explosivos de la ira, atemperar el desánimo de la tristeza o adecentar la bobería más acrítica del amor erótico, copia y adopta lo siguientes patrones de emociones como la tranquilidad, la satisfacción o la indiferencia: RESPIRACIÓN: Rápida o lenta, superficial o pectoral, profunda o abdominal, cada emoción tiene su propio patrón. De copiarlo, nos ayudará a gatillar la emoción acorde a ese patrón. EXPRESIÓN FACIAL. Mirada (focalizada o panorámica); Boca (abierta o cerrada); Labios (sonrientes o hacia abajo); Tensión de las maejillas, Apertura ocular… cualquiera de estos cambios incide en la emoción sentida. ACTIVACIÓN MUSCULAR. Grado de tensión o relajación del tono de todos los músculos de nuestro cuerpo, en especial los de las extremidades POSICIÓN CORPORAL. Hacia adelante o hacia a tras, hacia abajo o hacia arriba En esos próximos post ya prometidos analizaremos una por una la fisiología de cada una de las emociones básicas y aprenderemos a gestionarlas todas ellas. Pero de momento, párate a pensarlo: todas las religiones, escuelas de pensamiento y colectivos sociales tienen sus propios rituales en los que adoptan una fisiología característica. Judíos frente al muro de las lamentaciones oscilando adelante y atrás para entrar en trance y colapsar su atención en el momento; la plegaria musulmana de sumisión a los preceptos libremente aceptados; la posición de meditación budista facilitando la introspección; el rezo cristiano de rodillas y mirando al suelo para analizar las propias culpas; la posición de firmes del ejército (yo es tensar músculos, sacar pecho, focalizar la mirada hacia arriba y fruncir el ceño… y es que me vienen unas ganas de invadir Polonia…). Todos ellos con una idéntica finalidad: que esa fisiología concreta ayude a gatillar inconscientemente la serie de emociones que buscan provocar. La gestión fisiológica de las emociones funciona por tres razones principales a) Per se, por efectos bioquímicos directos más allá de la consciencia y la razón. Cambiar la fisiología incide en la bioquímica de la que se componen nuestras emociones. Y cambiarle cualquier ingrediente a una receta cambia necesariamente el sabor final de todo plato. b) Al trasladar la atención al cuerpo, dejamos de pensar obsesivamente de la manera que lo hacíamos para provocarnos dicha emoción. Con la fisiología tal vez no apaguemos el fuego, pero si dejamos de echarle nueva leña, el fuego se irá consumiendo en su propia combustión y acabará por apagarse. c) Cuerpo y mente forman un bucle informativo de doble dirección: Al principio, el pensamiento activa una emoción que modifica el cuerpo; a su vez, el cuerpo refuerza esa emoción que también potencia los pensamientos que la provocaron. Al variar voluntariamente el patrón fisiológico, de entrada, ya confundimos al cerebro, lo desconcertamos y le provocamos sorpresa (y ya veremos la utilidad de la sorpresa cuando estudiemos esta emoción: paralizarnos, detener el curso de acción y buscar nueva información). Si el cerebro significa una situación como peligro mortal sentiremos miedo y muscularmente nos tensaremos y el cuerpo se nos vendrá automáticamente para abajo y hacia atrás; pero si de vuelta, al cerebro le llega como feedback corporal unos músculos relajados y una corporalidad erguida… empezará a replantearse inconscientemente su juicio de peligro máximo. Ergo sentiremos menos miedo. ¿Tonto? Tal vez. Tanto como eficiente. PERCEPTIVAS Todo el que haya pisado una mierda o surfeado sobre una pota sanferminera sabrá que es de auténtico cajón: si son los sentidos los que captan la información externa que propicia una emoción, apartarlos de esas fuentes hará desaparecer –o como mínimo aminorará- dicha emoción. Ojos que no ven… narices que no huelen u oídos que no oyen. Pero todos los animales tenemos un sexto sentido: la atención. Summerset Moghan definía el dinero como “el sexto sentido: el que permite disfrutar de los otros cinco”. Pues la atención funciona igual: sin ella, obviamos la información que nos llega de los otros cinco sentidos, así que apartar –o acercar- la atención a una fuente de información sensorial matizará las emociones que sentimos. Podremos así aminorar la intensidad de las desagradables y potenciar las agradables si dirigimos voluntariamente nuestra atención, alejándola a conciencia de las fuentes de información de las primeras y acercándola a las de las segundas. En el caso humano, hasta podríamos estirar el tema y considerar un séptimo y hasta un octavo sentido: el recuerdo y la imaginación. Al humano le basta con imaginar o recordar algo para gatillar todo un conjunto de emociones asociadas a ese recuerdo. La atención, el recuerdo y la imaginación son los suprasentidos que permiten que la información de los otros cinco acceda a nuestra conciencia y nos impacte emocionalmente. Suprasentidos que podemos aprender a utilizar voluntariamente para crearnos las emociones deseadas. COGNITIVAS Tanto las técnicas fisiológicas como las perceptivas son técnicas cortafuegos, pues ayudan a acotar o atemperar a bote pronto… pero no se ocupan de la raíz de los conflictos emocionales: nuestras propias creencias, metaprogramas y maneras automáticas de pensar. La verdadera transformación personal estriba en aplicar con acierto las técnicas de gestión cognitivas. La herramienta básica de estas técnicas es el reencuadre cognitivo. Consiste en reflexionar consciente y voluntariamente sobre las evaluaciones y significaciones que realizamos sobre los hechos que nos hacen sentir de una determinada manera. Nuestras evaluaciones y significaciones acostumbran a ser apresuradas, superficiales y, muy a menudo, alarmistas hasta el catastrofismo; analizarlas críticamente nos permite darnos cuenta de la calidad y el grado de realismo y objetividad de dichas evaluaciones, así como la pertinencia, calidad y relevancia de la información en la que presuntamente se basan. ¿Qué consecuencias, realmente, tienen esos hechos? ¿Hasta qué punto se corresponde su gravedad objetiva con mis sentimientos al respecto? ¿Qué otras informaciones, que ahora obvio, sería realista tener en cuenta? Si el miedo es inteligente cuándo enfrentamos un peligro de vida o muerte ante el que precisamos de una huída rápida… ¿Hasta qué punto un contratiempo sentimental o una dificultad profesional es un peligro mortal que se solucionaría entrando en pánico y saliendo por patas atribuladamente? Acostumbramos a pensar fatal: el cerebro no da para más que para sobregeneralizar, exagerar y distorsionar basándonos en automatismos de brocha gorda y apresurados. Las técnicas de gestión cognitivas nos permiten tomar conciencia de qué errores lógicos cometemos al pensar sobre un hecho, y así empezar a desmontar las falacias sobre las que se erigen nuestros propios análisis tremendistas y aprender a pensar mejor. ¿Es objetivamente cierto que TODO me sale mal? ¿Qué SIEMPRE la acabo cagando? ¿Qué ese contratiempo o contrariedad sea un DESASTRE? ¿Que una relación vaya mal es CATASTRÓFICO? Como los malos periodistas, a menudo basamos nuestras conclusiones en unas porciones de información tirando a reducidas y de muy cuestionable rigor, a partir de las cuales realizamos unas inferencias arbitrarias y subjetivas que, incluso, acabamos confundimos con los propios hechos objetivos. El reencuadre cognitivo nos permite buscar más y mejor información en las que basar nuestras inferencias sobre lo que nos sucede, y así generar conclusiones de calidad, más objetivas, realistas y coherentes, más racionales e inteligentemente elaboradas. Mediante las técnicas cognitivas no buscamos pintarnos la vida de rosa o tergiversar los hechos torticeramente, sino pensar con mayor calidad y precisión objetiva. Dada la tendencia a detectar peligros de nuestro cerebro, el reencuadre cognitivo busca todo lo contrario: el optimismo bien documentado acostumbra a ser una cuestión de realismo mucho más objetivo que el catastrofismo desaforado con el que nos fabricamos nuestros dramas apocalípticos. Aprender a pensar con más objetividad y realismo sobre nosotros mismos, los demás y lo que nos ocurre ya no se limita a controlar fuegos ya declarados, sino que nos permite aprender a prevenir y diseñar los bosques como para que no se produzcan más incendios. Las técnicas de gestión cognitivas nos transforman en personas mejores, más equilibradas, atrayentes y felices que realizan juicios de valor más ponderados, inteligentes, razonables y bien fundamentados en informaciones seleccionados con criterios mejor elegidos. Cuestión de aprenderlas y practicarlas hasta que salgan. III. DE INTELIGENCIAS Y TONTERÍAS EMOCIONALES Hemos visto que gestionar no es hacer desaparecer por arte de magia las emociones que nos limitan, mucho menos limitarse a controlarlas reprimiéndolos. Controlar conlleva idea de freno brusco y connotaciones de represión y tragarse el veneno en vez de escupirlo. Y como vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, las emociones se han de liberar una vez sentidas. Eso sí: no de cualquier manera ni en cualquier momento (La misma Ira se puede liberar soltando una hostia ahora… o corriendo, chillando y con una sauna después). La Gestión emocional nos permite aprender a elegir cómo exteriorizarlas y el momento conveniente para hacerlo. Y no para quedar bien o ganarnos el cielo, sino para conseguir lo que nos haga más felices a nosotros mismos. No siempre podremos elegir sentir Ira, pero sí que ella nos lleve a la cárcel o al hospital en una pelea o nos ayude a ponernos en forma sudando como posesos. Cuestión de estar dispuesto a hacer el esfuerzo de aprender cómo. Como siempre, elige, que para eso eres libre. Los beneficios, créeme, merecen la pena. El esfuerzo, también.
4 HABILIDADES INTELIGENCIA EMOCIONAL Si el banderazo de salida de la inteligencia emocional lo marca la Identificación de una emoción y el destino final es su Gestión, el camino que nos llevará del uno al otro son la 2ª y 3ª habilidad de Salovey y Mayers: la Utilización y la Comprensión de nuestras emociones. ¿Para qué sirve cada emoción? ¿Qué acciones facilita y cuáles dificulta? ¿Qué consecuencias cosecharemos de implementar las acciones a las que las emociones nos abocan? ¿Cómo me las genero, a partir de qué maneras de pensar? Todas ellas son preguntas cuyas respuestas nos facilitan la Utilización y la Comprensión de nuestras emociones, los pasos previos a su definitiva gestión. Si te interesa conocerlas… UTILIZAR: DIME QUÉ SIENTES Y TE DIRÉ QUÉ HARÁS (bien) Como ya vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES y en RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje, la secuencia de una emoción abordada desde el empanamiento emocional podría ser la siguiente: siento Ira (casi sin percatarme), Ataco (sin ser realmente consciente de estarlo haciendo) y cuando vengo a darme cuenta he provocado, agravado o enconado un conflicto de todo menos agradable. SECUENCIA EMPANAMIENTO EMOCIONAL Al prevenirnos de lo que sentimos, sólo la Identificación exacta de la emoción sentida nos ayuda a capear muchas de sus consecuencias, pero no basta para transformarla, ni mucho menos. A continuación debemos dar un segundo paso: aprender a Utilizarla. ¿En qué consiste exactamente este segundo paso y qué nos permitirá dilucidar? 1. Plantearnos las consecuencias que queremos, a priori, de una situación dada. ¿Cómo queremos que acabe? ¿Qué repercusiones quiero que tenga en mi vida? 2. Ser conscientes de las acciones a las que me aboca la emoción sentida en el momento. ¿Qué me predispone a hacer, ver y pensar esta emoción que ahora siento? 3. Compararla con las acciones que necesitaría implementar para conseguir las consecuencias deseadas. ¿Qué me convendría hacer para que todo esto tenga las mejores consecuencias para mí y para mis seres queridos? 4. Conocer aquellas emociones que me facilitarían implementar esas acciones. ¿Qué emociones me ayudarían a hacer lo que me conviene hacer? Utilizar las emociones conlleva –y me permite- ser consciente de cómo me afectará esa emoción: qué acciones me predispone a implementar – y me permitirá hacerlo eficazmente-, qué acciones me dificultará… y las consecuencias de todo ello. SECUENCIA INTELIGENCIA EMOCIONAL (*) ¿QUÉ TÉCNICA…?: en el próximo post sobre Gestión Emocional COMPRENDER: EL TERCER PASO DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL “Las personas no sufren porque el mundo no sea lo suficientemente rico para satisfacer sus necesidades sino que su representación del mundo es tan empobrecida que no ven salida posible” J. Grinder y R. Bandler “El contexto de toda persona responde a nueve partes de experiencia interna y una de externa. Cuando un aspecto de un comportamiento nos parece extraño, señal de que no podemos acceder directamente a través de los sentidos a buena parte del contexto al que la persona está respondiendo. La persona siempre está respondiendo a alguna representación interna que, frecuentemente, está fuera de su propia conciencia” J. Grinder y R. Bandler “Para algunos es muy importante mantener la ilusión de que su mente consciente controla su conducta. Es un tipo de locura especialmente violento entre los profesores de universidad, los psiquiatras y los abogados” J. Grinder y R. Bandler Las emociones humanas, amén del instinto arraigado y complejos procesos bioquímicos a los que difícilmente tendremos acceso voluntario, son fruto de nuestra cognición y pensamientos. ¿Cuándo sentiré alegría? Cuando piense que mis resultados exceden mis expectativas, que la información recibida del contexto me corrobora que todo funciona correctamente o que sienta la certeza de que en el futuro las cosas irán bien o yo dispondré de recursos para enderezar aquello que se tuerza. Y así con cada una de las emociones, como veremos en detalle en próximos posts. Toda emoción emana de un conjunto de evaluaciones y significaciones que realizamos sobre una situación dada (recordad que, como ya nos avisó Epíteto hace más de veinte siglos, “No nos afectan los hechos, sino lo que nos decimos sobre ellos”). Comprender una emoción nos empuja a formularnos las siguientes preguntas: ¿Cómo estoy catalogando los hechos? ¿Cómo me refiero a ellos, cómo (me) los describo? ¿Cómo estoy evaluando los hechos para sentirme así? ¿Qué significado y consecuencias les atribuyo? Este tercer paso, Comprender, nos permite tomar conciencia de que los hechos influyen – y mucho- en las emociones que sintamos respecto a ellos, pero que lo que las determina son las evaluaciones y significaciones que nosotros mismos les atribuyamos. Por ello, aunque no somos dioses para cambiar los hechos a nuestro antojo, si está en nuestra mano aprender a evaluarlos y significarlos de maneras más objetivas, coherentes, racionales… y potenciadoras. Recuerda que, como ya vimos en La invención de la realidad, en REALI… QUÉ? y en Si no lo creo, no lo veo, el ser humano no se relaciona directamente con la realidad objetiva, sino con SU propia representación de esa realidad. Y es de esa representación interna que generamos con nuestro pensamiento –y no de la realidad misma- de donde emanan nuestras emociones. A tomar conciencia y entender esa significación –generalmente, inconsciente- se dedica este tercer paso; a mejorarla aprenderemos en el siguiente post. A partir de esta toma de conciencia, estaremos en disposición de aplicar una u otra técnica de gestión que nos ayude a afrontar una situación con el mínimo de sufrimiento y el máximo de eficiencia. LOS PÓRTICOS A LA TRANSFORMACIÓN EMOCIONAL Una vez hayamos diagnosticamos con exactitud que lo que sentimos es miedo y no amor o aburrimiento y no tranquilidad o ágape en vez de eros; una vez que sepamos a qué pensamientos y a qué acciones nos aboca y qué consecuencias nos acarreará hacer esto o aquello; y una vez que tomamos conciencia de cómo significamos una situación para sentir lo que sentimos respecto a ella… sólo entonces estaremos en disposición de abordar el paso definitivo y objetivo último de la Inteligencia Emocional: la gestión de nuestras emociones (qué técnicas utilizaré para transformar, eliminar o aminorar aquello que ni queremos ni nos conviene sentir, así como para provocarnos aquellas emociones que nos ayudarán a sentirnos mejor y actuar en beneficio de nosotros mismos y nuestros seres queridos). La Gestión Emocional no es el bizcocho del pastel, sino su guinda. Ya sé que en esta sociedad mongoloide de la inmediatez superficial lo que se lleva es la pastillita o la varita mágica de resultados súbitos, escaso esfuerzo y nulo cuestionamiento personal… pero no es así. Poder aplicar eficientemente una técnica conlleva toda la labor previa explicada en éste post y en el anterior. Sin los pilares de la Identificación, la Utilización y la Comprensión de nuestras emociones, difícilmente podremos coronar con su Gestión el edificio de nuestra inteligencia emocional. A las diferentes técnicas de gestión emocional dedicaré el próximo post: aquellas maneras concretas y tangibles a partir de las que manejar inteligentemente nuestras emociones. Pero repito: ni te plantees manejar lo que ni siquiera sabes los que es, ni cómo utilizarlo ni entiendes como te lo has fabricado. De pura lógica. Una vez conozcamos las diferentes técnicas de Gestión emocional, dedicaré los siguientes posts a aprender a Reconocer, Utilizar, Comprender y Gestionar cada una de las 8 emociones básicas que, según P. Ekman, gobiernan las acciones, percepciones y pensamientos de todo ser humano y la mayoría de los animales. Precisamente, aprender a hacerlo es lo que nos diferencia a los unos de los otros. Vivimos en la construcción subjetiva de la realidad que nos construimos, cuyos ladrillos son nuestras emociones. De su calidad dependerá la solidez y confort de la realidad que te construyas. No conozco a nadie que prefiera vivir en una vivienda fría, oscura y frágil. ¿Tú sí?
Como ya vimos en RE-CONOCER EMOCIONES: acierto y coraje las emociones comportan reacciones corporales automáticas y sensaciones físicas y mentales bien tangibles, tanto más cuanto mayor sea su intensidad. Sentimos tristeza y se nos desactivan los músculos y cohíbe la mirada; Sorpresa y se nos abren los ojos como platos; Miedo y se nos detiene la respiración; Rabia y se tensa hasta el último de los músculos. Pero si las emociones se traducen en sensaciones fisiológicas tan reconocibles, nos las generamos con nuestros pensamientos y a partir de la información que captan nuestros propios sentidos… ¿Cómo podemos confundirlas tanto? ¿Por qué podemos engañarnos tan fácilmente respecto a ellas? ¿Qué hace que tan a menudo nos enteremos tan tarde de lo que llevábamos tanto tiempo sintiendo? ¿Por qué nos confundimos tanto al tratar de distinguirlas y llamarlas por su nombre? ¿Y qué precio pagamos por ello? Si te interesa saberlo… En el post vimos la dificultad de reconocer con precisión nuestras emociones y la importancia de aprender a hacerlo. Pero, ¿A qué se debe esa dificultad de algo tan presuntamente fácil? Diversas son las causas de nuestra desconexión emocional, que abarcan desde la bioquímica y la morfología cerebral hasta los condicionantes socioculturales, pasando por la psicología individual y colectiva. De entre toda esta maraña tan enrevesada de fuentes de nuestro autodesconocimiento, yo destacaría las siguientes: a) Dificultad intrínseca. Muchas emociones producen sensaciones muy parecidas, por lo que resulta relativamente complejo el distinguirlas, tanto en sus causas como en sus consecuencias. Puede resultar inusitadamente fácil confundir la tensión del miedo con la de la ira, la desidia de la desmotivación con la de la tristeza, el cosquilleo del amor erótico con el vértigo del pánico a la soledad, la relajación de la tranquilidad con la pereza, etc. Aprender a Reconocer nuestras emociones nos permite desarrollar la propiocepción necesaria para saber distinguir, al milímetro, las más que ambiguas fronteras entre según qué emociones y sus sensaciones. b) Cognición inconsciente. El 99% de lo que pensamos ni nos enteramos de estarlo haciendo, y es fruto de ocurrencias inconscientes, automatismos arraigados e instintos genéricos. La mayoría de ellos los ignoramos absolutamente; de otros –los menos- podemos albergar alguna sospecha más o menos vaga. Pero rara vez conocemos en profundidad ni los unos ni los otros, ni mucho menos sabemos como manejarlos. Eso sí: no por desconocerlos dejan de determinar la calidad de nuestra vida a través de las emociones que provocan. c) Analfabetismo emocional. ¿Alguna vez nos han enseñado a diferenciar la melancolía de la tristeza? ¿La euforia del amor? ¿El miedo a perder de la ilusión por tener? ¿Alguno de vosotros ha tenido el privilegio de aprender en la escuela las ventajas conductuales de pararnos a pensar cómo nos sentimos y cómo se siente la persona con la que interactuamos? ¿Cuántos de vosotros sabe nombrar, de carrerilla, más de 20 emociones? Si es así, enhorabuena: no era mi caso hasta que empecé a dedicarle al tema miles y miles de horas. Ni el de la inmensa mayoría de la sociedad. Vivimos en un mundo creado ayer y gestionado hoy por generaciones en las que las emociones o se ninguneaban o se consideraban algo a soslayar o a sufrir resignados como una maldición inevitable, y hemos llegado a adultos sin tener ni la más remota idea de qué son, cómo nos las creamos ni el poder que tenemos para gestionarlas. Y, mucho menos, las consecuencias prácticas de no hacerlo. Por desgracia, donde no alcance la inoperancia del sistema educativo llegará el sexismo y los clichés de género y ambos, a la limón, nos hacen vivir en sociedades donde la impulsividad descerebrada se confunde con autenticidad, la sensibilidad con debilidad y la resignación con sentido común. Además, recuerda que los hombres no lloran y hablar sobre sentimientos o distinguir emociones –como colores- es de mariquitas sensibleros o calzonazos de masculinidad escasa. d) Hiperactividad contemporánea. Prisas, las exigencias prácticas de necesidades bien primarias, horarios laborales inacabables, más hijos de los que caben en una agenda… Tenemos que ser los mejores padres, profesionales, mantenernos en forma, tener el coche más grande, el cuerpo más fibrado y la cuenta bancaria más hipertrofiada, así como ser pedagogos, psicólogos, amantes, cocineros… ¿Cómo pararnos a enterarnos de cómo estamos, qué nos falta y qué nos sobra, entre agendas que precisarían de 60 horas diarias y decenas de días a la semana? e) Trampas y autoengaños. Demasiado a menudo, no nos gusta lo que sentimos: estar enamorados de quien no quisiéramos, hasta el moño de quien quisiéramos seguir amando, desear la compañía de quien nos rehúsa, sentir miedos que nuestro ego se niega a reconocer… Y como resulta que en nuestras evaluaciones mentales y juicios nuestro cerebro es juez, acusado, abogado y fiscal al mismo tiempo… pues os podéis imaginar las altísimas probabilidades de que el juicio esté amañado y nos acabemos haciendo trampas al solitario. Y claro, siempre es más cómodo y sencillo a la corta tergiversar lo que sentimos y suplantarlo por lo que más aceptable nos resulte pensar que embarcarnos en la farragosa gestión de nuestras verdaderas emociones. Más cómodo sí, ¿Pero útil? Ni muchísimo menos: cuanto más tardemos en afrontar una emoción, más fuerte y enquistada nos la encontraremos. Una vez más, como tantas otras, lo que nos conviene no tiene absolutamente nada que ver con lo que nos apetece. f) Desconexión personal. Y por si no fuera suficiente ¡Llega la sociedad líquida, inmediata, superficial, ensimismada y deslumbrada hasta la hipnosis! Pantallitas y más pantallitas para apollardarnos progresivamente hasta límites de retraso mental: TV, móviles, iPads, navegadores… Mails, Twits, WhatsApp, emoticonos, memes… Todo ello, al alcance de la mano en todo momento, para entretenernos con golosinas visuales que nos incitan a dejar de pensar, con un mínimo de tiempo e intensidad, en nada que requiera más de unos escuálidos segundos de atención ni vaya más allá de 140 caracteres o cuatro imágenes estrepitosas de supuesta carcajada fácil. Demasiado tentador y cómodo para no acabar absolutamente desconectados de nosotros mismos y, en especial, de nuestras propias emociones. Esas en las que se basa nuestra felicidad y nuestros logros en la vida. Eso si: a medicarnos hasta las cejas contra la tristeza, la hiperactividad o el déficit de atención. De auténtico frenopático Como siempre, todos estos factores ajenos a nuestra voluntad influyen en nuestro analfabetismo emocional… pero sólo lo determinará nuestra voluntad, consciente o inconsciente, de no hacer nada para salir de él. Para mí, todos estos factores más allá de nuestro control directo (analfabetismo heredado, la dificultad intrínseca, la hiperactividad o la imbecilización tecnológica) no son excusas para claudicar, sino todo lo contrario: ¡Los acicates más motivadores para aprender enconadamente! Aprender a reconocer nuestras verdaderas emociones no sólo es un desacato deliciosamente fanfarrón a esta sociedad superficial, inmediatista y papanatas, sino todo un corte de mangas a nuestra biología e historia evolutiva (aprender a gestionar las emociones supone acelerar el desarrollo de aquella parte del cerebro que nos diferencia del resto de animales pero que, evolutivamente, tenemos más inmadura como especie: los lóbulos frontales) Dedicaré el próximo artículo a cómo Utilizar y Comprender nuestras emociones, como ineludible paso previo al objetivo final de la autonomía emocional: la gestión de las emociones. A partir de ahí, os invitaré a explorar las 8 emociones básicas –según Paul Ekman- y como librarnos de su tiranía y convertir cada una de ellas en los mejores aliados de nuestra realización personal. Da miedo pensar en la cantidad de conflictos que creamos y de placer que desperdiciamos por obviar sistemáticamente nuestras emociones (ninguneo que empieza en nuestra incapacidad por renonocerlas). Nada hay que influya más sobre nuestro bienestar, salud y conducta que las emociones, y nada desconocemos más olímpicamente que ellas. Si te paras a pensarlo, de locos. Recuerda que el humano es el único animal con capacidad para incidir y gestionar sus propias emociones como para que jueguen a su favor y no en su contra. Qué despilfarro desaprovechar esa ventaja evolutiva.
Como ya hemos visto en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana., el objetivo último de la inteligencia emocional es aquel manejo de las emociones que las transforme de freno en motor de nuestra eficiencia y satisfacción personal. Para ello debemos entenderlas en profundidad, lo que precisa como primer paso el aprender a reconocerlas. Re-conocerlas: conocerlas dos veces. Una, aprendiendo a distinguirlas entre ellas; dos, atreviéndonos a llamarlas por su nombre. Acierto y valor para re-conocerlas con la profundidad que requieren su complejidad e importancia. Demasiado a menudo, tan difícil resulta distinguirlas… como admitirlas. Pero, ¿Por qué es tan importante bautizar cada emoción con su nombre propio? ¿Tanto se pueden parecer algunas entre ellas como para confundirlas? ¿No es obvio saber cómo nos sentimos en cada momento? Si te interesa saberlo… LA IMPORTANCIA DEL DIAGNÓSTICO De auténtico Perogrullo: un diagnóstico erróneo, de cualquier situación, nos aboca a soluciones estériles, por muy elaboradas e inteligentes que a priori pudieran ser. Para inutilizar nuestras soluciones, estas primeras evaluaciones no necesitan ser enteramente equivocadas: les basta con ser meramente imprecisas. De las cuatro habilidades del modelo Salovey – Mayers que vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, la primera era Reconocer. El ABC más sencillo de la Inteligencia Emocional es fácil de explicar: pasar de una emoción actual (desagradable y/o contraproducente) a una emoción deseada (agradable y/o eficiente). ¿Cómo? A partir de 2) Utilizar esa emoción actual (entender para qué sirve y para qué no) 3) Entender cómo nos la provocamos y qué consecuencias tiene y 4) Gestionarla para aminorarla o cambiarla. Pero todo ello requiere de un paso previo y requisito obvio: Reconocerlas, nombrarlas con precisión y admitirlas sin tapujos. El reconocimiento inicial estriba no sólo en identificarlas con exactitud, sino en reunir la honestidad y el coraje como para atrevernos a llamarlas por su nombre (no siempre el esperado, ni deseado, ni mucho menos el que nos apetezca reconocer…). Las emociones no son una enfermedad, pero su tratamiento inteligente se parece a la labor de la medicina. Pues imaginaos ir a un médico que confunde el asma con la varicela, o que se limita a decirte que tienes “algo por ahí por el pecho”. Por muy potente que fuera el tratamiento prescrito, ¿De qué serviría si no trata exactamente lo que necesitamos atender? Pues el analfabetismo emocional en el que vivimos nos aboca, demasiado a menudo, a hacer diagnósticos tan imprecisos como “No me acabo de sentir bien”, “un vacío en el pecho”, “no tengo ganas de nada” “Una comezón que no me deja vivir”, etc. De diagnósticos tan imprecisos sólo pueden nacer tratamientos absolutamente estériles. O hasta contraproducentes LOS INTRÍNGULIS DE LO PRESUNTAMENTE OBVIO ¿Habéis presenciado alguna vez una de esas discusiones en las que dos personas totalmente fuera de sí se exigen, mutuamente y a gritos, que el otro se tranquilice? ¿No os ha pasado daros cuenta, al cabo de mucho tiempo, que lo que parecía amistad era amor (o viceversa), lo que creíamos rabia era miedo rebotado, la tranquilidad aburrimiento o la desgana tristeza? Como todo en la vida, lo que a simple vista parece obvio se transforma en complejo en cuanto empezamos a prestar atención y reflexionar sobre ello con un mínimo de propiedad, profundidad y tiempo. De la misma manera que los que menos se conocen son los más convencidos de su propio autoconocimiento, mientras los que más lo hacen están permanentemente abiertos a sorprenderse de sí mismos, sólo los que viven eternamente desconectados de sí mismos afirman saber, y con precisión milimétrica, lo que sienten en todo momento. Ejemplos como los anteriores nos demuestran que esto de identificar con exactitud cada uno de nuestros sentimientos es todo un arte, y como todo arte precisa de conocimiento y práctica. Pero si las emociones se traducen en sensaciones físicas bien reconocibles… ¿Por qué nos confundimos tanto al tratar de distinguirlas y llamarlas por su nombre? Multitud de razones… todas ellas dignas de dedicarles un artículo para ellas solas. El próximo, para ser exactos. EL TERMÓMETRO EMOCIONAL Como veremos en el próximo artículo, todo se confabula para descentrarnos y alienarnos de nuestras propias emociones, desde la biología y el propio ego hasta la sociedad. Pero una cosa es que la sociedad actual nos ponga a huevo desenchufarnos de nuestras propias emociones mediante todas sus trampitas idiotizantes… y otra cosa es que nosotros lo consintamos y cultivemos a diario. Se puede aprender a reconectarnos con lo que somos, sentimos y necesitamos como personas a través de decenas de técnicas y hábitos: meditación, autoobservación, apagar el puto móvil un ratito y mirar el cielo o a los ojos a alguien, tomarse un café al día con uno mismo, etc. Por suerte, además de todo ello, existe una herramienta de facilísima aplicación para poder enterarnos en todo momento de cómo nos sentimos realmente, más allá de imprecisiones y trampitas: el termómetro emocional. ¿En qué consiste? Muy sencillo: como ya vimos, toda emoción tiene dos ingredientes básicos, placer /displacer y tensión /relajación. Lo cual nos permite clasificar las emociones en cuatro cuadrantes básicos: TERMÓMETRO EMOCIONAL DESAGRADABLES / TENSIONANTES: Ira, Odio, Miedo DESAGRADABLES / RELAJANTES: Tristeza, Aburrimiento, Apatía AGRADABLES / TENSIONANTES: Euforia, Amor Erótico, Alegría AGRADABLES / RELAJANTES: Tranquilidad, Concentración, Amor Ágape Así, por mucho que nos falte vocabulario emocional o por muy poco que nos podamos fiar del nombre con que bautizamos a lo que sentimos, tirando de termómetro emocional puedo hacerme dos sencillas preguntas: 1. Esto que siento, del 1 (insufrible) al 10 (orgasmo), ¿Es agradable o desagradable? y 2. Esto que siento, del 1 (coma) al 10 (ataque cardíaco), ¿Me relaja o me tensa el cuerpo? Por ejemplo, si a la primera pregunta me respondo con un 3, y a la segunda con un 7, ya nos podemos contar los cuentos que nos dé la gana: estamos sintiendo ira, resentimiento u odio. Si estoy convencido de que siento amor por alguien, pero al aplicarme el termómetro me da un 2 en placer y un 6 en energía… Desengáñate: lo que sientes se llama miedo. Y si quieres llegar a trabajarlo, mejor empiezas por reconocerlo como tal. Si no, estarás tomando antidepresivos para el asma: te quedarás más atontado, pero no esperes respirar mucho mejor. Es la ventaja que tienen los números: que no se pueden tergiversar semánticamente. O si, pero sólo siendo fácilmente conscientes de estarlo haciendo. UTILIDAD DEL TERMÓMETRO EMOCIONAL Amén de como primer paso del modelo Salovey y Mayers, ponernos el termómetro comparta un beneficio directo: saber qué estamos predispuestos a hacer, pensar y observar. Como también vimos en LA INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES, las emociones no sólo nos predisponen el cuerpo a implementar determinadas conductas, sino que también preparan la mente a pensar de una determinada manera e incluso a los sentidos a captar un determinado tipo de información y descartar otros. Imaginad que, con la llave puesta en el bombín de la puerta de casa al volver del trabajo, nos ponemos el termómetro y nos sale 2 en placer – 8 en energía (Ira marcada). Pues tomemos conciencia de que, independientemente de lo que nos encontremos al entrar, estaremos más que predispuestos a defendernos – atacar y a que toda la información que captemos la significaremos como un agravio o una afrenta. Desde la Ira, cualquier gesto, cualquier palabra, una toalla fuera de lugar o una luz malencendida se bastarán para convertir cualquier anécdota meramente inconvenientemente en todo un casus belli, en un ataque frontal contra nosotros y nuestra dignidad… del que nos sentiremos impulsados a defendernos furibundamente. Es lo que tienen las emociones: que no sólo condicionan las conductas, sino las percepciones y las evaluaciones que realicemos sobre ellas. Vaya, que nos ponen unas gafas a través de las que veremos una realidad más acorde a nuestras propias dioptrías que al contexto real. Y darnos cuenta (de qué estamos predispuestos a ver, sentir y hacer con la conducta de los demás) desplaza la atención de la intención ajena al sesgo propio. Y el termómetro puede ayudar a tomar conciencia que tal vez el mundo no sea mi enemigo, sino que mis emociones están predispuestas a encontrarlos hasta debajo de las piedras. Que para eso sirven principalmente las emociones: para condicionar nuestros sentidos y pensamientos. Pero aprender a reconocer una emoción no basta: también necesitamos aprender a saber para qué sirve cada una, comprender como nos la fabricamos y, finalmente, aprender y practicar técnicas que nos permitan gestionarla aminorándola, haciéndola desaparecer o, incluso, transformándola en otra emoción más agradable o potenciadora. A ello me dedicaré en los próximos artículos, pues Utilizar, Comprender y Gestionar las emociones son también un arte, tan o más sutil y complejo que aprender a Reconocerlas. Recuerda que con las emociones, como con la política, tú puedes creerte que no tienes que ocuparte de ella, pero no dudes un segundo que ella seguro que se ocupará de ti condicionando tu vida entera. Como siempre, elige si te utilizan ellas a ti o si tú aprendes a utilizarlas a ellas. No me cansaré de repetir que te conviene a ti y a todos tus seres queridos. Y de animarte a que le prestes la atención prioritaria que se merecen. Tu felicidad y eficiencia dependen de ello.
En Desamor: manual de instrucciones compartí con vosotros mi metodología personal y profesional para superar relaciones de amor y desamor que comporten más sufrimiento que felicidad, por mucho que sintamos que seguimos amando, deseando – y en el peor de los casos, necesitando- al objeto de nuestra pasión. En éste me planteo como reforzar esos amores que tal vez no sintamos con la intensidad espontánea inicial, pero que sabemos que merece la pena seguir disfrutando desde un formato nuevo: el Ágape, su continuación lógica. Todos conocemos las euforias bulímicas del amor erótico recién estrenado: sobredosis de endorfinas, entusiasmo maníaco, pulsiones aceleradas, pasión a raudales, obsesiones monotemáticas, curiosidad ilimitada, deseo compulsivo, etc. Todos en mayor o menor medida hemos disfrutado de las deliciosas hipocondrías bipolares de la pasión nueva de trinca, y sabemos de su intensidad febril. ¿Pero qué ocurre cuando esa pasión frenética se prolonga en una relación a largo plazo? ¿Puede mantenerse en el tiempo la hiperventilada vehemencia inicial? Cuando esa intensidad decae, y el otro pasa de dios sobrehumano a persona meramente encantadora y la relación de epopeya heroica a convivencia satisfactoria, resulta muy fácil sentirse relativa o nítidamente decepcionado… ¿Quiere decir ello que el amor, ergo la relación, se está acabando? ¿O que debamos resignarnos a amoríos que nos resulten progresivamente insulsos? ¿Existe alguna manera de retrasar, dulcificar y limar las aristas más ásperas del amor de largo recorrido? Si te interesa saberlo… ENTENDIENDO EL ÁGAPE: aceptar los hechos Todo lo que sube, baja; todo lo que empieza, termina: nada escapa a la entropía que rige hasta el último rincón del universo. Y la intensidad del Eros, tarde o temprano, acaba desembocando en la placidez del Ágape. El mero concepto de intensidad –ésa tan mágica que caracteriza los desvaríos frenéticos de la primera pasión- conlleva brevedad temporal. A medida que se prolonga la relación, las endorfinas de la pasión disminuyen su presencia en sangre, y las partes del cerebro especializadas en el análisis crítico –anuladas por la bioquímica erotizada- pueden permitirse el lujo de volver activarse y cumplir su cometido: encontrar disonancias o errores y bajarle los humos a las bravuconadas histéricas de la euforia. Y acostumbrados al ensueño alucinado de los primeros tiempos, el Eros ya racionalizado puede sabernos a poco en comparación con los tiempos utópicos recién vividos. Una vez aquí, acostumbro a ver dos tipos de reacciones: o dar por terminada una relación que ya tiene poco de sulfúrica y menos de heroica, o claudicar resignadamente al declive marchito de una relación progresivamente mustia y meramente conveniente. ¿Pero se acaban ahí las alternativas? Más adelante veremos que no. Pero empecemos por entender todos aquellos factores que convierten al Eros, más allá del sujeto amado que lo despierta, en esas tempestades químicas que arrasan con el sentido común y nos hacen vivir en una nube arrebatada de euforia y plenitud absoluta: a) NOVEDAD. De Perogrullo: los inicios son nuevos. Y todo lo nuevo se vive con una especial intensidad y goce, además de extendernos un cheque en blanco a futuros utópicos de los que todavía carecemos de información para desmentir. b) DIFICULTAD – RETO. El inicio de una relación por asentar conlleva mayores o menores dificultades para vivirla, y todo obstáculo a un deseo encabritado es como el viento en las brasas. La mitificación de todo éxito es siempre directamente proporcional a la dificultad de alcanzarlo. c) PRECARIEDAD. Una relación todavía por afianzar y confirmar, conlleva una cierta ansiedad ante la mera posibilidad de no acabar de cristalizarla. Y no hay mayor acicate al deseo que el miedo no disfrutar lo deseado. d) CURIOSIDAD. El otro es un interrogante, humo al que ansiamos dar forma tangible. Al empezar a conocer al otro no tenemos más remedio que inventarnos su forma. ¿Y qué forma le daremos desde la euforia de la dopamina? Pues la mejor que atinemos a inventarnos, milimétricamente a medida de nuestros más ambiciosos anhelos. Aquella que mejor corrobore “objetivamente” nuestros más arrebatados deseos y conjure nuestros peores miedos de futuro. f) SORPRESA. Mientras que la cotidianidad se hace previsible, las nuevas pasiones aparecen de sopetón, sin sospecharlas ni esperarlas. ¿Qué hace más ilusión, un regalo conocido y esperado o uno que nos ofrecen sin esperarlo y que no tenemos ni idea de lo que es? Por todo ello, es imposible pedirle a relaciones de larga duración (que ni son nuevas, ni están lejos, están o se dan por sentadas y el otro es alguien a quien ya se conoce relativamente bien) la electricidad oligofrénica de los primeros tiempos. Satisfacción = Resultados – Expectativas, así que tal vez la insatisfacción del tiempo no nazca de resultados exiguos en la pareja, sino de desaforadas expectativas todavía erotizadas tras décadas de relación. ¿Es la persona… o es el contexto? Llamadme marxista erótico, pero yo tengo claro que es el contexto el que da forma al individuo antes que éste pueda hacerse un hueco propio en él. Por ello, muchas relaciones no decaen en intensidad porque el otro resulte menos amable, sino porque el contexto de larga duración pinta nuevas oportunidades pero desdibuja antiguos furores. Y aceptarlo y entenderlo ya es una primera forma de poner en práctica una de las tres actitudes básicas desde la que afrontar el paso del tiempo en la pareja. Y la única que abordo cómo hacerlo, pues ya veréis que las otras dos son de lo más sencillo. EROTIZANDO EL ÁGAPE: abrirse a las posibilidades La transición del Eros al Ágape es tan inevitable como las de la edad: a ver quién es el chulo que detiene el devenir de la niñez a la adolescencia y de la madurez a la vejez. Eso sí: podemos acelerar y sufrir el envejecimiento o podemos retrasarlo y aprender a disfrutarlo. ¿Cómo? Amén de comprendiendo el Ágape: a) No dar por sentado al otro. La pareja no es un derecho adquirido, sino una conquista cotidiana y por ello precisa de dedicar hasta el último de nuestros anhelos a hacernos cada día más humanos, sabios y felices…ergo más atractivos para ella. El amor es un pacto que precisa de corroboración diaria, no un contrato eterno de obligado cumplimiento por decreto ley porque un día lo dijera un cura, un juez de paz o el director de un banco. Y cuidado: que esa pareja que desde una cierta desidia damos por segura… puede desaparecer de nuestro paisaje en cualquier momento (sobre todo, si la descuidamos). b) PARÓN BIOLÓGICO: cultivar el arte de echar de menos. Si todo obstáculo es un acicate para la pasión y no hay mayor obstáculo al contacto físico que la distancia… la conclusión es obvia. Poner distancia con el sujeto amado nos permitirá una mejor perspectiva de lo que todavía representa en nuestras vidas esa persona y nos facilitará volver a sentir todo lo que su presencia nos aporta. Cultivar el arte de echar de menos es el mejor antídoto contra los estragos de la rutina. Darse un tiempo a solas es como dejar la tierra en barbecho: las siguientes cosechas serán infinitamente mejores, y un tiempo de régimen –amén de dejarnos un tipín de lo más pintón-, nos permite valorar la comida como se merece y los empachos cotidianos no nos permiten apreciar. c) Dotarse de nuevas ilusiones y mayores proyectos. Desde hipotecas a hobbies pasando por hijos, nuevos retos o ilusiones compartidas más allá de los apremios de la carne, los miedos y las prisas No recuerdo quién escribió que “Como el dinero, el amor llega –en este caso, vuelve– como resultado de buscar algo más grande”. d) Abrirse a seguir descubriendo rincones insospechados del otro. No dejar de querer conocer al otro por mucho que creamos conocerle, abrirnos a la sorpresa y al placer de redescubrir a ese ser que con el tiempo va cambiando. Que alguien se llame igual y tengo idéntico DNI no quiere decir que la edad no le vaya enriqueciendo las opiniones, creencias y conductas (si es una persona inteligente y curiosa, claro), y por lo tanto deviniendo alguien nuevo siempre por seguir descubriendo. 3. MÁS ALLÁ DE LA RESIGNACIÓN O EL FINAL: FACTURAS Y BENEFICIOS DE LAS PROPIAS DECISIONES. Ya vimos en El valor de los valores… y el precio de no pagarlo que toda elección conlleva descartes, y todo descarte un precio a pagar. Frente a la ineludible agapización del Eros podemos adoptar tres actitudes básicas, cada una con sus correspondientes beneficios y facturas: a) EROTIZAR EL ÁGAPE. Como acabamos de ver en el punto anterior, nos permite nadar y guardar la ropa, estabilidad emocional, profundizar la relación… Eso sí: exige nadar contra corriente, forzar el devenir espontáneo, desconectar el piloto automático y dedicarle durante toda la vida la misma atención que en aquellos primeros tiempos compulsivos en los que esa dedicación surgía como una necesidad espontánea. b) RESIGNARSE. Dejar que las cosas resbalen babosamente en su propio tempo cansino y hacia donde les dé la gana. ¿Qué ofrece esta opción? Pues una cierta tranquilidad y comodidad que nos permite ir con el piloto automático y centrarnos en otras áreas de nuestra vida. ¿Qué precio se cobra? Pues una cierta resignación, regusto a previsibilidad, un trotón ritmo emocional cansino y buscar fuera lo que ya no somos capaces de extraer dentro. c) DE EROS EN EROS… lo que dure dura. El dar por terminada toda relación en la cúspide de la pasión nos aporta una sensación de aventura continua, endorfinas a gogo, sucesión de pasiones atolondradas, intensidad novelesca… Pero por muy irresistible que esta opción nos resulte a muchos, no por ello deja de presentarse con su facturita bajo el brazo: incertidumbre, eterno retorno, desgaste, insatisfacción crónica, períodos de soledad no deseada. Surfear siempre en la cresta de la erótica puede ser como zapear: intuirás muchos programas… pero en el fondo no verás ninguno. Pero en El arte de soplar y sorber también vimos que podemos aprender a regatear ese precio impepinable de cada decisión, y que la primera condición para poder hacerlo es aceptar que deberemos afrontar una u otra factura. Frente a los insoslayables precios que elegir conlleva, sólo una actitud nos permitirá no vivir los descartes como una amputación: no pedirle peras al olmo. Tanto si pedimos la febrilidad del Eros a relaciones de décadas como si pedimos la fraternidad comprometida del Ágape a los inicios furibundos de una relación, en ambos casos nos condenaremos a una insatisfacción crónica que no tendrá ningún culpable, pero sí un único y nítido responsable: tú mismo. Por suerte, responsabilidad conlleva capacidad de intervención, así que en tu mano está multiplicar exponencialmente tu propia satisfacción en el devenir de tus relaciones a largo plazo. ¿Cómo? Aprendiendo a focalizar la atención y disfrutar de los beneficios de la Resignación, surfear de Eros en Eros o el Erotizar el Ágape. Ah! Y por supuesto, aceptando que cada opción tendrá su precio a pagar por ella, y dejar de quejarnos de él como los niñatos consentidos que, en el fondo, todos somos. O como mínimo, yo con el piloto automático. Dios me libre de adoctrinar a nadie diciéndole cuál de las tres actitudes adoptar respecto a sus relaciones. Ni yo ni nadie somos quién para pontificar una única, LA actitud correcta frente a los imponderables del Eros y el Ágape. Que cada uno se aclare consigo mismo y atine a priorizar sus prioridades… y en función de sus valores esenciales. Eso sí: mi experiencia profesional y personal me permiten la desfachatez de sobregeneralizar y asegurar que quien le pida novedad a lo antiguo, sorpresa a lo conocido, intensidad a lo extenso y excepcionalidad a la regla (y viceversa), se condena a una frustración ganada a pulso que en ningún caso podremos achacar a nadie, y mucho menos al propio amor. No podemos elegir pagar un precio por vivir, pero si cuál y hasta cierto punto su cuantía. Una vez más se trata de conocerse y aprender a elegir, con plena responsabilidad, las propias elecciones y sus ineludibles consecuencias. Y de no pedirle a las cuestas que bajen ni al chocolate que adelgace ni al alcohol que no emborrache (o sí, podemos seguir pataleando pidiéndolo. Eso sí, también pagando el precio de hacerlo: tristeza, rabia, resentimiento). Que seamos poderosos para acabar convirtiendo nuestra vida en la que nos dé la gana vivir no quiere decir que podamos conseguirlo haciendo lo que más cómodo le resulte a nuestros automatismos o lo primero que se nos pase por la cabeza. Somos dueños de nuestros actos pero esclavos de sus consecuencias, que siempre estarán mucho más allá de nuestras intenciones, inocencias, identidades o culpabilidades. O subjetivísimos sentidos de la justicia que, curiosamente, acostumbran a coincidir con lo que más nos convenga (generalmente, disfrutar de los frutos de nuestras decisiones sin pagar el más mínimo precio por ellos. Qué jeta tenemos…). La principal semilla del sufrimiento humano es la tozudería plañidera de negarnos a pagar las facturas de los productos que libremente escogemos (9 de cada 10 abogados aconsejarían no replicar esta conducta a ningún comercio. La mayoría de jueces podrían hasta catalogarlo de ROBO). Una malcriadez egocéntrica que todos llevamos de fabrica y que padeceremos largamente si nos empecinamos en no trabajárnosla a fondo plantándole cara a nuestras creencias limitantes. Podemos elegir el hacerlo o no hacerlo… pero no sus consecuencias. Elige las consecuencias que quieres para tu vida sentimental y actúa en consecuencia. Ah! Y disfruta de lo que te aporta… y paga lo que debes por ello. Los intentos de sinpa existenciales se acaban pagando siempre inasumiblemente caros. Mucho más que la factura original que queríamos evitar. Erotiza el Ágape, Resígnate a él o Surfea de pasión en pasión. Eso sí: asegúrate que lo que compras es lo que realmente quieres. Y que aceptas su precio.
En AMOR Y PASIONES: sus verdades más falsas. y AMOR Y PASIONES II: … y sus mentiras más ciertas, hemos visto como el amor es la principal y más determinante fuente de placer, dolor, significado y arraigo de toda la existencia humana. También vimos que la emoción amor a bote pronto (más o menos supuestamente espontánea) se convierte en sentimiento amoroso a largo plazo mediante una necesaria elaboración propia de lo que percibimos y como lo significamos, evaluamos y nos contamos todo ello a nosotros mismos. El amor se basa –en parte y a veces- en presuntas cualidades objetivas del sujeto de nuestro amor, pero también –en parte y siempre- en nuestras creencias y proyecciones magnificando esas cualidades más o menos reales o ficticias. El amor correspondido de la manera que esperamos que lo haga es una fuente inagotable de placer que puede convertir nuestra existencia en un cuento de hadas mientras se ve satisfecho. Pero… ¿Qué hacer con él cuando se acaba, ya no nos satisface o la pareja decide no corresponderlo más? ¿Somos meras víctimas del desamor, o podemos hacer algo para atemperar o exacerbar su dolor? ¿Sufre más el desamor quien más ama… o quien peor atina a manejarlo? Y lo más importante: ¿Podemos aprender a pilotar el dolor desbocado del desamor? Si te interesa saberlo… DESAMOR: entre la melancolía, la tristeza o la depresión Partamos de una base indiscutible: no conozco a nadie en su sano juicio a quien el desamor le produzca el más mínimo placer. Amén de la muerte de un ser querido, yo nunca he sentido sensaciones más atroces que las que produce el amor rechazado, revocado o no correspondido. La base ineludible del desamor es el dolor, pero una serie de factores actúan como multiplicadores o divisores de esa porción mayor o menor de dolor desde la que emergerá el fin de un romance, relación de pareja o amorío de uno u otro pelaje. Personal y profesionalmente, no conozco alquimia alguna que pueda mitigar de raíz el dolor del desamor, pero tengo el culo pelado –en primera y en tercera persona- de incidir sobre todos esos factores que pueden convertir la melancolía en tristeza o la tristeza en profunda depresión (y viceversa). El dolor y la nostalgia caen por su propio peso con el desamor; la tristeza y la depresión, nos la llegamos a construir nosotros mismos a partir de ese dolor inevitable que el desamor conlleva si o si. En el desamor tal vez no esté en juego QUÉ sentir, pero desde luego sí el CUÁNTO y DURANTE CUÁNTO TIEMPO. Y hasta el qué hacemos con ese dolor mientras dure, que de idénticas penas de amor un conocido se tiró de un 5º piso mientras que Shakespeare compuso los más bellos sonetos de amor. I. LA CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA DEL DOLOR Toda pérdida de algo que se considere valioso conlleva necesariamente tristeza, por lo que el desamor siempre resultará doloroso. Pero ese dolor ineludible del desamor se convertirá en un rasguño más o menos profundo o en una amputación irreversible en función de la significación presente que le otorguemos (qué dice sobre mí y mi vida el fin de esta relación), la atribución de causa pasada (quién o qué tiene la culpa) y los efectos futuros que atribuyamos a la nueva situación creada (qué consecuencias duraderas tendrá sobre mi vida). Pensar si ha sido culpa mía o no, qué significa vivir sin pareja o qué consecuencias en el futuro tendrá esta situación presente son temas muy dispares, pero tienen un denominador común: todo son creencias. Mejor o peor fundamentadas, pero todas ellas impepinablemente subjetivas, arbitrarias y, por lo tanto, discutibles y matizables. Creer que se ha perdido a la mujer de tu vida, que nunca se volverá a ser tan feliz o que el fin de una relación sea una catástrofe o un tropezón doloroso no trapichea con verdades y realidades objetivas, sino con proyecciones e inferencias más o menos realistas y peor o mejor fundamentadas, pero meras hipótesis en todo caso. Las divagaciones sobre causas pasadas, significaciones presentes y consecuencias futuras son eso, divagaciones hipotéticas más o menos verosímiles. Siempre resulta conveniente tomar conciencia y darnos cuenta de las creencias desde las que significamos cualquier realidad (de ellas, y no de los hechos, emanan los sentimientos que disfrutemos o suframos… y su intensidad, duración y consecuencias), pero en aquellas situaciones difíciles –como el desamor- constituye una necesidad para no autoinfringirnos toneladas de sufrimiento innecesario a añadir al que, per se, el desamor puede producir. ¿Qué creencias multiplicarán, y cuáles dividirán el dolor del desamor? II. DESAMOR : set de creencias potenciadoras o limitantes. También vimos en… y en… que ni la biología ni la cultura ayudan precisamente frente al desamor. La biología más instintiva, vía cerebro reptiliano y emociones básicas, nos empuja compulsivamente a formatos que favorezcan la reproducción -como la pareja- y a desconfiar instintivamente cualquier forma de soledad. Por su parte, la cultura nos condiciona a vivir la soltería como un estigma o como un mal menor que sobrellevar con resignación y dignidad en espera de tiempos mejores, que sin duda –y sólo- llegarán de la mano del siguiente príncipe azul que nos rescate de la invalidez cenicienta de estar “solo”. Para contrarrestar los impulsos más atávicos de la biología, podemos hacer relativamente poco: por mucho que el ser humano pueda reflexionar y decidir qué hacer con sus instintos, no por ellos dejamos de ser, como cualquier otro animal, entidades marcadas profundamente por las exigencias biológicas de reproducción y supervivencia. Por lo tanto, la batalla no está en la biología, sino en la cultura. El ser humano, vía metacognición (capacidad de pensar sobre su propio pensamiento), puede incidir y matizar la influencia que la nefasta cultura del amor tiene sobre nosotros en momentos en los que el desamor nos atenaza de dolor. ¿Cómo? Muy fácil –que no sencillo -: tomando conciencia de a 1) Los mantras culturales que nos influyen (y evaluando hasta que punto nos resultan convenientes, razonables y oportunos) 2) Las creencias más limitantes que albergamos y que multiplican el dolor del desamor (y qué hacer para refutarlas) 3) Descubriendo aquellas creencias más potenciadoras que nos permitirán dividir el tiempo y la intensidad de ese dolor (y qué hacer para reafirmarlas) A) MANTRAS CULTURALES… y sus antídotos. 1. “Sin ti no soy nada”. Entonces lo realmente importante no es tener a alguien, sino convertirnos en “algo” por nosotros mismos. 2. “Te quiero más que a mi vida”. Entonces la prioridad no es tener a ese alguien, sino aprender a quererse más uno mismo. 3. “No puedo vivir sin ti”. Entonces ni te estaba eligiendo ni tenía ningún valor mi elección, pues la necesidad es lo contrario de la libertad… y sin libertad no hay elección, sino mera obligación acrítica y sumisa. 4. “Mi vida sin ti no tiene sentido”. Entonces lo prioritario es aprender uno mismo a construirle un sentido a la existencia, sin necesidad de delegar esa obligación personal en un tercero que nos saque las castañas del fuego. 5. “Eres mi media naranja”. Yo soy la naranja entera, contigo sencillamente hacía todavía más zumo y lo exprimía con mayor facilidad y placer. 6. “Un diamante es para siempre”. El amor, como todo en la vida, nace para acabarse algún día (sea porque lo decide el uno, porque lo decide el otro o porque lo decide la biología… por los dos). 7. “Fracaso sentimental”. Que una relación termine no es un fracaso: es un imponderable ineludible. Todas lo hacen, y las mías siempre lo harán también más tarde o más temprano. B) MULTIPLICANDO EL DOLOR: creencias limitantes… y sus antídotos 1. Estar sin pareja es estar solo, y estar solo es terrible. No siempre que estamos en pareja nos sentimos acompañados. Además, estar solo es un estado normal de la vida y el ser humano contemporáneo –a diferencia del prehistórico- puede permitírselo sin poner en entredicho su supervivencia. 2. El sinsentido y dolor actual va a durar siempre. Todo duelo tiene sus fases, y toda fase termina antes o después. Y la visión catastrófica sobre toda mi vida que ahora contemplo no tiene que ver con la realidad de mi vida, sino con las gafas emocionales que el desamor me ha colocado y me hacen verlo todo así… ahora. 3. Los sentimientos y decisiones de la pareja tienen que ver exclusivamente conmigo. Los demás toman decisiones que tendrán consecuencias sobre mí, pero que se basan en sus propias prioridades y necesidades individuales en función de su momento personal. 4. Los sentimientos y decisiones del ser amado son un termómetro de mi propio valor y atractivo personal. Una cosa soy yo y otra muy diferente lo que los demás vean o valoren de mí en función de sus propios peliculeos subjetivos. 5. Nunca encontraré a nadie como esta persona. Como el futuro es indescifrable, no tengo ni puedo tener la menor idea de las consecuencias del fin de una relación. 6. No es justo / porqué ahora / porqué a mí. La vida no es justa, la justicia no se define porque suceda lo que a mí me convenga o me parezca correcto, y me ha sucedido a mí porque le sucede a todo el mundo antes o después. 7. Con todo lo que yo he hecho por ti. Lo que haya hecho lo hice por mí mismo, por mi propio bienestar (a través del del ser amado). No confundir sacrificio altruista con inversión en satisfacción presente o fidelización futura del cliente sentimental al queríamos resultarle valioso (o hasta imprescindible). Recuerda: el amor puede convertirse con una facilidad pasmosa en el más egoísta de los altruismos. C) DIVIDIENDO EL DOLOR: creencias potenciadoras 1. Tal vez te hubiera preferido, pero no te necesito. Y si ahora así lo siento es porque todavía no he aprendido a desmontar las creencias que así me lo hacen sentir. 2. Tu atractivo podría basarse más o menos en cualidades personales tuyas, pero lo que te convertía en irresistible era mi manera de significarlas, multiplicarlas exponencialmente y tenerlas obsesivamente presentes. 3. Tengo claro lo que pierdo hoy, pero no tengo manera de saber lo que esta pérdida puede hacerme ganar mañana. 4. Mientras mejor viva, menos me dolerá su ausencia. Que la otra persona decida continuar una relación no depende de ti, pero si el redoblar esfuerzos para fabricarte una vida a medida de tus mejores ilusiones: construirte nuevos retos profesionales, disfrutar más del tiempo libre, amar más y mejor a amigos y familiares, ponerte en forma, ganar más dinero o tiempo libre o placer profesional, convertirte en mejor persona. Cuanto más te guste tu vida, menos dolerá el dolor del desamor. 5. De la misma manera que lo que yo veo en ti y te hace irresistible refleja mi mirada y no quien tú eres, lo que tú veas en mí no me define a mí, sino a tu propia mirada IV. CONCLUYENDO Goëbels, ministro de propaganda del III Reich alemán, definió la verdad como “una mentira repetida mil veces”, y es así como acabamos convirtiendo cualquiera de nuestras hipótesis subjetivas (sobre cualquier tema) en una creencia sólida: a base de habérnosla repetido miles y miles de veces. Es a base de este autoproselitismo reiterado que llegamos a vivir nuestras creencias (repito: legítimas, pero también subjetivas y arbitrarias, por definición hipotéticas) como hechos objetivos e irrefutables, y que por ello seguimos a pies juntillas. Si aceptamos que la Verdad es algo objetivo, real, inmutable y universal, todas nuestras creencias actuales y proyecciones de futuro son “mentira” (en el sentido de no ser necesaria, objetiva e irrefutablemente ciertas, ni per se ni para todo el mundo), al ser inferencias propias o predicciones de lo que todavía no ha sucedido. Es lo que tienen las creencias: que son necesarias (sin creencias, ni sentiríamos ni actuaríamos), pero nunca infalibles ni definitivas. Por ello al ser humano, que en algo tiene que creer, sólo le queda elegir qué tipo de “mentiras” creerá más ciertas, en función de la felicidad o sufrimiento que acarreen. Por ello, tan idiota resulta en relaciones sentimentales sanas poner el acento en los defectos de la pareja, en aquello menos amable y en las contradicciones más lacerantes de la relación como seguir focalizando la atención en lo más idílico del otro cuando ese otro no nos corresponde o da por amortizada una relación. No es cuestión de veracidad (requeterepito, las creencias nunca son ciertas o falsas, pues son en su mayoría indemostrables por su naturaleza subjetiva y abstracta), sino de inteligencia para facilitarnos o dificultarnos la propia satisfacción, realización y felicidad. ¿Qué la relación sentimental funciona, es fuente de placer, confianza, seguridad y felicidad? Pues a reírnos de y no prestar demasiada atención a según qué verdades… que merecen ser despreciadas como falsedades absolutas: 1) El amor tendrá más que ver con el sujeto que observa que con el objeto observado… pero me hace disfrutar intensamente de cada segundo de mi vida y me empuja a ser mejor persona. Por lo tanto, y por ahora, decido creerme lo que veo en el ser amado… y así lo seguiré haciendo mientras así lo decida. 2) El ser amado será una creación propia que nosotros mismos construimos con nuestras propias manos a base de ignorar lo incómodo y magnificar lo amable… pero por suerte me he inventado a alguien que me transforma la vida en una aventura y me hace sentir seguro, valorado y acompañado en todo momento y me aporta mucho más de lo que me resta. 3) El amor, como absolutamente todo en la vida, nace con una segura –aunque desconocida- fecha de caducidad, así que a disfrutarlo a tumba abierta mientras dure y se baste para dotar de significado hasta el último rincón de mis inquietudes. ¿Qué la relación sentimental se tuerce, es fuente de sufrimiento, ansiedad, desamor o frustración? Pues a recordar y repetirnos 1.000 veces –hasta que lo lleguemos a sentir como una certeza espontanea- que: 1) El amor no es más que un desvarío hormonal dirigido por los instintos más primarios de reproducción. 2) El ser amado no era tan bello, inigualable e único per se, sino que era mi propia mirada subjetiva y mi atención arbitraria lo que lo convertía en ese suprahumano irresistible del que yo me había en-amorado. 3) Nunca se sabe las puertas que abre el portazo de las que se cierran, y que el futuro es un territorio por descubrir y construir, donde las mayores fortunas pueden convertirse en las semillas de nuestras peores maldiciones… y viceversa. 4) El amor sentido por alguien lo único que prueba es la propia capacidad de amar, no lo amable que fuera el objeto de nuestro amor. Al acabar una relación se acaba ese amor, no la propia capacidad de saber amar a alguien tanto y tan bien como habíamos amado a la persona que se ha esfumado de nuestro futuro. Hace tiempo leí no sé donde que en la vida el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. El dolor del desamor es el precio insoslayable de amar y no ser correspondido, pero el sufrimiento es la propina extra que, sin darnos cuenta, decidimos añadir a la cuenta emocional que la vida nos pasa. Y esa propina la formamos con creencias limitantes que nosotros, consciente o inconscientemente, decidimos creernos y permitimos que rijan nuestro pensamiento y conducta. Por ello, en nuestra mano está rebajar la cuantía del desamor. Tal vez no del precio establecido, pero sí de las onerosas propinas que sin darnos cuenta añadimos a la cuenta. Desde según que creencias, es imposible no convertir la adversidad de un desamor en tragedia catastrófica capaz de destrozarnos la vida. Pero que no nos quepa duda: el desamor no es una tragedia, aunque nosotros podemos convertirla en una mediante según que creencias limitantes. Es cuestión de monitorizar esas creencias, aprender a reconocerlas, tratarlas como las inferencias arbitrarias que son, refutar las que nos destruyen y reforzar las que nos construyen. Una cosa es el amor y otra muy diferente lo que hagamos con él. El desamor, también. Cuestión de elegir. De aprender a elegir consciente, voluntaria e inteligentemente.
Probablemente, el amor es la emoción más sentida y más anhelada del repertorio sentimental humano, y supongo que por ello ha sido la más banalizada, tergiversada, sublimada y ninguneada por los más atroces topicazos y lugares comunes. Pasto de clichés, grandilocuencias rimbombantes, mamarrachadas sexistas y todo tipo de pastiches acaramelados, el amor es la emoción más decisiva, vibrante, y significativa de nuestra existencia. Y siendo la más importante para nuestra felicidad, ergo la más necesaria de entender y gestionar… es sin duda alguna la más malinterpretada. Clichés como “Sin ti no soy nada”, “Te quiero más que a mi vida”; “No se puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad”, “Mi mástil en la tormenta”… nos llevan a una imagen distorsionada y limitante que, al haberse convertido en paradigma cultural, ha parasitado hasta desfigurar nuestro concepto del amor. Y lo peor: nos han provocado toneladas de sufrimiento innecesario, falsificando amores rotundamente ciertos y autentificando pasiones nefastamente apócrifas. Porque… ¿Qué es realmente el amor? ¿Cómo se construye y se destruye? ¿Por qué y de qué manera nos hace sufrir y disfrutar tanto? Y lo más importante, ¿Se puede incidir sobre él para que juegue a favor de nuestra felicidad en vez de atentar contra ella? Si te interesa saberlo… 1. ¿QUÉ ES EL AMOR? ¿AMOR O AMORES? Según José Antonio Marina, el Amor es la “Percepción de algo o alguien que despierta en el espectador un sentimiento de agrado, interés, armonía, deleite, arrobo, éxtasis, enajenación y que se continúa con un movimiento de atracción y deseo. Se puede sentir por cosas, ideas o personas, y despierta deseos de unión, posesión, compañía, disfrute, bien del otro y cuidado”. Toda emoción consta de los dos ingredientes principales que nos permiten reconocerlas y diferenciarlas entre ellas: sensaciones (agradables o desagradables) e intensidad (activación o desactivación física). La tristeza, el aburrimiento o la desidia son emociones desagradables de sentir y desactivadoras físicamente; el odio, la rabia o la ira son igualmente desagradables, pero nos ponen las pilas. Por el contrario, la relajación o la tranquilidad son agradables y desactivadoras, mientras la euforia o el entusiasmo son tan agradables como activadoras. Pero amamos tanto a mascotas, ideas, padres e hijos como a amantes a los que deseamos desde la pulsión sexual y sus emociones adyacentes. ¿En qué se parece y en qué se diferencia un amor del otro? Simplificándolo mucho, los griegos hablaban de dos tipos de amor: el Eros (amor sexuado, pareja y amantes colaterales) y el Ágape o Filos (amistad, familia, ideas…). Evidentemente, toda forma de amor es agradable (tal vez no sus consecuencias, tal vez no nuestras evaluaciones, tal vez no las situaciones que creemos a partir de él), por lo que tanto el Eros como el Ágape –Filos se sitúan claramente en la banda de las emociones placenteras. ¿Qué los diferencia? La carga de activación o desactivación física que comportan: mientras que el Eros conlleva necesariamente tensión muscular y aumento del ritmo cardíaco y del patrón de respiración, el Ágape – Filos comporta relajación muscular y descenso del ritmo cardíaco y respiratorio. Por ello, no sólo su naturaleza sino las acciones a las que nos predisponen serán necesariamente diferentes. Y sus finalidades, amenazas y oportunidades. 2. ¿PARA QUÉ SIRVE Y CÓMO NOS AFECTA? Ya sabemos de post anteriores que las emociones, principalmente, sirven para preparar cabeza y cuerpo para un determinado curso de pensamiento y acción. Las emociones agradables y desactivadoras donde se circunscribe el amor – ágape (como la tranquilidad) nos preparan para la reflexión pausada, el cuidado, la paciencia o el consenso. A su vez, las agradables que nos aceleran con las que se emparenta el amor- eros (como la euforia) tienen como función desactivar las partes del cerebro que se dedican al pensamiento crítico en cargado de encontrar fallos y disonancias en busca de cosas que no funcionan. ¿Nos suena el discurso transido de un enamorado sobre la perfección absoluta del amante? Pues a veces puede referirse a virtudes presuntamente reales del ser amado, pero siempre se deberá en mayor o menor medida a la desactivación química del propio pensamiento crítico. En la cúspide del amor – eros, encontrarle fallos al amante o a la vida en general es como intentar ver… sin ojos. ¿También nos suena la utilidad de intentar razonar con alguien enamorado de algún indeseable? Pues eso… Además, a menor sentido crítico, mayores posibilidades de saltarnos a la torera las manías que acompañan zonas tan llenas de tabús culturales y bactereológicamente complicadas como los genitales que, tarde o temprano, el amor erótico acaba llamando a escena. El amor erótico también nos predispone fisiológicamente al sexo tensando músculos y acelerando ritmo cardíaco y respiración para enviar la sangre allá donde más se necesite (miembros y extremidades). Y si la sangre está en cualquier miembro del cuerpo no está en el cerebro… y los cerebros pobremente oxigenados no piensan con eficiencia. Como la sangre es un bien limitado, Perogrullo diría que sí está en un sitio no está en otro. De ahí que la calidad de los pensamientos frenéticos y obsesivos del amor apasionado acostumbra a dejar mucho que desear. A la inversa, pero por razones idénticas, darle muchas vueltas al coco (para las que el cerebro necesita consumir oxígeno) no facilita precisamente que la sangre fluya hasta según qué miembros que la precisan para sus cometidos y que, de comernos mucho la cabeza, pueden verse faltos de ella. Así que la evolución nos ha moldeado la bioquímica para que el aminoácido que segregamos al amar eróticamente nos anule el sentido crítico y active muscularmente el cuerpo, y todo ello para facilitar que el instinto de reproducción doblegue la voluntad en caso de duda. El amor erótico nos obsesiona, monopoliza e idealiza al ser amado para poner nuestro mente al servicio de la propagación de los genes, objetivo primordial –junto con la supervivencia- de nuestro cerebro reptiliano. El amor erótico –como el orgasmo- es la zanahoria con la que el instinto nos incita al sexo como súmmum de comunión última con el ser amado. 3. LA CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA DEL AMOR COMO SENTIMIENTO Ya vimos en Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana. que, como cualquier otra emoción, el amor es un conjunto de sensaciones físicas provocadas por sustancias químicas que el cerebro destila como respuesta a la información externa que recibe y, sobre todo, a las significaciones y evaluaciones internas que sobre ella realiza. La información influye en cualquier emoción, y mucho, pero lo que la determina es nuestra propia evaluación de esa información, más o menos neutra hasta que nuestra subjetividad la significa. El amor es tanto una emoción (cuando brota automático, involuntario e inconscientemente) como un sentimiento (cuando elaboramos cognitivamente la emoción instintiva). Sobre la primera, poco control llegamos a tener a la corta; sobre el segundo, todo el que aprendamos a ejercer. De eso parece ir la Inteligencia Emocional. El amor como emoción espontánea brota; como sentimiento, se construye voluntariamente (aunque no necesariamente consciente de qué hacemos y cómo pensamos para construirlo). La emoción es materia prima; el sentimiento su transformación en producto elaborado; la emoción puede entrar desde fuera, el sentimiento sale de dentro; la emoción puede venir del otro; el sentimiento, de uno mismo. De todo esto se deriva que: a) Lo que determina a largo plazo las consecuencias del amor en nuestra vida no es la emoción a bote pronto, sino el sentimiento elaborado a bote tarde. Un flechazo espontáneo, si no lo adobamos con los relatos desaforados, poética mística y exageraciones propias del proceso de enamoramiento, se queda en mero calentón puntual sin mayor trascendencia práctica. b) El sentimiento lo fabricamos con nuestros pensamiento y creencias, así que podemos aprender a reforzarlas o debilitarlas en función de si nos resultan limitantes o potenciadoras. El sentimiento, al ser fruto de la suma emoción + pensamiento, nos permite incidir sobre él a partir de aprender a pensar de maneras que acoten o amplíen progresivamente la magnitud (y consecuencias conductuales) del sentimiento del amor… en función de si nos endulza o nos desgarra la existencia. Tal vez seamos más o menos marionetas de la emoción amor, pero somos los titiriteros de los hilos del sentimiento amoroso. O podemos aprender a serlo. 4. DOMESTICAR LO SALVAJE, ASALVAJAR LO DOMESTICADO El objetivo respecto al amor es el propio de toda emoción: utilizarlo nosotros a él en función del contexto y en aras de nuestra felicidad, en vez de que él nos utilice a nosotros para ningunearnos la existencia. Lo mismo ocurre con la tristeza, la rabia, la relajación, la euforia o el asco, sólo que el amor es la más determinante de todas las emociones. Por dos razones principales: primera, porque es la emoción que más sentido y realización otorga a nuestra vida; segunda, porque es, probablemente junto a la ira y el asco, la que conecta más directamente con los instintos más arraigados por la evolución en nuestro cerebro primitivo (y ya sabemos que, cuanto más instintiva y arcaica, más complejo incidir sobre la emoción). El amor es no sólo la emoción más decisiva, sino la más difícil. Por ello, el reto de gestionarla resulta doblemente necesario. No es sólo que el amor sea un arma de doble filo (fuente de la máxima felicidad o amargura): es que el propio filo también es doble. Con el amor puedes cortarte por, parapetados de supuesto pragmatismo y tirando más del miedo a perder que de la ilusión por ganar, dejar de disfrutar a la persona que realmente amas. Pero también puedes cercenarte la vida, tirando de impulsividad mal entendida y travistiendo de temeridad el mero pánico a la soledad, dejándote llevar a relaciones tóxicas blandiendo el amor como excusa inapelable y cheque en blanco que todo lo justifica. El reto del manejo inteligente del amor es doble y ambiguo, además de complejo: ni domesticar el lado salvaje que nos permite vivir intensamente y con autenticidad con la persona verdaderamente amada ni dejarnos llevar por ese lado salvaje a relaciones dolorosas, desiguales o profundamente denigrantes e insatisfactorias. He visto gente muy diferente cortarse con uno u otro lado del filo del amor. En lo que todos sí coinciden es en las amputaciones lacerantes que se han provocado de por vida con uno u otro filo. 5. CONCLUYENDO… Entender la elaboración subjetiva y arbitraria del amor, cómo y qué pensamos para convertir a alguien en objeto de nuestra pasión, así como su base físico química, no le quita la más mínima importancia al amor como el verdadero, principal y prioritario motor del ser humano. Es más, entenderlo más allá de boutades de telenovela previsible, concursito de Tele 5 o estribillo manido de radio fórmula a mí me lo hace admirar y anhelar todavía más. La magia del amor, como cualquier otra, no estriba en creerse el truco, sino en disfrutar de la sorpresa, ilusión y felicidad que nos produce. Para que un mago sea bueno, ¿Hace falta que haga desaparecer realmente a personas, que las despedace físicamente o que saque de su esófago verdaderas barajas o kilómetros de pañuelos? ¿Si realmente no lo hace, eso lo convierte en mal mago? ¡Todo lo contrario! El mago es aquella persona que nos hace creer todo ello sin que sea cierto ni haga falta alguna que lo sea. La magia no es admirable porque sea literalmente cierta (como el cine, o la literatura o cualquier forma arte, todas tan ambiciosamente ciertas como literalmente falsas), sino porque su presencia trastoca la mera, previsible e insípida realidad en un prodigio cotidiano, inverosímil y fascinante. El amor es mágico porque es capaz de transformar la más anodina rutina en la más vertiginosa de las aventuras. Entender el amor por lo que es y cómo funciona no le quita magia alguna (repito, todo lo contrario). Eso sí: nos facilita esa misión imposible, tan insoslayablemente necesaria para vivir una vida plena y feliz, que es ponerle brújulas a nuestros amores para que nos lleven allá dónde queremos ir. Si cualquier emoción puede amargarnos la vida caso de gobernarnos como a marionetas (la Ira puede llevarnos a la cárcel, la tristeza a la depresión, la ansiedad a la taquicardia, el miedo a la angustia, la euforia al atolondramiento), la más potente, mágica y decisiva de las emociones puede destrozárnosla sin miramientos, pues al ser la emoción que más atañe a nuestros instintos más profundos, es la que más sufrimiento espontáneo nos puede producir. Yo no dejaría el botón nuclear en manos de un primate exclusivamente primario e instintivo como el cerebro más primitivo. No sé tú: Yo hilaría algo más fino. Entre someternos sumisos a los instintos más primarios y castrarnos al negarlos de raíz, vete tú a saber si existe un justo medio mucho más interesante. Me rindo a los pies del amor, la más bella de las experiencias humanas en cualquiera de sus dimensiones y destinatarios. Precisamente por ello, me niego a regalarle un estatus de fuerza ciega, tiránicamente ajena a mi voluntad y dispuesta a zarandearme el alma en la dirección que le dé la gana cuándo y cómo mejor le plazca. El amor como instinto meramente primario y ajeno a la voluntad propia no se diferencia gran cosa del mero celo o el instinto de protección de las crías de cualquier otro animal, por lo que no me parece digno de elogio especial. Me niego a degradarlo así, y por eso os animo en el próximo artículo a continuar entendiéndolo, matizándolo y perfilándolo hasta convertirlo en esa emoción mágica que es el amor humano. Que empieza en el instinto animal de reproducción y conservación de la especie, claro, pero no por ello debemos resignarnos a que termine tan cerca de él. El amor humano es mucho más… a menos que nosotros lo limitemos a furores primarios, sumisiones acríticas e impulsos automatizados por el instinto más antagónico a nuestros valores, creencias y objetivos en la vida. El amor es la más deliciosa, bella y sublime de las emociones humanas. Intuyo que la verdadera razón para vivir: amar y ser amado, mucho y bien. Sta. Teresa definió el infierno como “El lugar dónde no se ama” y es por ello por lo que me niego a abandonarlo en el limbo simploide del romantiqueo más manido, superficial y castrante del amor como yugo avasallador, panacea para todos los males o cheque en blanco que justifique cualquier acción blandiéndolo como patente de corso que todo lo excusa. Ni como amantes ni como padres. No le echemos la culpa al amor de lo que nosotros atinemos a hacer con él. Y de eso irá el próximo artículo: de aprender a manejarlo. Con tanto coraje y autenticidad como sentido común y consciencia. Pero, sobre todo, lejos de papanateos de opereta (timoratos o enajenados, cobardones o suicidas) tratando de disfrazar de pasión ajena el desamparo propio ni de madurez responsable lo que no es más que puro pánico a la incertidumbre. Amar como humano conlleva alejarse de ambos extremos letales para el amor sano. No somos las víctimas del amor, sino sus protagonistas. Eso sí: protagonizar nuestros amores conlleva aprender a hacerlo. ¿Qué podemos hacer para apropiarnos y aprovechar nuestro amor? ¿Cómo, concretamente, podemos matizarlo, construirlo, atemperarlo o reforzarlo? Eso ya se merece otro artículo. El próximo, para ser exactos: el que irá de sus verdades más falsas… hasta sus mentiras más ciertas.
Como ya vimos en Las emociones: ¿Aliados o enemigos?, las emociones son el factor más importante de nuestras vidas, pues determinan tanto nuestra felicidad como lo que hacemos -y su eficiencia- para conseguirla. Siendo la clave de nuestro bienestar, las emociones parecen asaltarnos sin previo aviso, y no venimos a darnos cuenta de ellas hasta horas, días o meses actuando al dictado de sus influjos. Pero, ¿Podemos incidir voluntariamente en algo tan instintivo como las emociones? ¿Se pueden llegar a controlar? Si te interesa saberlo… Como ya vimos y seguiremos viendo más en detalle, las emociones son infinitamente más rápidas que nuestra propia conciencia de estarlas sintiendo, por lo que intervenir sobre ellas puede resultar harto difícil. Para sentir el pánico a un depredador o a la altura, el asco instintivo a según qué alimentos o la atracción erótica a bote pronto, no pasan ni nanomilésimas de segundo entre que nuestros sentidos captan una información, la envían al tálamo (la parte más arcaica de nuestro cerebro, determinada en gran parte por los instintos más atávicos) y éste ordena a la amígdala segregar una respuesta química que nos prepare a actuar con la rapidez necesaria (acorde con nuestra evaluación de la situación). Por el contrario, todo el proceso de decidir como quiero sentirme y pensar en cómo cambiar la emoción sentida por otra más deseable es un proceso consciente y elaborado que requiere de un tiempo infinitamente mayor del que precisan las emociones para desencadenarse. Entonces, ¿La gestión de nuestras emociones es una batalla perdida? Pues la respuesta es sí y no, por muy incongruente que pueda sonar. De momento, para empezar (no sé si a ganar esta batalla pero si como mínimo a lucharla) debemos aprender algo: la diferencia entre emociones y sentimientos. Todos los animales sienten emociones, y ya hemos visto que éstas son endiabladamente rápidas. Las emociones son fruto de una evaluación dicotómica (bueno – malo; devorable – devorador; placer – dolor) inconsciente y cuasi automática, pues de no serlo carecerían de la velocidad necesaria para resultarnos útiles. Evidentemente, si los sentidos captan una información que el cerebro primitivo llega a intuir, a ojo de buen cubero, que pudiera ser el reptar de una serpiente, mejor me activa la respuesta de miedo (que me llevará a huir de un bote) con la rapidez necesaria para esquivar su mordedura. Por su velocidad, las emociones son fruto de evaluaciones necesariamente imprecisas, apresuradas y de escasa calidad. A nuestro cerebro más primitivo, no le pidamos más: en caso de duda, siempre significará el peor escenario posible, pues mejor confundir una ramita con un serpiente (como, mucho pegaremos un salto y nos llevaremos un sustito innecesario) que una ramita con una serpiente (¡Zaska! Mordidos y envenenados…). Pero es precisamente esa rapidez instintiva e imprecisa de las emociones (tan útil en la jungla para evitar el ataque de un animal) lo que tanto dificulta su necesario manejo en el sutil y enrevesado asfalto social del ser humano contemporáneo. Hasta aquí las malas noticias: las emociones son demasiado instintivas y veloces para nuestra lentísima consciencia, por lo que incidir sobre ellas no es ni mucho menos imposible, pero sí complejo. Pero, por suerte, el ser humano es el único bicho que, además de emociones, tiene sentimientos. Y en el hueco entre las unas y los otros estriba nuestra tabla de salvación Mientras que las emociones son la respuesta automática de nuestro cerebro primitivo a la información recibida por los sentidos, los sentimientos nacen de nuestra evaluación y significación de las emociones sentidas: sus causas, significados y consecuencias. Las emociones son inconscientes, instintivas y de brocha gorda, pero nuestros sentimientos son reflexionados y matizados como un pincelito japonés. Si las emociones son fruto de nuestro cerebro más instintivo y primario, nuestros sentimientos interactúan con nuestro cerebro más reflexivo (el neocórtex), aquel sobre el que podemos aprender a incidir voluntaria y conscientemente. Los sentimientos son la elaboración cognitiva de las emociones que sentimos. La lástima es que ese pensamiento mediante el que valoramos y significamos las emociones acostumbra a ser casi tan inconsciente y automatizado como la emoción misma. Y ese es el reto de la conciencia emocional: sacar nuestras maneras cosificadas de pensar de las catacumbas inaccesibles del cerebro, hacerlas conscientes y enfrentarlas a análisis críticos que nos permitan discernir si esa emoción está sólida o frágilmente fundamentada o si nos resulta conveniente o no. Dejadme poneos un ejemplo duro: imaginaos que soy una persona que (sea por educación, abusos sufridos o pura química o morfología cerebral deficitaria), siento una atracción sexual instintiva e irrefrenable por menores. ¿Puedo llegar a dejar de sentir esa atracción? Difícil respuesta, que no me siento capacitado a enfrentar con propiedad. Pero si no pudiera o me fuera difícil dejar de sentir esa emoción (determinada en gran parte por factores ajenos a mi voluntad directa y presente), definitivamente puedo transformar esa emoción en un sentimiento u otro que, ese sí, cae plenamente bajo la influencia potencial de mi razón, mis principios y mi voluntad. En función de cómo la gestione racionalmente, esa emoción primaria de atracción sexual puedo sentirla con orgullo, motivación, asco, tristeza o vergüenza… Y en función de este sentimiento actuaré acercándome, alejándome o escondiéndome. Y aquí radica la clave: ya vimos que las emociones conducen nuestra conducta, y lo que trae consecuencias prácticas no es lo que pensamos o sintamos, sino lo que hacemos con nosotros mismos y con los demás. A mí, personalmente, me interesan entre poco y nada los debates morales sobre el pecado de pensamiento, pero tengo posiciones firmes sobre según qué delitos de conducta. Así, el problema no estriba en las emociones íntimas de alguien, mientras se restrinjan al alma, mente e intimidad del que siente. ¿Qué alguien fantasea sexualmente con infantes? Es su problema, no él mío, si se barra el paso a la conducta, las consecuencias prácticas de todo ello se limitarán, como mucho, a miradas que algunos catalogaríamos de abiertamente inapropiadas. Pero no seré yo quien pierda un segundo juzgándolos estérilmente. Eso sí: que nadie que sienta esa emoción se crea justificado, por el mero hecho de sentirla, a actuar amparándose en sus inclinaciones, utilizando las emociones como cheque en blanco para las conductas que se permita implementar. Nadie está en la cárcel por haber pensado en matar a alguien, pero sí por haberlo hecho. A quienes fantaseen con adolescentes o jefes politraumatizados, no seré yo quien los defienda, pero tampoco quien los ataque. A quienes agradan a los unos o los otros, que la sociedad los meta en vereda con todo el peso de la ley. Análogamente a pederastas o asesinos, a ninguno de nosotros nos determinará la vida las emociones que sintamos, sino las conductas que nos permitamos ejecutar empujados por ellas. No conozco a ningún juez que haya condenado por violación a nadie por fantasear en secreto con una relación sexual no consentida ni por asesinato a quien se haya imaginado asfixiando a su jefe (¿Habría cárceles suficientes?). Como también lo vimos en El hábito SÍ hace al monje: seremos lo que hacemos y El Hábito SI hace al monje II: el veneno –antídoto de la mielina, somos lo que hacemos. Y si bien la emoción es el motor de la acción (y en los animales, el determinante directo), el ser humano puede aprender a meter la falca de los sentimientos entre el mero estímulo de la emoción y la respuesta de la conducta. No somos culpables de nuestras emociones, pero si responsables de nuestros sentimientos, pues tenemos la capacidad de aprender a redirigirlos en la dirección de nuestros principios y no en la de los automatismos a bote pronto. Entender como las emociones de un pederasta o asesino puede predisponerlos a cometer sus delitos (más allá de su voluntad directa y presente) puede ayudarnos a entenderlos, pero no por ello los justificaremos, ¿Verdad? Pues tampoco a nosotros la Ira nos libra de las consecuencias de permitirnos darle rienda suelta, ni nuestro Amor erótico de emperrarnos en mantener una relación humillante, ni nuestro miedo a continuar paralizados, eternamente anclados en situaciones o conductas insostenibles. ¿Por qué? Porque tenemos las herramientas para transformar esas emociones que nos llevan a conductas contraproducentes en sentimientos que nos ayuden a actuar acorde con lo que nos conviene, no a lo que nos exige el instinto. El animal tiene la excusa de su impotencia; el ser humano, ni eso. Adueñémonos de nuestra libertad emocional… o, como mínimo, sentimental. Esa que podemos usar para dejar de utilizar las emociones como coartada frente a la responsabilidad, y nos permita empezar a utilizar los sentimientos como trampolín a nuestra satisfacción. Por todo ello, tal vez deberíamos hablar de inteligencia sentimental más que emocional, pues es sobre los sentimientos sobre lo que debemos aprender a actuar en primera instancia. Podemos transformar cualquiera de las emociones que nos hacen sentir mal o nos llevan a actuar contra nuestros intereses en un sentimiento aliado de nuestro bienestar y principios. Siempre que lo deseemos lo suficiente como para aprender a hacerlo, claro. Y aceptemos que, como cualquier aprendizaje, requerirá de la tríada mágica: constancia, paciencia y humildad (El Yoga de la superación cotidiana). En el próximo post os hablaré sobre la Inteligencia Emocional como la herramienta más útil para aprender a gestionar nuestras emociones. Y digo bien: gestionar, adaptar reciclar… y no controlar. Desde la perspectiva del mero control emocional, sólo dispondremos de herramientas como la represión o el autoengaño (que, amén de ineficientes, conllevan grandes dosis de sufrimiento y penitencia, a menudo salpimentados de la culpabilidad más estéril). Desde la gestión y el reciclaje, por el contrario, podremos abordar nuestras emociones desde el pensamiento de calidad, el convencimiento pleno, la ilusión y la superación de todas aquellas formas de pensar y actuar que nos hacían infelices y nos impedían ofrecer la mejor versión de nosotros mismos. ¿Recordáis la imagen del jinete y el caballo de Las emociones: ¿Aliados o enemigos? Pues la inteligencia emocional busca aprender a montarlo para que nos dirija armoniosamente hacia donde sabemos que es mejor para el mismo caballo y para nosotros. Pero no busca someter y controlar al caballo tirando de las riendas hasta sangrarle las encías (primero, porque de nada sirve: el es más fuerte que tú, y te acabará tirando encabritado; segundo, porque haría sufrir innecesariamente a nuestro mejor medio de transporte, amigo y aliado: el caballo de las emociones). La inteligencia emocional se parece más al autoproselitismo empático que al cilicio represor. Gestionar tus emociones se parece más a reciclarlas desde la ilusión que a reprimirlas desde la culpa. La gestión emocional eficiente es el reto más fascinante y necesario que debe afrontar el pobre ser humano del siglo XXI, equipado biológicamente con un cerebrito animal para poco más que cazar y no ser cazado, pero con el que tiene que afrontar dilemas vitales complejos y abstractos sobre su enrevesada existencia. Temas tan sutiles que sería un suicidio dejarlos al albur de la brocha gorda de las emociones primarias y el cerebro más primitivo. Para huir de un jaguar, arrearle un garrotazo a un enemigo o clavarle una lanza a un mamut, las emociones se bastan y se sobran, pero resultan claramente insuficientes para decidir si continuar o dejar una relación, replantearse el futuro o cambiar las pautas ineficientes de relación con parejas, hijos o amigos. La brocha gorda es la mejor herramienta para pintar paredes a saco, pero de nada sirve para acuarelas detallistas como los requerimientos existenciales del humano contemporáneo. El objetivo final de la inteligencia emocional es, precisamente, saber cuándo utilizar la brocha gorda de nuestras emociones primarias y cuando el pincel fino de nuestros sentimientos más elaborados. No se me ocurre mejor inversión en ti y en tus seres queridos que el aprender a hacerlo. A los trogloditas cibernéticos que somos tampoco nos queda mucha opción si queremos disfrutar de la vida en vez de limitarnos a padecerla como una molestia ineludible.
Alegría, sorpresa, angustia, tristeza, ilusión… Todas ellas son emociones que, en mayor o menor medida, todos hemos sentido en algún momento de nuestra vida. Cada segundo sufrimos, disfrutamos, actuamos y pensamos movidos por ellas, pero rara vez nos paramos a pensar sobre ellas. De forma más directa o indirecta, todos los artículos del blog intentan responder a dos preguntas cruciales en la existencia: Quiénes somos y qué podemos hacer para ser más felices. Gran parte de las respuestas a ambas cuestiones tienen que ver –y mucho- con el manejo que hagamos de nuestras propias emociones. Pero ¿Qué son las emociones? ¿Cuáles son sus causas… y sus consecuencias? ¿Hasta qué punto determinan nuestras vidas? ¿Son ellas las que nos dirigen a nosotros o nosotros a ellas? Y lo más interesante, ¿Se puede aprender a controlarlas? Si te interesa saberlo… 1. QUÉ SON Y COMO SE GENERAN: CAUSAS DE LAS EMOCIONES Las emociones son la respuesta que una parte del cerebro (el límbico o emocional) desencadena, frente a la información ambiental, con el propósito de preparar cuerpo y mente para el curso de acción que mejor haga frente al contexto dibujado por los sentidos. Simplificando entre bastante y demasiado, los sentidos captan la información del contexto (visual, olfativa, sonora, táctil…) y la envía al tálamo (cerebro primitivo), el cual significa a brocha gorda dicha información clasificándola como potencial fuente de placer o de dolor (oportunidad a la que acercarse/ peligro del que alejarse). Inmediatamente después, envía un mensaje a la amígdala (cerebro límbico) para que prepare e insufle en la corriente sanguínea aquél aminoácido que mejor nos prepare para afrontar los retos planteados por la situación. Nosotros llamamos emoción a las sensaciones que nos producen los cambios anímicofisiológicos desencadenados por esos aminoácidos segregados por la amígdala. Del latín e-movere (dirigirse hacia) las emociones engloban un determinado conjunto de sensaciones corporales, pero también de pensamientos y tendencias a la acción que desencadenan al mismo tiempo. Así las emociones son, en esencia, energía bioquímica en forma de aminoácidos que provocan tanto alteraciones del ánimo (intensas o pasajeras, agradables o desagradables) como un conjunto de reacciones físicas que preparan al cuerpo para el curso de acción (atacar, huir, esconderse, acercarse, pensar…) que el cerebro ha escogido como más adecuado para salir airosos de una situación dada. Por todo ello, cabe concluir que las emociones son fruto de la cognición, de las evaluaciones y significaciones que nuestro propio cerebro realiza sobre la información externa recibida mediante los sentidos. Las e-mociones se generan desde dentro hacia afuera (de nuestro cerebro y cuerpo hacia la realidad), no de fuera a dentro, por lo que la realidad influye (y mucho) en sentir una emoción u otra, pero es nuestro pensamiento el que determina cuál sentiremos y con qué intensidad. Y es aquí donde se abre un espacio de libertad del que se supone que la mayoría de animales no dispone. La realidad externa aporta la materia prima, pero es nuestra manera de significarla y evaluarla lo que le da forma a la emoción que acabaremos sintiendo respecto a ella. 2. PARA QUÉ SIRVEN: CONSECUENCIAS Las emociones determinan no sólo nuestra calidad de vida (sensaciones agradables o desagradables) sino también nuestros logros, ya que las diferentes emociones nos predisponen psíquica y físicamente a un determinado curso de acción, coherente con nuestra evaluación y significación del contexto. Como iremos viendo en posts posteriores, la Ira tensa músculos, acelera el ritmo cardíaco y respiratorio y focaliza la mirada. ¿Para qué? Pues para preparar nuestro cuerpo para atacar. El miedo, por su parte, nos predispone óptimamente para huir o pasar desapercibidos, la sorpresa nos paraliza para recabar más información antes de acercarnos o salir pitando, y así con todas y cada una de nuestras emociones. Toda emoción es una preparación psicofísica ante los desafíos del momento enfrentado. Pero las emociones no sólo preparan el cuerpo, también los sentidos y el pensamiento. Así, desde la ira sólo captaremos aquella información que refuerce las conclusiones de agravio; desde el miedo, nuevos y terribles peligros bajo cada piedra y desde la euforia, más y nuevas razones para flipar y creernos los reyes del mambo. Las emociones dirigen nuestra atención, focalizándola en aquello que esas emociones nos hagan considerar pertinente y relevante. Preparando el cuerpo para actuar de una determinada manera, dirigiendo los sentidos para captar una información y descartar otra y predisponiendo al cerebro a evaluar la información con un sesgo particular, las emociones actúan como filtros y moldes que nos hacen construir nuestra realidad de una manera acorde. Recuerdo una copla que de pequeño cantaba mi abuela: “Nada es verdad ni es mentira/ todo depende/ del cristal con que se mira” (sic). Ahora sé que el cristal son las emociones. Y los miopes bien sabemos cómo cambia la realidad dependiendo del cristal a través del que se mira… Una última utilidad de las emociones: espejo que refleja nuestra forma de ser. Las emociones son la más fidedigna fuente de autoconocimiento, infinitamente más verosímiles y fiables que nuestros elaborados y sesudos discursos racionalizados sobre quiénes creemos ser y qué queremos querer. Al ser consecuencia de cómo percibimos y nos significamos a nosotros mismos, los demás, el mundo y la vida en general, las emociones son el mejor espejo de nuestra visceralidad, pues reflejan espontanea e inapelablemente qué decidimos que es importante y prioritario, y en qué grado. 3. DE CABALLOS A JINETES Si las emociones determinan tanto si nos sentimos bien o mal como las acciones que implementaremos (y su posible eficiencia) para construirnos una vida a medida, podemos concluir que el manejo inteligente de nuestras emociones es probablemente la tarea más importante de nuestra existencia. Hacer la mitad para conseguir el doble y disfrutarlo el triple es probablemente el sueño húmedo de toda persona, y la clave para ello es saber identificar, utilizar y gestionar nuestras emociones. Como veremos en el próximo post, utilizar inteligentemente nuestras emociones es aprender a sentir la emoción que mejor nos capacite para afrontar los retos de toda situación, adecuándolas a los cursos de acción más pertinentes frente a las demandas que cada situación nos obliga a enfrentar. Como ya vimos en La invención de la realidad, tu visión actual de ti, los demás y el mundo en general no son un reflejo directo y pasivo de todo ello, sino de las emociones a través de las que lo captas, significas y evalúas. Cambia tus emociones y cambiarás tu realidad: obviamente, no los hechos objetivos y datos empíricos que la compongan, pero sí tu manera de vivirlos y tu capacidad para afrontarlos satisfactoriamente. La vida sin gestión emocional puede parecerse mucho a la imagen estrambótica de un jinete acarreando penosamente un caballo a cuestas. Como mapas, motores y volante de nuestras conductas, las emociones pueden ser un lastre o viento a favor en nuestras velas. Ello dependerá del uso lerdo o inteligente que de ellas hagamos. De eso se trata la tan cacareada, ignorada o malinterpretada Inteligencia Emocional, de usar nosotros nuestras emociones para que nos lleven donde queremos ir, no que ellas nos arrastren hasta donde no. Porque las emociones, o las usas tú a ellas o ellas te usan a ti. Como siempre, elije: o te montas en tu caballo para llegar cómodo y rápido a tus paraísos soñados, o lo cargas a cuestas para hacer tu viaje lento y penoso hacia tus infiernos temidos. O peor aún: a tus purgatorios más insulsos.
Amig@s: esta mañana he estado en TV3 para hablar sobre un curso de Inteligencia Emocional que hice hace semanas en Cementiris de Barcelona para operarios de cementerios. En próximas fechas dedicaré algún artículo a todo lo que aprendí con los alumnos sobre la cultura de la muerte y cómo hacerla más racional desde la Inteligencia Emocional, pero os adelanto el link del programa (gentileza de hermanos biológicos y de opción, Rafael Peral y Carlos González). Espero que os abra el apetito para próximos posts y, de paso, os resulte de utilidad.
Al acabar los artículos Las emociones: ¿Aliados o enemigos? y ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana ya me prometí dedicar un post a la Inteligencia Emocional, pues lo importante de entender las emociones es que nos permite aprender a transformarlas de enemigos a aliados de nuestra calidad de vida. Pero mi propia biografía me cruzó cuatro azares que me llevaron a colapsar mi atención con una emoción en concreto: el Amor, al que acabé dedicando los últimos cinco artículos con la serie sobre los diferentes tipos y manejos de las pasiones en sus diferentes versiones. El Amor es una de las 8 emociones básicas que, según Paul Ekman, son universales y con las que cualquier otra emoción está emparentada. Pero ¿Cuáles son las otras 7? ¿Se pueden gestionar todas según los métodos vistos respecto al Amor? ¿Por qué es tan importante reconocerlas y entenderlas? ¿Qué podemos hacer para gestionarlas? ¿Cuál es el precio de aprender a hacerlo? ¿Y el de no hacerlo? Si te interesa saberlo… QUÉ SABEMOS YA DE LAS EMOCIONES A partir de los varios artículos que he dedicado, directa o indirectamente, a las emociones ya sabemos que: 1) Las emociones crean nuestra realidad subjetiva y construyen nuestra vida a base de predisponer a) Los sentidos a captar determinadas informaciones b) La mente a significarla de una determinada manera y c) El cuerpo a tomar un curso u otro de acción. 2) Provocan sensaciones agradables o desagradables y nos activan o desactivan física y mentalmente. 3) No son ni positivas ni negativas, sino adaptativas o desadaptativas (potenciadoras o limitantes) en función del contexto, las acciones que facilitan y los resultados que propician. 4) Independientemente de que resulten convenientes o inconvenientes para una situación dada, hay emociones per se buenas o malas para la salud. 5) Nos las fabricaamos nosotros mismos a partir de cómo significamos y evaluamos la realidad externa captada por los sentidos (curiosa polisemia para los órganos captadores de información sensorial: sentidos…). POR ELLO, DETERMINAN: 1) Qué información captamos, cuál no y a qué parte de la realidad -y en qué grado- prestamos atención consciente. Por ello, las emociones se bastan y se sobran para construir la realidad subjetiva en la que nos parece vivir. 2) Qué hacemos y con qué eficiencia. Las emociones determinan qué tipo de acciones implementaremos, y con qué grado de habilidad o torpeza… ergo nuestros resultados en la vida. Las eficiencia emocional adecúa emociones sentidas a acciones precisadas, facilitando así la consecución o el fracaso de nuestros objetivos personales. 3) El grado de libertad frente a los automatismos de nuestros impulsos inconscientes o primarios. Sin Inteligencia Emocional no somos libres, pues nuestro mundo, nuestras conclusiones y nuestros actos se ven predeterminados por mecanismos arcaicos ajenos a nuestra voluntad consciente y voluntaria. Como hemos visto, la Libertad precisa de la capacidad de elección, y no elegimos aquello que nos viene impuesto como obligación unívoca por nuestros instintos. La libertad emocional también permite una cierta autonomía de sentimiento y acción respecto a los demás y a los avatares de la vida. 4) Nuestra Felicidad, pues ésta no es más que la suma de sensaciones agradables, su grado y su intensidad. La felicidad es, directa o indirectamente, la finalidad última de absolutamente todo lo que hacemos. Y visto como está el mundo, los imperativos de la biología y las limitaciones inherentes al ser humano, sin Inteligencia Emocional actuamos con un piloto automático que, como ya vimos, tiende a dirigirnos a todo un elenco de emociones desagradables (ira, decepción, tristeza, aburrimiento) contrarias a la felicidad. La felicidad consiste en minimizar las emociones negativas y maximizar las positivas. 2. MANEJO INTELIGENTE DE LAS EMOCIONES ¿Pero qué es, entonces, esto de La INTELIGENCIA EMOCIONAL? Una definición ambiciosa apuntaría que la Inteligencia Emocional es la parte de nuestra inteligencia que nos permite ser conscientes de nuestras emociones y expresarlas de la manera más adecuada en función de las demandas del contexto y de nuestros intereses, prioridades y valores personales. Permite el manejo adaptativo, coherente y eficaz de nuestras propias emociones para elegir aquellas más adaptativas y potenciadoras de nuestra eficiencia, libertad, felicidad y salud física y mental. Sin Inteligencia Emocional, cualquier emoción que irrumpa en nuestro ánimo nos dirige directamente a un curso de acción determinado que, tras implementarlo, conllevará unas consecuencias que, éstas sí, determinarán nuestra calidad de vida. ¿Un ejemplo? Casi sin darme cuenta un comentario de la pareja me molesta y, antes de ser consciente de ello, ya estoy respondiendo a la supuesta afrenta con un (contra)ataque verbal que tendrá como consecuencias un mosqueo, una escalada de las hostilidades o una bronca de mayor o menor calibre pero que, en todo caso, conllevará una merma en nuestra calidad de relación y unas sensaciones seguro desagradables. ¿Qué persigue la inteligencia emocional? Pues que nos demos cuenta en tiempo real de la emoción que estamos empezando a sentir, a qué acciones nos conducirá y qué consecuencias prácticas conllevará el implementarlas (y si nos convienen o no). Sencillo –que no fácil-, práctico y muy pero que muy conveniente para nuestro bienestar personal en primerísima persona. 3. MODELOS DE INTELIGENCIA EMOCIONAL Como en estos ámbitos del Coaching y el desarrollo personal el más tonto hace relojes, existen decenas de sistemas que, con terminologías más o menos rimbombambantes y mayor o menor propiedad científica e intelectual, nos ofrecen métodos en este arte crucial para el ser humano del siglo XXI. Yo, por su solidez conceptual y facilidad de aplicación, prefiero utilizar el modelo Salovey y Mayers, basado en 4 habilidades básicas (a las que, por su amplitud y complejidad, dedicaré un artículo a cada una próximamente): 1. IDENTIFICAR. Toda emoción puede analizarse desde dos criterios: placer – displacer y activación – desactivación. ¿Qué sensaciones me están provocando esta emoción? ¿Cómo se llama, exactamente, esto que estoy sintiendo? ¿Es agradable o desagradable? ¿Me tensa o me relaja fisiológicamente? ¿Con cuál de las 8 emociones básicas está emparentada? (Según P. Ekamn: Ira, Miedo, Tristeza, Aversión, Vergüenza, Sorpresa, Alegría, Amor). 2. UTILIZAR. Saber la finalidad conductual de cada una de las 8 emociones básicas. ¿Para qué sirve eso que estoy sintiendo y para qué no? ¿Qué tipo de acciones facilita y cuáles imposibilita o, como mínimo, dificulta? ¿Qué consecuencias prácticas tendrían esas acciones a las que me aboca esta emoción? ¿Me convienen? ¿Me harán la vida más dulce o más amarga, más sencilla o más difícil, nos hará más felices o infelices tanto a mí como a los que me importan? 3. COMPRENDER. Entender los mecanismos mediante los que nos provocamos las emociones ¿Cómo me he fabricado esta emoción? ¿Cómo estoy viendo esta situación para sentir lo que siento respecto a ella? ¿De qué evaluaciones y significaciones del momento emanan? ¿Hasta qué punto son ciertas, razonables y convenientes? ¿Qué acciones me convendría implementar en este momento? y ¿Qué emociones las facilitarían? 4. GESTIONAR. ¿Cómo paso de la emoción sentida a la emoción deseada? ¿Qué tipo de Técnica de Gestión (Fisiológicas, Perceptivas, Cognitivas) voy a aplicar para conseguirlo? Las emociones son siempre inteligentes, pues facilitan la mejor respuesta frente al contexto que nuestras significaciones dibujan. Si yo significo una situación como una amenaza o peligro grave para el que no dispongo de suficientes recursos con los que afrontarla, lo más inteligente es sentir aquella emoción (miedo) que mejor prepare mi cuerpo y mente para huir lo más rápido posible. Lo que no necesariamente son inteligentes son nuestras significaciones de una situación, siempre tan imperfectas, subjetivas y arbitrarias como todo razonamiento humano. La Inteligencia Emocional nos ayuda a plantearnos mejor si esa situación es tan amenazante como aparenta y si dispongo o carezco realmente de suficientes recursos para afrontarla, para así decidir con más propiedad si huir es la acción que mejor me conviene. Junto con el lenguaje y el pensamiento abstracto, sólo la Inteligencia Emocional nos permite plenamente ejercer de humanos. Todos los animales sienten las emociones que Ekman establece como básicas e universales (a excepción de la vergüenza, emoción social exclusivamente humana), y compartimos con ellos los mecanismos y estructuras cerebrales que las fabrican, así como sus consecuencias conductuales. Eso si: como vimos en ¿EMOCIÓN O SENTIMIENTO? La brecha de la autonomía humana, los sentimientos son una prerrogativa exclusivamente humana. Sobre ellos podemos aprender a incidir libre, consciente y voluntariamente mediante las técnicas y metodologías de la Inteligencia Emocional. Sólo nuestra capacidad de manejo emocional nos diferencia de la furia del mandril, el miedo de un ñu o el celo de un gato, y es probablemente este prodigio evolutivo el que nos catapultó hasta la especie que hoy somos. La diferencia de poder e inteligencia entre un humano y una rata almizclera es idéntica a la que media entre un humano que utiliza su inteligencia emocional y aquél que no lo hace. Ser plenamente humano precisa el manejo inteligente de las propias emociones. Recuerda que las emociones son siempre inteligentes, pero no nuestro uso y selección apropiada de ellas. Elegir, matizar, seleccionar tus emociones: algo que un macaco en celo no puede ni proponerse… pero tú sí. Sobre todo si aspiras a gozar de ventajas, inalcanzables para un chimpancé o un búho, como aprender a ser mucho más eficiente, libre y feliz. Te animo a aprender a utilizar la herramienta que te lo permitiría. Ser humano viene de fábrica, es un regalo de la biología. Actuar como tal, por el contrario, es todo un logro. Probablemente, el más necesario y difícil que tenemos que afrontar en toda nuestra vida. Te animo a prepararte para él y sacarle todo el placer a la existencia que potencialmente ésta nos ofrece.